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Mi irresistible jefa
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Libro electrónico171 páginas3 horas

Mi irresistible jefa

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Información de este libro electrónico

¿Cómo podía conseguir una chica que un hombre cayera rendido a sus pies?
Gracias al eficiente director de la empresa, Lily Reaves se encontró tambaleándose sobre tacones de aguja justo cuando su sofisticada y sensual línea de zapatos parecía estar a punto de alcanzar un gran éxito. Por eso precisamente el anuncio de que James abandonaba la compañía fue un golpe tan grande.
Antes de que él llegara, Lily no tenía ni tiempo para buscar un amante, pero había encontrado en James al hombre perfecto tanto para el negocio como para el placer.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 jul 2017
ISBN9788491700609
Mi irresistible jefa
Autor

Wendy Etherington

Wendy Etherington was born and raised in the deep South—and she has the fried chicken recipes and NASCAR ticket stubs to prove it. The author of thirty books, she writes full-time from her home in South Carolina, where she lives with her husband, two daughters and an energetic Shih Tzu named Cody. She can be reached via her website, www.wendyetherington.com. Or follow her on Twitter @wendyeth.

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    Vista previa del libro

    Mi irresistible jefa - Wendy Etherington

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2004 Wendy Etherington

    © 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Mi irresistible jefa, n.º 1575- julio 2017

    Título original: If the Stiletto Fits...

    Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.: 978-84-9170-060-9

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Portadilla

    Créditos

    Índice

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Epílogo

    Si te ha gustado este libro…

    Capítulo 1

    LILY Reaves entró en su oficina en Manhattan, admirando sus nuevos zapatos. Unos Lily únicos. ¿Pronunciarían algún día su nombre los famosos con la misma admiración que sentían hacia Manolo Blahnik o Prada?

    Bueno, quizá no había llegado a su altura todavía, pero estaba en camino. ¿Habría logrado ella, una chica criada en una granja en Des Moines, el éxito en Nueva York? A veces esa idea la dejaba sin aliento.

    Lily se miró en el espejo de recepción. Los zapatos color mantequilla con tacón de aguja y brillantitos en forma de mariposa serían la estrella de la colección esa temporada.

    Por supuesto, el mostrador de recepción estaba vacío. Lily miró su reloj, uno de esos que vendían en la Sexta Avenida por un dólar, y comprobó que era casi mediodía.

    ¿Dónde estaba esa chica? Otra vez llegaba tarde.

    Luego se dirigió hacia el despacho de su gerente. James Chamberlin estaba frente a su, como siempre, inmaculado escritorio, tomando notas con su bolígrafo favorito mientras hablaba por teléfono. Naturalmente, no tenía ni un pelo fuera de su sitio y, aunque se había quitado la chaqueta, la corbata azul y la camisa blanca eran sencillamente perfectas.

    —Lo sé, pero habrá que cambiarlo… La pasarela Espectacular tiene prioridad —James la saludó con la mano—. ¿Has visto el informe de organización que te pasé el otro día…? ¿No? Bueno, pues a lo mejor ése es el problema.

    Su tono controlado, medido, solía hacer que la gente se echara a temblar. Pero eso era bueno, pensó Lily. Después de todo, James estaba de su lado.

    Y era una suerte. James Chamberlin había sido administrador-gerente-agente de conocidos músicos, algunos con más de un Grammy en su haber, de grandes ejecutivos, de actores y directores de primera fila…

    Y ahora, era su gerente.

    Además, James era uno de esos hombres que quieren y respetan a su madre. Un chico ideal.

    De hecho, fue su madre, la famosa actriz Fedora Chamberlin, quien consiguió que James trabajara para ella nueve meses atrás. Lily había ido a ver una de sus obras y esperó fuera del teatro después como una fan para conseguir un autógrafo.

