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El canto de Sam
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Libro electrónico213 páginas2 horas

El canto de Sam

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El amor duele. Para Derwina de Caro, cantante, ícono femenino, sueño adolescente, el éxito traía consigo drogas, alcohol y un novio mujeriego. También traía dinero, fama y un acosador, o eso decía ella, y ahí es donde entré yo, para investigar la identidad de aquel acosador, sin pensar que el rastro me llevaría hasta un asesinato y un escándalo que podría permanecer en los periódicos por meses.

El amor duele, para mí, Samantha Smith, investigadora privada, el amor llegó al final de un puño. Primero, tuve que lidiar con una madre alcohólica, quien descargaba sus frustraciones en mí durante mi infancia. Luego, mi esposo, Dan, quien veía la violencia doméstica como una parte esencial de nuestro matrimonio. Pero sobreviví y obtuve el divorcio, mantuve mi sentido del humor y un aire de optimismo. Establecí mi negocio y me gané el respeto de mis compañeros de trabajo. Sin embargo, no estaba preparada para el reingreso de Dan a mi vida, ni para el afecto que me demostraba el doctor Alan Storey, un compasivo y apuesto psicólogo.

El canto de Sam. Esta es una historia de una semana que cambió mi vida para siempre.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento17 ene 2019
ISBN9781547566013
El canto de Sam
Autor

Hannah Howe

Hannah Howe is the bestselling author of the Sam Smith Mystery Series (Sam's Song, book one in the series, has reached number one on the amazon.com private detective chart on seven separate occasions and the number one position in Australia). Hannah lives in the picturesque county of Glamorgan with her partner and their two children. She has a university degree and a background in psychology, which she uses as a basis for her novels.Hannah began her writing career at school when her teacher asked her to write the school play. She has been writing ever since. When not writing or researching Hannah enjoys reading, genealogy, music, chess and classic black and white movies. She has a deep knowledge of nineteenth and twentieth century popular culture and is a keen student of the private detective novel and its history.Hannah's books are available in print, as audio books and eBooks from all major retailers: Amazon, Barnes and Noble, Google Play, Kobo, iBooks, etc. For more details please visit https://hannah-howe.comThe Sam Smith Mystery Series in book order:Sam's SongLove and BulletsThe Big ChillRipperThe Hermit of HisaryaSecrets and LiesFamily HonourSins of the FatherSmoke and MirrorsStardustMind GamesDigging in the DirtA Parcel of RoguesBostonThe Devil and Ms DevlinSnow in AugustLooking for Rosanna MeeStormy WeatherDamagedEve’s War: Heroines of SOEOperation ZigzagOperation LocksmithOperation BroadswordOperation TreasureOperation SherlockOperation CameoOperation RoseOperation WatchmakerOperation OverlordOperation Jedburgh (to follow)Operation Butterfly (to follow)Operation Liberty (to follow)The Golden Age of HollywoodTula: A 1920s Novel (to follow)The Olive Tree: A Spanish Civil War SagaRootsBranchesLeavesFruitFlowersThe Ann's War Mystery Series in book order:BetrayalInvasionBlackmailEscapeVictoryStandalone NovelsSaving Grace: A Victorian MysteryColette: A Schoolteacher’s War (to follow)What readers have been saying about the Sam Smith Mystery Series and Hannah Howe..."Hannah Howe is a very talented writer.""A gem of a read.""Sam Smith is the most interesting female sleuth in detective fiction. She leaves all the others standing.""Hannah Howe's writing style reminds you of the Grandmasters of private detective fiction - Dashiell Hammett, Raymond Chandler and Robert B. Parker.""Sam is an endearing character. Her assessments of some of the people she encounters will make you laugh at her wicked mind. At other times, you'll cry at the pain she's suffered.""Sam is the kind of non-assuming heroine that I couldn't help but love.""Sam's Song was a wonderful find and a thoroughly engaging read. The first book in the Sam Smith mystery series, this book starts off as a winner!""Sam is an interesting and very believable character.""Gripping and believable at the same time, very well written.""Sam is a great heroine who challenges stereotypes.""Hannah Howe is a fabulous writer.""I can't wait to read the next in the series!""The Big Chill is light reading, but packs powerful messages.""This series just gets better and better.""What makes this book stand well above the rest of detective thrillers is the attention to the little details that makes everything so real.""Sam is a rounded and very real character.""Howe is an author to watch, able to change the tone from light hearted to more thoughtful, making this an easy and yet very rewarding read. Cracking!""Fabulous book by a fabulous author-I highly recommended this series!""Howe writes her characters with depth and makes them very engaging.""I loved the easy conversational style the author used throughout. Some of the colourful ways that the main character expressed herself actually made me laugh!""I loved Hannah Howe's writing style -- poignant one moment, terrifying the next, funny the next moment. I would be on the edge of my seat praying Sam wouldn't get hurt, and then she'd say a one-liner or think something funny, and I'd chuckle and catch my breath. Love it!""Sam's Song is no lightweight suspense book. Howe deals with drugs, spousal abuse, child abuse, and more. While the topics she writes about are heavy, Howe does a fantastic job of giving the reader the brutal truth while showing us there is still good in life and hope for better days to come."

