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El Informe 5002
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Libro electrónico186 páginas2 horas

El Informe 5002

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Información de este libro electrónico

Descubrir de un momento a otro que se es pieza primordial en la supervivencia de la humanidad; viajar en el tiempo para evitar una invasión y un desastre biológico; conocer un mundo donde existen muy pocos humanos y casi todos son autómatas; un pueblo víctima de seres interdimensionales que sólo desean acabar con la especie humana; una ciudad gobernada por el crimen, donde todo el mundo acepta sus condiciones sin cuestionarlo; gatos y perros en un terrible futuro distópico. Una selección de relatos de ciencia ficción y terror del más alto nivel, en los cuales Rosselot lo llevará a lugares donde muy pocos han logrado llegar.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento10 ene 2018
ISBN9789569544811
El Informe 5002

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    El Informe 5002 - Armando Rosselot

    El

    Informe

    5002

    Armando Rosselot

    Editorial Segismundo

    Logo Segismundo

    Dedicatoria

    A mi madre Graciela y a mi padre Armando,

    cuyo gusto por los libros y la lectura

    fue su mejor legado.

    Informe para abrirse a otras posibilidades de lo real

    Ya está. Se arriesgaron con este extraño libro de un autor del que tal vez no tenían referencias y por eso es que ahora tienen ante ustedes este ejemplar de El Informe 5002 de un tal Armando Rosselot. En beneficio de su riesgo lector puedo decirles que el inefable Rosselot no es un advenedizo en la fantasía y la ciencia ficción chilena. Muy por el contrario, sus relatos-alucinaciones-pesadillas ya vienen circulando entre nosotros desde hace mucho tiempo en diversos formatos y ediciones, buscando afectar (develar) nuestra realidad, inscribiéndose en una tradición de CF clásica que bebe de las mejores fuentes del género.

    Al leer los relatos de esta compilación van a encontrar algunos elementos recurrentes en el universo de Rosselot: cubos, maletas o cajas que siempre ocultan secretos fundamentales; felinos inquietantes; cuerpos que mutan en otras corporidades, que devienen en otras cosas; personajes atrapados en medio de visiones y voces que les atormentan; portales a otras dimensiones y por supuesto algo de poesía que se cuela en los intersticios.

    Varios de los relatos de este libro poseen la implícita invitación a ser releídos para ser completados, para ser comprendidos, para cerrar su sentido final, algunas veces elusivo en una primera mirada, pero rico en significados posteriores. Más allá de la historia que se nos está narrando, se puede detectar siempre cierta preocupación metafísica que campea sobre estos textos, ciertas preguntas incómodas sobre la naturaleza y espiritualidad humanas que no son nuevas en Rosselot, recordemos aquí la búsqueda místico-religiosa de sus novelas Tarsis y Entidad (Partes del universo de la trilogía 8128) en las que indaga como si de un rito iniciático se tratase, en el universo interior de sus personajes. Otra prueba de que la CF tiene preocupaciones más profundas que el mero gadget tecnológico tan habitual en el querido space opera. La CF no es siempre sobre un futuro posible, sino que también sobre un presente múltiple, deforme o hasta sobre una realidad alterna, que cohabita de un modo inquietantemente próximo, demasiado cercano, con nuestra consensuada realidad.

    Cuando Rosselot busca sorprender sin dilaciones es rápido, claro y sintético en su escritura. La elipsis narrativa y cierto extrañamiento sorprenden entre un párrafo y otro sin piedad y otras veces usa el freno para ser lento, poético, opaco y atmosférico si el relato así lo requiere.

    La escritura siempre es un viaje a otro lugar, a un espacio en que se lanza una carnada (habitualmente se trata del cuerpo y mente de la propia persona que escribe) para encontrar y traer de vuelta algo de ese otro espacio que algunos, como el inglés Alan Moore, han dado en llamar Idea-Espacio. Rosselot buceó en ese extraño rincón mental y encontró máquinas que predicen el futuro; sondas intergalácticas que evolucionan; invasiones insectoides; luchas animalescas; un par de fines de mundo y hasta sedientos vampiros interdimensionales entre otras pesadillas.

