Como un tornado: El último soltero
Por Sara Orwig
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Sara Orwig
Sara Orwig lives in Oklahoma and has a deep love of Texas. With a master’s degree in English, Sara taught high school English, was Writer-in-Residence at the University of Central Oklahoma and was one of the first inductees into the Oklahoma Professional Writers Hall of Fame. Sara has written mainstream fiction, historical and contemporary romance. Books are beloved treasures that take Sara to magical worlds. She loves both reading and writing them.
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Como un tornado - Sara Orwig
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2002 Harlequin Books S.A.
© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Como un tornado, n.º 1161 - diciembre 2017
Título original: The Playboy Meets His Match
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-9170-498-0
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Capítulo Uno
–O sea, que yo soy el experto en mujeres –gruñó Jason Windover mirando a sus amigos, todos ellos miembros del club de ganaderos de Texas.
Estaban sentados en uno de los elegantes salones del club, con gruesas alfombras, paredes forradas de madera y chimenea de mármol. Encima de la chimenea, una cabeza de oso y sobre ellos, un exquisito candelabro de cristal.
El club de ganaderos de Texas era uno de los clubes más exclusivos del estado. Normalmente era un sitio en el que Jason podía relajarse con sus amigos, pero aquel día lo estaban fastidiando.
–Exactamente –replicó Sebastian Wescott–. Tú eres el que más sabe de mujeres, así que te nomino para que nos quites a esa valkiria de encima.
–Yo opino lo mismo –sonrió Will Bradford, socio de la petrolera Wescott.
Jason miró a su amigo, sacudiendo la cabeza.
–No es mi tipo. A mí me gustan altas, rubias, dulces y complacientes. Esa tigresa de metro y medio no es ni dulce ni complaciente. Así que, paso.
–Esa chica está loca. Deberían internarla en un psiquiátrico –intervino Dorian Brady–. Tiene una vendetta contra mí… por el momento. Pero dentro de unos días podría meterse con cualquiera de vosotros. Y os aseguro que no soy culpable de lo que me acusa.
Jason lo miró con cierto desdén. Dorian era el único del grupo con el que no tenía amistad. El club de ganaderos de Texas era una exclusiva y prestigiosa fachada que permitía a los miembros trabajar en misiones secretas para salvar vidas inocentes. Aunque la mayoría de los hombres habían nacido en Royal, Dorian era casi un recién llegado. Y su arrogancia lo irritaba. Pero debía disimular. Al fin y al cabo, era el hermanastro de Sebastian.
–Lo siento, pero eres el elegido, Jason –dijo entonces Rob Cole–. Tú has sido profesional del rodeo. Puedes con toros y caballos salvajes, así que podrás con una mujer.
–Tú eres el detective. Deberías encargarte de ella.
–No. A ti se te dan mejor las mujeres y yo estoy ocupado intentando resolver el asesinato de Eric Chambers –replicó Rob–. Alguien está intentando inculpar a Sebastian y lo que nos faltaba es tener que soportar las tonterías de la señorita Silver mientras intentamos encontrar al asesino.
–Yo no estaba aquí cuando apareció, pero he oído que causó una conmoción en el club.
–¿Una conmoción? No se había visto tal escándalo en años –rio Keith.
–No me metáis en ese lío –protestó Jason, mirando alrededor–. Venga, hombre…
–Tienes que hacerlo –dijo Sebastian–. Tú te has entrenado en la CIA, de modo que tienes experiencia en casos difíciles. Francamente, yo estoy agotado y tengo una nueva esposa a la que atender.
Jason Windover dejó escapar un suspiro.
–Muy bien. Intentaré que esa chica deje de molestar.
–Resuelto el problema, vamos a jugar una partida de póquer –sugirió Keith, el experto en informática.
Fastidiado, Jason dejó escapar un suspiro. No le gustaba nada el trabajo que acababan de asignarle. No era su costumbre obligar a una mujer a hacer algo que no quería, pero tendría que convencerla para que dejase en paz a los miembros del club.
