Magia de mujer
Por Maris Soule
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Magia de mujer - Maris Soule
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 1999 Maris Soule
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Magia de mujer, n.º 1447 - julio 2021
Título original: Paternity Lessons
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-1375-857-2
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Capítulo 1
TYLER Corwin sabía que Robin Leach no mostraría esa casa en Estilo de Vida de los Ricos y Famosos. Los bordes de los escalones de cemento estaban rotos, el porche de madera había crujido al pisarlo y la puerta mosquitera colgaba en ángulo, con un agujero de tres centímetros en la parte superior que permitía la entrada de las moscas que revoloteaban alrededor de su cabeza. A través de la mosquitera observó que una mujer hispana de mediana edad, casi tan ancha como alta, se dirigía hacia él. Se detuvo del otro lado de la puerta sin hacer esfuerzo por abrirla.
–Busco a Shauna Lightfeather –dijo–. Me llamo Tyler Corwin. Llamé antes. Ella me espera.
Con un gruñido la mujer dio media vuelta y habló mientras volvía a la cocina.
–Se está cambiando. Dijo que la esperara en la cocina.
Dio por hecho que podía pasar y abrió la puerta. Las bisagras crujieron, y en cuanto entró le llegó el olor a estiércol y el sonido de una canción country. Diseminadas por el suelo a su izquierda había varios pares de botas vaqueras. A su derecha, sobre una lavadora, unos vaqueros sucios y una camisa de algodón manchada.
Frunció la nariz y soltó una risita cuando la mosquitera se cerró a su espalda. Sin duda la atmósfera era muy distinta de los pasillos y despachos limpios de la firma contable de Smith y Fischer. El trayecto de quince kilómetros desde Bakersfield lo había trasladado a otro mundo, uno que hasta seis meses atrás ni siquiera había sabido que existía.
Al entrar en la cocina la mujer hispana le indicó una mesa de formica cubierta a medias con periódicos y revistas de caballos. Tomándolo como una invitación para sentarse, apartó una silla. El plástico del asiento estaba cubierto con cinta adhesiva en dos partes.
–¿Café? –preguntó la mujer.
–No, gracias –repuso con sonrisa educada.
–No tardará en venir –volvió a gruñir la mujer. Sin decir una palabra más, abandonó la estancia con la falda de algodón oscilando al movimiento de sus amplias caderas.
La casa de madera se extendía según el estilo de los ranchos que imitaban a los muchos construidos después de la II Guerra Mundial, y sin duda mostraba sus años. El papel de la pared estaba sucio, el linóleo desgastado y agrietado, el grifo de la pila goteaba. Por lo que había visto hasta ese momento, no parecía que el dinero abundara en ese establo. Pensó que eso jugaba a su favor. Si la propietaria necesitaba dinero, podría convencerla de que aceptara otro caballo… incluso uno como Magic.
–¿Señor Corwin?
El sonido ronco de su nombre hizo que girara la cabeza. La mirada se posó en una mujer próxima a los treinta años que lo obligó a respirar hondo.
Alta y esbelta, se hallaba en el umbral con las piernas un poco separadas, las manos en las caderas y la barbilla alzada. Los vaqueros no le quedaban muy ceñidos, y la camisa de pana de color crema era de hombre, con las mangas enrolladas hasta los codos. Llevaba los botones superiores abiertos, dejando una V que atrajo su mirada hacia los pechos, y aunque no podía llamarla exuberante, sí exhibía un canalillo definido. Se preguntó si llevaría sujetador, y el pensamiento lo sorprendió. También sintió que el pulso se le aceleraba, lo cual representó otra sorpresa. No era un hombre fácilmente excitable por una mujer.
Atribuyó la respuesta a su asombroso aspecto. La piel era de un rico dorado que reflejaba tanto largas horas pasadas al sol como su herencia de nativa americana. Y quizá para exhibir esa ascendencia, en la tupida mata de pelo castaño que caía por encima de sus hombros había una fina trenza que terminaba en dos plumas. Pero fueron sus ojos los que captaron su atención por encima de todo. Aunque supuso que podían clasificarse como castaños, en su mente el color que mejor los describía era el topacio.