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    El canto de Sam - Hannah Howe

    EL CANTO DE SAM

    EL CANTO DE SAM

    Hannah Howe

    Ediciones Goylake

    Este libro es un trabajo de ficción. Los nombres, personajes, negocios, organizaciones, lugares y eventos son producto de la imaginación de la autora o son usados de manera ficticia. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, eventos o lugares es coincidencia.

    Para mi familia, con amor.

    Capítulo Uno

    _______________________________________________________

    Me encontraba sentada en mi oficina, golpeando el escritorio con mis uñas mientras esperaba que la computadora encendiera. Como siempre, mis uñas estaban mordisqueadas. Era un hábito molesto del que intentaba deshacerme y como siempre, mi computadora estaba en uno de sus «momentos». Como la mayoría de los implementos de mi oficina, la computadora era un modelo reacondicionado, el mejor que pude pagar. Hoy estaba de suerte y el programa se abrió. Seleccioné el archivo que necesitaba y me encontraba a punto de escribir un reporte para un cliente cuando un hombre entró, llevando un bastón de punta plateada en una mano y un sombrero de fieltro en la otra.

    —¿Samantha Smith, investigadora privada? —preguntó.

    Miré por encima de mi teclado y asentí con la cabeza.

    —¿Desea contratarme?

    Era una pregunta que hacía a todas las personas que entraban en mi oficina. El dinero escaseaba; necesitaba clientela. En los primeros años, mi voz sonaba casi desesperada cuando hacía esa pregunta, acompañada por una mirada suplicante. Últimamente había modificado mi voz y mis expresiones, pero para mis propios oídos, aún sonaba frenética.

    —¿Puedo entrar antes? —preguntó el hombre del sombrero con paciencia. Hice un gesto con la mano hacia la silla de mi cliente.

    —Ah, lo lamento. Sí, tome asiento —murmuré.

    El hombre del sombrero y el bastón echó un vistazo a mi oficina. Observó las paredes color blanco manzana, pintadas hacía poco tiempo; el perchero, mi gabardina color crema (me gusta verme profesional) y mi abollado escritorio de roble, adquirido en un mercado de segunda mano. Además de unos cuantos archivadores, no había mucho para mirar, así que sus ojos se posaron en mí.

    —Bonita oficina —dijo y sonrió con cortesía. Hice un gesto de asentimiento.

    Miró por encima de mi hombro hacia la ventana decorada de lluvia, la única fuente de luz natural en mi oficina. Parecía que no le gradaba la vista porque frunció los labios.

    —Es un pésimo distrito.

    Me encogí de hombros. Mi oficina se encontraba en Butetown, Cardiff, cerca de los muelles. No era un distrito muy limpio. De hecho, estaba en una calle particularmente sórdida, pero era todo lo que podía conseguir.

