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Una vez psiquiatra... 2. El caso de los cuerpos intercambiados: Una vez psiquiatra..., #2
Una vez psiquiatra... 2. El caso de los cuerpos intercambiados: Una vez psiquiatra..., #2
Una vez psiquiatra... 2. El caso de los cuerpos intercambiados: Una vez psiquiatra..., #2
Libro electrónico307 páginas5 horas

Una vez psiquiatra... 2. El caso de los cuerpos intercambiados: Una vez psiquiatra..., #2

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Una mujer muerta de un disparo. No hay enemigos, no hay motivos, solo una historia en su ordenador sobre como intercambió cuerpos con otra mujer. La otra mujer en la historia, la dueña del cuerpo intercambiado, se pone de parto y se niega a hablar.

Cuando el agente del FBI, Dave Dean, le pide a la psiquiatra/escritora Mary Miller que les asesore, ella no sabe que El caso de los cuerpos intercambiados no es el único misterio de Port Haven. Un atropello y fuga, un robo a mano armada que terminó muy mal y cuestiones sobre tradiciones familiares, prioridades y legados entran en juego y complican las cosas. La línea que separa la realidad de la ficción es más tenue de lo que se había imaginado y el suspense está servido.

Este es el tercer libro en la serie Una vez psiquiatra y el caso plantea nuevos retos para Mary Miller. Y no todos ellos son de tipo profesional. ¿Cómo sigues adelante cuando has sobrevivido lo impensable?

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento29 dic 2016
ISBN9781910214466
Una vez psiquiatra... 2. El caso de los cuerpos intercambiados: Una vez psiquiatra..., #2
Autor

Olga Núñez Miret

Me llamo Olga Núñez Miret y soy escritora. También traduzco las obras de otros autores. ¿Qué más? Nací en Barcelona, España, pero llevo viviendo en el Reino Unido hace muchos años. A lo largo de mi vida he hecho y estudiado muchas cosas y he tenido otras vidas pero no importa cuánto me aleje de esto, siempre acabo volviendo a los libros y las historias, mis dos amores primeros. Cuando leer ya no me bastó, empecé a escribir. Mi primer libro fue publicado en 2012 y mi obra cubre muchos géneros, desde la ficción literaria al romance, la novela juvenil y los thrillers psicológicos. Planeo escribir más novelas en los mismos géneros y si mi imaginación así lo decide, exploraré otros. Me encanta conectar con los lectores, así que no dudéis en poneros en contacto conmigo. Si queréis estar informados de mis novedades, ofertas, y promociones, podéis suscribiros a mi lista, aquí: http://eepurl.com/bAWjPj También me podéis encontrar en los lugares habituales y siempre incluyo enlaces al final de mis libros. No os olvidéis de echarle un vistazo a mi página web y a mi blog (http://www.authortranslator.com). Siempre descubriréis alguna sorpresa. ¡Y gracias por leer!

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    Una vez psiquiatra... 2. El caso de los cuerpos intercambiados - Olga Núñez Miret

    Prólogo

    —Tenemos un caso muy peculiar entre manos. Pensé que te podría parecer interesante. Y nos vendría bien una ayudita —dijo Dave Dean.

    —¿Qué tiene de tan peculiar este caso? —preguntó Mary Miller—. ¿Qué te hace pensar que vayáis a necesitar un psiquiatra?

    —Los del equipo lo han bautizado como «El caso de los cuerpos intercambiados», así que ya te puedes imaginar que es un pelín raro.

    —Parece uno de los casos de Sherlock Holmes —dijo ella, intentando aguantarse la risa.

    —Ojalá.

    —Cuéntame más...

    —Puedo hacer algo mejor. Te enviaré el archivo. Cifrado, por cuestión de seguridad, pero ya sabes qué hacer.

    —OK. ¿Y qué hago con él?

    —Léelo. Y envíame un mensaje o llámame cuando acabes.

    Dave colgó sin decir adiós. Mary se quedó pensando por unos instantes en su relación con ese hombre, unos años más joven que ella; pero entonces oyó el ping de un nuevo correo, le echó un vistazo al archivo y todo pensamiento sobre Dave Dean o sobre cualquier otra cosa desapareció de su cabeza.

    Parte1: El archivo

    Capítulo 1: ¿Quién soy yo?