    Les invito a leer, a bucear entre los sentidos. A abrirse a otras posibilidades de lo real más allá de este acá. Piensen estos relatos como un buen capítulo de una enigmática serie de televisión emitida en el canal muerto de la pantalla de un aparato desenchufado del que no puedes despegar la mirada hasta llegar al final.

    Ya se arriesgaron con este extraño libro. No hay vuelta atrás. Les invito a habitar los múltiples universos de El Informe 5002 de Armando Rosselot.

    Los espero aquí… si es que regresan.

    Carlos Reyes G

    Los niños se aburren por la tarde

    (2006)

    1

    El corredor era blanco y las puertas estaban ansiosas por ser abiertas. La niña entró por la que una joven mujer señalaba y trató de olvidar a su mamá. Una vez en la pieza, oyó unos murmullos en la habitación contigua, buscó la puerta que sabía comunicaba a las dos habitaciones y giró el picaporte. En ese cuarto, jugaban muchos niños, más de los que nunca había visto y se reían de ella y de su ropa. La señorita que la llevó ya no estaba, un momento después, tampoco estaban las habitaciones. Sólo había miedo y las ganas de correr.

    —¡Mamáaaaa!

    —Quédate tranquila, tesoro mío —era mamá—, te quedaste dormida y siempre que te duermes en el automóvil sueñas tonterías.

    —Sí. Tengo sed.

    —No te preocupes Maribel, ya vamos a llegar.

    Olía tan bien y su voz siempre la hacía estar mejor. «Mamá, te quiero», se dijo la niña. Luego miró por la ventana del coche. Bajo la autopista, a casi quinientos metros, se veían los parques y los grandes edificios de los cuales siempre le hablaba mamá y que tanto miraba en los paneles interactivos. «Mamá tiene que viajar y necesita ir tranquila, por eso me lleva a la guardería», concluyó.

    —Mamá, ¿por qué no voy contigo en tu viaje?

    —Amor, tú sabes que fuera de la ciudad no se puede viajar con niños, así es la ley.

    —Ah, bueno.

    A la derecha de la vía, se divisó el gran edificio municipal de guarderías con sus parques y estatuas de héroes infantiles de quince metros. Siguieron por el camino hasta que las señales holográficas los hicieron llegar a la recepción donde los aguardaban. Una mujer de delantal celeste salió a recibirlos.

    —Buenos días, señora, pensábamos que llegarían más temprano —habló, la mujer del delantal—. Hola, niña linda, ¿cómo estás?

    —Muy bien, gracias —contestó, Maribel.

    —Lo que sucede es que sólo voy a ir al CRIAT —respondió, mamá —y espero estar de vuelta antes de las seis.

    —Perfecto, ya veo —fue la gentil respuesta de la señora de celeste.

    Luego que mamá firmara algunos documentos, hablara a solas con la señorita de celeste y besara a Maribel en la frente, se fue y la niña, por primera vez en su vida, estaba sin la compañía o la cercanía de mamá para cualquier problema o capricho, pero extrañamente a lo que siempre creyó, no existía temor ni sensación de soledad. Tomó con decisión la mano de la señorita de celeste y se dejó llevar.

    El reloj de pulsera de Maribel había tocado su pegajosa melodía ya tres veces desde la llegada. «Una hora y media», pensó. Se encontraba en una amplia sala amarilla con sillas pegadas a las paredes y flores en su centro, también había una veintena de juguetes de todo tipo y una mesa baja a un costado. Ahí, de rodillas con los codos sobre la mesa, estaba Maribel haciendo rodar una cabeza de Pinocho sin nariz de su mano izquierda a la derecha, una y otra vez.

    —¡Señorita! —exclamó Maribel—. ¿No hay nada más que hacer aquí? Sabe, estoy un poco aburrida, ¿dónde están los otros niños?

    —Tienes que esperar —contestó la señorita de celeste—, ellos están en otras actividades por ahora. Cuando terminen, y eso va a ser luego, otra asistente te llevará donde se encuentran, ¿ya?

