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Sola en la tormenta
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Libro electrónico196 páginas3 horas

Sola en la tormenta

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Información de este libro electrónico

Hacía ya mucho tiempo que ella había dejado de soñar con príncipes azules…
Sawyer Morente estaba acostumbrado a salvar a damas en apuros, pero el rescate de Maya Rainbow no era como los demás. La chica hippy que recordaba vagamente del instituto se había convertido en una mujer que no se parecía a ninguna que él hubiera conocido en su vida. Y cuando se vio obligado a ayudarla a dar a luz, su preocupación profesional por el bebé se transformó en un sentimiento mucho más intenso… por la madre.
Maya siempre se las había arreglado muy bien sola, pero tenía que admitir que resultaba agradable tener a alguien cerca… aunque sería mejor tener a Sawyer aún más cerca…
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento21 sept 2017
ISBN9788491700739
Sola en la tormenta
Autor

Nicole Foster

When Allison Leigh learned in 1996 that her first novel, Stay..., had been accepted for publication by Silhouette Books, it was the dream of a lifetime. An avid reader, Allison knew at an early age that she wanted to be a writer, as well. Until that first book hit the bookshelves in her hometown, she still had some lingering suspicion that she would awaken from this particular dream. But Stay... did make it to the shelves in April 1998 and the dream was a reality. "I fell in love with the hero, Jefferson Clay, when I was writing Stay...," Allison says. And readers fell in love too. Romantic Times heralded her first novel with their "Top Pick of the Month," awarding it with a 41/2-star rating (out of five), calling it a "love story packed with emotion from gifted new storyteller Allison Leigh." Stay... received nominations for Romantic Times Best Books of 1998 in two categories: Best Special Edition, and Best First Series Romance. Allison was even further honored and delighted to learn that Stay... was a Romance Writers of America RITA finalist for Best First Book. Since then, there have been more releases from Silhouette Special Edition, all equally well received by her readers and consistently appearing in both the Golden Quill Award of Excellence and the Holt Medallion. Her sixth book, Married to a Stranger, will be released in July 2000, and another book follows in December. Born in Southern California, Allison has lived in several different states. She has been, at one time or another, a cosmetologist, a computer programmer, and a secretary. She has recently begun writing full-time after spending nearly a decade as an administrative assistant for a busy neighborhood church, and currently makes her home in Arizona with her family. She loves to hear from her readers. Please visit her website above or send an email to aldavidson@inficad.com or via snail mail P.O. Box 40772, Mesa, AZ 85274-0772, USA.

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    Sola en la tormenta - Nicole Foster

    jul1592.jpgHarperCollins 200 años. Désde 1817.

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2005 Annette Chartier-Warren & Danette Fertig-Thompson

    © 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Sola en la tormenta, n.º 1592- septiembre 2017

    Título original: Sawyer’s Special Delivery

    Publicada originalmente por Silhouette® Books.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

    Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.:978-84-9170-073-9

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Portadilla

    Créditos

    Índice

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Capítulo 14

    Capítulo 15

    Capítulo 16

    Capítulo 17

    Capítulo 18

    Si te ha gustado este libro…

    Capítulo 1

    Se suponía que no tenía que haber sido de ese modo… Nada de aquella situación había ido como debía: ni la carretera de montaña llena de curvas y mojada ni el conductor del carril de su izquierda, empeñado en conducir en zigzag, que la había obligado a dar un volantazo para evitar el choque, ni las contracciones de parto.

    No era el mejor lugar ni el mejor momento, pues aún le quedaban seis semanas para salir de cuentas. Sintió el intenso dolor de otra contracción y Maya Rainbow clavó las uñas en la manta a la que se agarraba como a un salvavidas, temerosa de que aquel miedo se convirtiera en un pánico descontrolado.

    —¿Estás bien? Maya, ¿estás ahí?

    La contracción remitió y ella consiguió tomar aliento y fuerzas para responder al móvil. Había llamado al servicio de emergencias y la operadora la mantenía en línea.

    —Sigo aquí.

