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El Cuarto Descendiente
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Libro electrónico336 páginas4 horas

El Cuarto Descendiente

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Información de este libro electrónico

Cuando Michelle recibe una llamada telefónica de un historiador de Richmond, ve la oportunidad de ser parte de una aventura que le resulta imprescindible. Todo lo que tiene que hacer es encontrar una llave de un siglo de antigüedad. 

Tres personas más ―un guitarrista, un ingeniero y una jubilada― reciben llamadas similares. Cada familia posee una de las cuatro llaves necesarias para abrir la cerradura de una caja fuerte que se encontró sepultada en un palacio de justicia en Virginia, aunque la conexión entre estas personas es tan misteriosa como la caja fuerte en sí. No se suponía que sus antepasados interactuaran, no había razón aparente para que sepultaran la caja y tampoco deberían haber desaparecido para siempre después de ocultar la caja. 

Con sus llaves, Michelle y los otros descendientes convergen en el sótano del palacio de justicia y abren la caja fuerte, revelando la verdad sobre sus antepasados: una verdad más extraña, más fatal y con más posibilidades de cambiar el mundo para siempre que cualquier otra que pudieran haber imaginado. 

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento21 ago 2015
ISBN9781507118313
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    Atrapante, fantástico y a la vez realista. Sencillo, hace que uno ame a los personajes.

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El Cuarto Descendiente - Allison Maruska

Lo que dijo la crítica sobre El cuarto descendiente

«Rara vez leo una historia a la que no puedo esperar volver y El cuarto descendiente fue una de ellas. Está llena de drama y suspenso. Es fresca y nueva ―algo que de verdad hace falta― y es totalmente impredecible».

John Darryl Winston, autor de IA: Initiate

«Allison Maruska logra un éxito rotundo con El cuarto descendiente: una intrigante novela de misterio que se atreve a cuestionar nuestras creencias éticas. Cuatro extraños, cuatro llaves y un secreto sepultado bajo tierra durante generaciones. Mientras los descendientes emprenden un viaje que cambiará sus vidas, a fin de revelar su pasado, hay quienes están convencidos de que su secreto debe mantenerse sepultado a cualquier precio».

Lisa Tortorello, autor de My Hero, My Ding

«En El cuarto descendiente, la autora Allison Maruska nos presenta a cuatro personajes principales. Ha desarrollado a cada uno con gran habilidad, convirtiéndolos en personas que queremos conocer y que nos importan. Se vuelven nuestros amigos y nos llevan con ellos a resolver un gran enigma. El misterio se intensifica, la historia se va transformando en un thriller a medida que nos preguntamos qué ocurrirá después. ¿Cuán lejos podrán ir para proteger su secreto? Mientras la aventura se va acercando a su final, se encontrará ansiando que continúe. Quedará esperando una segunda parte».

Virginia Finnie, autora de la serie de libros infantiles Hey Warrior Kids!

«Del ingenio tremendamente creativo de Allison Maruska, El cuarto descendiente resplandece con personajes inteligentes, intrigantes reveses de la trama y una magnífica escritura. La historia de unos extraños que son engullidos por un misterio de un siglo de antigüedad y vinculados para siempre por los eventos que siguen genera una estupenda experiencia de lectura. No pude apartarme del libro desde el párrafo inicial hasta el epílogo. Michelle, Damien, Jonah y Sharon, y su aventura inesperada, permanecerán conmigo por mucho, mucho tiempo. Recomiendo 100 % este libro».

Carol Bellhouse, autora de la serie Fire Drifter.

DEDICATORIA

Este libro está dedicado a mi esposo, Joe, y a nuestros hijos, Nathan y Silas. Solo puedo pasar tanto tiempo creando mundos y personas ficticias gracias a su gran apoyo.

Índice

Primera parte: Las llaves

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Segunda parte: El río

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Epílogo

Agradecimientos

Sobre la autora

La última de las cuatro cerraduras se cerró con un ruido seco.

Recorrió con sus dedos la llave de bronce y la colocó en el sobre, dedicando un silencioso adiós a su familia.

Su secreto estaba en sus manos ahora. 

