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Una vida sin rumbo
Por Barbara Gale
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Información de este libro electrónico
Si pudiera pedir un deseo, pediría encontrarse en cualquier otro lugar… Harry Bensen acababa de encontrarse con la supermodelo Althea Almott, la mujer que le había roto el corazón años atrás y que ahora iba a ayudarlo a recuperarse. Harry no sabía si llorar o reír. Por varios motivos, tanto profesionales como personales, Althea había tenido que abandonar al mundialmente famoso fotógrafo. Ahora no podría hacer lo mismo, ya que, literalmente, Harry había caído a sus pies. Además, él era el único hombre que le había dejado huella en su vida. El problema era que cuando se recuperase, no querría tener nada que ver con una mujer recién divorciada… Al menos eso creía ella.
Autor
Barbara Gale
Barbara Gale was first published in 1981, with her Regency romance, A Question of Honor. In 2001, she began writing contemporary romance. Her first publication in that genre, The Ambassador's Vow, won Romantic Times Best Silhouette Special Edition, 2002. Her books take place not only in New York City, but in the isolated towns and hamlets that pepper New York's majestic Adirondack Mountains. Visit her web site www.BarbaraGale.com, or email her at BarbaraGale2007@aol.com.
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Una vida sin rumbo - Barbara Gale
HarperCollins 200 años. Desde 1817.
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2005 Barbara Einstein
© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Una vida sin rumbo, n.º 1599- octubre 2017
Título original: Picking Up the Pieces
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-9170-505-5
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Si te ha gustado este libro…
Prólogo
SI hubiera podido pedir un deseo, habría sido encontrarse en cualquier otro lugar excepto allí.
Pero no podía ser.
Estaba allí y ella, también.
Harry se quedó mirando a Althea.
Iba vestida de manera muy elegante y acababa de entrar por la puerta giratoria del aeropuerto Kennedy.
A instante, los recuerdos se apoderaron de él.
Harry se apresuró a apartarlos de su mente pues Althea estaba ahora casada con un embajador.
Aun así, Harry no pudo evitar quedarse sin aliento y sentir el mismo dolor que sentía siempre que veía una fotografía suya en la prensa u oía algo acerca de ella en la radio. Era consciente, perfectamente consciente, de que debería haber salido corriendo en la dirección opuesta, pero fue incapaz de parar a sus pies, que se empeñaban en seguirla.
Daba igual lo que le dijera su sentido común porque las viejas heridas y la curiosidad eran una combinación mortal.
La enorme terminal de llegadas estaba vacía, algo poco usual, pero todo tenía su explicación. Estaban en pleno enero y era de noche. No mucha gente viajaba en aquellas condiciones.
La terminal era enorme y estaba en silencio, algunos pasajeros deambulaban de un sitio para otro y hablaban, pero ante todo se veía personal de seguridad. También había conductores de limusinas con carteles, pero no tenían mucha pinta de ir a salir de allí porque la ciudad de Nueva York estaba tomada por una tormenta de nieve.
Así que a Harry no le costó mucho seguir a Althea, que salió, se colocó en la parada de taxis y se quedó mirando cómo caía la nieve.
Harry pensó que, a juzgar por su comportamiento, no era consciente del alcance de la nevada.
Viendo cómo iba vestida, pensó que lo más probable era que cuando hubiera tomado el avión no supiera el tiempo que hacía en Nueva York.
Había tenido suerte de que su avión hubiera podido aterrizar porque unos momentos antes Harry había oído que todos los vuelos habían sido derivados a Boston.
A Harry le parecía increíble que se encontraran en Nueva York cuando hubiera habido ocasiones más fáciles en lugares más pequeños en aquellos años.
Harry se cambió la bolsa de hombro, se pasó los dedos por su pelo rubio y liso y se ajustó la gorra de béisbol.
Decidido a sonar natural, a que Althea no se diera cuenta de lo nervioso que estaba porque, al fin y al cabo, tenía treinta y cinco años, se acercó a ella.