    Y, de inmediato, se hizo amiga de la alegre y sofisticada Fedora. Un día, mientras comían, le había contado lo desesperada que estaba por encontrar a alguien que dirigiera su empresa y, afortunadamente, James fue la respuesta. En ese momento estaba en Los Ángeles, pero su madre tenía intención de llevarlo de vuelta a Nueva York.

    James había dejado al director de cine con el que estaba trabajando en ese momento y apareció en su puerta con su profesionalidad, su seriedad, su paciencia para sus ocasionales… bueno, más bien frecuentes, cambios de humor y desastrosa habilidad para organizarse.

    Gracias a él, Calzados Lily Reaves se había convertido en la sensación de la temporada. Gracias a él, su colección iba a aparecer en la pasarela Espectacular. En unas semanas, tres de los diseñadores más famosos de Nueva York iban a organizar un desfile especial. Y todas las modelos llevarían sus zapatos.

    —Muy bien. Hablaremos a última hora —James colgó el teléfono y levantó la mirada—. ¿Qué tal ha ido?

    Lily puso un pie sobre la silla para mostrarle los zapatos.

    —Preciosos, ¿verdad?

    —A mí me parecen incomodísimos.

    —No te estoy pidiendo que te los pongas —replicó ella.

    Le molestó que no le dijera lo bonita que era la falda con brillantitos en forma de mariposa a juego con los zapatos. Uno de los diseñadores de la pasarela Espectacular se la había enviado porque ella le regaló a su hermana varios pares de zapatos. Unos zapatos de diseño eran la pieza más cotizada para cualquier neoyorquina.

    Por supuesto, James iba siempre directo a lo que le interesaba. No el pelo, con el que Lily se pegaba diariamente. Ni la ropa, ni sus piernas, que eran lo que más impresionaba a todo el mundo.

    James la estudió un momento, guiñando sus ojos grises, en un gesto de concentración.

    —La artesanía es excelente. Me gusta el brillo de la piel. Y el diseño es bastante decente.

    James Chamberlin no era de los que se volvían loco diciendo piropos. Pero claro, Lily le pagaba por su habilidad organizativa, no para que le dijera lo mona que era.

    —¿Dónde está Garnet?

    —Ha salido a comer.

    —¿Y cuánto tiempo lleva comiendo?

    James miró el reloj de la pared.

    —Demasiado. Como siempre.

    —¿Has visto qué zapatos llevaba?

    —Sí.

    —Si la vuelvo a pillar con unos zapatos…

    Él suspiró, nada convencido.

    —No irás a despedirla otra vez.

    —Qué horror. ¿Por qué volví a contratarla?

    —Porque uno de tus clientes más importantes te lo pidió.

    —Me lo suplicó, ¿te acuerdas?

    El día anterior, su traidora recepcionista se había ido a bailar con unos zapatos que Lily había diseñado especialmente para Bloomingdale’s.

    —No vas a despedirla, Lily.

    —Sí lo haré.

    —Demuéstralo.

    Ella sonrió.

    —¿Estás intentando retarme, James Chamberlin?

    —¿Haría yo eso?

    —A veces creo que harías cualquier cosa con tal de no ver a Garnet nunca más.

    —Son tus zapatos, no lo olvides.

    Lily apoyó los codos en el escritorio. Garnet tenía potencial; sólo necesitaba algunos buenos consejos. Y concentración. Y ganas de trabajar. Y ambición. Lily había tenido todo eso cuando llegó a Nueva York.

    —Su padre me ayudó cuando más necesitaba un pedido.

    —Lo sé. Era una broma.

    —Garnet necesita que la aconsejen. ¿Tú nunca has sido joven y anárquico?

    —No.

    Estudiando su rostro, tan serio, Lily imaginó que era verdad. James siempre sabía lo que hacía y lo que quería, conocía los diferentes caminos que había que recorrer para conseguirlo y tenía todo el viaje controlado, días, horas, fecha de partida, cantidad de gasolina necesaria e incluso el informe del tiempo.