Primera parte: Las llaves

Capítulo 1

La llamada provenía de un número desconocido. Michelle estuvo a punto de ignorarla, pero la perspectiva de conversar con otro adulto era demasiado tentadora como para dejarla pasar. Sus hijos no le sacaban los ojos de encima mientras recorrían a pie el trayecto a casa desde el patio de juegos. Al parecer, la situación era lo suficientemente extraña como para merecer toda su atención.

―¿Hablo con Michelle Jenson? —preguntó la persona que llamaba.

―Sí. ¿Quién habla? —Genial. Un vendedor telefónico.

―Mi nombre es Alex Pratt; soy representante de la Sociedad Histórica de Richmond.

Quien llamaba también había logrado ahora acaparar toda la atención de Michelle.

―¿Richmond? ¿En Virginia?

―Sí, señora. Pensamos que su familia tiene conexión con algo que encontramos en nuestro palacio de justicia ¿Podría por favor decirme si el nombre de su tatarabuelo era Gao Zhang?

―No sé su nombre de pila, pero el apellido de soltera de mi madre es Zhang.

Pudo oír un crujir de papeles al otro lado del teléfono.

―Sin duda hemos conseguido dar con la familia correcta. Esto podrá sonarle extraño, pero téngame un poco de paciencia... El mes pasado, la ciudad puso en marcha unos proyectos de restauración en algunos edificios históricos, incluido el palacio de justicia. Los obreros encontraron una caja de madera oculta bajo las tablas del piso y pensamos que era una cápsula del tiempo, pero solamente contenía una carta firmada por cuatro hombres. Uno de esos hombres era su tatarabuelo. —Carraspeó—. La carta contenía indicaciones para localizar una caja fuerte, que encontramos empotrada en un muro del sótano. La caja fuerte es algo insólito, porque está cerrada con cuatro grandes cerraduras con pestillos. La carta decía que los descendientes de cada uno de los hombres que la firmaba tendrían una llave y que necesitamos las cuatro llaves para abrir la caja fuerte.

―¿Y usted cree que yo tengo una de esas llaves? —Su hijo le tironeaba del brazo. Trató de ignorarlo, esperando poder terminar la conversación sin interrupciones.

―Por ese motivo la estoy llamando. Los hombres que firmaron la carta tienen muchos descendientes y no podemos saber quién tiene las llaves o si las arrojaron a la basura hace mucho tiempo. Es la primera persona de su familia con la que nos hemos podido poner en contacto y...

―¿No podrían forzar las cerraduras y listo? —Sus llaves tintinearon mientras abría la puerta de entrada; los chicos entraron corriendo a mirar dibujos animados. Luego de colgar su abrigo en el perchero del vestíbulo, ella entró a la cocina y sacó tres platos de la alacena.

―Tal vez, pero quisiéramos saber qué tenían en común estos cuatro hombres. La Sociedad Histórica proporciona los fondos para este proyecto de exploración, con la posibilidad de preservar la caja fuerte y lo que sea que haya en su interior, dependiendo de lo que encontremos. Quisiéramos saber qué pasaba con esos hombres que los hizo reunirse para generar un pacto tan extraño.

―¿Extraño? ¿Por qué creen que es extraño? —Dejó de buscar cosas para el almuerzo y se inclinó sobre la mesada de la cocina.

―Desde un punto de vista histórico, estos hombres no deberían haber estado en los mismos círculos sociales ni haber trabajado juntos en el palacio de justicia en absoluto. Su tatarabuelo era hijo de inmigrantes chinos, los otros tres eran un inmigrante irlandés, el hijo de un esclavo africano y un descendiente de un colono inglés original.

―Bueno, parece interesante, pero no sé nada sobre ninguna llave. —Quizá él intentaría llamar a alguien más de su familia. De cualquier modo, no era probable que su marido la dejara participar en una búsqueda del tesoro.

―Entiendo. Pero igual quisiera que sepa lo que tenemos planeado. Ya nos hemos puesto en contacto con productores de cine para hacer un documental sobre esta historia. Por eso queremos incluir a las familias de los hombres: si lo que sea que haya en la caja es digno de atención, la idea es que usted, su familia y los otros descendientes aparezcan en el documental. La Sociedad Histórica se hará cargo de todos los gastos de viaje. —Carraspeó una vez más—. Por supuesto, esto solamente va a ocurrir si las cuatro familias encuentran las llaves.