    Lo cierto era que no tenía opción. No tenía por dónde salir del coche, a no ser la ventanilla, pero en aquel momento no se sentía suficientemente ágil para eso. Su viejo Jeep Cherokee se había deslizado y se había salido de la carretera, chocando con un pino a su paso. Cuando se reanimó, herida y temblorosa, y consiguió liberarse del cinturón de seguridad, descubrió que su puerta estaba atascada y la del pasajero no podía abrirse porque estaba contra el árbol.

    Cuando iba a llamar al número de emergencias, se dio cuenta de que su bebé estaba en camino.

    —La ambulancia va hacia allí; llegarán en unos minutos, pero mientras, recuerda la respiración —le decía la persona al otro lado de la línea—. Dímelo cuando te venga la próxima contracción.

    —Ahora —masculló ella. Iban quince en diez minutos.

    Si no hubiera estado a punto de dar a luz en su coche, Maya hubiera reído ante la situación. Llevaba siete años enseñando a la gente a afrontar el dolor sin medicación, liberar el estrés y alcanzar la paz interior, y llevaba meses practicando aquellas técnicas de cara a aquel momento.

    Pero tal y como estaban las cosas, lo que deseaba era gritar.

    ¿Y si no podían encontrarla? Su coche estaba muy hundido en una zanja. Tampoco sabía qué le había ocurrido al otro conductor… En medio de la oscuridad y con la lluvia golpeando con fuerza los cristales, Maya se sintió sola como en ningún otro momento de su vida.

    —Aguanta —animaba la telefonista—. Seguro que llegan enseguida.

    Maya no pudo aguantar el llanto por más tiempo. Lágrimas de miedo y dolor le corrían por las mejillas mientras se preguntaba por qué había decidido volver a casa de sus padres esa noche; si hubiera esperado a que el niño naciera, nada de aquello habría ocurrido.

    Pero le había parecido la solución perfecta, como escape al estrés que le había supuesto la campaña de Evan para echarla del apartamento que compartían. Sólo se tardaban dos horas en coche desde Taos hasta Luna Hermosa. El tiempo era bueno cuando salió, no había tenido ningún problema en el embarazo y aún le quedaba mes y medio para dar a luz. Nada tenía por qué ir mal, pero al final, todo se había torcido.

    Sawyer Morente echó un vistazo a su teléfono móvil que sonaba incansablemente, deseando tener alguna urgencia que atender. Era su hermano, y en aquel momento hubiera preferido ir a atender a la señora García, que llamaba al servicio de emergencias asegurando sufrir fuertes dolores en el pecho siempre que Sawyer estaba de guardia, sólo porque le gustaba cómo le tomaba el pulso. En ese caso hubiera tenido una razón para no hablar con Cort. Aquella estaba siendo una noche muy tranquila para ser viernes. No habían tenido llamadas importantes de la central de Luna Hermosa y parecía que los conductores se habían quedado en casa para evitar los chaparrones primaverales que bañaban las montañas de Sangre de Cristo, en Nuevo México.

    Su compañero, Rico Esteban, ojeaba el periódico con los pies encima de la mesa.

    —¿Vas a contestar de una vez? Me está poniendo nervioso.

    —Ya, dímelo a mí —murmuró Sawyer. Era la cuarta vez que Cort lo llamaba esa semana y Sawyer se había cansado de explicarle a su hermano que no tenía ganas de hablar de la dichosa carta. En cuanto había acabado de leerla, la había tirado a la papelera.

    Lo que deseaba responderle al remitente era: «vete al diablo. Después de veintiséis años sin un padre, ahora ya no lo necesito».

    A la quinta señal, Sawyer descolgó el teléfono:

    —Déjame en paz, Cort.

    —A mí también me gusta oír tu voz, colega —respondió su hermano con ironía.

    —No me extraña que el sheriff esté tan contento contigo. Eres más persistente que un sabueso. ¿No tienes a nadie más a quien molestar?

    —No puedes seguir ignorándolo —dijo Cort—. Tarde o temprano vamos a tener que enfrentarnos a esto.