–¿Señorita Lightfeather? –se levantó para saludarla. Al hacerlo, tiró la silla, y su estructura metálica sonó contra el linóleo.
–Llámame Shaunna –con una sonrisa entró en la cocina–. Lamento haberte hecho esperar. Un potrillo con el que estoy trabajando me tiró sobre un montón de estiércol, por lo que decidí que era mejor para ambos que me cambiara.
La llamaría lo que ella quisiera, necesitaba su ayuda… pero no había esperado que fuera tan joven… o hermosa. Con premura recogió la silla.
–Soy Tyler Corwin, la persona con quien hablaste por teléfono. Llámame Tyler. Agradezco que sacaras tiempo para verme.
–No me diste mucha elección –sonrió y se detuvo a un metro de él, lo bastante cerca como para que Tyler captara el limpio aroma a jabón. Había hecho algo más que cambiarse de ropa.
Alargó la mano derecha y él la estrechó. El apretón de ella fue firme. No le sorprendió, ya que tenía el aspecto de ser una mujer segura y fuerte, aunque notó el tacto tan distinto de la palma de esa mano con el de las mujeres con las que trataba por trabajo. Sostener la de Shaunna Lightfeather no se parecía en nada a sostener la de Alicia Fischer, con quien llevaba saliendo casi un año.
Tuvo la certeza de que los callos que había en la palma de Shaunna eran por el trabajo duro que realizaba, algo que dudaba que Alicia llegara a conocer alguna vez. Alicia había nacido con una cuchara de plata en la boca, e incluso en ese momento, en su puesto como coordinadora de eventos, un teléfono era lo más pesado que levantaba. Ella siempre decía que su fuerza estaba en la mente.
Lo que sorprendió a Tyler fue el impulso que tuvo de aferrar la mano de Shaunna, capturar un poco de la fuerza que percibía en ella. En el acto se la soltó y se frotó las palmas de las manos.
–Siéntate –indicó la silla que él acababa de levantar–. ¿Café? –Tyler volvió a negarse y ella sonrió–. Probablemente sea una decisión sabia. El café de María es fuerte. Y por la tarde resulta mortal –se sentó frente a él–. Háblame de ese caballo que mencionaste por teléfono. ¿Es el de tu hija?
–Sí. Aunque en realidad creo que técnicamente aún pertenece al Departamento de Dirección Territorial. Es un potro salvaje.
–Por teléfono dijiste que hacía un año que lo tenías. ¿No serás propietario de él pronto?
–Su… supongo que sí.
–¿Te has puesto en contacto con ellos? –sonrió ante su titubeo–. ¿Pediste su propiedad?
–Yo… es decir…
Shaunna observó que Tyler Corwin se movía en la silla. Cuando había llamado, le había dicho que iría a verla al salir de su despacho, por lo que no le extrañaba que llevara traje. Le sentaba bien y las finas rayas acentuaban unos buenos hombros. La camisa blanca y la corbata roja y azul eran conservadoras. Le había explicado que era contable. Se preguntó si sería honrado. Necesitaba alguien que le llevara los libros, pero no pensaba cometer el mismo error que había cometido en el pasado. Él volvió a moverse.
–Hay un pequeño problema –repuso finalmente.
–¿Qué clase de problema? –cada vez que alguien decía que había un «pequeño problema», sabía que no iba a ser pequeño.
–El caballo es… es decir… –vaciló–. Tal vez debería explicarte algunas cosas.
La miró a los ojos y Shaunna prácticamente vio su reflejo en esos estanques azules. Aunque lo clasificaría como atractivo, decidió que los ojos eran su mejor rasgo. Y quizá también el pelo. Era de un rubio arena, tupido y con un buen corte. Ese tipo de pelo tentaba a acariciarlo, invitaba a revolverlo.
–Explícate –instó, decidida a mantener la cabeza en el caballo y no en su pelo.
