La habitación del amor
Por Sandra Kelly
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La habitación del amor - Sandra Kelly
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2002 Sandra Kelly
© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
La habitación del amor, n.º 1322 - agosto 2015
Título original: Suiteheart of a Deal
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Publicada en español en 2002
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-7207-3
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Capítulo 1
Ah, bueno, así que estás casada… Comprendo. ¿Pero cómo se ha hecho tan tarde? Tengo una reunión importantísima dentro de… esto… sí, en menos de una hora.
Rainey Miller rio. Ya no podía contener la risa por más tiempo. Era la primera vez que veía a un hombre ruborizarse de un modo tan intenso y retroceder tan deprisa.
Era muy divertido, pero obviamente no demasiado inteligente. La había visto sola y había llegado a la conclusión de que estaba soltera. Además, todo el mundo sabía en aquel lugar que, al margen de algunas camareras y empleadas de administración, casi no había mujeres solteras y disponibles en Honeymoon Heaven; solo parejas enamoradas, que se encontraban allí para celebrar su luna de miel o algún tipo de aniversario. Supuso que sería un turista.
Sus carcajadas despertaron la curiosidad de otros clientes que estaban sentados en el restaurante del establecimiento. Rápidamente, Rainey se escondió tras las plantas que decoraban uno de los laterales de su mesa. No quería llamar la atención del hombre que había provocado su risa.
Llevaba veinte minutos escuchando su conversación. El individuo estaba intentando seducir a la impresionante rubia de la mesa contigua, pero gracias a las plantas no podía ver a Rainey.
Aunque no había sido su intención, se estaba enterando de todo. El hombre había probado todos los trucos posibles, incluida la vieja estratagema de decir: «me recuerdas a alguien». La había cubierto de cumplidos y realizado varios comentarios sobre sus preciosos ojos y su dulce sonrisa. Incluso le había ofrecido un masaje gratuito, significara lo que significara eso. Y después de intentar librarse de él de forma educada, la rubia no había tenido más remedio que decir que estaba casada, que se encontraba allí en luna de miel y que su marido aparecería en cualquier momento.
La inmediata y rapidísima retirada del candidato a Romeo también había sido la más divertida que Rainey había visto. Tal vez no fuera un gran seductor, pero tenía encanto.
Cuando el hombre se levantó de la mesa, pudo verlo mejor. Era impresionante. Alto y atlético; de pelo rubio y largo, a la altura de los hombros; y un rostro muy atractivo en un sentido clásico, con labios grandes y sensuales que parecían prometer placeres ocultos. Rainey no pudo evitar admirar aquellos labios y le extrañó que la rubia lo hubiera rechazado, aunque estuviera casada.
Mientras lo observaba, pensó que no era un turista. Había pasado todos los veranos de su infancia en una pequeña localidad al oeste de Calgary y sabía distinguir entre los habitantes de un lugar y los visitantes. Aquel hombre parecía de la zona. Llevaba unos vaqueros desgastados, una camisa de franela desabrochada sobre una camiseta de color azul oscuro y botas de montaña; además, por el tono de su piel parecía alguien que pasaba mucho tiempo a la intemperie. En cambio, los turistas de aquel lugar eran de piel delicada, típicos de ciudad, y vestían de forma muy diferente.
Rainey suspiró. Desde que se había separado de Trevor el mes anterior, casi no había mirado a ningún hombre. Y por supuesto, no se había fijado en sus labios. Pero se dijo que si volvía a mantener alguna relación, no sería con alguien parecido. Por su aspecto, le pareció que era alguien que no estaba buscando ningún tipo de compromiso serio. O peor aún, alguien capaz de conquistar el corazón de otra persona y acto seguido acostarse con su mejor amiga, tal y como Trevor había hecho con Dana.
Además, Rainey no estaba allí para mantener idilios con nadie. Estaba allí para asumir su puesto como propietaria y directora general del Honeymoon Haven, el hotel más famoso de Canadá entre las parejas, situado en la preciosa localidad de Bragg Creek, en el Estado de Alberta. Había trabajado muy duro para conseguirlo y estaba preparada. O casi preparada.
Su tía abuela Lilly le había dicho cuando solo era una niña que aprendiera todo lo necesario para saber dirigir un hotel y que le dejaría el Haven en herencia. Rainey se tomó la oferta en serio. Pasó el tiempo y estuvo trabajando diez años en el hotel Royal York de Toronto; trabajaba por las noches y los fines de semana, mientras de día estudiaba administración de empresas. Había sido un periodo aburrido, sin ninguna diversión, pero había merecido la pena. Lilly había fallecido la semana anterior y había llegado el momento de Rainey, si conseguía superar su terror.