—Vaya, vaya, vaya, ¿pero a quién tenemos aquí? Si es la mismísima Althea Almott en persona —le dijo.
Althea se dio la vuelta y se quedó mirándolo estupefacta.
—¿Ese suspiro ha sido por mí o a causa de mí? —añadió Harry ocultando su fastidio.
Althea volvió a girarse, se resguardó en su abrigo y levantó el mentón. Aunque era de piel oscura y eso la ayudaba a disimular cuando se sonrojaba, le latía el corazón aceleradamente y estaba haciendo un gran esfuerzo para ocultar la sorpresa que le producía haberse encontrado con él.
—¿Nos conocemos? No me suena usted de nada. Creo que me ha confundido con otra persona.
—Han pasado diez años, pero te reconocería en cualquier lugar, cariño. No has cambiado absolutamente nada. Sigues teniendo un rostro precioso y una disposición de lo más dulce —sonrió Harry.
—No como tú, Harry —contestó Althea paseando con desprecio su mirada sobre los desgastados vaqueros de Harry.
A pesar de su apariencia desaliñada, de que parecía cansado y de que necesitaba desesperadamente un buen corte de pelo, seguía siendo tan alto como lo recordaba, tan rubio y tan guapo y, por lo visto, tan molesto a juzgar por su tono de voz.
—¿No te gusta mi increíble forma de vestir? —se burló Harry.
Si Althea supiera lo enfermo que había estado, lo exhausto que se encontraba en aquellos momentos, preguntándose cuánto tiempo le iban a sujetar las piernas, quizás se hubiera mostrado más amable.
Claro que siempre había sido así, siempre se habían peleado por la mínima tontería y ahora, diez años después, les habían bastado dos minutos juntos para lanzarse uno a la yugular del otro.
Harry decidió no seguirle el juego.
—Tú estás maravillosa —le dijo sinceramente—. ¿Viajas sola?
Althea se encogió de hombros.
—¿Y tú?
—Yo siempre viajo solo —contestó Harry con una sonrisa de medio lado.
—¿Eso quiere decir que no te has casado?
—No, sólo estoy casado con mi profesión —contestó Harry cambiando de tema abruptamente—. ¿Estás esperando un taxi? Por si no te has dado cuenta, está nevando mucho y las máquinas están retirando la nieve de las carreteras, pero van a tardar horas, así que me parece que te vas a tener que venir conmigo.
—No, prefiero esperar —contestó Althea viendo cómo los enormes copos de nieve caían con fuerza.
Althea era consciente de que Harry le estaba diciendo la verdad.
—Bueno, si quieres, espero contigo —comentó Harry agarrando su maleta.
—Espera un momento, de mi equipaje me ocupo yo —le dijo Althea.
¿Pasar varias horas con el único hombre que le había llegado al corazón? ¡No, gracias! Sin embargo, Althea vio cierto desafío en los ojos de Harry y comprendió que aquello era una locura, que con la tormenta que estaba cayendo no se podía quedar allí fuera.
Aquello era ridículo.
—Ahora que lo pienso, ¿por qué estás sola? ¿Dónde están tus guardaespaldas? ¿No debería haber una limusina esperándote, princesa? Y, por cierto, ¿dónde está tu marido, Allie?
Althea hizo una mueca de disgusto al oír aquel apodo, pero Harry se limitó a reír.
—Perdón, la fuerza de la costumbre. En fin, madame Boylan, ¿dónde está su marido el embajador? —repitió Harry sin rastro de humor en la voz—. No puedo evitar preguntarme qué haces aquí sola, al otro lado del Atlántico sin tu marido. No creo que la mujer de un embajador pueda subirse a un avión así como así e irse sola a Nueva York de compras.
—Si te interesa, Daniel está en París —contestó Althea avanzando por la acera en dirección al interior de la terminal.
Harry se quedó mirando sus larguísimas piernas y su elegante forma de andar, que ponía en evidencia su pasado como modelo.
