Jefferson Randolph Smith II no tenía pinta de criminal. Las fotos de las leyendas del salvaje Oeste son casi tan malas como las fotos de carné actuales: todos tenían aspecto de andar fuera de la ley. Las de Jeff Smith, sin embargo, son una excepción. En ellas evoca lo que estaba destinado a ser: todo un caballero del viejo y glorioso sur. Nació en 1860 en la señorial Georgia, en el seno de una familia no muy distinta de las que vemos en Lo que el viento se llevó, plantaciones de algodón incluidas, y su padre era uno de los abogados más solicitados de la ciudad.
Con el estallido de la guerra de Secesión, perdieron hasta el último centavo, y las deudas comenzaron a acumularse. Sumidos en la ruina, sus padres se trasladaron a un polvoriento pueblo de Texas, Round Rock, donde la madre de Jeff trabajó regentando un hotel, mientras su padre pasaba más tiempo en la cantina que conservando empleos. El ambiente no era el más idóneo para un niño, menos aún para uno que se sentía avergonzado por el esplendor familiar perdido y que comenzó a ver en los maleantes que poblaban sus calles figuras