―¿Y qué pasa si no hay nada de valor en la caja fuerte?

―Me sorprendería mucho que así fuera. Estamos esperando que los familiares abran la caja para poder documentar el hallazgo. Tendrá un significado más profundo si los descendientes usan las llaves originales un siglo después.

Su cerebro registró uno de los comentarios anteriores.

―Entonces, si encuentro esa llave... ¿me van a pagar para ir a Richmond a abrir una puerta? —«¿Me voy de viaje? ¿Gratis?».

―En el caso de que los otros tres descendientes encuentren sus llaves, sí.

Grant le estaba gritando a Sophie. Michelle tenía que intervenir antes de que la pelea pasara a niveles de agresión física.

―Muy bien, mire, mis chicos se están poniendo inquietos. Tengo su número en mi teléfono, así que lo llamaré si me llego a enterar de algo que tenga que ver con la llave.

―Se lo agradezco mucho.

Cortó la llamada y, luego de ocuparse de los chicos, comenzó a preparar los sándwiches.

Encontrar una llave después de un siglo era lo más parecido a un imposible. Pero era lo suficientemente importante como para que valiera la pena hacer un documental y, además, un tiempito bajo los reflectores sería un bienvenido cambio en su rutina.

Y cruzaría el país viajando.

No pudo evitar sentirse entusiasmada ante la perspectiva de irse. Si no tenía que pagar el viaje, Mark hasta podría acceder a dejarla ir.

En la mitad de su tarea de untar mantequilla de maní en una rodaja de pan, quedó congelada mientras sus esperanzas se desvanecían.

No se había separado de sus hijos durante más de medio día desde que habían nacido. Mark estaba decidido a que la vida doméstica se desarrollara como a él le convenía, lo que significaba que el trabajo de ella era criar a los niños y llevar la casa mientras él trabajaba para mantenerlos. Trabajar horas extras para que ella no necesitara tener un empleo era el sacrificio que a él le tocaba hacer, decía, aunque ella dudaba de que evitar cualquier tipo de trabajo sucio relacionado con la crianza de sus hijos fuera realmente un sacrificio. Le gustaba hacerla sentir culpable si quería algo de tiempo para sí misma; descuidar sus necesidades y dedicar todo su tiempo y energía a los niños era el sacrificio que se esperaba de ella.

Esta vez sería diferente. El historiador la había llamado porque su familia era parte de algo importante. No iba a dejar que Mark la hiciera sentir culpable por querer averiguar de qué se trataba, no importaba qué tan grande fuera el ataque que pudiera darle.

Mientras ponía los platos para el almuerzo sobre la mesa, daba vueltas en su cabeza pensando quién de su familia podía conservar una vieja llave y se imaginaba cómo sería tomar un vuelo ella sola.

Trató de reprimir una sonrisa.

****

―No, hombre, sube hasta la cuarta. —Jonah había hecho que la banda parara de tocar para poder mostrarle la progresión de acordes al posible nuevo guitarrista. Estaba empezando a dudar que fuera sensato buscar otro candidato más mediante Craigslist—. Inténtalo.

Jonah dio un paso atrás y se inclinó contra la pared del sótano, dejando que una mano descansara sobre la guitarra y poniéndose la otra sobre la nuca, bajo sus espesas rastas. Sus rastas, más temprano, habían sido el tema de una discusión; quizá tendría que cortárselas, como quería Olivia. Su lado malvado quería conservarlas solamente porque irritaban a su novia.

Deseaba que su banda tuviera un concierto pronto, así tendrían una razón para ensayar. Él y el baterista, Chris —que resultaba ser también su compañero de departamento— improvisaban a menudo, sin la complicación de los ensayos formales, pero la suya no podía ser una banda real si solo tenía dos integrantes. Esta noche estaban practicando una canción que había escrito Jonah. Sonrió cuando oyó a la banda tocarla por primera vez, aunque solo habían llegado a tocar la parte correspondiente a la primera estrofa antes de que los detuviera.

