Princesa a la fuga
Por Barbara Hannay
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Isabella Martineau estaba harta de ser princesa y creía que había llegado el momento de escapar y vivir la vida a su manera. La libertad la llamaba desde el desierto australiano, donde el duro Jack Kingsley-Laird enseguida descubrió que bajo su delicada apariencia, había una mujer salvaje y aventurera. ¿Sería suficiente una increíble pasión para salvar la enorme distancia que existía entre sus mundos?
Barbara Hannay
Barbara Hannay lives in North Queensland where she and her writer husband have raised four children. Barbara loves life in the north where the dangers of cyclones, crocodiles and sea stingers are offset by a relaxed lifestyle, glorious winters, World Heritage rainforests and the Great Barrier Reef. Besides writing, Barbara enjoys reading, gardening and planning extensions to accommodate her friends and her extended family.
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Princesa a la fuga - Barbara Hannay
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2004 Barbara Hannay
© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Princesa a la fuga, n.º 5510 - febrero 2017
Título original: Princess in the Outback
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2004
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-8799-2
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Capítulo 1
Comenzaba a amanecer cuando Isabella decidió marcharse del hospital. Era hora de ir a casa, darse un baño caliente, tomar un té y meterse en la cama. Se puso un abrigo grueso y una bufanda roja y se dispuso a enfrentarse al frío de la calle.
—¿Majestad? —Isabella se volvió y descubrió con sorpresa a su médico personal, el doctor Christos Tenni, que avanzaba hacia ella por el pasillo—. Parece cansada. Está trabajando demasiado.
—No es cierto, Christos, sabes que adoro este trabajo
Su amigo la miraba con expresión preocupada. Parecía incluso asustado. E Isabella pensó que era extraño ver a uno de los más reputados médicos de Amoria lanzar continuas miradas por encima del hombro como si temiera ser escuchado.
—Debe estar agotada —insistió él—. Por favor, venga a tomar algo antes de marcharse.
—Está bien —dijo ella, y bajó el tono de voz para igualarlo al de él.
Christos la acompañó hasta su despacho y cerró la puerta tras ellos. Isabella frunció el ceño al ver que cerraba con llave, y al darse cuenta de que sobre la mesa había un juego de café de porcelana sobre una bandeja de plata. El personal del hospital no se preocupaba normalmente de preservar el protocolo real a aquellas horas tan tempranas.
Hizo un esfuerzo por mantener la calma. Se quitó el abrigo y se masajeó el cuello, dolorido por una larga noche en vela atendiendo a un paciente moribundo.
El médico sirvió una taza y se la acercó sin dejar de mirar hacia la puerta.
—Christos, ¿qué ocurre? Pareces nervioso.
En lugar de responder, él se sentó al otro lado del escritorio y se esforzó por componer una expresión serena, la misma que Isabella lo había visto adoptar cuando tenía que dar malas noticias a un paciente.
—Mi querida princesa Isabella —dijo, en voz baja—. Corre un serio peligro.
Las manos de Isabella temblaron y tuvo que dejar la taza para que no se le cayera.
—¿Qué tipo de peligro?
Él respiró profundamente.
—Siento ser el portador de estas noticias, pero he sabido que su prometido, el conde Montez, pretende causarle daño.
—¡Eso es absurdo! —exclamó ella—. Radik me ama.
El doctor Tenni carraspeó.
—Isabella…, Alteza…
—Por favor, Christos, deja a un lado las formalidades. Somos amigos.
—Isabella, nos conocemos desde pequeños.
—Sí, pero me cuesta creer lo que me dices.
—Si te dijera algo relativo a tu salud, incluso si te anunciara que padeces una enfermedad de vida o muerte, ¿me creerías?
—Sí…
—Entonces has de creer que tienes una salud de hierro, pero que tu vida corre peligro si te casas con el conde Radik.
—¡No!
—Me temo que es la verdad.
—¿Qué ha sucedido?
El médico rodeó el escritorio para aproximarse a ella y posó una mano sobre su hombro.
—Cuando estaba en Ginebra escuché una conversación entre el conde Montez y una mujer.
Isabella se estremeció.
—¿Marina Prideaux?
—¿La conoces?
Aquello era espantoso. Hacía apenas una semana había entrado en el dormitorio de Radik y había descubierto una carta escrita por él a una mujer a la que se dirigía como «Mi querido cachorrito». Cuando se lo mencionó a Radik, él se puso como loco. Y ella había estado segura de que la mujer a la que escribía era Marina Prideaux.
