Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

De robo a muerte
De robo a muerte
De robo a muerte
Libro electrónico264 páginas3 horas

De robo a muerte

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Tras un rutinario día de trabajo, Kai regresa a su casa y descubre que la han desvalijado. Desesperado se pone en contacto con su mejor amigo y vecino, Del, quien sorprendentemente no le deja llamar a la policía e insiste en resolver el caso por sí mismos. A partir de ese momento se ponen en marcha una serie de inverosímiles acontecimientos que pondrán en jaque su vida y sus creencias. Sobre todo, a raíz del desconcertante comportamiento de su amigo, que parece llevarle la delantera en cada uno de los pasos que ejecutan tras las sórdidas pistas que descubren.
De robo a muerte es una trepidante novela de acción e investigaciones detectivescas con un marcado halo sarcástico que tiñe de humor sus escenas más sangrientas.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento7 jun 2023
ISBN9788419805140
De robo a muerte

Relacionado con De robo a muerte

Libros electrónicos relacionados

Ficción general para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para De robo a muerte

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    De robo a muerte - Javier Colmenero

    Tras un rutinario día de trabajo, Kai regresa a su casa y descubre que la han desvalijado. Desesperado se pone en contacto con su mejor amigo y vecino, Del, quien sorprendentemente no le deja llamar a la policía e insiste en resolver el caso por sí mismos. A partir de ese momento se ponen en marcha una serie de inverosímiles acontecimientos que pondrán en jaque su vida y sus creencias. Sobre todo, a raíz del desconcertante comportamiento de su amigo, que parece llevarle la delantera en cada uno de los pasos que ejecutan tras las sórdidas pistas que descubren.

    De robo a muerte es una trepidante novela de acción e investigaciones detectivescas con un marcado halo sarcástico que tiñe de humor sus escenas más sangrientas.

    logo-edoblicuas.png

    De robo a muerte

    Xavier Colmenero

    www.edicionesoblicuas.com

    De robo a muerte

    © 2023, Xavier Colmenero

    © 2023, Ediciones Oblicuas

    EDITORES DEL DESASTRE, S.L.

    c/ Lluís Companys nº 3, 3º 2ª

    08870 Sitges (Barcelona)

    info@edicionesoblicuas.com

    ISBN edición ebook: 978-84-19805-14-0

    ISBN edición papel: 978-84-19805-13-3

    Edición: 2023

    Diseño y maquetación: Dondesea, servicios editoriales

    Ilustración de cubierta: Héctor Gomila

    Queda prohibida la reproducción total o parcial de cualquier parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, así como su almacenamiento, transmisión o tratamiento por ningún medio, sea electrónico, mecánico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin el permiso previo por escrito de EDITORES DEL DESASTRE, S.L.

    www.edicionesoblicuas.com

    Contenido

    I. El regreso

    II. El primer contacto

    III. Tomo la peor decisión

    IV. El miedo cobra forma

    V. Mi primer interrogatorio

    I. Visitamos una expo

    VII. Me cortan y no me gusta

    VIII. ¿Haciendo amigos?

    IX. El enemigo de mi amigo no es mi enemigo

    X. La muerte hace su aparición

    XI. La pequeña historia de Talia

    XII. Casi contamino el escenario del crimen

    XIII. Secretos en la biblioteca

    XIV. En búsqueda de la verdad

    XV. Apenas salvo el cuello

    XVI. He perdido la cordura

    XVII. Este es el final, ¿en serio?

    El autor

    A mi familia y amigos más cercanos,

    por aguantar mis neuras y locuras.

    Y a mi 5%, por todo.

    Buenos días, o tardes, o noches, queridos lectores.

    No soy el autor de esta obra, no señor. Mi nombre ahora mismo carece de importancia, dado que ni siquiera aparezco de forma física en la novela, o memorias, como prefieran ustedes llamar a este escrito. Sí, es cierto que me nombran en algún momento u otro de la obra, pero apenas tengo relevancia en el manuscrito, menos en la vida de los protagonistas, por lo menos en el tiempo en el que se cuenta la historia. Pero el autor le ha pedido a un escritorzuelo como yo que la lea, la corrija y haga un prólogo. Al principio me negué, claro, pues no conocía de nada al autor y protagonista, pero algo me hizo cambiar de opinión.