    El hombre se removió en su asiento. Sonrió, revelando una capa de oro en uno de sus dientes.

    —En realidad, señorita, me gustaría contratarla.

    —¿Tiene nombre? —pregunté.

    —Milton —dijo y su sonrisa se intensificó—. Milton Vaughan-Urquhart.

    Se inclinó hacia adelante y me ofreció su mano derecha. Su apretón era un tanto flojo. Noté que sus uñas estaban limpias y su piel era tan suave como la de un bebé.

    —De acuerdo, Milton, entonces quiere contratarme.

    —A nombre de  Derwena de Caro.

    Hizo una pausa dramática. Tomé un lápiz y me recliné en misilla de cuero de imitación. Hice girar el lápiz entre mis dedos y le ofrecí a Milton una sonrisa amable. Estaba tratando de parecer relajada, como si los agentes de las celebridades multimillonarias entraran en mi oficina todos los días.

    —¿Ha escuchado hablar de Derwena de Caro? —preguntó, frunciendo el ceño.

    —Por supuesto —Había escuchado de Derwena. Había escuchado que podía ser una verdadera molestia, una diva del pop que exasperaba a sus músicos. Necesitaba el dinero, eso era muy cierto, pero, ¿necesitaba el equipaje emocional atado a Derwena de Caro?  Pensaba que no.

    —¿No tuvo un éxito hace unos años? —Rebusqué el nombre de la canción en mi memoria—. Bala de amor, ¿verdad?

    —Ven a mí, amor, abrázame fuerte, sabes que soy la que más te ama y quiero dispararte todas mis balas de amor —Milton empezó a cantar. Su voz era terrible, como la tiza sobre una pizarra.

    —Ya no escriben cancones como esa —dije con un suspiro.

    —Sí lo hacen —me corrigió Milton—. Woody, el guitarrista y pareja de Derwena, escribió esa letra y ha compuesto una serie de canciones clásicas para su próximo álbum, Midas Melange. Bien, Derwena ha pasado por un periodo de sequía. Ahora todo es el hip-hop y el rap, golpes por minuto. Es difícil para una cantante como Derwena abrirse paso, pero volverá como nunca con Midas Melange.

    Milton se recostó sobre la silla y puso su la punta plateada de su bastón en el piso de tabletas desnudas (estaba ahorrando para comprar una alfombra). Jugueteó con la corona bulbosa del bastón entre sus dedos flácidos y me miró con sus ojos expectantes ojos cafés. Un gato entró saltando por un agujero en la ventana y aterrizó en el escritorio.

    —¡Mierda! —Milton se puso una mano en la garganta, aplanándose la corbata en un esfuerzo por componerse—. ¿Qué diablos es eso?

    Acaricié al gato y él ronroneó y frotó su cabeza mojada sobre el dorso de mi mano.

    —Este es Marlowe. Y no grite de esa manera, lo pone nervioso.

    Marlowe, un gato callejero herido y de apariencia malvada, me había adoptado. Yo había entrado en mi oficina una mañana y ahí estaba. Había entrado por la ventana abierta desde el cobertizo del primer piso. Le di un platillo de leche y al otro día estaba ahí de nuevo exigiendo comida como un violín desafinado. Tres meses después, aún seguíamos juntos, lo que era una marca para mí tratándose de relaciones con el sexo masculino.

    Marlowe se sentó en el borde del escritorio, abrió las patas, se inclinó hacia adelante y se lamió las bolas. No hagas eso, Marlowe, me quejé para mis adentros, al menos no en frente de posibles clientes. Pero Marlowe siguió lamiéndose. Un gato tiene que hacer lo que un gato tiene que hacer.

    Miré a Milton y noté que había levantado una ceja de manera inquisitiva y movió su cabeza con aprobación.

    —Si tan solo yo fuera tan habilidoso.

    Me ruboricé. Me ruborizo con facilidad. Es producto de tener pecas y cabello castaño. Marlowe continuó con su tarea. Luego se paseó por mi escritorio, encontró un sitio vacío y se acurrucó ronroneando para tomar una siesta.

