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Grigori, El Caído
Grigori, El Caído
Grigori, El Caído
Libro electrónico552 páginas8 horas

Grigori, El Caído

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Información de este libro electrónico

Miranda, una atractiva antroploga, se encuentra escapando de fuerzas que no comprende acompaada de un ser oscuro, evidentemente sobrenatural, que aparentemente es su protector.

Andr experimenta por primera vez en su existencia el miedo a lo desconocido. Algo ha quebrantado las reglas universales de la Creacin y ha logrado interponerse en el Ciclo, obligndolo a entrar en un juego donde el precio puede ser su propia esencia y terminar victima de su propia oscuridad.

Valdrax ha desafiado la orden del Concilio, pero un juramento de siglos lo obliga nuevamente a tomar el camino de la redencin. Milenios de pecados pueden ser perdonados si obra como debe... y para ello debe salvar a la joven Kaitn que no conoce su linaje ni mucho menos su destino.

Ellos juntaran sus destinos en una batalla que ha existido durante siglos a la sombra de la humanidad, donde fuerzas ocultas luchan por recuperar el poder que una vez tuvieron en pocas antiguas, rompiendo un velo milenario que puede sumir al mundo en la oscuridad absoluta.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento28 feb 2011
ISBN9781617645198
Grigori, El Caído

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    Vista previa del libro

    Grigori, El Caído - E.J.M. Vilchez

    Copyright © 2011 por E.J.M.Vilchez.

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso:               2010943505

    ISBN:                                      Tapa Dura                               978-1-6176-4518-1

                                                    Tapa Blanda                            978-1-6176-4520-4

                                                    Libro Electrónico                   978-1-6176-4519-8

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o son usados de manera ficticia, y cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, acontecimientos, o lugares es pura coincidencia.

    Este Libro fue impreso en los Estados Unidos de América.

    Para ordenar copias adicionales de este libro, contactar:

    Palibrio

    1-877-407-5847

    www.Palibrio.com

    ordenes@palibrio.com

    333790

    Contents

    AGRADECIMIENTOS

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    EPILOGO

    ÍNDICE DE TERMINOS:

      Para mi Krako.

    AGRADECIMIENTOS

    Son muchas las personas que definitivamente tengo que agradecer el que esta obra sea una realidad, a mis padres por siempre apoyarme y por permitirme desvelarme leyendo, a mi tío, (mi otro padre) Perucho, por introducirme a los clásicos de la literatura, fomentando en mí esa sed por los libros y por agitar mi imaginación, a todos mis amigos con los que he compartido discusiones o con los que hemos inventado juntos tantas historias, en particular a Luis, el verdadero Narkelion, que fue mi editor ad honoren y quien dio grandes ideas para esta historia… y en especial a mi esposa, porque ella me convenció de que este hobby podía cristalizarse en una realidad de mayor alcance. Así como a todo el equipo de Palibrio, cuyo esmero y dedicación son incomparables.

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    Nunca sabré el porqué nos perdonaron a algunos… Nunca me ha interesado saberlo tampoco, para ser sincero.

    Recuerdo que en un principio todo era una auténtica preocupación por tomar la iniciativa.

    De alguna manera, estábamos completamente seguros de que algo andaba mal, que por alguna razón esas pobres e inocentes criaturas se les estaba manteniendo al margen de lo que estábamos construyendo para ellos.

    Jamás supusimos que era un error el que se estaba cometiendo, dado que sabíamos que los errores no eran factibles, mucho menos admisibles

    ¿Entonces por qué coño nos alzamos? . . . me pregunto hoy en día.

    Esa será la pregunta que me perseguirá por siempre.

    De los pocos que fuimos perdonados sólo había una cosa en común. Aún cuando fuimos parte de la rebelión, nunca nos alzamos contra Él… Contra como estaba manejando las cosas sí…

    Contra Él… jamás.

    Supongo que hace un frío descomunal porque todo el mundo tiene las levitas de los abrigos levantadas y las manos enfundadas en caros guantes neoyorquinos, yo por el contrario apenas siento un cambio en el aire.

    Corte Estatal Distrito 14. Ciento veintidós escalones hay hasta la entrada al lobby del edificio, y aquí donde estoy recostado, más o menos a mitad de la escalinata, hay un gran león de mármol que está a los pies de una bella Justicia vendada; tomo un café mientras el cielo gris anuncia que va a nevar. Enero 6. Nueva York.

    Y aquí viene mi cita de las 11:45.

    Los reporteros brincan en cuanto se abren las puertas de roble irlandés de la Corte. La policía ya ha montado un cerco humano a lo largo de la escalinata para que pasen las cuatro personas que están saliendo justo en este momento.

    El primero en aparecer es un viejo alto de porte británico, con un bigote gris muy corto y unas cejas bastante pobladas, vestido de punta a cabo en Versace. El abogado. Senior Councilor y socio una de las firmas más grande de los Estados Unidos.

    Lo sigue un joven a mediado de sus veintes, de seguro en su primera vez ante la horda del cuarto poder, porque su rostro es una clara valla publicitaria que clama como están revueltas sus entrañas de miedo ante tal muchedumbre. El secretario del viejo.