    Y ese algo, o más bien alguien, es T.C. Después de los acontecimientos de esta novela, por suerte o por desgracia, he recuperado, más o menos, mi relación con mis dos mejores amigos, así que tampoco me pude negar cuando me lo pidió con esa mirada suya que me gusta y me da miedo a la vez.

    Así que aquí estamos.

    Los novelistas comunes, los dramaturgos e incluso los poetas suelen tener reparos en mencionar cosas como muertes o torturas, o esconden los sentimientos de los héroes y protagonistas para hacerlos parecer más duros y machotes. Nunca se refieren a las manchas que se extienden por los pantalones ni al olor que envuelve en náuseas a aquellos que contemplan los desagradables desechos que caracterizan a los muertos, por ejemplo.

    Menciono esto como advertencia, queridos lectores, pues el narrador de esta historia no tiene dichas vergüenzas. No sé qué clase de historias habrán leído hasta este momento, pero deseo que estén preparados para sentir lo que sintió nuestro narrador desde su misma piel. Todo aquello que vivió y sintió ha sido volcado en estas páginas a modo de terapia y homenaje a diferentes personas. Además también estarán manchadas de sangre en distintos momentos.

    También hay que advertir que estas palabras han sido escritas únicamente desde un punto de vista, sin saber la historia que hay detrás de una persona en concreto.

    Pero, por lamentable que sea, esta no es su historia. Y es muy posible que nunca lleguemos a saberla del todo.

    Así que olvidémosla por el momento y centrémonos en lo que tenemos entre manos, literalmente hablando.

    Desde este punto les dejaré acompañando al que hoy en día puedo considerar un gran amigo, alguien que ha cuidado a la persona que amo, alguien que ha sabido ver algo bueno en mi interior y se ha arriesgado a entablar una amistad conmigo.

    ¿Qué habrá visto, os preguntaréis? Pues eso tendréis que preguntárselo a él, pues yo no lo sé. Dado que nunca he visto las cosas como las ve el mundo. Tampoco creo haber vivido del todo el universo que llamamos propio.

    Adelante, adéntrense en una historia de cinco días.

    Les dejo para que caminen tranquilamente, prácticamente de la mano, al lado de mi hermano Kairos Molina.

    I. El regreso

    Sí, lo sé. Ahora vais a empezar de verdad a leer cómo mi vida se fue a tomar por culo. Espero que disfrutéis, pero no demasiado.

    Bostecé profundamente. Estaba claro que aquella mañana me había levantado con el pie izquierdo. No eran ni las cuatro y medía cuando sonó la alarma del despertador y recordé uno a uno todos los familiares de mi mejor amigo para cagarme en ellos. Me llamó la noche anterior, cerca de las doce de la noche, para pedirme que fuera a recogerle al aeropuerto a las seis y, antes de poder replicar siquiera, me colgó, dándome las gracias. Todo un detalle por su parte. Y allí estaba yo, muriendo de frío poco a poco, deseando haber cogido algo con un poco más de abrigo que una americana aquella mañana helada de finales de octubre.

    Me encendí un tercer cigarro apoyado en su coche, un SUV urbano de un vivo tono rojo, mientras veía cómo por fin empezaba a salir gente de la terminal uno del aeropuerto de El Prat. Tras casi una hora de retraso del vuelo de Londres-Barcelona, parecía que mis plegarias se habían cumplido y mi amigo saldría pronto. Pero no todo era tan bonito, me tocó esperar otros quince minutos hasta que lo vi aparecer por la puerta.

    Salió caminando con paso tranquilo por la puerta. Me vio casi al instante y me saludó, pero tuvo la desfachatez de pararse a sacar de su abrigo una pitillera de plata con un cuervo grabado en ella y encenderse un perfecto cigarrillo de liar. Mientras volvía a ponerse en marcha me fijé en su perfecto outfit. Iba vestido con un gran abrigo de lana con doble botonadura cruzado, de color negro, y una bufanda de punto azul oscura que le envolvía el cuello. No se podía ver, pero seguro que debajo de todo llevaba un perfecto traje inglés de Príncipe de Gales comprado en la Saville Row de Londres, además de unos preciosos zapatos de Oxford picados negros.

    Cuando llegó a mi lado nos abrazamos con profundo cariño. Parecía como si lleváramos años sin vernos, aunque en realidad solamente había estado fuera una semana. Nos subimos al coche y salimos de la terminal para coger la autopista de vuelta a Barcelona. Le obligué a pagar el recibo del aeropuerto.