    —Yo ya lo estoy haciendo —espetó Sawyer—. Estoy haciendo lo mismo que él ha estado haciendo con nosotros estos años desde que nos dio la patada: pretender que no existíamos.

    —Sólo vive a unas millas de aquí y viene a veces por negocios —repuso Cort, frustrado—. Fuimos a clase con su hijo, y si las cosas hubieran ido como debían, Rafe no se habría convertido en un Garrett…

    —No vayas por ese camino —interrumpió Sawyer—. Nosotros no tenemos nada que ver con eso.

    —Lo que quiero decir es que no nos lo vamos a quitar de encima fácilmente.

    —Eso lo debes haber heredado de él.

    Sawyer sabía que discutir con su hermano era inútil. Su padre nunca los había querido. Era un hombre grande y rudo, con un temperamento muy desagradable que su romance con el whisky no había conseguido sino empeorar. Cuando Sawyer y Cort tenían siete y cinco años respectivamente, los había expulsado del rancho y de su vida sin una explicación ni remordimientos.

    Siempre que Sawyer le preguntaba a su madre por su padre, ella se negaba a decir nada de él excepto que Jed Garrett amaba su rancho por encima de todas las cosas y que ellos dos no necesitaban un padre que no los quería. Para hacer la ruptura completa y legal, su madre les cambió el apellido Garrett por el orgulloso nombre de su familia: Morente.

    Él habría creído las palabras de su madre si no hubiera sabido porque su padre había adoptado a Rafe, se había vuelto a casar y había tenido otro hijo, pero el saberlo había hecho que durante años se preguntara por qué su padre los había despreciado tanto como para ignorar su existencia.

    Ahora que su madre estaba muerta, su padre deseaba ver a sus dos hijos mayores.

    Sawyer no sabía qué había impulsado a Jed Garrett a mostrar interés paternal, y tampoco deseaba saberlo.

    —Si es importante para ti, entonces contéstale —dijo Sawyer por fin—. Pero recuerda que estás solo en esto, hermano. No quiero tener nada que ver con ello.

    La estridencia de la sirena de alarma interrumpió su conversación y ahogó la respuesta de Cort.

    —Accidente con dos vehículos implicados. Mujer de parto. Kilómetro 223, autopista 137 en el Paso del Coyote.

    —Tengo que dejarte —se despidió Sawyer, y colgó dejando a Cort jurar a gusto.

    Al oír las sirenas, Maya dio un bote en el asiento y susurró una oración de agradecimiento.

    La cara de un hombre apareció en la ventana, borrosa por la lluvia, inspeccionando el interior. Al verla, intentó abrir la puerta, le sonrió y dijo:

    —Enseguida estoy contigo.

    Maya cerró los ojos al sentir otra contracción y cuando se calmó, oyó ruido de cristales rotos, la puerta trasera que se abría y el jeep que crujía. Alguien estaba subiendo al asiento trasero.

    —¿Qué tal estás? —preguntó él, abriéndose paso entre las cajas y las maletas que estaban allí.

    Helada de frío, Maya se agarró con más fuerza aún a su manta al sentir que le caían encima algunas gotas de lluvia de su pelo cuando él se inclinó sobre ella.

    A la escasa luz de la sirena de la ambulancia, Maya lo veía oscuro, pero su presencia llenaba el escaso espacio entre ellos, y su enorme sonrisa le resultó el mejor remedio contra el terror que había conocido.

    Antes de poder responderle, él encendió una linterna y comprobó cómo estaba ella.

    —Vaya una pregunta estúpida que acabo de hacerte.

    —Esto no tenía que haber pasado —dijo Maya, que empezaba a sentir otra contracción.

    —Desde luego —él le dio la mano—. Agárrate a mi mano. Aprieta todo lo fuerte que quieras.

    Ella dudó un segundo: no quería parecer tan débil como para aceptar ayuda de un extraño, pero deseaba que alguien la reconfortara, aunque sólo fueran unos minutos.

    Cómo si le leyera el pensamiento, él insistió:

    —Vas a dejarme muy mal si haces esto tú sola. Eso es…

    Se sentía mejor agarrada a él que a la manta, pero deseaba que siguiera hablando. Esa voz, junto con la calidez de su mano, hacía que se sintiera menos asustada.

