Isla de deseo
Por Julia James
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En cuanto conoció a Theo Atrides, Leandra se quedó impresionada por la manera en que reaccionó su cuerpo ante la increíble masculinidad de aquel hombre. Pero no estaba dispuesta a convertirse en otra de los cientos de mujeres que se sentían atraídas por su riqueza y su poder. Entonces se vieron obligados a pasar juntos una semana en su isla privada, y Theo se propuso hacer todo lo que fuera necesario para conseguir que Leo perdiera el control sobre sí misma y se dejara llevar por sus instintos... Pronto se dio cuenta de que aquel plan de seducción era demasiado para ella.
Julia James
Mills & Boon novels were Julia James’ first “grown up” books she read as a teenager, and she's been reading them ever since. She adores the Mediterranean and the English countryside in all its seasons, and is fascinated by all things historical, from castles to cottages. In between writing she enjoys walking, gardening, needlework and baking “extremely gooey chocolate cakes” and trying to stay fit! Julia lives in England with her family.
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Isla de deseo - Julia James
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2003 Julia James
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Isla de deseo, n.º 1452 - febrero 2018
Título original: The Greek Tycoon’s Mistress
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-9170-734-9
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
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Capítulo 1
THEO ATRIDES entrecerró sus extraordinarios ojos negros. Aquel hombre tremendamente rico y temperamental poseía además un magnetismo singular, reafirmado tanto por el poder que lo rodeaba como por los atributos físicos con los que la naturaleza le había dotado.
Se detuvo en el rellano de la amplia escalinata para contemplar la atestada sala de banquetes del hotel. Era un mar de hombres de esmoquin y mujeres de traje largo. Por todas partes, las arañas de cristal iluminaban los destellos de las joyas.
Desde aquella posición ventajosa Theo continuó analizando con mirada alerta y sistemática los grupos de personas, buscando con firme propósito. De repente se quedó quieto. Bajo la tela de seda de su elegante esmoquin su figura alta y fuerte se puso tensa.
¡Sí, estaban allí! Los dos estaban allí.
Era a la mujer a la que miraba con atención; y apretó los dientes mientras la estudiaba.
Iba vestida elegantemente. Era de estatura mediana, y tenía una figura esbelta y generosa al mismo tiempo. Una figura que aquel vestido destacada sin pudor.
Su larga melena rubia le caía por la espalda como una cascada. Tenía la tez pálida, en contraste con el negro del vestido corto, que tenía un escote tan pronunciado que resaltaba sus senos turgentes de piel aterciopelada. Del mismo modo, su trasero respingón quedaba apenas cubierto por la tela, mientras que las medias de seda brillantes le cubrían las piernas desde los muslos hasta unas provocativas sandalias de tacón alto.
Un envoltorio perfecto. Y tan tentador de desenvolver.
Ella se echó a reír, y al inclinar la cabeza hacia atrás dejó al descubierto la suave curva de su cuello, el resplandor de los diamantes que le colgaban del tentador lóbulo de la oreja.
Theo no pudo verle la cara, pero de todos modos sintió una tensión entre las piernas.
La oleada de placer masculino se mezcló con otra sensación fuerte; pero no de deseo, sino de rabia. Las mujeres como aquella eran peligrosas. Sobre todo para los hombres que caían en sus redes.
Él debería saberlo…
Lentamente, Theo empezó a bajar la amplia escalinata.
Leandra jamás se había sentido más desnuda en su vida. Cada vez que respiraba le parecía que se le iban a salir los pechos por el pronunciado escote, y si daba un paso que se le subiría el vestido y enseñaría el trasero. Debía de estar loca por haber dejado que Chris la convenciera para ponerse un vestido así.
Pero había insistido en que debía estar lo más sexy posible, ya que de otro modo aquella charada no tendría ningún sentido.
Aun así, detestaba el aspecto de buscona que le daba aquel vestido.
Aspiró hondo, lo mismo que solía hacer para vencer el miedo al escenario. Porque aquello era solo eso: una representación; aunque una deslumbrante gala benéfica en uno de los hoteles más elegantes de Londres no era su terreno habitual.
Estaba más acostumbrada a los escenarios de los pubs; lo normal para una actriz en ciernes. En ese momento, gracias a Chris, estaba al lado de un guapo y joven millonario griego, nerviosa y perdida.