    Mientras conducía, notaba que de tanto en tanto el sueño podía conmigo y se me cerraban los ojos, pero los abría al instante. Comencé una conversación para evitar dormirme.

    —¿Qué tal por Londres?

    Él me miró fijamente unos segundos y sonrió con esa suficiencia suya que le hacía tan característico. Y raro, sobre todo, raro.

    —Intentas que te dé bola para que no te duermas, ¿verdad? —El muy cabrón lo adivinaba todo—. ¿Cuándo te fuiste a dormir ayer? A las doce, si no me equivoco.

    Ya estaba más que acostumbrado a que adivinara todo lo que hacía y cómo lo hacía. Si soy sincero, no me sorprendía en absoluto, pero sí daba algo de rabia. Llevábamos siendo amigos más de quince años, desde que empezamos la E.S.O., y hace unos años compartíamos terreno, junto con mi pareja, Gina, la mujer más maravillosa del mundo. Pues en todo este tiempo no he sabido comprender cómo hace sus adivinaciones.

    —Sí, ¿qué pasa? Es que alguien me ha hecho levantarme a las cuatro para venir a recogerle, y encima retrasándose el vuelo —respondí algo más brusco de lo pretendido. El no dormir no me sentaba nada bien. Cierto es que podría haber seguido el vuelo por las diferentes aplicaciones móviles que hay, pero bueno…, se me olvidó poner el teléfono a cargar anoche. Errar es de humanos, ¿no?

    Volvió a sonreír. Entonces, sacó otros dos cigarros liados, los encendió y me pasó uno. Tengo que reconocer que se me aligeró el enfado. Adoraba profundamente esos pitis con sabor a vainilla que fumaba.

    —Lo siento —reconoció—. Sé que ha sido una putada lo que te he hecho, pero no tenía más remedio. ¿Acaso iba a ir en metro con este impoluto traje? Me hubieras matado, tú, el gurú de la moda.

    —¿Sabes qué? En el fondo sabes bien cómo camelarme —dije mientras expulsaba el humo por la boca.

    Hasta que no pasaron unos cuarenta minutos, con un tráfico infernal, no aparcamos el coche en el parking de mi oficina en el Born. Eran ya cerca de las ocho de la mañana y yo entraba a trabajar en una hora. Así que, sabiendo eso, mi amigo me llevó a nuestra cafetería favorita, Lúkumas, para tomar un rápido desayuno. Llegamos al Raval en un cuarto de hora y él se acercó a pedir.

    —Kairos, Delos, ¿cómo estáis? —preguntó la barista con una bonita sonrisa.

    ¡Ah, sí! Esos eran nuestros nombres. Yo soy Kairos y él, Delos. Sé que son raros. Bueno, griegos más bien. El mío significa «el correcto» y el suyo «el sobresaliente». Así es, gentiles amigos, nuestros padres, amigos de toda la vida, eran unos pequeños eruditos de la cultura griega.

    Delos, Del para mí, se acercó a pedir (por cierto, yo soy normalmente Kai). Él un batch brew y un dónut de queso y frutos rojos y, para mí, un flatt white de avena con una dona de crema pastelera. Cómo me conocía. Por ese desayuno casi valía la pena el madrugón que me había pegado. Habló unos minutos con la barista, una chica de treinta y pocos años, embarazada y a punto de dar a luz. Antes de llegar con sendos manjares, ya me había arremangado para atacar esos espectaculares bollos hechos con esencia divina. Como podéis observar, amigos lectores, me moría de hambre. Sin más dilación nos pusimos a comer.

    Siempre con cuidado de no mancharnos sendos trajes, era ley de vida.

    —¿Me vas a decir, entonces, qué demonios hacías en Londres? —pregunté mientras esquivaba el endemoniado azúcar glass que caía sobre mis pantalones grises.

    Se quedó callado. Daba ligeros sorbos a su café negro a la vez que miraba fijamente el póster de la antigua Grecia colgado de la pared al fondo de la cafetería.

    —Trabajar —respondió escueto. Iba a insistir cuando volvió a hablar—. Debía ayudar a unos clientes a resolver un par de problemas sin el menor interés.