    Luego un policía demasiado neoyorquino. The Blue Finest. Para proteger y servir. Lleva la gruesa chaqueta añil de la policía de Nueva York, mientras detiene fuertemente a la cuarta persona, esposada, que apenas le llega a la altura del plexo solar.

    La cuarta persona.

    Once añitos.

    El cuarto individuo es un niño de once años, rubio de ojos claros. Mientras baja, lo único que ve es el suelo (escalón ciento veinte), un pie detrás del otro, con sus manitas en la espalda, aprensadas por las esposas, su cara es inexpresiva, pero sus labios están ligeramente tensos, como si sus dientes los mordieran por dentro.

    — ¿Cómo fue el accidente?-

    — ¡Tomy, Tomy!!!! ¿Qué se siente ver morir a tu mejor amigo?

    — ¡Abogado! ¿Considera un éxito el que se le envíe a tratamiento siquiátrico y no sea puesto en libertad?

    La jauría paparazzi. Que rápido suelen ser las preguntas y que directas cuando se hacen en la lengua anglosajona. Que ira despiden las caras de los policías, que confusas sus mentes llenas de pensamientos de reproche, ¿cómo pueden ser tan animales? ¿Por qué no dejan a este niño en paz? ¿Por qué hacen un circo de todo? Las mismas preguntas, y ese deseo de sacar los bastones y asestarles decenas de golpes a estos caníbales noticiosos.

    Detrás de los reporteros hay una muchedumbre que grita a favor y en contra de Thomas Francis L’arconte. Culpable de Homicidio Pulposo en Segundo Grado en contra de Henry Clay Smitherson, su vecino y amigo desde hace… once años, toda la vida, da lo mismo.

    La gente presiona sobre el anillo de seguridad, se estrecha el espacio por donde bajan las cuatro figuras.

    Escalón setenta y siete.

    El niño se detiene y voltea su rostro, y me divisa entre todo ese gentío. El policía lo obliga a seguir bajando, él mantiene su mirada fija en mí, pero no en mí en realidad, sino en el vacío que se encuentra donde yo debería estar, mientras su ceño fruncido dice que no entiende porque esa necesidad de observar la nada.

    Escalón seis.

    — Maldito Asesino… ¡TU LO MATASTE A SANGRE FRÍA HIJO DE PUTA!

    Todo el mundo voltea al pie de la escalera, donde un joven de treinta y dos años ve con el rostro desencajado al niño que tiene en frente a solo unos pasos.

    — Yo te creí… ¡YO TE CREI MONSTRUO DE MIERDA! ¡NO FUE UN ACCIDENTE! ¡TU DISPARASTE EL REVOLVER EN SU PROPIA CARA!

    Nadie ve la sonrisa que se forma en el rostro del niño, sonrisa que dura sólo una décima de segundo porque una expresión de sorpresa la sustituye al ver la pistola que le apunta ahora.

    Todos los policías comienzan a desenfundar sus armas, pero ya la pistola ha detonado.

    Tomy baja ligeramente su rostro para ver la mancha roja que comienza a crecer en su pecho, empapando su camisa. Aún no entiende que pasa.

    Siete tiros alcanzan en el pecho a Henry Clay Sir.

    Tomy cae a lo largo de los escalones restantes, y va a dar junto al cuerpo del padre de su mejor amigo.

    Siempre me ha gustado esas escenas donde ves un solo charco de sangre y no puedes identificar a cuál de los cuerpos que están tendidos en él pertenece, te hace recordar que todos al final, resulta que son iguales.

    Pero algo no está bien aquí.

    Se supone que ahora me voy con mi cita de las 11:45 de acá.

    ¿Pero donde carajo se metió el alma de ese niño?

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    Verlo de pie ahí es como ver a una estatua.

    Una figura firme, alta y de piel blanca, demasiado blanca, como si fuera de marfil.

    Su cabello rubio oscuro, largo, está atado en una cola que llega más abajo de la altura de los hombros. Estático, con los brazos cruzados detrás de la espalda, no deja de ver por la ventana a través de la noche, como si la oscuridad no nublase su vista.

    Ella en la cama, comienza a despertar.

    Poco a poco abre sus párpados y sus ojos castaños perciben la tenue luz de la habitación.

    Todo le duele, hasta el cabello le duele.

    Intenta levantarse, pero la cabeza le da vueltas, sin mencionar un sabor demasiado metálico que se hinca en su paladar. Vomitaría si algo tuviera en su estómago.

    — Ahh, que dolor… tan grande. Alguien que detenga este cuarto…—Intenta incorporarse, pero pareciera que su delicado cuerpo no puede con su propio peso, una vez más cae sobre un colchón sin sábanas, su largo y sedoso cabello color miel se desperdiga sobre las almohadas.

    Él, por el contrario, ni siquiera voltea, sigue inmóvil mirando hacia la noche, no con una mirada perdida, todo lo contrario, son los ojos de un cazador fijos en la marca.

    — {Puedo verte Micaela, puedo verte aunque nubles la visión de quien te rodea, aunque avances más rápido que la brisa de la noche, aunque uses las sombras como manto. Puedo verte Micaela, puedo verte.}—Escucha ella, fuertemente, pero los labios de él se ven firmemente sellados imbuidos en una barba dorada… y no hay más nadie en la habitación.