    Qué extraño. El despertador no había sonado como siempre. ¿Había usado el móvil en lugar del despertador la noche anterior? Pero ella nunca hacía eso. Charlie estaba segura de no haber descargado la canción de Whitney Houston «I Will Always Love You» al teléfono, y jamás ni en un millón de años se le hubiese ocurrido usarla como despertador por la mañana. Lo más probable es que, si ese fuera el caso, ya le habría hecho estampar el teléfono contra la pared. Sacó la mano derecha de debajo del edredón para detener lo que fuera que sonaba, pero la mesita de noche estaba más baja de lo que solía estar. ¿Qué diablos?

    Se incorporó en la cama y abrió los ojos. Lo que debiera haber sido su reflexión la confrontó desde un espejo que no había estado jamás a los pies de su cama. Pero, ¿quién era aquella mujer? Pelo con permanente crecida, a la altura de los hombros y de color marrón pardusco. ¿Dónde estaba su largo y lustroso pelo color caoba? Esos enormes pechos y ese cuerpo gordo tampoco eran suyos. Los ojos verdes no estaban tan mal. Se podría hacer algo con ellos. ¿Pero qué estaba diciendo? ¡Esa mujer tenía pecas! ¡Pecas! Calma, calma. Evidentemente era un sueño. ¿Qué otra cosa podría ser? Cerró los ojos y apretó fuerte; después de contar hasta diez los volvió a abrir.

    No había cambiado nada. En la habitación, una extraña la miraba desde el espejo.

    —¿A qué esperas, Maggie? ¡Levántate y tráeme mi café! ¡No puedo llegar tarde! Solo porque las niñas estén con mis padres no es excusa para que te pases la mañana en la cama. Y me dijiste que tienes que ir a trabajar a media mañana. ¡Ponte en marcha!

    Casi se cayó de la cama del susto. Se había quedado tan sorprendida al ver la figura reflejada en el espejo que ni siquiera se había dado cuenta de que había alguien con ella. El tío, un hombre bastante desaliñado y de pelo oscuro que apestaba a cerveza, la empujó sin miramientos fuera de la cama.

    —¡Andando, vaca gandula! —y para darle más énfasis a sus palabras le dio una palmada en el rotundo culo.

    Charlie/Maggie no tenía ni idea de qué hacer, pero para evitar más abusos salió a trompicones de la habitación. Aunque no reconoció nada, su nuevo cuerpo parecía saber a dónde iba y se encontró en una pequeña y bastante destartalada cocina. Quienquiera que fuese la tal Maggie, las cosas no le iban demasiado bien. Y ese tío horrible había hablado de niños. ¿Se suponía que también era madre?

    Su cuerpo siguió funcionando independientemente de su cerebro y preparando un café. No había máquina de lujo de hacer café, ni cocina ni electrodomésticos de calidad. La cocina de su abuela, antes de que falleciera, estaba más al día que este sitio. Había algunas fotos familiares colgadas de las paredes. Reconoció al tipo de la cama y a la que debía haber sido Maggie hacía unos años. Una foto de boda. Evidentemente ella estaba embarazada y él no parecía demasiado feliz. Una foto de tres niñas. Entre los siete y los doce años. Nunca se le habían dado bien las edades de los niños. El no tener niños propios y solo tener un interés pasajero por los niños de sus amigas no había ayudado mucho.

    Sin mucha colaboración de su parte consciente, puso un par de rebanadas de pan en la tostadora y luego sirvió el café en la mesa, junto a la margarina y la mermelada. El tipo apareció por la puerta cuando ella estaba colocando las tostadas en un plato.

    —Me espera otro duro día en el garaje. Hoy solo tomaré café —alzó la taza y sorbió rápida y ruidosamente—. Cogeré las tostadas; de lo contrario acabarás comiéndolo todo y engordarás aún más. Luego te quejas de que no paso nada de tiempo contigo. ¿Quién lo haría? Es como joder a una foca. ¡Ni siquiera una foca! Tienen mejor tipo que el tuyo. ¡Un león marino!

    El hombre se echó a reír tan alto que ella creyó (confió) que se ahogaría, y el muy imbécil hasta se dio palmadas en los muslos, para más énfasis. ¿Quién se creía que era?

