Dos hombres enamorados - Encuentro fortuito (I)
Por J.J Kastle
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Emily le ha enviado un mensaje de texto que le ha puesto los pelos de punta “Sebastian, no tengo mucho tiempo para escribirte, pero debes venir de inmediato, algo terrible ha sucedido... Emily”. ¿Qué le había pasado al amor de su vida después de la última vez que lo vio? Apresurado se dirigirá al aeropuerto y en el camino recordará cómo conoció a Nick, en un día común y corriente de entrevista laboral. Así, comienza su aventura de amor y lucha social por cambiar la sociedad prejuiciosa en la que viven. Involucrándose en la educación ciudadana, de padres y cuidadores, mientras viven los altos y bajos de su relación de amor.
Acompaña a esta pareja a adentrarse en el camino del autoconocimiento y el crecimiento personal, mientras luchan incansablemente por la consecución de sus ideales.
Parte I de III
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Dos hombres enamorados - Encuentro fortuito (I) - J.J Kastle
I
Encuentro fortuito
No pude hacer más que sobresaltarme y desesperarme luego de leer el e-mail que Emily acababa de enviarme. Ya en otras ocasiones, Nicholas se había desaparecido por un par de días y aunque ahora ya había pasado más de una semana, no pensaba que fuera distinto, pero al parecer, esta vez lo era. Mi mente arremolinada no me dejaba actuar con claridad luego de leer en la pantalla de mi celular: Sebastian, no tengo mucho tiempo para escribirte, pero debes venir de inmediato, algo terrible ha sucedido... Emily
.
Mi corazón corría a mil por horas, mientras daba vueltas en el departamento buscando arreglar una maleta con lo indispensable, antes de salir por un taxi. Bajé estrepitosamente las escaleras, y tras cinco minutos que me parecieron eternos logré tomar uno, en mi desesperación le grité entre sollozos y balbuceos al chofer ¡al aeropuerto ahora! ¡rápido!
El trayecto para embarcarme hacia Alabama sería larguísimo, si cinco minutos fueron una odisea para mí, el trayecto al aeropuerto sería un infierno, ya que el tráfico estaba de locos debido a un accidente en la arteria principal. Como pude, intenté relajarme, respiré profundo varias veces para aquietar mi mente, cerré los ojos y dejé que el aire recorriera mis pulmones lentamente, dejándome llevar con aquella sensación que me alivianaba más y más. Al momento en que profundizaba en ese estado que embriagaba mi cuerpo de serenidad, me concentré en Nicholas, en todos esos buenos momentos y en su sonrisa, mientras mi cuerpo se distendía con cada espiración, vinieron de pronto a mi mente, los recuerdos del día en que lo conocí…
Nuestra historia se dio lugar hace unos dos años cuando en mis veinticinco, un día cualquiera cambió mi vida, dando un giro de 180 grados, ¿el culpable? el hombre de mi vida: Nicholas… Todo comenzó en una habitación del hotel Sweet Garden… no, no es lo que se imaginan, me refiero a la sala de reuniones del hotel, donde varias personas fuimos convocadas para postular al cargo de gerente de Vitroots s.a. una renombrada empresa en el rubro de bienes raíces al que deseaba con todo mi ser poder incorporarme.
Nos citaron a eso de las 14.00 hrs. y como había llegado temprano, me senté a esperar mientras sacaba un libro de mi maletín para cubrir el tiempo restante, nada mejor sin lugar a dudas que el clásico Sherlock Holmes para entretener la mente. Pero pasados unos minutos algo más llamó mi atención. Miré por sobre el libro disimuladamente, para encontrar a un hombre bastante apuesto sentado a dos sillas de distancia, lucía un par de años más joven que yo, vestía formalmente acorde para la ocasión, de traje azul ajustado al cuerpo y zapatos marrón, un look facial que lucía algo desprolijo pero que combinaba perfecto con el resto de su cuerpo, y esos ojos verdes… si hubiera estado en un bar quizás le hubiera hablado para saber algo más de él, por alguna razón me entró curiosidad por él, pero preferí ignorar esa extraña sensación y concentrarme en el detective que junto a su ayudante Watson estaban prontos a desentrañar el misterio del ladrón del busto de Napoleón, así que lo ignoré y proseguí mi lectura. O más bien lo intenté, porque la verdad, lo único que hacía era mirarlo de reojo cada dos segundos, y ciertamente noté que él a veces también me miraba, aunque tal vez porque no había nadie más en la sala.
Transcurridos veinte minutos llegaron las otras dos personas a