    — ¿Quién es Micaela?—Su suave pregunta hace que él voltee, su mirada parece la de un ser sobrenatural, pareciera que sus ojos son completamente negros, sin pupilas, pero ella sabe que debe ser un efecto de las sombras de éste oscuro cuarto.

    — ¡No menciones ese nombre! ¡No lo repitas bajo ninguna circunstancia!—Sus finos labios apenas dibujan las palabras, pero su voz retumba en toda la habitación, las ventanas tiemblan con la frase pronunciada. Ella siente que su propio bronceado desaparece ante la palidez del miedo que experimenta. Él voltea de nuevo hacia la ventana, pero el efecto es impresionante, es como si su rostro cambiase de posición tan rápido que no se pudiera ver la transición. Ella cree de nuevo que es el dolor de cabeza es lo que le hace ver esas cosas.

    — {Tarde, ya sabe que está aquí, ya la puede oler, hay que huir}

    — ¿Huir de quién?

    — ¿Será posible que no hables? Cierra la boca o se perderá todo.

    — ¿Yo? ¡Si eres tu el que no cesa de hablar! Además… ¿perder qué?

    — Jamás he abierto mi boca… es otra cosa lo que escuchas… ¡pero ahora simplemente haz silencio!—Ella cierra la boca mientras no deja de ver esos ojos negros (ahora con las pupilas distinguibles cuando los baña la tenue luz de la lámpara de la mesita de noche) pero el callar le parece involuntario, es como si él se lo hubiese impuesto con esos pozos sin fondo que son sus ojos.

    El brazo de él la rodea, sólo siente su mano, firme, fuerte. La levanta como si no pesara nada. Sus pies no tocan el piso mientras, que de un brinco, cruzan la ventana y es cuando ella se da cuenta que se encuentran en un tercer piso.

    Tan rápida es la caída que ni siquiera puede gritar, apenas puede cerrar los ojos.

    Ella oye el crujido del cemento en lo que impactan la acera.

    Lentamente entreabre los párpados impresionada de seguir respirando.

    Aferrada al cuello de él se asombra de lo que alcanza a ver.

    Enfrente de ella, como a cincuenta metros, se encuentra la ventana por la que saltaron. Apenas puede creer que está en un callejón al otro lado de la calle, seguramente perdió el sentido por unos momentos. Ahora bien, sólo Dios sabe cómo se salvaron de esa caída.

    El latido de su corazón no la deja oír mas nada. Ese tambor frenético que ella lleva en su pecho le retumba en sus oídos, el único efecto que logra ese sonante tun-tun es que ella apriete más sus brazos sobre el cuello de él. Un cuello helado como un témpano.

    — {No puedo creer que te hayas acostado con esa . . .—¡Así que Carlos ganó el grande! Que marav . . .—Padre Nuestro que Estás en los Cielos, Sant..—GOOOOOLLLL Ese es mi equipo, me debes tresc..Mamá, ya te dije que estoy bi . . .—Así mi vida, así, no pares, no pa . . .—Voy a matar a ese hijo de pu . . .—Avestruz!, A, VE, ESE, TE . . .—Juan.—Car-. Rez.—Si-} Miles de voces a la vez. Una más fuerte que la otra. Todas reproduciéndose al unísono, atormentándola.

    — ¡CÁLLENSE!!!!!—Es lo único que alcanza a gritar, mientras él oprime la boca de ella contra su pecho sofocando el alarido.

    La mano de él desciende unos centímetros, bajando de la cabeza al cuello de ella, sus dedos se deslizan sobre la columna. Presiona suavemente. Lentamente los ojos de ella se voltean en sus cuencas y pierde el conocimiento.

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    — {Que frustrante eres amado Maestro. Que espantosa desolación puedo sentir al ser tú el único que no puedo alcanzar con el pensamiento}

    Su cuerpo desnudo flota en la piscina de agua marina de su casa de verano, mientras sus rasgados ojos asiáticos observan extasiados un cielo estrellado de una no tan fría noche de Enero.

    — {Que increíble cómo ha cambiado la noche, hay estrellas que ya no ubico, y toda la bóveda se ha corrido . . . cuanto tiempo ha pasado Maestro desde mi Conversión . . . cuanto extraño nuestros paseos en Malta, nuestras conversaciones en la Riviera, las largas noches entrenando en Creta . . . Ahora la mansión está abandonada, sus mas preciados tesoros desatendidos . . . Maestro, ¿Por qué se ha rebelado contra los nuestros???}

    — Treinta horas han pasado mi Señora Micaela—le dice suavemente y con actitud propia de alguien cuyo mayor honor es servir, un mulato de hombros amplios y gran estatura, con la cabeza rapada y los ojos del color del oro.

    — Lo sé Abú, lo sé.

    — El Concilio quisiera que estuviésemos buscándolo… su rastro puede enfriarse mi Señora.

    — ¿Su rastro Abú?—Comenta la belleza flotante de ojos grises y largo cabello negro, desparramado sobre una superficie tranquila.—¿Qué rastro vamos a seguir si por donde pasa pareciera que nada hubiera estado ahí? Casas de siglos de construidas quedan sin la huella de una sola alma, todos los muebles al tocarlos pareciera que no hubiesen sido nunca construidos sino que hubieran aparecido de la nada… ¿Rastro me dices Abú Barak? El Maestro por donde pasa borra todo rastro… no queda ni huella, ni olor… ni espíritu…

    — ¿Cómo haremos entonces mi Señora para encontrar al Maestro?