    Charlie estaba convencida de que vivía una extraña alucinación, pero desde luego no le estaba gustando nada. No se drogaba; si esto era un viaje de drogas quería que le devolvieran el dinero. Ya había suficiente gente enojosa en el mundo real. ¿Quién pagaría y se tomaría algo para experimentar una vida alternativa mucho peor? ¿Un masoquista? ¿Un creador de televisión realidad? ¿Un periodista? ¿Un escritor?

    —Recuerda que mi madre traerá a las niñas después de la escuela. No las tengas esperando fuera. No sé por qué insistes en no darle a ella unas llaves. Tozuda como una mula.

    Afortunadamente, el tío se largó sin decir nada más. Charlie aprovechó para echarle un vistazo a los cajones y a los papeles. Había montones de facturas sin pagar. Todd y Margaret, Maggie, Williams. Por lo visto nada de lo que había en la casa les pertenecía completamente, ya que estaban pagando plazos por todo y hasta iban retrasados con los pagos de la hipoteca. Informes escolares de las niñas: Samantha, Kerry y Lana. Samantha, la mayor, problemática y charlatana según los profesores. Kerry, estudiosa, pero no de las más listas. Lana, dulce e imaginativa.

    Miró el reloj. ¡Ya eran las ocho y treinta! Normalmente, a esa hora estaría en el gimnasio y llevaría un buen rato haciendo ejercicios. Después tendría que hacer una llamada para organizar una reunión entre el señor Ahmed y su nuevo descubrimiento, el fenómeno de la escultura islandesa Sven Friedrichson.

    —¡Hola!... ¡Hola!

    ¡Maldición! No, tampoco era su voz de siempre. Y...

    Fue corriendo a la habitación. Buscó dentro del armario, en los cajones, por todas partes. Encontró un móvil, pero no era el suyo. Era tan viejo que debería estar en un museo. Tenía todos sus números y contactos en su teléfono, y en la tableta y el ordenador... Escaneó la habitación y buscó por todas partes. Al final encontró un viejo PC. Sintió un escalofrío que le corría por el espinazo. ¡Un PC doméstico! ¿Quién era esta familia? ¿Los Picapiedra? Sintió náuseas y tuvo que ir al lavabo a toda prisa. Por suerte parecía saber dónde estaba. Vomitó varias veces, y cuando se puso de pie y se vio reflejada de nuevo se dio cuenta de que no era su situación la que le daba náuseas. Y que no solo estaba gorda. Estaba embarazada. ¿Qué más podría pasar?

    El sonido del teléfono le hizo dar un bote. Apoyándose en las paredes, porque aún se sentía mareada, llegó a la cocina. Un teléfono estilo góndola de color rojo colgaba de la pared. Lo descolgó.

    —Eh... ¿Charlie? ¿Eres Charlie?

    ¡Era su propia voz!

    —¿Maggie? ¿Tú eres Maggie? ¿Estás en mi casa?

    —¿Te refieres a la Avenida Meadows Park 53, apartamento 7? Sí, creo que sí. ¿Y tú estás en mi casa?

    Charlie cogió una de las cartas que había estado mirando.

    —¿Calle Meadow número 53? Por lo visto sí. ¡Qué curioso! Las dos direcciones se parecen mucho.

    —¿Qué crees que ha pasado?

    El oír cómo su propia voz preguntaba lo que se había estado preguntando desde que había abierto los ojos era raro, aunque no se podía comparar con lo extraño de la situación.

    —No tengo ni idea. Solo sé que esto no puede ser real. Y que esto no puede estar pasando.

    —Estoy de acuerdo; pero todo esto me parece bastante real, Charlie. Nunca había oído nada sobre ti, y hasta hace muy poco ni siquiera sabía que existieras. ¿Cómo iba a inventarme a una persona real en mi cabeza y a aparecer en su casa?

    —Sé a qué te refieres... Yo me estoy preguntando lo mismo. ¿Cómo de embarazada estás? ¿Y qué es?

    —Cinco meses. Esta vez hemos decidido, o bueno, he decidido que sea una sorpresa.

    —Muy bien. ¿Pero es normal que aún sientas náuseas cuando llevas tanto tiempo embarazada? No he tenido nunca niños, pero creía que solo era durante los primeros meses.

    —Eso es lo usual. Nunca he tenido mucha suerte con mis embarazos.

    —Entonces, ¿por qué sigues quedándote embarazada? Si no te importa que te lo pregunte.

    Maggie/Charlie se echó a reír de forma histérica.