El nuevo recorrió la progresión algunas veces más antes de que el resto de la banda se le uniera. El ritmo de la percusión y las progresiones amplificadas de acordes de guitarra reverberaban en las paredes de cemento. Jonah dejó de tocar cuando su teléfono vibró dentro de su bolsillo; lo tomó y miró el número desconocido. ¿Código de área 804? ¿De dónde era eso? Dejó que se conectara el buzón de voz.

Después del ensayo, Jonah fue al piso superior y devolvió la llamada. Todavía estaba mirando el teléfono con extrañeza cuando Chris apareció a su lado en la cocina. Dejó sus baquetas sobre la mesa.

―Eh, hombre, ¿por qué tan serio? —Fue hasta el refrigerador y tomó una cerveza: su acostumbrado ritual posensayo.

La cerveza le recordó a Jonah que quería conversar con su compañero acerca de su desigual consumo de esa bebida; ya se había hartado de tener que financiar las necesidades de cerveza de Chris. Sin embargo, esa conversación tendría que esperar.

―Un tipo raro me llamó cuando estábamos abajo. Recién lo volví a llamar yo.

Chris se sentó a la mesa y fijó la vista en Jonah. Tomó un trago de su cerveza.

―Bien. —Le contó a Chris todo lo que el historiador había dicho sobre el palacio de justicia, la caja, las llaves perdidas y el posible documental.

―Guau, misterioso. —Chris rió entre dientes—. ¿Y vas a buscarla?

Jonah guardó el teléfono en el bolsillo y fue hasta el refrigerador.

―No sé. Capaz que llame a mi papá. El tipo parecía creer que nuestro antepasado era el inmigrante irlandés que firmó la carta. —Usó el destapador magnético para quitar la tapa de su cerveza y la tiró a la pileta, donde rebotó sobre el acero inoxidable y los platos sucios. Después de tomar un trago, agregó—: Hasta se parece un poco a un chiste malo, ¿sabes? «Un irlandés, un chino, un negro y un colono entran en un palacio de justicia...».

Chris rió.

―Me encantaría que un historiador estirado te pusiera frente a una cámara.

―Sí, si me hubiera contactado por Skype, probablemente no habría mencionado la película. —Tomó otro trago y consideró la idea. Si esta llave era lo suficientemente importante como para hacer una película, quizá valía la pena dedicarle algo de tiempo. Sacó su teléfono mientras se escuchaba sonar una alerta desde el bolsillo de Chris.

Chris le echó un vistazo a la pantalla.

―Mierda, otra advertencia de tormenta invernal. Sería lindo si, técnicamente, fuera invierno. ¿Te parece que vaya a buscar más cerveza?

Jonah sonrió.

―Sí, hazlo. ­—Encontró el contacto que necesitaba y exhaló, mientras se preparaba para tener una conversación con su padre.

****

Damien estaba sentado solo en la iluminada cafetería, habiendo logrado evitar a sus conversadores colegas. La inminencia de la fecha límite le exigía no hacer nada más: cuanto menos tiempo le tomara comer y hacer sociales, más tiempo tendría para desarrollar los particulares de su nueva idea de saneamiento de agua. Se había hecho el hábito de llevar consigo un cuaderno al descanso del almuerzo e, incluso si no tenía que hacer ninguna tarea relacionada con algún proyecto, simular estar ocupado contribuía a mantener a los otros empleados alejados de su mesa.

Limpió el sitio donde había comido y caminó hacia el ascensor mientras bebía de su botella de agua. Hizo un chasquido con la boca y se miró los dientes en el reflejo que le devolvía la puerta, para asegurarse de que no le quedaban restos de comida atrapados entre ellos.

―¡Damien! ¡Eh!

Sydney lo saludaba desde el final del pasillo. Sujetaba un montón de papeles desordenados con una mano y con la que le hacía señas también se ajustaba los anteojos, que descansaban sobre su ondulado cabello castaño. Caminó hacia él.

La educación lo obligaba a sonreír, pero esperaba que el ascensor llegara antes de que ella lo alcanzara. No fue así.