    —Derwena cree que está siendo acosada —Milton estaba de vuelta con su tema, inclinándose hacia adelante y poniendo las manos sobre el bastón entre sus piernas.

    —¿Y lo está? —pregunté.

    Milton hizo un gesto con su hombro. A sus cuarenta y tantos años, tenía el abdomen flácido y piernas cortas. Estaba afeitado por completo, tenía doble papada y mejillas fofas. Su cabello oscuro era ondulado y llegaba hasta su cuello. Estaba partido hacia la derecha, revelando su amplia frente. Se apartó el cabello de su cuello de manera afectada y me ofreció una ligera sonrisa.

    —Derwena es una artista —explicó—. Tiene una gran imaginación.

    —Entonces el acosador está solo en su cabeza.

    Se encogió de hombros. Su sonrisa era amable pero penosa.

    —O podría ser real. La industria de la música atrae lunáticos.

    Como Derwena de Caro, pensé, pero estaba siendo cruel. Después de todo, si mi entera apareciera en el periódico de los domingos, nadie me reconocería como el ama de casa del año.

    —¿Por qué contratarme a mí? —le pregunté con sincera curiosidad.

    Milton Vaughtan-Urquhart se miraba las uñas de las manos. Sopló y las limpió en su chaleco de tweed.

    —No hay muchas investigadoras privadas.

    —Gracias por el voto de confianza.

    Si soné sarcástica, fue porque había estado pasando por un momento difícil últimamente. De hecho, había estado pasando por un momento difícil durante treinta y dos años, pero  salí adelante, esperando que el sol brillara algún día.

    —Y Derwena insistió en que contratáramos una mujer —Milton continuó—. Pregunté sobre usted entre sus colegas masculinos y dijeron que era la mejor.

    Ese debía ser Mickey Anthony, un detective. Él siempre tenía una palabra amable para mí, pero era un mujeriego y yo sospechaba de una segunda intención. Acepta el cumplido, dijo el ángel en mi cabeza. Trabajas tan duro, eres concienzuda y nunca renuncias hasta que tu cliente está satisfecho. Pero no podía aceptar el cumplido; siempre me costaba recibir los elogios.

    —Los divorcios son más de mi línea de trabajo —como siempre, me puse a la defensiva. Era un mecanismo de supervivencia y siendo una mujer sola en este campo, necesitaba muchos de ellos.

    —¿Quiere quedarse en este basurero? —Milton observó mi oficina y luego me miró a mí. Me sorprendió su tono duro—. He oído que tiene una buena reputación entre sus compañeros. Es digna de confianza, meticulosa e ingeniosa. Pero una buena reputación no pone alfombras en su piso o cortinas en sus ventanas. Déjeme preguntarle de nuevo, ¿quiere quedarse en este basurero para siempre?

    Era un basurero, pero me gustaba mi oficina. Me gustaba la gente del sector. Aun así, yo era ambiciosa y sabía que tenía que retarme a mí misma y seguir adelante. Además, tenía deudas que pagar para el fin de semana y necesitaba el dinero. A caballo regalado no le miras el colmillo, después de todo.

    —Cobro £25 la hora, mas gastos —sabía que me estaba subvalorando. Si tuviera una hermana gemela, seguramente nos anunciaría como «pague una, lleve otra gratis».

    Milton miró los anillos y el reloj de pulsera dorado que adornaban su mano izquierda. Sonrió.

    —Creo que podemos trabajar con £25 la hora. Estamos instalados en el Castillo Gwyn, viviendo y grabando. ¿Conoce el castillo? —asentí con la cabeza—. Nos vemos al mediodía, Derwena estará despierta para entonces.

    —Le gusta dormir.

    —Las sesiones de grabación pueden extenderse hasta el amanecer. Su voz generalmente suena mejor en la noche.