    Había mirado su agenda una vez y, de inmediato, se sintió transportada a la clase de estudios sociales, cuando uno tenía que escribir ensayos con números romanos, bibliografía, índices y notas a pie de página. Y todo ordenado y limpio. Cada vez que lo pensaba se ponía mala.

    —Por lo menos podrías hablar con ella sobre los mensajes telefónicos. No lleva ningún orden. A veces se acuerda, a veces no… a veces me manda notitas rosas en las que dibuja corazones, otras me los manda por e—mail. Aunque normalmente se le olvida anotar los números de teléfono. A veces intenta dejármelos en el contestador… en el tuyo, no en el mío. Es un desastre.

    —Hablaré con ella —le prometió Lily.

    Aunque los ordenadores la dejaban perpleja y un poco asustada a veces, enviar e—mails era como hacer vida social. Y ése era un concepto que ella entendía bien.

    —¿Has conseguido el contrato para la pasarela Espectacular?

    James le mostró un montón de papeles.

    —Aquí está.

    Lily apretó los labios. Llevaba meses deseando hacerle una pregunta…

    —¿Y mi nombre está en ellos?

    —Pues claro.

    —¿Y todo está bien?

    —Hay que cambiar algunas cláusulas pero, por lo demás, todo bien.

    —¿Te he dicho últimamente cuánto te aprecio, James?

    —Lily, te lo has ganado. Fueron ellos los que vinieron a hablar con nosotros, ¿recuerdas?

    Lily negó con la cabeza. Antes de que él llegase, su posición como diseñadora de zapatos era más bien mediocre. Pero tuvo suerte dos años antes, cuando una actriz nominada para un Oscar se rompió el tacón del zapato justo antes de aparecer en la alfombra roja y tuvo que ponerse los que llevaba su ayudante: unos Lily Reaves. La gente de la industria empezó a hablar de sus zapatos, pero Lily no había sabido aprovechar la oportunidad hasta que tuvo a James a bordo.

    Él había conseguido contactar con la gente adecuada, gente de Los Ángeles, de Manhattan… y que varios diseñadores de Hollywood le encargaran zapatos para actrices que tenían que acudir a programas de televisión o a entregas de premios.

    —No estaría aquí sin ti.

    James sonrió.

    —Claro, porque soy el mejor…

    Al ver esa sonrisa, Lily parpadeó. James era tan serio normalmente que sólo cuando sonreía se daba cuenta de lo guapo que era. Aunque también era atractivo cuando no sonreía. Lo era. Con un estilo más bien conservador, pero guapo.

    No era su tipo, afortunadamente, ya que él había dejado claro desde el principio que aquella era una relación puramente profesional. Y a Lily le parecía bien. Necesitaba alguien que organizase sus horarios, que consiguiera contratos y entrevistas, que se encargara de invertir y controlar su dinero.

    A los novios los podía encontrar ella solita.

    Aunque en ese aspecto la cosa no iba demasiado bien. Los hombres que conocía buscaban una esposa de las que se quedan en casa cuidando una docena de niños o imbéciles que sólo querían un revolcón.

    —Pero sólo porque tengo mucha experiencia —siguió James—. No me necesitas tanto como crees.

    —Sí te necesito.

    Él la miró con una expresión rara, pero antes de que Lily pudiera preguntar, una voz familiar gritó desde el pasillo:

    —Holaaaaaaa…

    —Ha vuelto

    —Los mensajes —suspiró James.

    Lily se dirigió a la puerta sobre sus tacones de diez centímetros. A lo mejor se los pondría esa noche para salir con Brian. Le gustaba que a un hombre se le cayera la baba mirándole las piernas.

    —Voy, voy.

    —Tengo que hablar contigo antes de que salgas esta noche.

    Lily se detuvo en la puerta.

    —¿Por qué sabes que voy a salir? Podría quedarme en casa

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