Ella levantó la vista para mirarlo a los ojos.

―¿Supiste lo del proyecto de Steve? ¡Va a estar en la estación espacial! —Sus ojos parecían querer salir disparando de su cabeza cuando hablaba.

―¿En serio? Es grandioso.

―Sí, lo es. Ha estado trabajando muy duro con eso. ¿Cómo va tu proyecto?

―Aún trabajo en él. —Hizo un gesto con el cuaderno.

El ascensor se abrió y él entró. Por alguna razón, ella también lo hizo.

―¿No vas a comer? —Presionó el botón para el cuarto piso.

―Sí... Es que siento que ya no puedo conversar nunca contigo desde que me trasladaron al otro lado del edificio.

Damien sabía que Sydney pretendía que él fuera algo más que un compañero con quien conversar, pero él había mantenido una distancia profesional. Una cita amorosa no era algo en lo que estuviera interesado en participar.

―Solamente estoy tratando de mantenerme concentrado en esto, ¿sabes?

Ella le sonrió.

―Sí, lo sé. —Las puertas volvieron a abrirse y ella le puso una mano sobre el brazo—. Me alegra verte.

―También a mí. —Se alejó del alcance de Sydney y dobló a la izquierda por el pasillo. Un momento después, sonó la alerta de un mensaje de voz en su teléfono. Alguien debía haberlo llamado mientras estaba en la zona sin señal del ascensor.

Escuchó el mensaje: un historiador llamado Alex de Richmond quería hablar con él. Cuando le devolvió la llamada, Alex le preguntó sobre una llave que alguien de su familia podría tener.

―¿Usted cree que cuatro familias pueden habérselas arreglado para conservar cuatro llaves durante un siglo? —preguntó Damien, esperando que el tipo se daría cuenta de lo ridículo que sonaba todo y lo dejaría en paz.

―Sabemos que es en extremo improbable. Pero nuestro trabajo es buscar la verdad sobre nuestra historia y preservar los elementos históricos. Sería negligente de nuestra parte ignorar a las familias de los hombres involucrados. —Alex le comentó que querían hacer un documental sobre el hallazgo.

Damien se paseaba por su laboratorio; tan solo la idea de estar frente a una cámara lo ponía nervioso.

―Estoy en el medio de un proyecto de trabajo. —«Dese cuenta, por favor».

―Entiendo que tiene una agenda ocupada, Sr. Thomas, pero apreciaríamos inmensamente cualquier ayuda que nos pudiera proporcionar. ¿Quizás pueda indicarnos a otro familiar que tenga la posibilidad de ayudarnos?

―¿No han hablado con nadie más?

―No. He llamado a otros, pero usted fue el primero en devolver el mensaje.

Mierda. A veces ser rápido tiene sus desventajas.

Se sentía presionado a decir algo útil; trató de no quedar como un completo idiota.

―Veré lo que puedo encontrar, pero podría demorarme en volver a contactarlo.

―Está bien. Si ve que no puede ayudarnos, no dude en pasarle nuestro pedido a alguien más de su familia. Tiene mi número.

Damien cortó la llamada y trató de enfocarse en el proyecto que lo esperaba sobre la mesa. Dividía su atención entre la mesa y la computadora, pero le costaba mantener la concentración.

El tipo sabía de su antepasado, el esclavo que ganó su libertad cuando Lincoln realizó la Proclamación de Emancipación. Bueno, del nieto del esclavo, al menos. Y si solamente cuatro hombres estaban conectados a este misterio de Virginia, un misterio que merecía documentarse en una película, quizás su antepasado era parte de algo importante.

Hizo otra llamada después de tener que redirigir su atención por tercera vez. Diez minutos más tarde, había hecho planes para ir a la casa de su madre en Las Vegas. Esperaba que el esfuerzo valiera la pena.

****

Sharon miró por la ventana la lluvia que caía, disfrutando su primera mañana de lunes como jubilada. Escuchó el silencio que dominaba su pequeña casa, un silencio que había llegado a entender en los tres años transcurridos desde la muerte de Cliff.