Estaba pensando en ello cuando el aprendiz de Romeo la miró y caminó hacia ella. Cuando llegó, se apoyó en la mesa y dijo, con una sonrisa irresistible:
—Vaya, ¿qué tenemos aquí? Una mujer bella, sola…
Rainey miró su reloj. Casi era la una y estaba muy cansada; había dormido mal y a primera hora había tenido que tomar el vuelo de Toronto a Calgary. De hecho acababa de llegar y debía reunirse a las tres en punto con el abogado de su difunta tía abuela. El abogado la había llamado por la mañana, para decirle que Lilly había introducido algunos cambios de última hora en su testamento, que no podía contarle por teléfono.
Pensó que tendría que librarse rápidamente del Romeo, pero se dijo que, mientras tanto, podía divertirse un rato.
—Debes estar harto de intentar ligar con mujeres bellas —dijo.
La sonrisa del hombre desapareció.
—No ha sido un comentario muy agradable por tu parte. Además, nunca me canso de esas cosas. Sobre todo, si son mujeres tan bellas como tú.
Rainey rio y los ojos del hombre admiraron el cabello largo y oscuro, el bello rostro y el escote de la mujer.
—Eres todo un caso —dijo ella.
A Rainey no le intimidaba ese modelo de personas, aunque no estaba acostumbrada a hombres como aquel. Trevor podía haberse comportado como un lobo, pero en comparación con el aprendiz de Romeo, era un corderito.
—Si me dieras la oportunidad, podría ser el hombre de tus sueños.
—¿De verdad? —preguntó, mirándolo con sus ojos verdes.
Él suspiró.
—Bueno, ante todo, dime una cosa: ¿estás de luna de miel?
—No.
—¿Estás casada?
—No.
—Entonces, debe de ser mi día de suerte… Te diré lo que haremos. Para empezar podemos cenar en el Steak Pit de Bragg Creek. ¿Has oído hablar del restaurante?
Rainey asintió. De pequeña iba a cenar a aquel restaurante muy a menudo, con sus padres, y la comida era fabulosa.
—Magnífico. Después de cenar podríamos dar un paseo por la ciudad para que la gente pueda admirarte.
—Y después, ¿qué haríamos?
—Ir a mi casa de Bear Road. ¿Te había dicho que tengo una casa preciosa?
—No, no habíamos llegado tan lejos todavía. Aún estábamos por el paseo.
—Pues la tengo. Y una vez allí, te desnudaría y te daría un largo y lento masaje. Dentro de la casa, claro está.
Rainey volvió a mirar su reloj. Era tarde y debía marcharse.
—¿Es necesario que pregunte qué haríamos después?
El hombre se inclinó hacia delante y murmuró con una voz increíblemente seductora:
—Haría que olvidaras a todos los hombres que hayas conocido.
Rainey parpadeó, asombrada. Por un momento había tenido la impresión de que era sincero. No podía negar que estaba ante todo un depredador y el espectáculo era impresionante, pero no tenía ninguna intención de que volvieran a devorarla. Así que recogió su bolso y se levantó para marcharse. Obviamente, ella no tenía que pagar la cuenta. Era la dueña del hotel.
—Tengo que marcharme —dijo—, pero me ha gustado hablar contigo. Que tengas suerte con la caza.
—Eh, no te vayas tan deprisa… Ni siquiera me has dicho cómo te llamas. Me gustaría que nos conociéramos mejor.
Rainey rio.
—Si no te importa, preferiría que no nos diéramos los nombres. Voy a archivar este momento en mi memoria como un encuentro anónimo. O mejor aún, intranscendente.
El hombre fingió estar destrozado.
—¿Intranscendente? Otra vez vuelves a herir mis sentimientos. Pensé que había algo entre nosotros, que estamos conectados de algún modo.
Rainey no hizo caso e intentó pasar ante él sin rozarlo, pero no lo consiguió. Las mesas estaban muy juntas y entre las mesas y las plantas no quedaba demasiado espacio.
—Bueno, pues te has equivocado —dijo ella.
—Hablaba en serio al decir que me gustaría conocerte mejor.
—¿Ah, sí? ¿Y qué vas a decirme ahora? ¿Que tengo unos ojos preciosos y que te recuerdo a alguien?
—Tienes unos ojos preciosos. ¿De qué color son? ¿Verdes? ¿De