–Bueno, como dije por teléfono, Lanie tuvo un accidente hace unos seis meses, y…
–¿Lanie es tu hija? –le pareció que ése era el nombre que había mencionado en la conversación anterior.
La interrupción pareció pillarlo con la guardia baja, y titubeó antes de continuar.
–Ah… sí. Tuvo un accidente de coche con su madre y su padrastro. Fue por culpa de un conductor ebrio. El tipo se empotró de frente contra ellos. La madre de Lanie, mi ex mujer, y el padrastro de la pequeña murieron en el acto. Lanie iba en el asiento de atrás. Durante un tiempo no creímos que sobreviviera. Tuvo que permanecer un mes en el hospital. Desde entonces, se ha estado recuperando física y mentalmente.
Shaunna asintió. Semejante pérdida sería traumática para una niña.
–Dijiste que durante ese tiempo habías alojado al caballo en una caballeriza.
–Sí –meneó la cabeza–. Era lo único que podía hacer. No sé nada de caballos, salvo lo que he estado aprendiendo últimamente. Ni siquiera sabía que Lanie tuviera uno, no hasta que mis antiguos vecinos fueron al hospital y me lo contaron. Nadie alimentaba ni daba de beber al animal, y les preocupaba su bienestar. Fueron ellos quienes me sugirieron que lo alojara en alguna parte hasta que decidiera qué hacer con él.
–Suena razonable. ¿Y el lugar que elegiste es donde se encuentra ahora?
–Sí –exhibió una mueca–. Es una caballeriza en la otra punta de Bakersfield. Lleva allí cinco meses y medio. Pensé que estaría bien, que lo cuidarían, de modo que en realidad no hago gran cosa por él salvo pagar la factura de alojamiento cada vez que me llega a fin de mes. No tenía tiempo para verlo, no entre las visitas al hospital y mi trabajo.
–Pero ahora lo has visto –eso es lo que le había comentado por teléfono.
–Sí. La semana pasada. Lanie y yo fuimos a visitar la caballeriza. El médico de la pequeña consideró que sería una buena idea si pasaba algún tiempo con su caballo, que la ayudaría a enfrentarse a todo lo que había sucedido. Pero no fue una buena idea. Lanie se alteró mucho al verlo, y yo me quedé pasmado. Se encuentra en un estado terrible.
–¿Por terrible quieres decir…?
–Sucio. Muy sucio –el tono de Tyler mostró disgusto; sacudió la cabeza–. Me explicaron que no dejaba de salir de su corral, de modo que lo metieron en una cuadra. Se parece más a una tumba. No creo que haya salido de ella en meses, ni que la hayan limpiado nunca. Era horrible. Y el olor… –frunció la nariz–. No podía creer la condición en la que se encontraba el animal cuando lo vi.
Si el caballo estaba recluido donde Shaunne pensaba, creía lo que Tyler decía. Había elegido un lugar en la guía telefónica y con ingenuidad había supuesto que los propietarios de la caballeriza cumplirían lo que le habían prometido. Y así tendría que haber sido. Pero el problema es que no todos los cuidadores eran iguales.
–¿Afirmas que no han dejado salir al caballo de su cuadra en meses?
–Eso creo. Por el aspecto y el olor que tenía, ha estado encerrado allí.
–¿Puede caminar? –había visto a algunos caballos maltratados que no podían.
–Oh, sí –repuso, luego se levantó y se dirigió a la ventana que daba a los graneros y corrales. Miró por ella, y Shaunna lo oyó suspirar antes de volverse–. El caballo puede hacer más cosas que caminar. En cuanto abrimos la puerta para sacarlo, se lanzó sobre Lanie. En realidad, trató de atacarla.
–¿Atacar? –Shaunna sacudió la cabeza–. Diría que tienes un problema –y no era «pequeño»–. ¿Cuánto años mencionaste que tenía tu hija? ¿Diez?
–Sí.
–Una niña tan joven no debería tener un caballo así. Necesita un animal tranquilo, seguro.
–Lo sé. Y yo estoy a favor de deshacerme de él, pero Lanie insiste