—Sólo sé que fue novia de Radik —Isabella respiró profundamente—. ¿Se siguen viendo?
—Sí, pero eso no es todo.
Isabella sintió náuseas.
—Cuéntamelo, Christos. Me estás asustando.
Él le estrechó la mano.
—Lo siento, Isabella. El conde parece considerar vuestra boda un negocio más que un matrimonio.
—¿Un negocio?
—No sería el primer hombre para el que casarse con la realeza significa tener acceso a riqueza y poder, pero hay algo más. Le oí decir a esa Prideaux que aún la ama y que debía tener paciencia. A las seis semanas de la boda tendrás un accidente. Probablemente un accidente de coche en las sinuosas carreteras de Amoria.
—¡Dios mío!
Christos tenía que haberse vuelto loco. Radik no podía querer matarla.
—Sabe que tras tu… defunción, podrá mantener parte de tus bienes —añadió Christos.
—No puede ser verdad —susurró ella. Pero algo le decía que sí lo era.
Radik, el conde de Montez, era el pretendiente más atractivo y seductor que cualquier princesa europea pudiera desear. Había aparecido en su vida ocho meses antes y la había halagado y cortejado hasta conquistarla.
Isabella era consciente de que había vivido demasiado protegida y que ello la hacía más ingenua de lo normal respecto a los hombres, pero la sensación de estar comprometida le había resultado muy placentera.
Al menos hasta hacía poco tiempo.
Además del incidente de la carta, las últimas semanas había apreciado una frialdad amenazante tras los magníficos ojos oscuros de su prometido. Y también había observado que parecía obsesionado con el dinero. Exhaló un suspiro. Si era sincera consigo misma tenía que admitir que se había sentido desilusionada en numerosas ocasiones. A Radik no le interesaba su trabajo social y jamás hablaban de amor. Pero ella había acallado sus inquietudes. La idea de mencionar a su padre la ruptura de su compromiso la espantaba. Sería como tratar de detener el movimiento de las aguas del océano. Claro que si tenía que elegir entre luchar o morir…
—¿Qué puedo hacer? La boda es la semana que viene. Está en todos los periódicos —dijo, poniéndose de pie de un salto. La población de Amoria había seguido cada detalle: el traje de novia de un modisto parisino, la tarta nupcial encargada en San Sebastián, los regalos llegados de todas partes del mundo—. No puedo decirle a mi padre que cancele la boda a estas alturas.
—Me temo que has de hacerlo —dijo Christos con solemnidad.
—Pero a mi padre le va a dar un ataque. Desea que me case con Radik. Todos sus consejeros lo apoyan. Piensan que es perfecto.
—Sé que no será sencillo. Los amigos de Su Majestad siempre han favorecido a la familia Montez y no estarán dispuestos a admitir que se han equivocado —Christos la miró con tristeza—. Pero piensa lo que te juegas, querida.
Isabella tuvo un ataque de pánico. Se sentía perdida en un laberinto sin salida.
—Puede que padre ni siquiera quiera hablar conmigo. Creerá que tengo los nervios típicos antes de una boda —se llevó una mano a su alterado corazón y comenzó a caminar a grandes zancadas por la habitación con la cabeza agachada, concentrada en sus propios pensamientos—. ¿Qué puedo hacer, Christos?
—Si tu madre viviera… —comenzó el médico. Hizo una pausa y carraspeó—. Siempre has sido muy intuitiva. Por eso tu trabajo en el hospital es tan bueno. Creo que debes seguir tus instintos.
Tenía razón. Cuanto más lo pensaba, más segura estaba de que Christos estaba en lo cierto.
—En cualquier caso, estoy segura de que no debo casarme con él —en cuanto lo dijo, se sintió aliviada. A pesar de saber que su vida corría peligro, de pronto acababa de quitarse un peso de encima.
Pero tomar la decisión de cancelar la boda era una cosa, y otra muy distinta tener el valor de anunciárselo a su padre.
—Christos, ¿me acompañarás a hablar con mi padre?
—Por supuesto.
—Me temo que no volverá de Nueva York hasta dentro de un par de días.
—Es una lástima —dijo él, con gesto pensativo—. No conviene que lo habléis por teléfono.
—No, pero me aseguraré