    —Créeme, yo me he preguntado lo mismo unas cuantas veces. Si pudiera evitarlo lo haría. Mi marido, debes haberle conocido...

    —Sí, un encanto.

    Maggie/Charlie volvió a reírse.

    —Desde luego. Bueno, parece que él cree que si me deja embarazada estaré tan ocupada que no me daré cuenta de que está jugando fuera de casa y acostándose con cualquier cosa que se mueva, pero no lo suficientemente deprisa como para que él no la alcance. Oh, y antes de que me lo digas, he probado la píldora y otros métodos sin decírselo, pero siempre consigue descubrir lo que estoy haciendo e impedirlo. Lo siguiente que voy a probar son las inyecciones.

    —Quizás el divorcio fuera una opción más fácil y saludable para ti.

    —Mis tres hijas se merecen algo mejor. Y sí, no va a ganar el premio al mejor padre pero... Aunque quizás tengas razón.

    Charlie y Maggie se quedaron calladas. Charlie se preguntó si Maggie se habría atrevido a tener una conversación tan sincera sobre su vida privada con sus amigas o su marido. Probablemente no. A veces es más fácil hablar con un extraño sobre las cosas más íntimas. Era una definición muy alternativa de solidaridad entre mujeres. Charlie/Maggie también se dio cuenta de que sus conversaciones con amigos y con las mujeres a las que conocía no tenían nada que ver con sus vidas reales, y solo hablaban de sus físicos, mantenerse en forma o hobbies. Y trabajo, siempre trabajo.

    —¡Trabajo! Tenía que organizar una reunión muy importante esta mañana. Espero que esto, sea lo que sea, se solucione pronto, pero será un problema si mi vida queda completamente destruida mientras tanto. ¿Serías capaz de hacer unas cuantas llamadas por mí hasta que todo vuelva a la normalidad? Debes haber visto mi móvil. Está en mi mesita de noche. Contiene todos mis contactos.

    —Sí. Último modelo, ¿no? Nosotros no nos podemos permitir nada parecido. Y tienes una casa preciosa.

    —La tuya es muy... acogedora —dijo Charlie/Maggie. Nunca se le habían dado bien las mentiras, a menos que fueran parte del trabajo, y por más que lo intentara era difícil encontrar algo agradable que decir sobre la casa en la que se encontraba.

    —No te preocupes. Sé cómo es mi casa. Si Todd bebiera un poco menos y yo pudiese trabajar más horas, quizás nos podríamos permitir algo un poco mejor, pero no un sitio como este... Sí, estoy segura de que puedo seguir tus instrucciones y hacer unas cuantas llamadas, con un poco de ayuda. Por cierto, ¿cómo te ganas la vida?

    —Ayudo a mis clientes a encontrar inversiones. Clientes muy exclusivos.

    —¿Eres agente de bolsa?

    —No, de hecho no. Trabajé en la bolsa hace años, pero me encanta el arte y a algunos clientes les interesaban las deducciones fiscales y querían invertir en otro tipo de cosas. Así que ahora descubro a artistas y a gente interesada en comprar sus obras de arte. Y en invertir en otros proyectos como obras caritativas.

    —Suena complicado, pero interesante. No sé nada de ese tipo de cosas.

    —Déjame que te dé los detalles.

    Charlie/Maggie dictó paso a paso lo que su nuevo ego tenía que hacer para mantener el status quo.

    —Mitch, mi socio, es muy bueno, aunque por lo general hace el trabajo duro. Yo suelo encargarme de las transacciones y las negociaciones. Al menos no tendremos que preocuparnos por Bella, mi gato. Se murió hace tres meses.

    —Solíamos tener un perro, Frankie, pero lo atropelló un coche. Yo tengo que estar en la residencia de ancianos a las once y treinta. Y la bruja, perdona, quiero decir la madre de Todd, vendrá a traer a las niñas después de la escuela, a las a las cuatro y treinta.

    —¿Qué haces en la residencia, Maggie?

    —Me encargo de la limpieza y ayudo a las enfermeras y ese tipo de cosas. Cualquier cosa que me digan que haga. Por lo general suelo cambiar las camas, ordenar las cosas...

    —Dios mío.

    —Los viejecitos y viejecitas son muy majos, aunque Macy, la jefa, puede ser muy difícil si tiene un día malo.

    —Dime dónde está ese sitio y todo lo demás que necesite saber.