    El rostro de ella no expresa emoción alguna, mientras sus ojos siguen clavados en un cielo que parece un negro manto agujerado en millones de puntos. Su cuerpo se tensa delicadamente, mientras empieza a hundirse poco a poco… Su mente se abre al mundo, es como recibir una oleada cálida que empieza en la parte de atrás de la cabeza y comienza a recorrer todo su cuerpo. Micaela empieza a leer cada pensamiento que cruza por la mente de cada persona en la cuadra, en el estado, en el país… En el mundo.

    Micaela comienza a ver los anhelos, los miedos, de todos los habitantes del planeta.

    Millones están amando, esperando, deseando, comiendo, corriendo, trabajando, suicidándose, naciendo…

    Millones de mentes, millones de seres.

    Entre ningunos de ellos se haya su Maestro… o peor aún… la Kaitán tampoco se siente.

    Tres veces recorre todo el mundo buscando a la velocidad del pensamiento.

    Tres veces queda sin encontrar nada.

    Micaela siente como su cuerpo va consumiendo poco a poco cada gota de su preciada sangre.

    Tanto poder puede llegar a matarla… pero no desiste, continúa su búsqueda.

    Ahora la Sed comienza a entrar en acción.

    Su instinto, ese monstruo salvaje que tiene por dentro, empieza a despertar.

    La sed es horrible, ella empieza a perder la concentración, se nubla, sólo puede enfocarse en la pareja de diecisiete años que están compartiendo besos y carne a menos de un kilómetro de la casa.

    Entra en sus mentes y les llama… hace que corran como locos a su palacio veraniego, a su piscina, a su dulce y mortal abrazo…

    Intenta buscar de nuevo al Maestro porque sabe ya que la Sed va a ser saciada…

    Nada…

    Entonces recuerda sus palabras… recuerda sus enseñanzas…

    — Siempre se está ahí Micaela, pero la percepción es lo que define la realidad, lo que no ves, lo que no sientes, no existe en realidad para ti . . . Pero siempre está ahí . . . Por ello, si no encuentras lo que buscas, busca entonces lo que no hay . . . Percepción versus realidad mi bella Micaela . . .

    — El Vacío… lo que no hay… ¿habrá un sitio donde no pueda sentir nada? ¿ni un rastro, ni un recuerdo? ¿un lugar que pareciera que jamás ha sido tocado por la vida o el espíritu?

    Dos jóvenes desnudos comienzan a escalar como locos la cerca de madera de la villa de playa de Micaela, sus rostros se encuentran desencajados con bocas babeantes y miradas perdidas… lo único que balbucean es sed, sed, saciar la sed.

    Micaela sonríe complacida.

    Los jóvenes se arrodillan a la orilla de la piscina mientras Abú toma una toalla de una silla cercana al ver a su Señora acercarse a las dos figuras bañadas en un sudor perlado bajo la luz de las estrellas.

    Micaela acaricia la cara de ambos muchachos que ahora sonríen como niños al ver esos finos y delicados ojos que se posan en ellos.

    — Ya sé donde está, Abú.

    — ¿La Kaitán ha cometido otro error mi Señora?

    — No Abú… El Maestro es el que lo ha hecho…

    — ¿El Maestro mi Señora?

    — Si Abú… su error fue enseñarme tan bien.

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    Nueva York, la Capital del Mundo. El cliché mas gastado del último siglo, perdón, de los últimos dos siglos.

    Lo que si es cierto es aquí puedes encontrar todo lo que existe en la faz de la tierra… y más.

    El Bronx… una de las zonas más peligrosas de todos Estados Unidos, es cierto que no es como las favelas de Sao Paolo, o las medinas de Marruecos, o uno de los barrios de Caracas, pero si hay que andar con cuidado, con mucho cuidado.

    "The Mighty Mickey", un bar que abre a las 9:00 de la mañana y cierra a las 5:00 de la mañana del otro día. Ubicado en el centro del Bronx, donde convergen la zona negra y la latina, la coreana y la italiana. Una muestra espléndida del Melting Pot americano. Un ratón que se parece a Mickey Mouse con esteroides que se toma una jarra de cerveza mientras fuma un habano es el logo del local. El único sitio donde se encuentra alguien que me puede dar respuestas.

    Abro la puerta de madera vieja que tiene una bisagra desencajada, entro en un ambiente enrarecido, que huele a sudor, alcohol y cigarro. Son las once de la mañana y el humo del sitio me hace sentir que estoy entrando en un local nocturno en horas de la madrugada.

    Más de quince personas en el local, sin contar el Bartender y las dos mujeres que atienden las mesas.

    Tengo más de dos días altamente encabronado, sin poder haber encontrado al jodido niño por ninguna parte.

    Todas mis fuerzas están concentradas en no perder mi avatar, para que estos tipos sigan viendo a una figura de estatura promedio, de cabello cenizo y rostro flaco y demacrado pero con intensos ojos azules, vestido con un largo sobretodo pardo que muestra las huellas del tiempo por todos lados. Si me dejo dominar por la gran ira que tengo comiéndome las entrañas lo que van a ver no va a ser muy agradable, aunque ya me doy cuenta que mas de uno aquí está percibiendo algo más.