Demos Atrides, que dirigía una empresa filial del vasto imperio de negocios Atrides, se volvió hacia ella y le dedicó una sonrisa reconfortante. Ella esbozó a su vez una amplia sonrisa, tal como correspondía a su papel. Demos le gustaba mucho, y no solo por Chris. Sin embargo, a pesar de todo el dinero que poseía, Demos era una persona poco segura de sí misma; Leandra sabía que necesitaba el optimismo y la confianza de Chris para motivarse. No era ella la única que temía la inminente confrontación.
¿Resultaría su charada convincente? Leandra tragó saliva. Ella no debía ser la que le dejara en la estacada; después de todo, era una actriz profesional.
Pegó un leve respingo al notar que Demos le rozaba el brazo con discreción.
–Ahí está –dijo con su voz meliflua de marcado acento griego.
La tensión en sus facciones era evidente.
Leandra respiró hondo.
–Allá voy –se dijo, mientras para sus adentros se deseaba suerte.
Según se iba acercando a ellos Theo Atrides se iba poniendo de peor humor. Él no había querido estar allí, pero su abuelo Milo había insistido. Como patriarca del clan Atrides, estaba acostumbrado a salirse con la suya. Theo sabía que era por eso por lo que Milo se estaba tomando tan mal que su nieto pequeño se negara a entrar en vereda.
Aunque Demos no era de los que daban problemas. Siempre había hecho todo lo que Theo le había pedido, y había dirigido la sucursal de Londres con diligencia y eficacia. Sus asuntos siempre los había llevado con discreción; tanta que ni siquiera Theo sabía de ellos.
¿Entonces por qué armar tanto revuelo por aquel?
Theo se puso tenso. La razón la tenía justo delante: rubia, exuberante y muy, muy sexy. No le extrañaba que su primito no quisiera volver a casa para casarse con Sophia Allessandros, la novia que Milo había elegido para él. ¿Qué hombre querría renunciar a una amante como esa?
Demos Atrides sintió una mano que cayó con fuerza sobre su hombro. Pero enseguida se recuperó.
–¡Theo! –exclamó con expresión de júbilo forzada–. Me alegro de verte. Mi secretaria me dijo que me habías llamado desde el avión para saber dónde estaría esta noche –miró detrás de su primo–. ¿Dónde está Milo?
–Descansando –respondió su primo en tono tenso–. El vuelo le ha cansado mucho. No deberías haber hecho que todo esto fuera necesario, Demos.
Sus palabras lo reprendieron, y Demos se ruborizó ligeramente.
–No había necesidad de que hubiera venido –contestó Demos a la defensiva.
–¿De verdad?
Theo desvió la mirada deliberadamente hacia la mujer que colgaba del brazo de Demos como una lapa enjoyada. Mientras contemplaba su rostro por primera vez, sintió una respuesta similar a una corriente eléctrica.
Por un instante se sintió confuso. No era en absoluto lo que había esperado que fuera. Había asumido que aquel cuerpo pecaminoso iría acompañado de una expresión vacua y una naturaleza avariciosa.
En lugar de eso, un par de ojos color ámbar de mirada inteligente lo miraron, atrapándolo en su inesperada belleza, a pesar de la gruesa capa de sombra de ojos y de máscara de pestañas que los cubrían. En sus profundidades vio algo, pero antes de poder distinguirlo en su confusión, ese algo se desvaneció. Theo continuó estudiando el resto de sus facciones, a pesar del exceso de maquillaje. E inesperadamente sintió un latigazo de deseo; el deseo de retirarle con un pañuelo de papel el montón de maquillaje que cubría su extraordinaria belleza natural.
Por un instante sintió algo más que un mero deseo físico por la mujer que tenía delante. Algo más lo sacudió… lo conmovió.
Pero enseguida reaccionó. No importaba lo más mínimo lo que pensara de la amante de Demos. Solo importaba apartar a su primo de ella, de vuelta a Atenas y a su compromiso con Sofia Allessandros.