    Yo sabía que mi amigo y compañero había cursado periodismo y realizado un máster en investigación durante un año en Madrid. Fue cuando volvió que compramos nuestras casas y él empezó a hacer estos viajecitos suyos tan espontáneos. Había trabajado en estos años, sobre todo, por Europa, pero con algún que otro viaje más largo a Estados Unidos y Japón. No me quejaba de sus ausencias, que acostumbraban a durar unos pocos días; casi siempre me traía algún recuerdo de cada salida.

    —Pero bueno —prosiguió, haciéndome volver a la realidad—, creo que durante un tiempo se han acabado los viajes. Espero equivocarme, pero, con temor incluso, creo que algo gordo se está gestando aquí en Barcelona. Algo que no querría perderme por nada del mundo.

    Tras decirlo, sonrió algo maliciosamente. Me preocupé durante unos instantes, pero le conocía y sabía que no tenía por qué tener miedo de nada. Era un simple periodista, ¿qué podía pasarle? ¿Que le confundieran con un paparazzi e intentaran romperle la cámara y darle una paliza?

    Una sonrisa asomó en mi rostro. «Temo más por el pobre diablo que intente tal cosa», pensé.

    Levanté mi café a su salud.

    —Me alegrará tenerte por aquí un tiempo, y volver a hacer cosas juntos.

    Una sombra de tristeza recorrió su faz, pero no tuve mucho tiempo de pensar en ella. Vi mi reloj. Eran las nueve menos veinte. Mierda.

    Me despedí a toda prisa de Del y de Clara y salí a buen paso en dirección a la oficina. Hasta que no llegué a ella, y paré para recobrar el aliento, no me di cuenta de que me había dejado el maletín. Me volví dispuesto a regresar en una buena carrera, pero allí estaba mi mejor amigo para salvarme el culo. Sin una gota de sudor en su rostro ni un simple jadeo había llegado al mismo tiempo que yo a paso vivo.

    —¿Cómo lo has hecho? —pregunté entre jadeos, recogiendo el maletín.

    Él se encogió de hombros.

    —Te lo he dicho siempre: observa siempre, y busca la ruta más práctica.

    Dicho eso, y al ver que no pronunciaba palabra, me dio un beso, se giró y se marchó tarareando alegremente.

    Aún anonadado, entré en la oficina, saludé al conserje y me preparé mentalmente para un día de aburrimiento casi asegurado.

    Claro que, en aquel momento, no podía yo saber todo lo que acontecería a partir de aquella tarde. Pero no adelantemos acontecimientos.

    Eran casi las cuatro de la tarde cuando dejé la oficina. Ya había comido y me disponía a ir a tomarme un café en el bar del edificio cuando reparé en Del justo al lado de la puerta. Me miré en el espejo del recibidor y me arreglé la americana gris, estaba algo torcida, y me alisé la camisa blanca y los pantalones. Además, me atusé el pelo para dejarlo perfecto. Una vez satisfecho con mi aspecto físico, salí del edificio despidiéndome del conserje.

    Era una costumbre que teníamos desde hace años. Siempre que fuera posible nos gusta presentarnos ante el otro de la manera más impoluta posible.

    Me vio nada más salir del edificio, sonrió y asintió satisfecho. ¿Veis? Solo con eso ya estábamos más que contentos.

    Sacó de su oreja el sempiterno cigarro allí colocado, lo encendió con el suyo propio y me lo entregó.

    —Gracias —le dije mientras daba una profunda y cálida calada—. Y bien, ¿cuál es el plan ahora?

    —He quedado en que nos reuniríamos aquí con Gina y tomaríamos algo antes de ir para casa. —Me miró de arriba abajo y añadió—: si no estás muy hecho polvo, claro. Ya sé lo poco que te gusta madrugar.

    Asentí conforme. Cada momento que pudiera pasar con mi pareja transformaría un horrible día de trabajo y madrugones en una maravilla sin parangón.

    Voy a hacer una pequeña pausa para hablaros de mi novia. También porque hasta que no llegue a la escena no hay mucho más que decir, ya que nos quedamos esperando sin hablar y fumando. A Gina la considero un pilar para mi sociedad, además de ser algo así como una musa empática para mi salud emocional. Es simpática, graciosa, encantadora y la persona más amable y bondadosa de este mundo, y de varios otros si existe vida inteligente. Nos hicimos pareja hace ya cinco años, y han sido los mejores de mi vida. Tenemos en nuestro historial increíbles viajes y anécdotas. Trabaja como ayudante en un bufete de abogados; a su lado, Rachel de Suits es una completa inepta, por muy esposa del príncipe Harris que sea. Mi Gina es la mejor del planeta, y punto en boca.

