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Para protegerte y amarte
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Libro electrónico160 páginas2 horas

Para protegerte y amarte

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Información de este libro electrónico

Hq moments 60
Una esposa de conveniencia... y un amor inconveniente.
En cuanto Francesca Lang entró en la habitación, Guy Dymoke se quedó completamente cautivado. El problema era que estaba embarazada del hermano de Guy... por lo que él había tenido que ocultar sus sentimientos desde entonces.
Pero ahora Francesca estaba viuda y, de acuerdo con el testamento de su difunto marido, había quedado al cuidado de Guy... ¡y debía casarse con él! Guy estaba deseando darles a Francesca y a su hijo todo el amor del mundo; pero también necesitaba decirle cuánto la quería. Sin embargo, decidió esperar a que ella también lo amara.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento29 sept 2022
ISBN9788411414814
Para protegerte y amarte
Autor

Liz Fielding

Liz Fielding was born with itchy feet. She made it to Zambia before her twenty-first birthday and, gathering her own special hero and a couple of children on the way, lived in Botswana, Kenya and Bahrain. Eight of her titles were nominated for the Romance Writers' of America Rita® award and she won with The Best Man & the Bridesmaid and The Marriage Miracle. In 2019, the Romantic Novelists' Association honoured her with a Lifetime Achievement Award.

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    Para protegerte y amarte - Liz Fielding

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

    28036 Madrid

    © 2004 Liz Fielding

    © 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Para protegerte y amarte, n.º 60

    Título original: A Wife on Paper

    Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

    Este título fue publicado originalmente en español en 2005

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

    Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situacionesson producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientosde negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedadde Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y susfiliales, utilizadas con licencia.

    Las marcas que lleven ® estánregistradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otrospaíses.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin EnterprisesLimited.

    Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.: 978-84-1141-481-4

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Créditos

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 1

    Su hermano llegaba tarde, el restaurante estaba lleno, esa clase de local que tanto detestaba en el que solo importaban las apariencias, y Guy deseó haber puesto alguna excusa y ceñirse a su plan original, tomándose un bocado en su despacho mientras trabajaba durante la noche.

    La puerta de la calle se abrió a su espalda y una ráfaga de aire frío acompañó un sentimiento de esperanza de que ese suplicio terminara pronto, pero al volverse no vio a Steve, sino a una joven que se refugiaba de la lluvia.

    La mujer se detuvo un instante, enmarcada en la entrada, mientras su figura se destacaba a contraluz por la iluminación brillante de la barra.

    El tiempo se dilató, la tierra dejó de dar vueltas y todo se ralentizó a su alrededor. Guy tuvo la sensación de que podría contar cada gota de lluvia que relucía en su dorado pelo trigueño.

    Llevaba el cabello revuelto, enmarañado por el viento racheado que parecía que hubiera llevado consigo al interior del local, ya que todos los comensales se giraron bruscamente para mirarla. Y no apartaron la vista de ella. Quizá fuera porque estaba riéndose, como si hubiera decidido pasearse bajo la lluvia por pura diversión. O porque era un soplo de aire fresco…

    Levantó ambas manos para retocarse el pelo con los dedos y, al hacerlo, el vestido se subió y dejó al descubierto parte del muslo. Cuando bajó los brazos y el dobladillo volvió a su sitio, el amplio escote del vestido se abrió, ofreciendo un destello de lo que sugería la tela ajustada a su figura.

    No había nada en ella que resultase plano. Todo semejaba una invitación para que sus manos describieran el contorno de su cuerpo y acariciasen las curvas sinuosas de su perfil. No era una mujer especialmente guapa; la nariz carecía de la perfección clásica y tenía la boca demasiado grande, pero sus ojos plateados brillaban con una luz interior tan intensa que eclipsaba al resto de las mujeres del local.

    Y, en el momento en que el presente se instaló de nuevo entre ellos, su cuerpo reaccionó como si ella hubiera encendido la mecha de su pasión.

    Notó el pulso acelerado y se le dispararon todos los mecanismos físicos del cuerpo, pero había algo más, era como si se hubiese encontrado cara a cara con su destino. Sentía que se había topado con la razón de su existencia.

