Culpable o inocente: El último soltero
Por Cathleen Galitz
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Culpable o inocente - Cathleen Galitz
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2002 Harlequin Books S.A.
© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Culpable o inocente, n.º 1154 - noviembre 2017
Título original: Tall, Dark… and Framed?
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-9170-493-5
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Prólogo
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Si te ha gustado este libro…
Prólogo
–¡Sebastian Wescott ha sido arrestado!
La noticia se extendió por el Texas Cattleman’s Club como un incendio en época de sequía. Los rumores comenzaron a correr por los salones, creciendo en intensidad hasta que los miembros de club estallaron. Un selecto grupo de ellos no tardó en abandonar el póker, en el que estaban en juego enormes sumas de dinero, para retirarse en dirección a un salón privado en la parte de atrás del club. Allí, a puerta cerrada, tenían lugar las discusiones más serias.
Un samovar de plata mantenía el café caliente, que nadie tomaba, junto a un juego de fina porcelana con el escudo distintivo del club. Corría el licor, mientras los rumores se extendían de salón en salón, por aquel edificio casi centenario. Los miembros de aquella institución de élite no eran solo conocidos entre ellos. Pocas personas habrían adivinado, por el modesto exterior, que aquel club era en realidad el enclave de un prestigioso grupo social dedicado a misiones secretas. Se consideraban a sí mismos más que amigos o hermanos, dado que en muchas ocasiones la vida de los unos dependía de los otros.
El hecho de que Sebastian hubiera caído en desgracia fue un golpe para todos. Su hermanastro, Dorian, parecía inconsolable, mientras relataba a los miembros los acontecimientos que habían culminado con la detención. No era un secreto para nadie que Dorian llevaba semanas muy preocupado por Sebastian. Su inquietud había sido motivo de charla en más de una ocasión, llegando incluso a hartar a algunos miembros. El club era un lugar al que acudían para relajarse después de un duro día de trabajo, no para lamentarse por los estúpidos rumores sobre uno de sus miembros. No obstante, la preocupación de Dorian parecía por fin tener fundamento.
–Si hubiera algún modo de ayudar a Sebastian sin comprometer el nombre del club –se lamentó William Bradford, el socio de Sebastian en Wescott Oil Enterprises, preocupado no solo por el negocio, sino también por el hijo de su viejo amigo Jack Wescott.
–Sebastian dice que estaba en viaje de negocios la noche en que Eric Chambers fue asesinado, pero creo que se niega a proporcionarle una coartada a su abogado –intervino Dorian.
Dorian había sido aceptado unánimemente como miembro del club hacía poco tiempo, ante la insistencia de Sebastian. Como miembro de pleno derecho, estaba al tanto del tipo de operaciones a que se dedicaba el club, pero no llevaba en él el suficiente tiempo como para conocer los detalles de esas misiones que, en ocasiones, mantenían a sus miembros lejos de Texas por un plazo indeterminado de tiempo.
No sería Jason Windover, un agente de la CIA retirado, quien le explicara a aquel novato que Sebastian solía utilizar la excusa de los negocios como tapadera de las misiones. Desde el principio Dorian le había desagradado y, por desgracia, el tiempo no había logrado mejorar esa primera impresión. De hecho, Jason se había mostrado reacio a aceptar a Dorian como miembro del club, y solo lo había hecho como favor especial hacia Sebastian. Jason se negaba a poner en peligro una larga amistad, por eso había dejado a un lado sus reticencias y había votado a favor de la admisión sin decir palabra. Era de suponer que sus sospechas se debieran a su vida pasada, como agente secreto. Observando a Dorian en ese momento, ni él ni nadie habría dudado de la sinceridad de sus sentimientos.
–Yo digo que lo menos que podemos hacer por él es pagar la fianza –sugirió William Bradford sin molestarse en aclarar el malentendido de Dorian en cuanto al paradero de su hermano la noche del crimen–. Teniendo en cuenta el intenso escrutinio a que se ven sometidos los fondos de la Wescott Oil Enterprises, no sería conveniente tocar ni un céntimo.
–¿Sugieres que pongamos entre todos el millón de dólares de fianza? –preguntó Dorian atónito.
–Calderilla –comentó Keith Owen sin parpadear, dueño de una prestigiosa firma de sofware–. Contad conmigo.
–Y conmigo –afirmó el adinerado Jason sin vacilar, quien habría estado dispuesto a cualquier cosa por su amigo.
Cuando Dorian comenzó a balbucear, incrédulo ante tanta generosidad, todos le aseguraron que en realidad no estaban arriesgando ese dinero. Ninguno de los presentes creía que Sebastian fuera a huir, una vez pagada la fianza. Nadie dudaba de su inocencia. Dorian se lamentó entonces de no tener apenas dinero.