    El negro que mide más de dos metros que esta al fondo en las mesas de billar, con un palo de jugar en la mano mientras su amigo latino, flaco y escueto, sigue jugando.

    La mesonera más joven, una belleza rubia de ojos cafés, no mayor de quince años, que no me ha quitado la mirada de encima.

    La pareja de homosexuales, uno pelirrojo, el otro de cabello negro, que comparten una cerveza mientras juegan a hacer pulso, disfrazando caricias sutiles.

    Todos ellos deben de ser de la sangre de Arisha, todos ellos huelen algo diferente mientras se les enfría la nuca y se les llena el pecho de ganas de salir corriendo de acá.

    La puerta de la trastienda se abre y sale un hombre fornido, de edad madura, barba cerrada cobriza y ojos negros, lo acompañan una mujer bellísima, que viste un pantalón de cuero y botas cerradas altas, con un top que deja poco a la imaginación, su bella piel es blanca como el talco, mientras que su cabello parece que fuera de plata, con unos penetrantes ojos grises, y un ecuatoriano delgado y no tan alto, que lleva el cabello largo hasta la barbilla.

    — Klauss—me oigo decir, mientras sonrío levemente, como si viera a un viejísimo amigo de la infancia.

    — No es buena tu presencia acá André—Contesta la mole que acaba de hacer su entrada.

    — Mis negocios acá van a ser rápidos Klauss, no te preocupes, sólo quiero ver si tienes información acerca de algo muy raro que pasó hace unos días.

    — Espérenme afuera, ya yo salgo—le dijo a sus dos acompañantes sin voltear a verlos.

    — ¿Soy inoportuno? ¿Te estoy deteniendo para una cita?

    — Siempre eres inoportuno André, y uno jamás recibe bien una visita tuya—la mirada del rostro fuerte de Klaus dejaba claro que no era bienvenido ahí.

    — No confundas mi trabajo conmigo Klauss, de igual forma, aún no me han pasado una lista con tu nombre—No me gustó para nada la sonrisa que se asomó en la tupida barba del cosaco al que le estaba hablando.

    — ¿En qué puedo servirte André? A ver si te largas rápido de aquí.—Algo en su tono comunicaba demasiada confianza, no quise adentrarme en su mente porque lo captaría de inmediato y eso echaría por el suelo toda posibilidad de obtener información.

    — ¿Qué sabes de Tomy L’arconte?—Apenas terminé la pregunta empezó a reírse como loco, y su risa fue rápidamente acompañada por las personas que antes había identificado como especiales en el bar. Esto no me gustaba para nada.

    — ¡De verdad se te perdió alguien!!!! Esto si es increíble de verdad… ¿Qué pasó André? ¿Se traspapelaron listas y alguien más se llevó tu encargo?—Su boca se abrió de nuevo en una fuerte risotada, ahora salían del bar aquellos que sentían una fatalidad acercarse… Todos menos los que ahora era claro pertenecían a la manada de Klauss.

    — No estoy para chistecitos Klauss, y en serio no me quieres ver de mal humor, ¿qué carajo sabes del niño?—Todos los que quedaron en el bar empezaron a acercarse, no tenía que leer sus mentes para saber que estaban rodeándome, asumiendo sus posiciones fuertes para un encuentro, listos para atacar a la orden de su Alfa.

    — Nadie sabe el paradero del niño, sólo que se lo llevó una ninfa.

    — No te me pongas griego Klauss, es imposible que haya sido una ninfa, ¿Qué coño sabes del niño en verdad?

    — Te digo que se lo llevó una ninfa, piénsalo bien, ¿que más se pudo haber llevado al niño en tus narices sino una ninfa? Además, ¿Qué otra cosa sino una ninfa pudo haberme entregado esto?—Su cara explotaba de regocijo como quien vence antes de pelear, mientras sacaba de un bolso que traía colgando, una espada de hoja dorada y mango negro.

    El reconocer ese sable fue como si me sacaran el aire de un fuerte golpe… Toda la hoja era de un color bronce que podía identificar sin dificultad, lo que tenía enfrente era una hoja hecha con Ferión, y era quizás la única cosa que me podía matar… permanentemente.

    Klauss blandió la espada hacia mi cuello con una rapidez asombrosa, mientras su camisa se desgarraba y su rostro se desencajaba, Klauss, a diferencia de otros Cambiaformas, había dominado a la perfección los dolores del Cambio, nutriéndose incluso de ese dolor para incrementar su furia animal.

    Sus brazos se alargaban y fortalecían, mientras todo su cuerpo se cubría de un suave pelaje cobrizo, su cabello crecía mientras se transformaba en una melena imperial que caía sobre sus hombros.

    Su mandíbula se desencajaba mientras sus labios se tornaban negros y se retraían permitiendo ver como todos sus dientes se afilaban y se volvían enormes.

    Sus ojos se tornaban dorados y sus pupilas rayadas.

    Enfrente de mí tenía uno de los más peligrosos Cambiaformas de la naturaleza, un Rakhi u Hombre León en plena adultez y fortaleza, blandiendo una de las espadas más poderosas de la Creación.

