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Sardina o tiburón. Cuentos para jóvenes emprendedores
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Sardina o tiburón. Cuentos para jóvenes emprendedores
Libro electrónico56 páginas42 minutos

Sardina o tiburón. Cuentos para jóvenes emprendedores

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Gracias por tu predisposición a leer estos cuentos que alguna vez escribí para enseñarles a mis hijos ciertos valores que se necesitan en el mundo del emprendimiento. Ellos están alzando el vuelo y les está haciendo buen viento a pesar de los momentos por los que pasa la humanidad. Parece ser que la mejor manera de comunicarnos con la nueva generación, es a través de la alegoria, del cuento, de lo fantastico y este libro es un ensayo de esa hipotesis.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento13 abr 2023
ISBN9798215636794
Sardina o tiburón. Cuentos para jóvenes emprendedores

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    Sardina o tiburón. Cuentos para jóvenes emprendedores - Gonzalo Coronel

    INTRODUCCIÓN

    Gracias por tu predisposición a leer estos cuentos que alguna vez escribí para enseñarles a mis hijos ciertos valores que se necesitan en el mundo del emprendimiento.

    Ellos están alzando el vuelo y les está haciendo buen viento a pesar de los momentos por los que pasa la humanidad. Estoy tranquilo porque encontraron su camino al éxito a pesar de su corta edad, 27, 21 y 17 años.

    Si te gustan estos relatos, no olvides dejar una reseña para que otros lectores consideren tu opinión al momento de comprar este trabajo y si quieres contactarme puedes hacerlo a través de mi Instagram:

    Paparaptor_

    HACKEANDO AL GENIO

    Apenas podía divisar algo, pero estaba seguro que el bus había partido sin él. Sentía un fuerte dolor en la cabeza y no atinaba a hilvanar ningún pensamiento coherente. ¿Cuánto tiempo había permanecido allí? 

    A la voz de ¡Miren allá!, que gritó el conductor para llamar la atención, todos los pasajeros bajaron para ver cómo se acercaba la tormenta de arena. Ya cuando los vientos se acercaron mucho al bus y los primeros granos de arena empezaron a nublar el ambiente, todos volvieron a subir para seguir el camino.

    Carlú sintió que su cámara no estaba colgando del cuello. Sin duda se le había caído cerca de la parte posterior del bus donde había estado fotografiando la llegada de la tormenta. Regresó rápidamente esperando encontrarla. La arena ya nublaba todo y al agacharse se dio un tremendo golpe con la defensa de hierro del vehículo. Durante el minuto que le llevó reponerse, el bus se fue.

    Se acomodó la camisa en la cara para evitar que se le siga metiendo la arena por la nariz y trató de abrir un poco más los ojos. Alcanzó a ver un objeto que sobresalía de la superficie de arena que en esos momentos ya cubría todo el paisaje, quizás era su cámara fotográfica, no podía distinguir así que optó por acercarse.

    Al llegar al sitio se inclinó y recogió del suelo una especie de lámpara de metal corroída por el tiempo y no atinó más que a desilusionarse, sería imposible encontrar el artefacto en medio de tanta arena. La cabeza aún le dolía.

    La tormenta estaba terminando tan abruptamente como había empezado, era lo clásico en esa carretera y era precisamente por lo que la gente tomaba el bus. La tormenta era el atractivo turístico de ese recorrido. Una carretera recta e interminable en medio de un desierto con ese fenómeno impredecible de pocos minutos que podía cubrir de arena el asfalto y frenar el escaso tráfico vehicular por horas.  por eso el bus había partido un rápidamente antes de qué se pierda el camino entre la arena.

    aceptando su situación y tratando de pensar con claridad, miró la lámpara y se imaginó protagonizando el cuento de Aladino.

    —¡Qué pendejo! —pensó cuando se sorprendió a sí mismo frotando el aparato en un acto reflejo.

    La leve sonrisa que le provocó semejante acto de locura terminó inmediatamente cuando al terminar de acariciar la lámpara, escuchó una voz en su cabeza.

    — ¡Yuuuuuuuuuuuujuuuuuuuuuu!, gracias mi queridísimo amigo, has liberado a un prisionero —escuchó Carlú— Y ahora si me quieres sacar de tu cabeza solo debes pedirme tres cosas, solo dilas en voz alta después de la palabra deseo; las que sean y acto seguido yo te las concederé para poder seguir mi camino y disfrutar de treinta años de libertad. Vamos, vamos, dime tus deseos —insistía la voz.

    Carlú seguía confundido, el hecho de que alguien más le hablara directo en su cabeza lo

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