    Milton Vaughan se levantó. Se puso su sombrero y se alisó el pantalón café con rayas. También llevaba botines, noté, color canela con blanco. Miró su reloj de bolsillo y volvió a guardarlo en el bolsillo de su chaleco. Un reloj de pulsera y un reloj de bolsillo. O tenía ascendencia suiza o estaba obsesionado con el tiempo.

    —La veremos al mediodía.

    Miré a Marlowe, que seguía dormido, sin duda soñando con ratones. Tal vez en mi próxima vida, yo vuelva como un gato.

    —Sí, los veré al mediodía.

    Milton dejó mi oficina. Me quedé mirando mi escritorio. Había dos cajones en él: uno contenía una botella de whisky y el otro, un arma. Yo manejaba una regla muy estricta, el whisky era solo para propósitos medicinales y como con todas las medicinas, no debía excederme con la dosis indicada. Mi dosis indicada era de máximo dos dedos al día. Ya había visto a mi madre beber ginebra como si fuera agua. De hecho, el primer recuerdo que tengo de mi madre es de ella tirada en una silla, borracha. Yo tenía tres o cuatro años en ese momento. Había tenido momentos muy oscuros, pero no quería volver ahí. Dos dedos, máximo. Esa era mi dosis indicada. El segundo cajón contenía una Smith & Wesson .32. Ya había disparado el arma, pero no había matado a nadie. Pensé en el posible acosador. Abrí el cajón y metí el arma en mi bolso. Contrastaba con el maquillaje, los pañuelos y los protectores diarios, pero era mejor prevenir que lamentar. Aún tenía una hora libre; tiempo suficiente para completar el reporte y enviarlo a mi cliente. Me incliné sobre el teclado y con Marlowe dormido sobre el escritorio, me gané el pan del día.

    Capítulo Dos

    ___________________________________________

    ––––––––

    Viajé al noreste, hacia las afueras de Cardiff. Conducía un moderno Mini que me tenía ahogada en deudas, pero lo necesitaba para movilizarme con seguridad en caso de tener que seguir a los «chicos malos». O en caso de que los  «chicos malos» decidieran seguirme.

    Era un día lluvioso y húmedo en el que el otoño le iba dando paso al invierno. Me encontraba ya en el campo, mirando entre los limpiaparabrisas, buscando un anuncio que dijera «Castillo Gwyn», por ahí. Encontré el anuncio y giré hacia el castillo. El camino era estrecho, de un solo carril, pero era plano y suave, cubierto con una capa de asfalto. Conduje casi un kilómetro antes de ver el castillo frente a mí, majestuoso entre los árboles. El Castillo Gwyn era un edificio victoriano con un puente levadizo, un foso seco y torres que sugerían caballeros blancos, princesas y cuentos de hadas. Las torretas habían sido blanqueadas (gwyn significa blanco en galés) y brillaban como faros en contraste con el oscuro bosque. En la actualidad, el castillo era utilizado como set de filmación, como lugar de celebración de recepciones de bodas y fiestas y como estudio de grabación. Las bodas me hacían pensar en mi propio «día especial» y en mi luna de miel, pero esa es otra historia.

    Me estacioné y salí del auto. Me detuve a mirar a mi alrededor cuando Milton caminó sobre el puente levadizo, con una sombrilla en reemplazo del bastón. Llevaba algo en la mano; era una placa de «acceso a todas las áreas».

    —Es mejor que se ponga esto —dijo, y me entregó la placa. La deslicé por mi  cabeza—. El castillo tiene su propio esquema de seguridad, con gente que patrulla de vez en cuando y no queremos que salten encima de usted, ¿verdad?

    Atravesamos el puente levadizo y entramos al patio. Yo miré mi foto en la placa.

    —¿De dónde sacó esta foto? —pregunté.

    —Internet. ¿Recuerda el caso de Beatrice Black?

    Asentí con la cabeza; sí lo recordaba. Beatrice era una prostituta de Cardiff que había sido asesinada. Después de seis meses de investigaciones, la policía no había encontrado nada. Sus familiares fueron a verme y

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