–Desearía poder hacer algo, ojalá hubiera podido convencer al cabezota de mi hermano de que me dejara ayudarlo. Bueno, todos sabéis cómo es, jamás le ha gustado pedir ayuda. Prefiere ocuparse de todo solo, a aceptar el consejo de personas de mente serena y lúcida. Últimamente estaba más irascible, más agresivo de lo normal. De no haberlo conocido mejor, me habría sentido tentado a creer que… –Dorian se interrumpió en mitad de la frase, comprendiendo que quizá hubiera dicho más de lo que debía. Pero al menos tuvo la decencia de mostrarse avergonzado–. Lo siento, no debí hablar así. He estado tan preocupado que…
Ansioso por cambiar de conversación, Jason lo interrumpió rápidamente, diciendo:
–No es necesario que te disculpes. Por desgracia, hay un asunto que no podemos ignorar. Teniendo en cuenta que el organizador del baile anual de caridad del Cattleman’s Club está bajo arresto, creo que lo mejor será cancelarlo.
Ni siquiera el alcohol pudo evitar el mal sabor de boca que ese anuncio produjo entre los miembros. Aparte del hecho de que alguna valiosa organización de caridad saldría mal parada, ninguno de los hombres allí reunidos estaba dispuesto a confesarle a su esposa o hijita querida que era responsable de haber cancelado el gran acontecimiento del año. Había pocos sitios en la ciudad de Royal a los que acudir con vestido de noche y diamantes. Las mujeres, indudablemente, se verían gravemente defraudadas. William enseguida lo comprendió. Era el primero de los cinco amigos que había sucumbido a los encantos del matrimonio, después de apostar entre ellos a ver quién sería el último en permanecer soltero, y no tenía ganas de darle la noticia a su flamante esposa. Diana tenía verdaderas ansias por asistir al baile.
–¡Pues vaya un modo que tiene Sebastian de evitar perder la apuesta! –exclamó Keith tratando de calmar los ánimos y de alegrarlos a todos.
De todos los presentes cuando Sebastian propuso apostar a ver quién seguía soltero el día del baile, solo tres de ellos no se habían casado.
–Tú, de todos modos, habrías perdido –comentó Jason, reconocido playboy del club, que seguía sin planes matrimoniales en un futuro próximo.
El comentario, sin embargo, no logró elevar los ánimos. Pensar en Sebastian entre rejas bastaba para desalentarlos. Y, aparte de pagar la fianza cuanto antes, poco más podían hacer por su amigo. Excepto rezar. Todos lo hicieron, cada uno a su modo, al pasar por el umbral de la puerta sobre la que colgaba el lema del club, en un cartel forjado en hierro: «Iniciativa, Justicia y Paz». Cualquiera de aquellos hombres habría estado dispuesto a arriesgar su vida para promover esos ideales, pero ninguno de ellos sabía cómo ayudar a uno de los suyos. Quizá debieran añadir la palabra «fe», a aquel venerado y antiguo cartel, pensó Jason.
Capítulo Uno
Sebastian Wescott observó la triste oficina de la abogada y sacudió la cabeza desesperado. No comprendía cómo su hermanastro consideraba siquiera la posibilidad de que aquel gabinete de segunda lo defendiera. O bien se debía a la preciosa y menudita rubia sentada frente a él, o bien a su actitud ante el dinero. Dorian había crecido sin él, y le sabía mal gastar grandes sumas cuando podía conseguir artículos de igual valor, comparativamente hablando, de oferta. Por conmovedor que resultara el gesto de Dorian, ofreciéndose a pagar de su bolsillo una primera suma como anticipo para Susan Wysocki, a Sebastian no le hacía feliz el hecho de conseguir un descuento, cuando se trataba abogados. Sobre todo cuando su vida y su libertad dependían de ello.
Acudir a ese despacho era una insensatez. Dorian había tenido que arrastrarlo. Sentado al borde de una silla junto a él, su hermanastro parecía dispuesto a bloquearle el paso si salía del gabinete sin escuchar siquiera a la abogada. De haberse parecido a su padre, Sebastian simplemente habría retorcido unos cuantos brazos y habría pagado al Juez para evitar que el caso llegara ante los Tribunales. Pero, desde niño, Sebastian había procurado siempre no parecerse en nada a él. Incluso después de entrar en el negocio familiar y obtener un gran éxito, el fantasma de su padre pendía como una sombra sobre él.
Esa misma y profunda necesidad de no parecerse a él era lo que lo había llevado, en parte, a pedir su ingreso como miembro en el Texas Cattleman’s Club. La antigua fraternidad, compuesta por lo más selecto de entre los ricos adinerados de Lone Star State, hacía gala de no permitir la entrada más que a hombres. Pocos sabían que, tras aquella fachada de club elegante, se escondía una selecta organización cuyos miembros trabajaban en secreto en pro de la protección de los inocentes. Cuando no se veían implicados en una misión secreta, los miembros de aquel club centraban sus energías en mantener la prosperidad y las buenas costumbres al oeste de Texas.
Aquel no era el tipo de organización al que habría sido invitado Jack Wescott, su padre. La idea de Jack de operación secreta consistía en escabullirse hasta el