Al Capone vivió muy deprisa. A los catorce años dejó el colegio tras golpear a un profesor, a los veinte se fue a Chicago, y cinco después ya era el rey del crimen en la ciudad. A los treinta y uno lo encerraron, y con cuarenta y ocho recién cumplidos ya estaba en el cementerio. Es el mafioso más conocido de la historia, la imagen que a todos nos viene a la cabeza al pensar en un gánster, y, sin embargo, su carrera como jefe criminal apenas duró seis años. La gabardina, el sombrero, el puro, los ademanes italianos exagerados… La mitad de los mafiosos de la historia del cine y la literatura son malas copias de Al Capone. Sin embargo, detrás de toda esa mitología solo hay un tipo que tuvo un enorme golpe de suerte, y cuya total falta de escrúpulos le permitió rentabilizarlo solo durante un tiempo. Capone no era un genio del crimen, pero tampoco le hizo falta serlo para llegar a la cima.
Los inicios del mito
El nombre de Al Capone estará asociado para siempre a la ciudad de Chicago, pero, en realidad, pasó allí solo una pequeña parte de su vida. Era neoyorquino, y por poco. Nació solo seis años después de que sus padres llegaran a Brooklyn, una familia más entre los seiscientos mil italianos que desembarcaron