    Aunque fuera tan rápido como un felino, Klauss no era lo suficientemente rápido para que yo no esquivara aún en mi forma avatárica. Dejar atrás esta forma en este momento me podía costar el segundo necesario para que la bestia que tenía enfrente acabara conmigo.

    Salté hacia atrás alejándome de Klauss, esquivando golpe tras golpe, cuando me detuvo un muro que nunca había contado que estaba en el medio del bar. El negro de más de dos metros, ahora como un Oso Grizzli antropomorfizado.

    La garra del Hombre Oso me rasgó el hombro derecho, esparciendo sangre por todo el piso.

    El olor de la sangre vuelve locos a los Cambiaformas, incrementa su furia animal y los hace más peligrosos… menos mal, ya me estaba preocupando que todo pareciera un día de campo.

    La segunda garra del Grokko casi me destaja el rostro, pero rodé sobre mi propio cuerpo para esquivarla, mientras tres lobos me brincaban encima, uno rojizo y otro negro, que reconocí como la pareja arcoíris y otro rubio y esbelto que seguro era antes la joven mesera.

    Cuatro veces esquivé las dentelladas de los Hombre Lobo que tenía encima, mientras el Grokko iniciaba una portentosa carga contra mí y Klauss brincaba para partirme en dos con el sable.

    Tomé por el cuello al Luppan rojizo y con él golpeé fuertemente en la cabeza al otro lobo negro, oí como su cráneo se partía mientras las vértebras del pelirrojo se destrozaban en mi mano.

    Apenas pude quitarme a tiempo de la carga del Oso, que atravesó la barra y la pared detrás de la barra, pero eso permitió que la Luppan que quedaba me diera un fuerte garrazo en el estómago.

    Me abalancé sobre ella mientras pasaba mi brazo por su cuello, esquivando apenas su lupino hocico, colocándome detrás de su cuerpo y usándola como escudo ante Klauss.

    Al ella ver que su Alfa se venía contra nosotros como un demonio, asiendo fuertemente la espada bronce, aulló como una bestia enfurecida, la fuerza emitida por el aullido golpeó netamente en el pecho de Klauss lanzándolo hacia atrás.

    Inmediatamente me alzó en peso mientras se proyectó hacia los restos de pared que teníamos detrás.

    El golpe en la parte de atrás de mi cabeza me hizo ver luces, cuando sentí sobre mis hombros dos prensas de acero que eran las garras del Grokko que regresaba por mí.

    Sentí como se quebraban mis clavículas mientras la loba me asestaba una rabiosa mordida en el cuello abriéndomelo muy cerca de la carótida. Luego fui lanzado a los pies del mismísimo Klauss.

    — Prepárate para tu muerte final, Xerbrahaxis, Caído de Gracia…—pronunció Klauss entre rugidos leoninos, mientras sus ojos de gato se clavaban en mí.

    Siglos sin escuchar ese nombre. El nombre de la Deshonra. Xerbrahaxis… Aquel que teme el Destino y rechaza La Palabra . . . Hasta ahí pude controlar la ira.

    — Grave error Klauss—Mi mano tomó el tobillo del Hombre León… Empezó a quemarse con mi sólo contacto.

    Ninguno de los Cambiaformas podía hacer otra cosa que verme, ver como mi piel se tornaba negra, mientras mis ojos refulgían con luz carmesí. Mi cabello se tornó de un color pardo, sucio, grasoso, mientras los harapos que me cubrían eran desgarrados por los dos pares de alas de plumas vestigiales, alguna vez doradas, ahora negras y rojizas, que crecían en mi espalda.

    El rugido de dolor de Klauss llenó la habitación mientras podía percibir el rancio olor de orina de la Loba.

    El Rakhi zafó su pierna, desgarrándola hasta el hueso, dejándome su fundido tobillo en mi mano.

    — ¡El nombre es Andriel, Klauss, y yo soy el mensajero de Zariel Arcángel, Aquel que es el Aliento de Dios, El que dice quien muere y que alma busco!!!!! ¡Nunca lo olvides Rakhi! ¡Nunca lo olvides en la eternidad del Infierno a donde tu alma voy a mandar!!!

    El León no dejaba que el miedo animal lo dominara, se apoyaba torpemente en el sable que ahora resplandecía levemente con una tenue luz negra. Tomó fuerzas y cargó contra mí una última vez, su cara quedó atónita cuando detuve la hoja con la mano.

    — ¡La ninfa dijo que esto acabaría contigo!—Decía perplejo mientras veía un hilo de sangre correr desde mi mano por todo lo largo de la hoja.

    — Y no mintió, pero sólo si sabes blandir el sable Klauss, sólo si lo sabes blandir.—Mi puño entró en su pecho y se cerró en su corazón mientras agarraba más que entrañas, mientras me asía a su alma, y de un jalón arranque músculo y espíritu de un cuerpo ahora inerte.

    Voltee a mirar al Grokko y la Luppan, estos paralizados de terror ante mi forma verdadera. Pensé en los otros dos acompañantes de Klauss, que seguramente iban en una misión previamente impuesta y jamás lo estuvieron esperando.