    Retomamos: después de esperar unos buenos quince minutos la vimos aparecer a la vuelta de la esquina. Otra cosa en la que somos parecidos: siempre llegamos tarde, no como mi amigo periodista, que siempre llega asquerosamente puntual.

    Iba vestida con unas zapatillas de tela blanca y unas medias negras que subían hasta que quedaban tapadas por una falda a cuadros a mitad de muslo. También llevaba un abrigo marrón abrochado que ocultaba su vestido. Pero llevaba el cabello suelto. Cómo adoraba eso. Esa media melena de un maravilloso rubio platino con flequillo que le enmarcaba tan perfectamente aquella cara preciosa suya.

    Llegó a nosotros con tranquilidad mientras remataba un cigarro de liar con filtro mentolado. Nos besamos cuando llegó a nosotros y abrazó con amor a nuestro amigo Steve (por cierto, eso es una broma que solo entendemos nosotros tres).

    Hablamos un momento de adónde ir, pero Gina nos interrumpió al poco de empezar.

    —Chicos, la verdad es que estoy muy cansada. He tenido un día horrible y únicamente deseo quitarme estos tacones y lanzarlos al fuego. ¿Podemos ir a casa, ponernos cómodos y tomar la birra al lado del fuego?

    Esto último iba dirigido hacia el periodista. Nos miramos el uno al otro, sonreímos con complicidad y asentimos a la vez.

    Bajamos al parking y se ofreció a conducir Del, así que se acomodó en el asiento del conductor y Gina y yo nos acurrucamos juntos en los de atrás para darnos algo de calor.

    —Adelante, conductor. A casa, por favor —bromeó Gina.

    El periodista nos miró a través del espejo retrovisor y nos fulminó con la mirada.

    —¿Entonces os puedo cobrar la carrera?

    —¡Anda! Calla y conduce. Por lo de esta mañana —contesté con sorna.

    Salió del parking dando un volantazo que nos estrelló contra la puerta derecha. Gruñimos por lo bajo y él rio. Una vez calmado, se puso a conducir por la B-20 para llegar a la C-58 en dirección a Sant Cugat, donde vivíamos. Gracias a los dioses no había tráfico y al cabo de treinta y cinco minutos ya estábamos en casa.

    Dejó el coche estacionado en nuestro aparcamiento compartido, junto a su otro coche, un Jeep Rangler, un monstruoso 4x4 de color negro y mi pobre y destartalado Prius.

    Bajamos del coche y nos disponíamos a entrar en nuestras respectivas casas cuando Del nos detuvo de golpe.

    —¿Qué demoni…? —empecé a preguntarle, pero me callé al advertir en su cara un rictus que mezclaba preocupación y concentración extrema.

    —No deis ni un paso más.

    Iba a replicar cuando Gina me tiró del brazo y señaló la casa. Había varias ventanas rotas y destrozos allá donde posabas la mirada.

    —Mierda. Nos han robado —sentenció Delos con profundidad.

    II. El primer contacto

    No me lo podía creer, nos habían saqueado.

    Desde el porche mismo de la casa se podía intuir algo del interior. Mi casa estaba destrozada. Todo había volado por los aires, como si un huracán se hubiera ensañado directamente con los muebles de diseño. La mesa, las sillas, el sofá, la tele…, todo estaba destrozado. Miré hacia Gina, que se había llevado las manos a la boca para ahogar un grito, y la abracé contra mí.

    Volví la mirada contra la casa de Del y, aunque no había tanto destrozo como en la mía, también se habían ensañado de lo lindo. Desde la calle no se podía ver la parte más importante de su casa: la biblioteca. Esperaba de veras que esa habitación estuviera intacta, porque si no… Bueno, vamos a dejarlo en que allí se encontraba el corazón de mi amigo. Le miré directamente a los ojos y vi una mirada de profunda concentración. Sus pupilas se movían incansables por el suelo, sin parar en un punto en concreto.

    Parecía verlo todo.

    Le puse una mano en el hombro y regresó a la realidad. Nos sonrió para tranquilizarnos, pero su mirada no destilaba la misma calma que quería infundir. Nos abrazó, aunque con algo de distanciamiento. Era

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1