    Mientras se levantaba despacio, ella le vio, sus miradas se cruzaron y, durante una décima de segundo, la sonrisa se congeló en sus labios y él pensó que ella también lo había sentido. Entonces apareció su hermano, cerró la puerta, cortó la corriente de aire frío y rompió la conexión entre ellos cuando tomó a la chica de la cintura, atrayéndola hacia él.

    Guy experimentó un repentino y ardiente sentimiento de posesión y quiso apartar a Steve y preguntarle qué demonios estaba haciendo. Resultaba obvio: estaba diciéndole al mundo, a él, que esa era su chica. Y, como si el gesto no hubiera bastado, sonrió satisfecho.

    —Guy, me alegro de que hayas podido venir —dijo—. Estoy deseando que conozcas a Francesca.

    Miró a su pareja con la expresión de un hombre que hubiera ganado la lotería.

    —Se traslada a mi casa —prosiguió—. Está embarazada…

    Y eso lo convertía en un hombre doblemente afortunado.

    —Señor Dymoke… —se despertó cuando notó una leve presión en el hombro, abrió los ojos y vio cómo la azafata se inclinaba sobre él, sonriente—. Vamos a tomar tierra.

    Se frotó la cara con las manos en un esfuerzo para disipar la persistencia de un sueño que, al cabo de tres años, seguía atormentándolo.

    Levantó el respaldo de su asiento, se abrochó el cinturón y miró la hora. Llegaría justo a tiempo.

    Guy Dymoke fue la primera persona que vio cuando se bajó del coche. Eso no la sorprendió. Era la clase de hombre que siempre destacaba en una multitud. Era alto, de espalda ancha, estaba bronceado y el sol se reflejaba en su espeso pelo negro. Producía un efecto hipnótico. Captó esa fascinación en la gente que lo rodeaba. Todavía tenía que blindarse frente a ese efecto.

    Tampoco le sorprendía que hubiera sacado tiempo, en su ajetreada vida, para desplazarse desde cualquier punto del globo donde hubiera instalado su actual residencia para asistir al funeral de su hermanastro.

    Era un hombre que se tomaba muy en serio cada trámite, cada gestión. Consideraba que todo debía formalizarse conforme a la legalidad y las buenas maneras. No había ocultado su malestar ante la decisión que Steve y ella habían tomado al eludir la boda. Y lo había demostrado al desentenderse por completo de sus vidas como si ellos no fueran asunto suyo.

    Pero, lo que de verdad le asombraba, era que tuviera el descaro de presentarse después de tres años en los que no se habían visto ni había tenido noticias suyas. No lo lamentaba por ella, pero Steven…

    Pobre Steven…

    Afortunadamente, no tuvo que esforzarse para ocultar sus sentimientos cuando sus miradas se cruzaron por encima de las cabezas de familiares y amigos. Su expresión gélida no reflejaba nada, porque no había nada que mostrar. Tan solo un enorme vacío, un abismo que se abría frente a ella. Sabía que nunca superaría esa situación si se permitía un solo pensamiento, una mínima emoción. Pero, mientras pasaba junto a él sin mirarlo, Guy pronunció su nombre en un susurro.

    —Francesca…

    Fue muy dulce, incluso tierno. Hubiera jurado que estaba preocupado. El dolor en la garganta se intensificó, y la máscara de su rostro amenazó con romperse en mil pedazos…

    La ira acudió al rescate. Fue como una descarga de energía, ardiente y sobrecogedora.

    ¿Cómo se atrevía a presentarse en semejante ocasión? ¿Cómo osaba ofrecerle su consuelo cuando no se había molestado siquiera en telefonear mientras Steve estaba vivo y su gesto hubiera tenido un verdadero significado? ¿Acaso esperaba que ella se detuviera? ¿Creía que escucharía sus huecas palabras de condolencia? ¿Pensaba que le permitiría acompañarla del brazo a la iglesia y sentarse junto a ella…?

    No era más que una pose.

    —Hipócrita —replicó ella con la mirada fija al frente, cuando pasó junto a él.

    Parecía tan frágil y quebradiza como el vidrio. Estaba tan alterada que no había nada en ella que recordase a la joven cuya contagiosa vitalidad le había cambiado la vida con una simple mirada.