    Charlie/Maggie tomó apuntes y suspiró al acabar. Si alienígenas de otro planeta hubieran aterrizado delante de ella no le habría resultado más extraño que esto. Esa vida no tenía nada que ver con la suya. Estar embarazada, con un marido desagradable y mujeriego, tres hijas y otro niño de camino, trabajando en una residencia. Era demasiado. Quizás había hecho algo terrible y este era su castigo. Pero, ¿qué había hecho la real Maggie, aparte de ser una víctima casi toda su vida? Quizás esta fuera la idea que alguien con un sentido del humor un poquito especial tenía de justicia poética. Ya que has sufrido tanto, ¡te toca una vida nueva! Olvídate del karma y las vidas futuras. Nada de eso. Ahora mismo. Lista para llevártela puesta.

    Capítulo 2: ¿Quién es yo?

    —¿Crees en el destino? —preguntó Maggie.

    —Nunca he pensado mucho en ello, ni a favor ni en contra. ¿Y tú?

    —Oh, yo siempre consulto los horóscopos y me fascina cuando me leen las hojas de té, las cartas de tarot, las rayas de la mano... Si supiésemos cómo nos iban a ir las cosas...

    —Dudo mucho que ninguna raya de mi mano o las cartas pudiesen haber adivinado esto. Incluso al más imaginativo de los escritores le hubiese costado inventarse algo así. Y sospecho que a los lectores les parecería poco creíble.

    —Quizás nuestros senderos se han cruzado por algún motivo determinado. Debe haber algo que podamos aprender la una de la otra.

    Charlie/Maggie se alegró de que no estuvieran usando Skype, ya que estaba segura de que había alzado los ojos al cielo. ¿Qué podría aprender ella de Maggie? ¿Cómo limpiar váteres? ¿Cómo se sentía una al estar embarazada? Bueno, si la intención era que se replantease su política de no tener hijos, hasta entonces estaba teniendo el efecto contrario. Si acaso, estaba aún más convencida que antes. ¿Mostrarle los peligros de comer demasiado y no hacer ejercicio? Su vida era ejemplar al respecto. Quizás era una trampa para hacerle apreciar su vida aún más. ¿Pero por qué? ¡A ella le encantaba su vida! Y si todo era por Maggie, ¿por qué no podían haber escogido a alguna otra persona?

    —Quizás —no había ninguna razón para ofender a Maggie y revelarle lo que de verdad pensaba. Si quería que ella cooperara y así asegurarse de que su vida seguía funcionando sin problemas, tenía que tenerla contenta. Y para conseguir eso tendría que intentar preservar la vida de la otra mujer. Incluso si era una pesadilla. Aunque quizás podría hacer algunas mejoras.

    —Siempre podríamos... —Maggie parecía estar dudando.

    —Sigue, sigue. No puede ser más raro que lo que nos está pasando.

    —Llamar a la policía. Esa fue mi primera reacción. Creí que alguien me había secuestrado.

    —¿Pero quién? ¿Y qué habría hecho? ¿Intercambiar nuestros cuerpos? ¿Quién te parece que podría ser el tal individuo? ¿Harry Potter? Si una de nosotras llama a la policía se creerán que está loca. Si llamamos las dos y les contamos la misma historia se creerán que es una broma y que estamos malgastando su tiempo. ¿Te creerías una historia así si te la contase alguien? —Charlie había hablado tan deprisa que se había quedado sin aliento. Por supuesto, el embarazo no la estaba ayudando mucho.

    —No, tienes toda la razón. Solo era una idea.

    —Si tengo que estar en la residencia a las once y treinta será cuestión de que me ponga en marcha. Supongo que no tienes coche.

    —No. Todd me prometió que me conseguiría uno de los verdaderos vejestorios de coches que les llevan al garaje y lo renovaría para mí. Pero hasta ahora no lo ha hecho. Con el nuevo bebé me parece que la prioridad es intentar cambiar nuestro viejo coche por un nuevo monovolumen donde quepan todos los niños. Ah, tenía que hacer algunas compras. Me parece que no queda mucha comida. Hay una lista colgada de un imán en la puerta del frigorífico. La torre Eiffel. Siempre he querido ir a París.

    —Se merece una visita. Bueno, llámame si tienes cualquier problema. Tengo que irme.