—¿Y sabe que estás aquí sola sin protección? —insistió Harry corriendo tras ella—. Si mis ojos no me engañan, esos zapatos que llevas son de primavera, así que aquí pasa algo —añadió agarrándola del brazo—. No parece que tuvieras planeado este viaje. ¿Qué está ocurriendo, Althea?
Lo tenía tan cerca que Althea sentía su aliento en el pelo y se maravilló al darse cuenta de que sus manos todavía la hacían estremecerse y lo rápido que respondía ante él, como si diez años no fueran nada.
Althea intentó zafarse, pero Harry no se lo permitió y siguió mirándola intensamente a los ojos.
—Déjame en paz, Harry. Sí, es cierto que no llevo los mejores zapatos para la nieve, pero eso es simplemente porque no he tenido tiempo de escuchar el parte meteorológico antes de tomar el avión. De haber sido así, me habría puesto unas botas, pero ya ves…
No llevaba botas, no tenía taxi, y el único que andaba por allí era Harry Bensen.
«Desde luego, después de la huida de París, esto es justicia poética», pensó Althea.
—Estamos en el aeropuerto Kennedy, así que terminará apareciendo un taxi. No hace falta que te molestes y te quedes conmigo. Me puedo ocupar perfectamente de mí misma.
—Eso nadie lo sabe mejor que yo —contestó Harry en tono cortante—. En cualquier caso, me parece que sería una pena que esos preciosos zapatos se estropearan.
—De ser así, ya me compraré otro par.
—Sí, ésa es la Althea de siempre. Comprar, comprar y comprar. Todo tiene un precio.
—No, todo no —le espetó Althea—. Dios mío, con la cantidad de aeropuertos que hay en el mundo… de verdad, Harry, hubiera preferido no encontrarme contigo.
—Ya ves, has tenido esa suerte —contestó Harry.
—¿Por qué no te vas y me dejas en paz?
—¿Y olvidarme de que te he vuelto a ver? —sonrió Harry divertido.
—Exacto —contestó Althea esperanzada.
—Demasiado tarde, cariño. Tu marido el embajador se pondría furioso si supiera que te he dejado aquí sola.
—Lo que mi marido piense da igual —contestó Althea—. Prefiero esperar sola.
—¿Esperar a qué? —dijo Harry abriéndole la puerta de la terminal—. Venga, vamos a tomar un café. Hace mucho frío.
Althea estaba evidentemente enfadada, pero a Harry le daba igual. Le estaba empezando a doler la cabeza y eso quería decir que le estaba subiendo la fiebre y lo último que le apetecía en el mundo era discutir.
—No juegues conmigo, Althea.
—Esto no es ningún juego. Yo no juego.
—Entonces, las cosas han cambiado —contestó Harry sintiéndose muy cansado de repente.
Si Althea supiera que llevaba cuatro meses haciendo fotografías por las selvas de Suramérica, entendería que estaba exhausto.
Claro que una hora con ella podía ser también agotadora. A lo mejor, debía seguir su consejo y dejarla en paz, hacer como que no la había visto.
La misteriosa infección a la que estaba intentando sobreponerse y que lo hacía sentirse increíblemente débil no se lo ponía fácil.
Tampoco el clima de Nueva York le estaba ayudando en absoluto. Debería haberle hecho caso al médico y haberse ido a Cancún a tirarse en la playa hasta verano.
Menos mal que, dentro de todo aquello, no había ningún periodista cerca porque Harry ya se podía imaginar los titulares.
La mujer del embajador atrapada por una tormenta de nieve junto a un ex novio.
Harry se quedó mirando a Althea, que estaba sentada en el borde de una silla, intentando ocultar su rostro con unas enormes gafas de sol aunque eran las tres de la madrugada.
Como si, de haber habido algún periodista cerca, no hubiera reconocido a la modelo de color más famosa del mundo.
Ex modelo.
Ahora era la mujer del embajador americano en Francia, ya no era la chica de Alabama de la que Harry se había enamorado perdidamente diez años atrás.
Parecía otra mujer. Incluso su piel oscura brillaba ahora como una perla, llevaba un collar
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