Era lo que todos esperaban, sobre todo Milo, que estaba desesperado por asegurar la siguiente generación de Atrides. Theo sabía que jamás se había recuperado de la tragedia que había caído ocho años atrás sobre la familia, en la que dos de sus hijos con sus respectivas esposas habían muerto cuando uno de los aviones Atrides se había estrellado contra el mar. Theo mismamente apenas había tenido tiempo de llorar sus muertes. A la edad de veinticuatro años se había encontrado solo a cargo del gran imperio Atrides, mientras su abuelo sufría un infarto por el fallecimiento de sus dos hijos que había estado a punto de llevárselo al otro mundo también. Los rivales en los negocios, al ver al clan Atrides tan desolado, se habían echado sobre ellos.
Theo se había librado de todos y se había hecho fuerte en la batalla. En el presente, a sus treinta y dos años, el imperio Atrides era más fuerte y poderoso que nunca. Nadie se atrevía ya a desafiar a su feroz dirigente.
Lo único que les faltaba era un heredero para la generación siguiente. Milo tenía razón.
Pero no sería Theo el que se lo diera. Si alguien tenía que darle a Milo los biznietos que deseaba, tendría que ser Demos, y Sofia Allessandros.
En cuanto a la sensual mujer que iba colgada del brazo de Demos… ¡Pues tendría que buscarse otro amante rico!
La miró de arriba abajo otra vez. Tal y como estaba hecha, no le costaría mucho encontrarlo.
Leandra se quedó mirando como embobada al hombre que la apreciaba con aquellos ojos tan oscuros de mirada tan intensa. ¡Santo cielo, qué hombre! Había oído hablar a Demos de su temible primo mayor. Theo Atrides no solo era un despiadado hombre de negocios. Las mujeres se arremolinaban a su alrededor como las moscas alrededor de la miel, y él escogía a las que le apetecían, las degustaba y después se libraba de ellas. Leandra entendió por qué las mujeres lo perseguían; y desde luego no era solo porque estuviera podrido de dinero. ¡De no haber tenido un dracma a su nombre, Theo Atrides habría tenido el mismo atractivo con el sexo opuesto!
Leandra se quedó impactada, tanto por su atractivo físico, como por su altura. Las fotos que había visto en las revistas del corazón del apartamento de Demos no la habían preparado para el verdadero Theo Atrides. Y menos aún para el efecto que le estaba causando en esos momentos.
Había asumido, ya que Demos no la atraía físicamente, que sería igual de inmune a su primo. Pero cuánto se había equivocado. Porque Theo Atrides era mucho más atractivo y mil veces más sexy que su primo. Y sin duda mucho más peligroso.
Leandra adoptó la expresión vacua de la chica alegre y despreocupada que encajaba en la charada que intentaba representar. El hacerlo tuvo sus compensaciones; le permitió mirarlo precisamente como le apetecía, como necesitaba mirarlo.
Claro que él ni se molestaría en volver a mirarla. Todas sus mujeres, por muy poco que le hubieran durado, eran celebridades, en ese momento precisamente unas cuantas le fueron a la mente, o bien miembros de la cosmopolita aristocracia europea o de la americana.
Solo que la estaba mirando. Theo Atrides la miraba con detenimiento, con la pericia de un conocedor de lo mejor de la belleza femenina. Y resultó una experiencia emocionante.
Mientras experimentaba la sensación casi física de aquella mirada misteriosa paseándose por su cuerpo, Leandra sintió que le temblaban las piernas. De pronto apenas podía respirar y el corazón le latía alocadamente. Pero entonces, al tiempo que veía el deseo en su mirada, distinguió además una evidente expresión de desprecio. Estaba claro lo que pensaba de una mujer que iba vestida como iba ella.
Leandra sintió ganas de hacer dos cosas: en primer lugar de tirar de un mantel de una mesa que tenía al lado y cubrirse, y en segundo de abofetearlo hasta que esa mirada de desprecio desapareciera de sus ojos.
Claro que no hizo ni lo uno ni lo otro; no podía.
En lugar de eso se comportó cómo exigía su papel en aquella farsa. Mal.
–Demos –dijo con voz ronca, pegándose más a él, buscando sin darse cuenta protegerse de la presencia del otro–. ¿Quién es este hombre tan apuesto?
Demos abrió la boca para contestar, pero el otro se le adelantó.
–Theo Atrides –murmuró el primo.
Su voz era más profunda, su acento griego más marcado. Su primitiva