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Pasiones prohibidas
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Libro electrónico165 páginas3 horas

Pasiones prohibidas

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Información de este libro electrónico

Martina Logan mantuvo una apasionada aventura amorosa con Noah Coltrane, un enemigo de su familia. Y cuando se quedó embarazada, decidió que tendría el niño sola. …la llevó directamente al amor. Pero, al descubrir que ella iba a ser la madre de su hijo, Noah, el soltero más empedernido, le pidió que se casara con él.
Estaba decidido a convertir a Martina Logan en su esposa aunque tuviera que enfrentarse a todo el mundo…
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento26 sept 2019
ISBN9788413286747
Pasiones prohibidas
Autor

Leanne Banks

Leanne Banks is a New York Times bestselling author with over sixty books to her credit. A book lover and romance fan from even before she learned to read, Leanne has always treasured the way that books allow us to go to new places and experience the lives of wonderful characters. Always ready for a trip to the beach, Leanne lives in Virginia with her family and her Pomeranian muse.

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    Pasiones prohibidas - Leanne Banks

    Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2000 Leanne Banks

    © 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Pasiones prohibidas, n.º 983 - septiembre 2019

    Título original: Expecting His Child

    Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

    Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

    Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

    Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.:978-84-1328-674-7

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Créditos

    Prólogo

    Capítulo Uno

    Capítulo Dos

    Capítulo Tres

    Capítulo Cuatro

    Capítulo Cinco

    Capítulo Seis

    Capítulo Siete

    Capítulo Ocho

    Capítulo Nueve

    Capítulo Diez

    Capítulo Once

    Capítulo Doce

    Si te ha gustado este libro…

    Prólogo

    Cruzó como un trueno el suelo polvoriento de Texas. Iba a lomos de un semental negro como si fuera uno de los cuatro jinetes del Apocalipsis. Martina Logan, aterrorizada, dio un paso atrás y se escondió detrás de un árbol. Entre los invitados de la boda de su hermano se oyeron exclamaciones de asombro y murmullos. Casi nadie podría identificarlo a esa distancia, pero Martina sí podía y el corazón comenzó a palpitarle a toda velocidad.

    Era Noah Coltrane.

    Noah obligó a ir más despacio al caballo y se dirigió a la zona de baile. Miró hacia la multitud y Martina trató de esconderse.

    –¿Qué has venido a hacer aquí, Noah? –preguntó Tyler, el hermano de Martina.

    –He venido a ver a Martina.

    Las rodillas de Martina se convirtieron en gelatina y rezó para que no la viera. No estaba preparada para enfrentarse a él. Al menos, no todavía.

    –Ella no quiere verte –respondió Tyler–. Sal de aquí. ¿No ves que estamos celebrando una boda?

    –Entonces ella tiene que estar aquí –replicó Noah, mirando de nuevo entre la multitud.

    –Vete de aquí. No quiere verte.

    Martina cerró los ojos.

    –Hablaré con ella –dijo Noah tras un silencio–. Dale el mensaje.

    Temblando, Martina se tapó la cara con las manos. Una docena de imágenes le llegaron a la mente. Y le llegó el recuerdo de la voz cansina de Noah, el día en que lo conoció en Chicago. Recordó el momento en que se giró y vio al hombre más fascinante que jamás había visto.

    Noah no era el típico vaquero. No solo sabía montar y utilizar el lazo, sino que también hacía esgrima y dedicaba parte del dinero del rancho a invertir en la Bolsa de Chicago. Cuando se conocieron, Martina estaba trabajando temporalmente para una compañía de ordenadores y Noah estaba haciendo un curso de empresariales.

    Él la había hechizado antes de decir siquiera su nombre.

    Martina todavía recordaba la tristeza que había sentido, tristeza que también se reflejó en la cara de él, cuando habían descubierto que sus respectivas familias se odiaban entre sí. Había tanto odio entre ambas familias de ganaderos, que se podía llenar el Mar Rojo con él. Pero no era solo que se hubieran peleado durante generaciones por la tierra compartida. Lo peor había sido que el abuelo de Noah había tratado de seducir a la esposa del abuelo de Martina y, poco después, la mujer había muerto.

    Pero aun así Noah había sugerido con una sonrisa extraña que, ya que no estaban en Texas, podían fingir que sus apellidos eran otros.

    Había sido el pecado más grande al que ella no había podido resistirse. Aunque, en realidad, había sido demasiado fácil enamorarse de él y el recuerdo de la pasión y las risas que habían compartido todavía la hacían temblar. Pero finalmente la realidad y la lealtad a su familia habían hecho su aparición. Y así, su relación había muerto tan repentinamente como había nacido. Martina, sin embargo, sufría todavía las consecuencias de su locura temporal llamada Noah Coltrane.

    En ese momento, se mordió los labios, abriendo mucho los ojos, y se tocó el vientre abultado por el hijo de Noah. La horrorizaba pensar en el día en que tuviera que enfrentarse a él de nuevo. Sabía que ese día llegaría más tarde o más temprano. Noah Coltrane había sido hasta el momento su mayor pecado y su error favorito.

    Capítulo Uno

    Y finalmente dio con ella. Seis semanas después de que él irrumpiera en la boda de su hermano, Noah llegó al edificio donde se encontraba el apartamento de Martina y su rostro esbozó una sonrisa cínica. Durante tres semanas, la mujer había hecho el amor con él apasionadamente, para después desaparecer repentinamente.

    Aquello lo había herido profundamente en su ego, así que no la había perseguido. Se había dicho a sí mismo que la acabaría olvidando. Al fin y al cabo, con todo aquel odio entre ambas familias, la relación estaba condenada al fracaso desde un principio. Pero en los ojos de Martina había visto un fuego de independencia que armonizaba con el suyo y no había querido resistirse a ello.