    Pasaron algunos minutos y la puerta se abrió. A la sala entró una mujer gruesa y de delantal gris, miró a la señorita de celeste y luego a Maribel.

    —Tú debes ser Maribel —dijo—, ven niña y dame la mano, hay varios amiguitos que te están esperando.

    2

    —¡Hola! —saludó Maribel, luego que la señora de verde la dejara en esta nueva habitación con los otros niños, pero ninguno de los cuatro se volvió para contestar el saludo.

    A Maribel no pareció extrañarle; en sus siete años de vida muy pocas veces había salido de casa con mamá y menos a jugar con otros niños de su edad, que siempre eran tan poco alegres y juguetones. Se dirigió a las mesas donde tres niños armaban rompecabezas.

    —¡Hola, me llamo Maribel! ¿Y ustedes?

    La niña, de una vez quiso romper el hielo. Nada.

    —¿Acaso no me van a contestar o es que no tienen lengua o son tontos? —volvió a preguntar.

    —Hola, soy Carlo K, ¿cómo estás? —contestó, el niño sobre la cama azul al lado de una ventana, al fondo de la sala—. ¿Por qué tanto escándalo? No ves que esos tres no pueden armar un simple rompecabezas, además, yo no soy tonto.

    Maribel rió al ver la cara de asombro de los otros niños y el pijama colorido que vestía el niño que decía llamarse Carlo K.

    —Amigos, yo ya le dije mi nombre. Les toca a ustedes.

    —Hola, yo soy Franco S —respondió, un niño pequeño de pelo rojizo.

    Los otros niños sólo levantaron la mano en señal de saludo.

    —Hola a todos —contestó, Maribel, con una gran sonrisa.

    La niña se sentó en la única silla desocupada junto a la mesa de rompecabezas, los miró y se volvió hacia el niño sobre la cama.

    —Oye, tú, ¿por qué estás en pijamas y en esa cama, acaso te pasa algo? —preguntó Maribel—, porque ya no es hora de dormir.

    Carlo K estudió la voz, rostro y mirada de la nueva niña.

    —No voy a dormir ni me pasa nada —contestó con brusquedad—, sólo estoy aquí porque la dama de gris dijo que era lo mejor para mí.

    El niño echó un vistazo a los otros, seguían tratando de armar el rompecabezas con dibujos de gatos.

    —A veces es mejor así, pues por la ventana puedo ver todo lo que sucede afuera —concluyó.

    —Él es el que mira —dijo, Franco S, entregándole una pieza a la niña nueva—. ¿Sabes dónde puede ir?

    —Es el ojo y un pedazo de cara, va en la cabeza, es obvio, ¿no? —Maribel puso la pieza y subió a la cama de Carlo K. Luego miró por la ventana.

    Afuera no había nada para ver, sólo dos calles sin salida y un edificio blanco. No entendía que era lo tan interesante que ese niño raro podía mirar.

    —Eres un idiota —dijo Maribel—, voy a llamar a la señora de gris. Los otros niños al escucharla se levantaron de la mesa y se interpusieron entre el comunicador y ella.

    —Vas a jugar con nosotros —le ordenó uno de los niños.

    —¡Alto! Si la preciosa lindura quiere irse déjenla, a mí no me ha ofendido. ¿A ustedes sí?

    La respuesta de Carlo K a la orden de Franco S fue firme y contundente. Maribel pudo notar la diferencia con respecto a los otros niños; como la observaba, tan distinto a los demás.

    Esa mirada y lo de «lindura» le recordó sus primeros años afuera de ciudad Soah. Caminó hacia él, ladeó su cabeza hacia la izquierda, mientras lo estudiaba. Luego le habló.

    —¿Me viste llegar por la ventana, no es cierto?

    —Sí, sabía que eras tú, mi pequeñita.

    —¿Cómo?

    —Tú ya me conociste. Hace mucho.

    —Pero yo ya no soy la niñita que casi no hablaba. He descubierto

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