    La tenue luz del sol de otoño iluminaba la palidez de su cabello y remarcaba la blancura de su piel mientras recibía, de pie en la puerta de la iglesia, las condolencias de todos los que se habían acercado para presentarle sus respetos. Y los invitaba a su casa en señal de agradecimiento. Actuaba con serenidad y guardaba la compostura. El único momento en que había parecido real había sido cuando la rabia había coloreado sus mejillas después de que él hubiera pronunciado su nombre. Guy pensó que todo lo demás no era más que una representación para sobrellevar la pesadilla que estaba viviendo.

    Un solo golpe y se quebraría…

    Se quedó atrás hasta que los demás se hubieron marchado y solo entonces emergió de entre las sombras. Ella sabía que estaba allí, pero Guy le había dado la oportunidad de alejarse e ignorarlo. Pero ella aguardaba que dijera lo que tuviera en mente. Quizás aguardase una explicación, pero ¿qué diría?

    No había palabras que pudiesen expresar lo que sentía. La pérdida, el dolor, el remordimiento de que la última vez que vio a su hermano, Steven había estado en su peor momento. Había sido algo premeditado, desde luego. Un truco para enojarlo. Y había mordido el anzuelo como un crédulo…

    Ninguno había salido victorioso de ese encuentro.

    Pero ella había perdido al hombre que amaba. Al padre de su hijo. Tenía que ser infinitamente peor para ella…

    —Lamento no haberme presentado antes, Francesca —dijo tras dar un paso al frente.

    —Diez días —replicó—. Hubiera creído que era tiempo más que suficiente para llegar desde cualquier sitio.

    —Ojalá hubiera podido evitarte la carga que ha supuesto organizar todo esto —dijo con una voz distante.

    —¡Oh, por favor, no te disculpes! Tu secretaria telefoneó para ofrecerme ayuda. Supongo que el abogado de Steven llamó a tu despacho. Pero un funeral es un asunto de familia. No es algo para extraños.

    Guy no estaba refiriéndose al funeral, sino a los meses previos en los que Steve se había ido consumiendo mientras él trabajaba en la otra parte del mundo, ajeno a la tragedia que se cernía sobre todos ellos. Pero, cuando había recibido la noticia de que su hermano estaba al borde de la muerte, ya había sido demasiado tarde.

    —Tardé varios días en llegar a un aeródromo cuando recibí el mensaje del estado de Steve —señaló, pero sintió que estaba buscando alguna excusa—. He venido directamente desde el aeropuerto.

    Finalmente, ella se volvió para mirarlo. Y reconocerlo.

    —No hacía falta que te molestases. Hemos sobrevivido perfectamente sin tu ayuda los últimos tres años. Los últimos seis meses no cambian nada.

    El tono de su voz era frío. Cada palabra era como una daga helada que se clavaba en su corazón. Pero no se trataba de él ni de sus sentimientos.

    Por el momento, solo le preocupaba ella. Deseaba confesarle que había sido su única preocupación durante los últimos tres años. Pero cambió su discurso.

    —¿Estarás bien?

    —¿Bien? —repitió ella lentamente, mientras intentaba adivinar el significado de la pregunta—. ¿Cómo demonios podría estar bien? Steven está muerto. El padre de Toby está muerto…

    —En el aspecto económico —prosiguió, consciente de que estaba empeorándolo todo.

    O quizá no. ¿Cómo podían ir peor las cosas?

    Sus ojos de color gris plata le dirigieron una mirada de profundo desprecio.

    —Tendría que haberme imaginado que solo te interesarías por los detalles prácticos. Querías asegurarte que hacía todo según las reglas. Nunca te han importado los sentimientos, ¿verdad, Guy? Solo cuentan las apariencias.

    Eso contestaba a su pregunta. Pero contuvo el dolor y continuó.

    —Hay que hacerse cargo de la cuestiones prácticas, Francesca.

    ¡Menudo discurso! Tendría que estar rodeándola con sus brazos, ofreciéndole consuelo, compartiendo el peso de su aflicción. Pero, puesto que eso le estaba negado, se estaba comportando como un abogado. Y si hubiera sido abogado habría tenido una

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