    Abrí mis alas de par en par y resalté mi aura de plata, toqué las mentes de aquellos que tenía enfrente con la mía y busqué rastros de la ninfa.

    Y vi la imagen de una bella mujer de piel oscura y ojos verdes como esmeraldas.

    Vi como le entregaba a Klauss la espada maldita.

    Y vi que si era una ninfa, parecía demasiado a una Mekhai, y una muy antigua de hecho.

    Una sombra se posó sobre la espada bronce y la hizo desaparecer, tan rápido que no pude evitarlo.

    Voltee de nuevo donde el Oso y la Loba… Yo había caído de nuevo, usé el Don y acabé con alguien que no debía, de nuevo me dejé llevar por la pasión, algo de Xerbrahaxis despertaba de nuevo dentro de mí.

    Levanté el vuelo y dejé las dos criaturas ahí… daba igual, el miedo de ver mi verdadera forma había desquiciado sus mentes.

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    Miranda se sentía increíblemente repuesta después de descansar dos días en aquel pueblo abandonado. Ella lo único que sabía es que lo mas cercano era Balacan y que se encontraban en México, o por lo menos eso decía el mapa de carretera que encontró en la gasolinera abandonada.

    Una sola calle agrietada y llena de arena y mala yerba que se perdía en el horizonte hasta empalmar con la Carretera Nacional, veinte casas, una tienda de abarrotes, una gasolinera con una taquería, un taller mecánico y dos tiendas de productos de granja. Eso es lo que era Chicatula, población: 568 personas, para 1976. Ni un perro callejero hoy en día.

    — ¿Qué crees que le habrá pasado a este pueblo?

    La figura de él no responde. Sigue igual que como ha estado en las últimas veinticuatro horas, sentado en la mitad del pueblo, con el torso descubierto, los ojos cerrados y las piernas cruzadas.

    Miranda no había hablado mucho con él, pero algo la inspiraba a confiar plenamente en este ser.

    Hay algo sobrenatural en su persona, no sólo en la forma en que ninguna alcabala de carretera o aduana lo paran para preguntarle algo, o como todo el que se encontraban se desvive por complacerlos… Es algo que va mas allá, algo que hace sentir a Miranda que anda paseando con un tigre de bengala, algo demasiado letal para confiar tanto.

    Todo su cuerpo está cubierto de llagas espantosas, como si fueran quemaduras de primer grado. Aún cuando él ha estado expuesto todo el día al fuerte Sol del desierto, no debería de ser tan grave la insolación como para padecer las marcas que está presentando.

    Él sin embargo no siente nada, nada lo ha movido de su posición.

    Ni tampoco respira. Al principio Miranda creía que era una respiración muy leve como cuando la gente se concentra en el Yoga, pero después de usar un espejo que encontró en la tienda del pueblo comprobó que no respiraba.

    Si no fuera porque siente la fuerza de su ser, ella juraría que estaba muerto, por lo frío de su cuerpo, por la palidez de su tez… porque no sentía su corazón latir.

    Tres días habían pasado desde que quedó inconsciente al cruzar por la ventana de aquel viejo hotel en California, tres días viajando con un extraño que en su vida había visto antes de ese fatídico martes en la universidad.

    Martes 6 de Enero.

    Una lágrima comenzó a recorrer la mejilla de Miranda.

    Más nunca va a ver a David. Y lo peor es que mientras más lo intenta lo único que puede recordar es David en manos de ese demente, mientras lo golpeaban una, y otra, y otra vez, hasta que lo dejó sin vida. David, el hombre que le había enseñado la diferencia entre compañía y amor, y que más nunca iba a poder verlo o tocarlo.

    — No quieres saber que le pasó a este pueblo en verdad—Su voz era calma y fuerte, con un ligero acento bastante raro, un poco europeo, pareciera que cada palabra la saboreara, incrementaba aún más el aire de misterio que tenía, Miranda no pudo evitar dar un respingo al escucharlo.

    — ¿De verdad sabes que ocurrió aquí?—preguntó ella un tanto incrédula.

    — Mala suerte fue lo que pasó en este pueblo, estaba en medio del camino de un desastre, por decirlo de alguna manera, un desastre viviente.—Él comenzó a incorporarse mientras hincaba su pulgar derecho en su muñeca izquierda. Una gota de sangre comenzó a fluir por su mano abierta, cayendo y marcando tres puntos en el suelo arenoso del pueblo desértico.

    — ¿Qué haces?—preguntó Miranda con ojos de asombro.

    — Termino de armar la trampa Miranda, ya el cebo está puesto, sólo me faltaba terminar de armarla.

    — Creo que no entiendo ni una sola palabra de lo que me dices.

    — A su tiempo entenderás Miranda, a su tiempo—Ella veía como ahora él limpiaba su muñeca desapareciendo así herida alguna, como si fuera un efecto de película, mientras poco a poco se curaban las llagas que lo recubrían, con la misma facilidad que se había cerrado su muñeca.

    Ella lo conocía por el nombre de Vaun, no recuerda en que momento se presentó, pero recuerda muy bien que su nombre es Vaun.

    — Algo malo va a pasar aquí ¿verdad?

    — Nada es malo o bueno, no enteramente, las mayores desgracias sirven para renovar la vida, y los mayores beneficios conllevan sacrificios.