    —Llévate la botella de ginger ale que está en la nevera. Me ayuda con las náuseas.

    —Gracias. Buena suerte.

    Charlie/Maggie colgó el teléfono y le echó un vistazo a la lista de la compra. Todos eran alimentos procesados. Hamburguesas, pepitas de pollo, palitos de pescado, patatas fritas, helados, ketchup, mayonesa, pasteles, dulces, refrescos. Ni vegetales ni frutas, ninguna cosa como sale de la tierra o de los árboles. ¡Qué horror! No era de extrañar que Maggie estuviera rellena y que su marido se metiese con ella por el peso. Aunque él no era precisamente un Adonis, desde luego. Bueno, quizás ella pudiera cambiar eso. Tenía que tener cuidado con las vitaminas, al estar embarazada, pero tampoco hacía falta descuidarse. O al menos podría intentar ponerse un poco más en forma dentro de las posibilidades de sus circunstancias actuales.

    Estrujó la lista de la compra, abrió el refrigerador y los muebles de la cocina para comprobar las provisiones y escribió una lista alternativa y más sana. Incluso dentro de su nuevo cuerpo, Charlie estaba preparada para asumir un reto.

    Se puso el uniforme, como le había dicho Maggie, y se fue. Viajar en autobús representaba una novedad para ella, aunque no una demasiado agradable, pero decidió considerarlo un viaje de estudios, como si estuviera realizando un proyecto etnográfico sobre cómo vivía la otra mitad. Algunas personas la saludaron con la cabeza, y ella supuso que debían ser vecinos o personas que normalmente viajaba en el mismo autobús y la veían a menudo. Correspondió a los saludos y confió en que nadie quisiera ponerse a hablar con ella sobre algún tema del que probablemente no sabría nada.

    Por fin llegó a la parada que le había dicho Maggie. La residencia de ancianos, un cubo de cemento bastante desagradable con minúsculos ventanucos y aspecto severo, no estaba lejos de la parada de autobús. «Sabiduría y Experiencia». Ninguno de esos dos conceptos parecían tener relación alguna con el diseño del lugar, pero quizás el interior fuera mejor. Aunque Charlie lo dudaba mucho.

    Abrió la puerta principal y entró. Se dio de bruces con una mujer bajita, con media melena —una peluca negra sin duda alguna—, gafas gruesas y zapatos ortopédicos.

    —¡Ah, Maggie! ¡Por fin has decidido honrarnos con tu presencia! ¿Qué hemos hecho para merecer eso? ¿Fue intervención divina? Quizás tu marido ha sido más convincente de lo normal. O el pequeño te ha puesto en marcha a patadas.

    Esa tenía que ser Macy. Mi cuerpo quería llorar, pero yo no iba a dejar que lo hiciese.

    —Ya sabe que siempre sigo las reglas, Macy. Y, siendo mujer, sabe perfectamente bien que la salud del bebé es lo primero. Le estoy muy agradecida a esta organización, y en particular a usted, por ser tan comprensivas —Charlie se giró y la dejó allí plantada en medio del pasillo. Le hubiese encantado ver su cara, pero uno no puede tenerlo todo. Una buena réplica y una retirada rápida siempre ganan.

    Pero quizás no con Macy. La siguió hasta el vestuario, al lado de la oficina.

    —Si estabas intentando ganarte mi favor, has fallado. La única forma de conseguir eso sería trabajar. O marcharte de una vez por todas. Cualquiera de las dos cosas me haría feliz. Y estás tan enorme, y embarazada además, que no voy a pedirte que ayudes a lavar y a levantar a los pacientes. Ponte a limpiar.

    —Lo haré. Gracias por preocuparse por mí.

    Quizás Charlie se la estaba jugando, pero no podía soportar a aquella mujer tan desagradable. Y estaba convencida de que debía haber trabajos similares con mejores jefes, o al menos jefes que no interfirieran tanto.

    Limpiar los cuartos de baño no era su idea de la diversión, especialmente en un lugar como aquel, donde muchos clientes no tenían buena puntería o tenían alterado el hábito intestinal. Pero decidió probar sus técnicas de meditación favoritas y desconectarse, borrando el lugar y la actividad de su mente.

    La vibración del teléfono la arrancó de su apacible estado mental. Estaba convencida de que Macy no iba a apreciar a Whitney Houston cantando a todo volumen y asustando a los residentes, así que Charlie

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