Will, Rob y Sebastian se habían casado recientemente. El matrimonio era como una epidemia en Royal, excepto para él. Ni siquiera había una mujer en su vida…
Quizá era Keith quien debería encargarse del trabajo. Se preguntó entonces si habría olvidado por fin a su viejo amor, Andrea O’Rourke. Keith decía que así era, pero él no estaba muy convencido.
Suspirando, Jason se sirvió una copa. Ojalá pudiera meter a la señorita Silver en la cárcel. Eso sería lo más fácil. Meterla en una celda y pedirle al comisario Escobar que tirase la llave hasta que hubieran resuelto el asesinato de Eric Chambers.
Cuando se dio cuenta de que estaba perdiendo aquella mano de póquer, decidió olvidarse de la fastidiosa señorita Silver y concentrarse en el juego.
Era medianoche cuando, después de guardar las ganancias en el bolsillo, se despidió de sus amigos y salió del club.
El cielo estaba cuajado de estrellas y la brisa movía suavemente las ramas de los árboles. Era una noche preciosa… pero cuando iba a abrir la puerta del jeep, oyó un ruido detrás de él.
Jason se quedó muy quieto, alerta. Su experiencia en la CIA lo había entrenado para ser un buen observador y estaba seguro de haber oído un paso en el asfalto.
A pesar de que el aparcamiento parecía vacío, sabía que no estaba solo. Entonces guardó las llaves del jeep y volvió al club.
Atravesó la sala de juntas y entró en la cocina, tocándose el sombrero para saludar al personal, que seguía trabajando a pesar de la hora. La presencia de los miembros del club en la cocina les resultaba familiar y a nadie pareció extrañarle que Jason Windover apareciese por allí.
Intentando no hacer ruido, abrió la puerta que daba al aparcamiento, pasó entre los arbustos y se colocó junto al coche aparcado al lado de su jeep. Era el Mercedes de Dorian.
Entonces oyó un ruido, como si estuvieran quitándole aire a un neumático.
Decidido a sorprender a aquel vándalo, Jason salió de entre los coches. Al verlo, el tipo soltó la navaja y salió corriendo. Por la estatura, debía ser un adolescente.
–¡Ya te tengo! –exclamó, tirándose sobre él.
En cuanto cayeron sobre el asfalto, se dio cuenta de que lo que tenía debajo no era un adolescente, sino una mujer. Una mujer con curvas… por supuesto, la tigresa que le habían encargado domar. La loca que estaba persiguiendo a Dorian Brady.
–Maldita sea –murmuró. Nunca en toda su vida había atacado a una mujer y se sentía como un canalla–. ¿Se encuentra bien?
La luz de la farola no permitía ver el rostro de la chica porque llevaba un gorro negro de lana y la cara pintada del mismo color.
Jason se apartó y entonces, tomándolo completamente por sorpresa, recibió un puñetazo en el pecho. Una chica de metro y medio había conseguido lo que tipos de metro noventa no consiguieron nunca, dejarlo sin aire.
Ella se levantó de un salto, pero Jason la sujetó por el tobillo y, por segunda vez en su vida, tiró a una mujer al suelo.
No pensaba darle una segunda oportunidad y se la colocó al hombro, como si fuera un fardo.
Para ser alguien dedicado a actividades criminales y que podía pegar de verdad, sus insultos eran los de un niño de cinco años. Algunos podrían incluso mejorarlos.
Sin prestar atención a epítetos como «tonto, bruto» ni a sus pataleos, la llevó hasta el jeep, abrió la puerta y la metió dentro. Como una gata salvaje, ella intentó escapar, pero Jason no se lo permitió.
Sujetando sus manos a la espalda, la acorraló contra el asiento. A pesar de la lucha, se percató de varias cosas: olía muy bien, tenía unas curvas frontales incluso más excitantes que las dorsales, una fuerza increíble para ser tan pequeña y… sus gemidos mientras intentaba escapar le recordaban algo que no tenía nada que