    — ¡Dios!!! ¡Pareciera que estuviera con Confucio!!!¿Será posible que des en algún momento una respuesta simple y directa?

    — Si, va a ocurrir algo malo, terrible de hecho.

    — . . . Creo que no fue agradable escuchar eso tampoco.

    Una leve sonrisa se atisbó entre la robusta barba rubia de Vaun. Miranda estaba segura que era la primera vez que veía aquel gesto en el rostro de él.

    Caminaron hasta llegar a la SUV que habían tomado en California, mas bien que le habían entregado a Vaun, eso fue una de las cosas mas sorprendentes de este viaje, quizás por lo sencillo que fue, ella recuerda haber estado parada en la salida a la Interestatal 45 cuando Vaun se atravesó en el medio del camino del joven que conducía esta deportiva camioneta, al frenar de golpe, y empezar a gritar todo lo que podía insultando a Vaun, él simplemente se acercó hasta la ventana del conductor y le dijo en tono suave que necesitaba el vehículo, el muchacho se bajó de inmediato, bajó sus cosas, y le entrego la llave.

    — ¿Cómo lo haces?—preguntó Miranda.

    — Esa no es la pregunta que en realidad quieres hacer…

    — ¿Qué eres Vaun?

    — ¿No es obvio aún?—Contestó él con aire seco.

    — Confucio ataca de nuevo—dijo Miranda con una sonrisa amplia en su rostro, ella no sabía por qué pero sentía una fuerte conexión con este ser sombrío, algo había que hacía resonancia con ella.

    — Aún no es el momento del Auspicio, aún no es bueno revelar verdades—Comentó Vaun, y Miranda percibió por primera vez una emoción en su rostro, y esa emoción era tristeza.

    — ¿El Auspicio?, ¿a qué te refieres?

    — Aún no Miranda, aún no—dijo él mientras se montaban en la SUV—¿Por qué no aprovechas y duermes un poco?

    Miranda comenzó a cerrar los ojos lentamente.

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    Que hermosa mañana. Desde las ventanas del piso superior de la capilla del Colegio se ofrece un espectacular diorama, donde al pasearse por esa barrera de cristal, se puede apreciar prácticamente toda la ciudad, que sólo a estas tempranas horas puede decirse que es bella, como una inmensa alfombra de concreto tendida a los pies de la imponente montaña, la Sultana del Ávila la llaman, Caracas, la ciudad más caótica del mundo.

    Una figura alta y de cuerpo torneado, vestido de pantalones y camisa negra, camina mirando a través de los balcones, de vez en cuando se detiene para admirar la maravillosa montaña en donde el Colegio casi toca sus faldas, El Ávila, ¿Cuántas veces había posado su mirada sobre ese imponente cerro?, ¿Cuantas veces le daba descanso a su atormentado espíritu esa hermosa visión de naturaleza? . . . incontables eran. Aún cuando no lleva el blanco vicario colocado en su cuello, su pasivo y seguro caminar exudan el porte del sacerdocio, sus grises ojos se entrecierran cuando siente que alguien se acerca a la puerta de su despacho, yergue entonces su figura sonando un par de huesos de su espalda, y lleva mecánicamente una mano robusta a un fuerte mentón europeo, rozándolo un par de veces con el pulgar, para luego terminar de pasar la mano por su cabellera canosa. Tocan la puerta con pausas medidas.

    — ¿Se puede Padre Agustín?—se oye una suave voz masculina.

    — Adelante hijo—contesta la fuerte figura cortada por la luz de los ventanales.

    Un joven sacerdote, llevando una sotana tipo capuchina gris plomo, entra en la gran habitación, postrando una rodilla y santiguándose con la señal de la cruz, mientras reposa sus ojos en la figura de un Cristo forjado en plata, debajo del cual se ve la figura de Santo Tomás de Aquino con los brazos abiertos como si recibiera al Señor.

    — Ha habido otra trasgresión Padre—Dice el joven bajando los ojos, es difícil mantener la mirada de ese hombre cuando se le dan malas noticias.

    — ¿Dónde?—la ronca voz del sacerdote es el complemento ideal para su porte, su fuerte acento andaluz es lo que termina de encuadrarlo como si fuera una figura caballeresca del Medioevo, un Rey Arturo en traje de luto.

    — Nueva York Padre.

    — La cuarta alma… hemos perdido a la cuarta alma—sus puños se cerraron hasta poner los nudillos blancos de la presión.—Joder, al menos decidme algo Julián, ¿donde cuernos está la Kaitán?

    El joven cura tragó fuertemente. Prácticamente acuñaba el cuerpo como si fuera a recibir un azote del titán de casi dos metros que tenía enfrente.

    — La perdimos en Celaya, México mi señor.

    Ahora eran los labios del Padre Agustín de las Casas que se ponían blancos de la tensión.

    — ¿Sigue con el Saetí?—su voz ahora era casi inaudible, era prácticamente un susurro.

    — Aún sigue con él, mi señor.

    El cuerpo del Padre Agustín se relajó levemente.

    — ¿Ya identificaron la quinta alma?

    — Así creemos Padre, todo indica que es una arquitecta argentina, residenciada en Buenos Aires.

    — El quinto vértice del pentagrama.

    — Así es mi

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