Miedo en Corto... cuentos de terror
Por Gonzalo Coronel
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Busca tus botanas, llama a tus amigos, hoy es noche para Historias de Terror.
Durante varios años acumulé estos relatos en mi computadora, ahora los cuento y son treinta y un cuentos cortos de miedo que le solían contar a mis hijos, amantes de este género. Les di forma junto con ellos, era un gran método para hacer funcionar su imaginación. Deben haber servido de algo pues ahora son creadores de contenido con bastante presencia en el mundo digital. Creo que es un material para compartirles y así, si alguna vez falla la energía eléctrica en medio de una tormenta con relámpagos y truenos, juntes a tu familia en tu habitación y acompañados de un chocolate caliente, se trasladen al lado oscuro de la literatura: los cuentos cortos de terror.
Que lo disfruten.
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Miedo en Corto... cuentos de terror - Gonzalo Coronel
CADA CINCUENTA AÑOS
Zarum hurgó entre las fotos que los incautos subían a internet. Todos los días trataba de reprimir sus impulsos... ¡Mentira!, era solo mierda que se decía a sí mismo para mitigar la culpa, una culpa que no alcanzaba para contener sus bajos instintos.
Eligió su víctima y los siguientes catorce días disfrutó maquinando el plan. Aquella noche una tormenta extraña descargó miles de rayos sobre la pequeña ciudad de Barenka, era la inusual intensidad que cada cincuenta años adopta el monzón que visitaba cada octubre la localidad; y mientras todos se encerraban en sus casas, Zarum sació su vileza con aquel angelito que gritaba indefenso ante el ataque; la bestia fijó la mirada en aquella medalla que llevaba el muchachito atada a su cuello y de inmediato huyó despavorido, —no puede ser, es imposible— decía en su frenética carrera. Llegó a su desordenada y maloliente habitación a buscar en lo más alto del armario, una caja que tenía olvidada... ahí estaba, la misma medalla que vio en el cuello de su víctima y la foto, la foto donde él posaba junto a no sé quién con su camisita roja recién comprada, la misma que ahora descansaba húmeda entre sus manos.
Mientras lloraba, instintivamente revisó el fondo de la caja, sacó la pistola de nueve milímetros que guardaba entre sus recuerdos y se destapó la cabeza de un tiro.
La tormenta también calmaba su furia tras completar otro ciclo de cincuenta años.
OJOS ROJOS
Es el guardián de la familia decía la abuela; es un espíritu maldito decía el tío Gordon, no podían ponerse de acuerdo. Ojos Rojos solo observaba cuando la abuela era víctima del asalto y de alguna manera hizo que los maleantes se dieran cuenta de su presencia y huyeron despavoridos.
Con Ivette fue distinto, Ojos Rojos permaneció quieto, observando cómo el maldito taxista se pasó la luz roja elevando por los aires a la distraída mujer.
En cada generación de la familia siempre había un miembro que podía ver a Ojos Rojos cada día por el resto de su vida.
Aquel día cuando cumplí los dieciocho, regresaba a casa para la fiesta sorpresa de la cual ya sabía. No se pueden tener secretos cuando la familia es grande. Vi claramente, de pie en la pequeña escalera que llevaba a la puerta del edificio, una figura masculina apoyada a uno de los árboles de la acera. Escudriñaba algo en sus manos, quizás un teléfono, llevaba una chompa deportiva de esas que tienen capucha en el cuello con la que se cubría la cabeza a manera de monje.
—Sin duda es una de esas personas que gustan de correr por las tardes para mantenerse en forma —me dije.
Al acercarme y disponerme a subir la escalinata alzó la cabeza y me dirigió una mirada intensa que estremeció todo mi cuerpo, sus ojos eran rojos y su cara pálida. Entendí que en esta generación yo había sido elegido para verlo, la idea no me gustó mucho.
Tener que andar por la vida viendo un ser de rostro misterioso que nadie más puede ver, encapuchado y con unos ojos rojos terriblemente profundos y brillantes al que no le encuentras un papel claro en tu destino, no es algo que contribuye a mi tranquilidad.
Investigué por un tiempo todas mis opciones para salir de esta pesadilla y pude encontrar un escape. Si escribo la historia, aquel que la lea me liberará de Ojos Rojos