Caminó hacia la mesada del vanitory y llevó hacia atrás su entrecano cabello rubio, sujetándolo con una vincha antes de ponerse un pantalón de gimnasia y una remera sucia. El proyecto de pintura que había comenzado el fin de semana en la sala de estar no se iba a terminar solo, y planeaba retomarlo después del desayuno.

Al entrar en la cocina, encendió su cafetera para una sola taza. Mientras el agua se calentaba, puso dos rebanadas de pan en la tostadora y prendió la radio.

Los presentadores del programa de radio comentaban el último derrame de petróleo. Meneó la cabeza, preguntándose si sus nietos podrían disfrutar la experiencia de un océano limpio cuando los llevara a su departamento en la playa durante las vacaciones de primavera. Tomó nota mentalmente de llamar a su prima, quien recientemente había ganado un escaño en el Senado de los EE. UU. Quizás ella podría influir para que se controlara a la empresa petrolera.

El ring de su teléfono fijo se sumó al ruido de la cafetera y al parloteo de los presentadores de la radio.

La persona que llamaba se identificó como Alex algo y le contó de una caja enterrada en un palacio de justicia de Virginia, pero solo después de que ella le confirmara que su antepasado era un colono original de Jamestown, un motivo de orgullo para su familia. Su prima incluso lo había mencionado en su campaña. Alex le preguntó sobre una llave que su bisabuelo podría haber tenido.

―¿Qué tipo de llave? —le preguntó.

―Una lo suficientemente grande como para abrir una cerradura con pestillo y, probablemente, hecha de bronce. ¿Sabe de algo por el estilo?

―No exactamente, pero voy a revisar. —Su tostada había saltado de la tostadora y quería untarla con manteca antes de que se enfriara.

―Gracias. Hay una cosa más. —Le contó que querían hacer un documental de ella y los otros descendientes abriendo la caja fuerte.

Lo que sea que hubiera detrás de esa puerta tenía valor suficiente como para que pagaran cuatro pasajes de avión y un equipo de filmación. Quizás buscara la llave.

―¿Puedo dejarle mi número? —le preguntó.

―Seguro. —Escribió el nombre y el número en una libreta, colgó el teléfono y puso la tostadora en la temperatura más baja para volver a calentar su desayuno.

La tarde de ese día, Sharon se irguió y estiró la espalda luego de aplicar la última pincelada de pintura verde bosque cerca del zócalo. Admiró su obra y sonrió cuando se dio cuenta de que Cliff nunca le hubiese permitido pintar con un color tan vivo una pared de su casa. Rió cuando imaginó cuál habría sido su reacción al verla.

Luego de limpiar y guardar sus elementos de pintura, subió las escaleras para tomar una ducha. Tenía planes para cenar con su amiga dentro de tan solo una hora y no quería llegar tarde. Mientras elegía unos pantalones tostados nuevos y un cárdigan púrpura que había preparado para usar en la noche, pensaba en su conversación con Alex.

¿Cómo podía saber tanto sobre familia? No había muchas personas que pudieran decir que descendían de la colonia de Jamestown y, si tenía que estar en una película, probablemente tendría que hablar de eso. Trató de recordar si había visto en algún lado una llave que pudiera ser la que decía Alex.

Terminó de ponerse sus alhajas y empezó a bajar las escaleras. Como de costumbre, cuando llegó al pequeño descanso de la escalera, echó un vistazo al collage que su abuela, la hija del bisabuelo sepultador de cajas fuertes, le había regalado muchos años antes. Su abuela había creado una imagen de una casa colonial usando una variedad de elementos: una moneda, algunos botones, un cartucho de bala, una tapa de botella.

Una llave.

Se quitó los lentes de leer de encima de la cabeza y se los puso delante de los ojos. Entrecerró los ojos y se inclinó hacia el cuadro, tratando de analizar la llave. Se encontraba parcialmente cubierta por una carterita de fósforos. Sopesó sus opciones por un momento antes de decidir qué hacer.

Descolgó el collage y lo llevó a la mesa del comedor, en donde quitó la parte trasera del marco, liberando así el proyecto de su abuela. Pasó los dedos sobre la

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