    El recuerdo de ella había ido creciendo en su memoria conforme pasaban los días. Se metía en sus sueños y se hacía mayor y más insoportable por el hecho de que estaba tratando de localizarla y no podía conseguirlo.

    Entonces, decidió que tenía que encontrarla para liberarse de ella. Su paz llegaría cuando mirara en los ojos de ella y le demostrara que no podía esconderse de él. Su alivio llegaría al descubrir que no era la mujer que él pensaba que era. Luego, seguiría con su vida.

    Mientras caminaba hacia la puerta, oyó el ruido que hacían sus botas sobre el pavimento y el canto de los pájaros en aquella mañana tardía de primavera. Se detuvo ante la puerta y pulsó el timbre.

    –Un momento –dijo la voz de ella desde el interior.

    Noah sintió un nudo en el estómago. Luego, oyó los pasos de ella acercándose.

    –Sí, mantengo la cita. Estoy bien –dijo, abriendo la puerta–. Yo estoy… –al ver a Noah, su boca hizo un gesto de sorpresa, aunque de ella no salió ningún sonido.

    Noah vio cómo tragaba saliva.

    –Ten… tengo que dejarte –dijo finalmente.

    Noah observó rápidamente el cabello oscuro y despeinado de ella, sus ojos azules llenos de asombro, la boca preocupada, el cuello largo y los pechos y vientre redondos.

    El vientre más que redondo, abultado.

    Las implicaciones del cambio de tamaño de su vientre provocaron que se hiciera a sí mismo un montón de preguntas. Ya que era evidente que Martina estaba embarazada.

    ¿De quién?

    ¿Sería suyo el bebé?

    ¿Cuánto tiempo llevaría embarazada?

    La mente de Noah hacía todas aquellas preguntas, pero sus entrañas ya sabían la respuesta.

    –He engordado –dijo ella con una sonrisa tan luminosa, que estuvo a punto de cegarlo. La mujer se cubrió el vientre con una mano–. Ya sabes cómo es. Algunas personas engordan por todas partes igual… Bueno, no puedo imaginarme a qué has venido –añadió inocentemente, tocándose el pelo.

    Noah trató de apartar las imágenes que le llegaban. Escenas donde ella desnuda, tumbada al lado de él, gritaba su nombre. Escenas donde ella lo miraba a los ojos y él se perdía en sus profundidades. En aquellos momentos, habría jurado que ella también se perdía en él.

    –¿Cuándo empezaste a engordar, Martina? –quiso saber–. ¿A las ocho semanas o doce después de verme por última vez? Debes de estar embarazada de más de seis meses.

    La sonrisa de Martina se hizo más tensa.

    –No recuerdo cuándo comencé a engordar.

    –Y apuesto a que lo perderás todo de repente –replicó él, luchando por controlar sus emociones–. El bebé es mío, ¿verdad? –añadió, decidiendo que aquella situación necesitaba tanto de intuición como de inteligencia.

    Ella dejó caer la mano con la que se tocaba el pelo y se tocó el abdomen. Luego, entornó los ojos, que brillaron con una mezcla de miedo y desafío.

    –Es mío. ¿Quién te lo dijo?

    –Nadie. Nada más verte lo he sabido –aseguró, temblando casi por el descubrimiento de que Martina fuera a tener un hijo suyo–. Tienes que dejarme pasar –añadió, sorprendido por la calma de su voz.

    Martina hizo un gesto negativo.

    –Ahora no puedo, tengo que salir. La empresa me permite que diseñe las páginas Web en casa, pero tengo que llevarlas allí una vez terminadas.

    –¿Cuándo puedo venir? ¿El año que viene?

    La sonrisa de Martina desapareció de su rostro.

    –El año que viene sería demasiado pronto.

    La mujer trató de cerrar la puerta de la casa, pero él se lo impidió al colocar el pie entre la puerta y el cerco.

    –No voy a marcharme.

    Los ojos de ella brillaron de rabia.

    –He agotado mis reservas de agresividad con los hombres. No respondo bien a la fuerza.

    –Bien, yo solo uso la fuerza cuando trato con alguien que no está siendo razonable.

    Ella lo miró con escepticismo, pero se apartó de la puerta.

    Martina había temido ese día. Sabía que tendría que contarle a Noah algún día lo del bebé, pero había decidido que sería mucho más fácil hacerlo a través del correo electrónico, o por fax, o mediante un mensaje enviado con una paloma mensajera. Nunca había encontrado el momento adecuado. A ella, como norma, no le gustaba demorar las cosas, pero al enamorarse de Noah ya había roto varias reglas.

    Cuando el hombre pasó a su lado, recordó algunos de los estúpidos motivos por los que se había dejado seducir por sus encantos. Uno de ellos era su estatura. Ella era alta y era agradable la sensación de ser abrazada por un hombre aún más alto. También le gustaba el olor de Noah… una mezcla de cuero y musgo especiado, y su voz, así como el modo en que su mente funcionaba.

    Después de vivir con un padre y dos hermanos decididos a protegerla, defenderla y dominarla, estar con un hombre que la trataba como un igual había sido como tomar demasiado tequila.

    Martina tenía el presentimiento de que no podría contar con la sensatez de Noah en esos momentos.

    El hombre echó un vistazo al estudio y luego se acercó a ella. Tenía una expresión tan intensa en el rostro, que el corazón de ella se encogió.

    –¿Cuándo pensabas decírmelo? –preguntó con un tono de voz tranquilo, que no casaba con la turbulencia de sus ojos.

    –Te lo iba a decir. Solo que no había decidido cómo.

    –¿Cuándo? ¿Cuando el niño naciera? ¿Cuando nuestro hijo diera sus primeros pasos o cuando comenzara la escuela?

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