    Casi estaba convencida de que podía relajarse cuando el rugido de un motor y un chirrido metálico junto a ella le provocaron un sobresaltó. Él la tranquilizó poniéndole la mano sobre el hombro.

    —Van a abrir la puerta —dijo, señalando a los bomberos que trabajaban en el exterior—. Después os sacaremos a los dos de aquí y os llevaremos al hospital.

    Sawyer no quiso añadir que dudaba que llegaran al hospital antes de que el niño naciera, pero ella ya estaba bastante asustada. Su mano, pequeña y fría, temblaba en la suya, y aún le corrían lágrimas por las mejillas, pero él admiró el valor con que ella luchaba contra el miedo a pesar de estar atrapada y a punto de dar a luz. Podía sentir su fuerza en cómo le sujetaba la mano.

    Se preguntó por qué estaría sola. ¿Qué hombre dejaba conducir a su mujer embarazada en una noche como aquella?

    —¿Cómo te llamas? —le preguntó.

    —Maya… Maya Rainbow.

    —Tranquila —dijo Sawyer—. Nada os va a pasar al bebé o a ti. ¿Es niño o niña?

    —Es un chico. Joey. Me temo que va a ser muy impaciente… viene muy pronto, y en medio de una tormenta, en la carretera… ¡Oh!

    El dolor la sacudió en el mismo momento en que se abrió la puerta del conductor. Todo sucedió tan rápido que Maya no habría podido explicar cómo llegó del asiento a la camilla y de esta a la ambulancia. Se sentía desorientada entre tanta gente, ruido y luces de ambulancia, hasta que oyó su nombre y vio una cara familiar. A duras penas entendió que él le decía que tenía que comprobar cómo estaba el niño.

    —Ni siquiera sé cómo te llamas —dijo Maya, irritada, aunque después pensó lo estúpido de su respuesta—. Olvídalo.

    —Sawyer Morente. Sólo será un segundo.

    Ese nombre la distrajo de lo que estaba haciendo. De todo el personal de los equipos de rescate, tenía que venir él. No había pensado en él en años, y ni siquiera sabía que había vuelto a Luna hermosa.

    Sawyer la miró.

    —Joey no va a esperar a que lleguemos al hospital, y mi compañero está ocupado con el hombre que te sacó de la carretera, así que estamos solos tú y yo.

    —¿Cómo? ¿Aquí? Oh, no… Yo… No puedes… No puedes hacerlo tú solo.

    —Claro que puedo —le dijo con firmeza—. No te preocupes, he hecho esto antes —ella lo miró con el ceño fruncido y él le puso la mano en el brazo para reconfortarla—. Haremos esto juntos, Maya.

    —No puedo —giró la cabeza contra la almohada con el cuerpo tenso—. No, aquí no…

    —Tendrá que ser aquí. ¿Han avisado ya a tu marido?

    Por un momento, Sawyer pensó que no iba a responder, pero por fin, con voz decidida dijo:

    —Joey no tiene… padre —sus ojos brillaron desafiantes y doloridos—. Sólo me tiene a mí.

    Sawyer se vio pillado por sorpresa, asediado por los recuerdos. Deseó pasar diez minutos a solas con el desgraciado que había decidido que aquella mujer y su hijo podían ser abandonados como un juguete roto. Deseó reconfortar a Maya diciéndole que ella y el niño estarían mejor sin un hombre que no los quería, que no importaba… pero él sabía mejor que nadie que sí importaba.

    —De acuerdo, Maya —dijo, volviendo a centrarse en ella—. Prepárate, y cuando yo te diga, empuja. Ahora…

    Con todos los sentidos puestos en el parto, le pareció que sólo habían pasado unos segundos entre el momento en que le pidió que empujara y cuando tuvo al bebé en las manos. Sawyer trabajó con dulzura, y poco después el niño emitió algo parecido a un maullido y empezó a llorar.

    —Mi niño… ¿Está…?

    Sawyer levantó la

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