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Amor en público
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Libro electrónico160 páginas3 horas

Amor en público

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Ella quería que el amor que él le demostraba en público no fuera fingido.
El millonario Marco di Vincenti necesitaba una esposa para poder conseguir la custodia de la pequeña Angelina... así que decidió proponerle un matrimonio de conveniencia a Alice Walshingham, la niñera de su hija.
Alice habría hecho cualquier cosa para proteger a Angelina, incluso casarse con Marco di Vincenti. Lo que él no sabía era que Alice estaba totalmente enamorada de Marco, y por eso aquel matrimonio era una verdadera tortura para ella. Todo el mundo esperaba que se comportaran como una pareja apasionada y parecía que Marco estaba dispuesto a cumplir con su papel en público, pero ¿qué pasaría cuando estuvieran en privado?
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento13 jul 2017
ISBN9788491700920
Amor en público
Autor

Penny Jordan

After reading a serialized Mills & Boon book in a magazine, Penny Jordan quickly became an avid fan! Her goal, when writing romance fiction, is to provide readers with an enjoyment and involvement similar to that she experienced from her early reading – Penny believes in the importance of love, including the benefits and happiness it brings. She works from home, in her kitchen, surrounded by four dogs and two cats, and welcomes interruptions from her friends and family.

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    Amor en público - Penny Jordan

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2002 Penny Jordan

    © 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Amor en público, n.º 1415 - julio 2017

    Título original: Marco’s Convenient Wife

    Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.: 978-84-9170-092-0

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Portadilla

    Créditos

    Índice

    Prólogo

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Epílogo

    Si te ha gustado este libro…

    Prólogo

    QUE tengas buena suerte con la entrevista. Aunque seguro que vas a conseguir el trabajo, porque no hay una niñera mejor que tú, Alice. Lo único malo es que te encariñas demasiado con los niños.

    Mientras correspondía al abrazo de su hermana mayor, Alice intentó sonreír. Aunque hacía un mes que había dejado su trabajo anterior, todavía echaba de menos a los dos pequeños a los que había estado cuidando. Sin embargo, no echaba de menos al padre, que con sus continuas insinuaciones sexuales y le había hecho muy difíciles los últimos meses de trabajo.

    Incluso aunque no hubiera tenido que soportar aquello, sabía que no habría podido aceptar el ofrecimiento de su señora para trabajar con ellos en Nueva York, donde la habían destinado. Era una mujer que anteponía su carrera profesional a todo, y aunque necesitaba una persona para cuidar de sus hijos, a menudo la molestaba el papel que ella desempeñaba en la casa. Pero aquel era el precio que tenía que pagar por trabajar en lo que había elegido.

    En aquel momento estaba a punto de viajar hacia Florencia para hacer una entrevista. El trabajo consistía en cuidar a un bebé huérfano.

    –Y muchas gracias por llevar a Louise –continuó su hermana, Connie–. Sé que le va a encantar Florencia, sobre todo porque le gusta el arte. La vida no ha sido muy fácil para ella últimamente, así que espero que este viaje resulte de ayuda.

    Alice pensaba que Louise, la hijastra de su hermana, estaba decidida a mostrar su tristeza e inseguridad haciendo que Connie y su padre se sintieran culpables por haberse casado, y que nada de lo que hicieran iba a agradarle, ni siquiera aquel viaje de cuatro días a Florencia. De todas formas, había accedido a que fuera con ella a Italia.

    Alice tenía que entrevistarse con un hombre llamado conde de Vincenti, que había puesto un anuncio en el que buscaba una niñera inglesa que hablara perfectamente italiano para cuidar a una niña de seis meses.

    Y aquel detalle exactamente, «una niña de seis meses» era lo que le había llamado la atención y le había llegado al alma. Le había parecido frío y distante, como si aquel conde no tuviera ningún lazo que lo uniera emocionalmente a la pequeña, y aquello había hecho que todo el instinto de protección de Alice se pusiera en alerta.

    Después de los niños, su segundo amor eran los idiomas; no solo hablaba italiano con fluidez, sino también francés y alemán, lo cual representaba una considerable ventaja para una niñera. Así se lo habían dicho en su agencia.

    La última vez que había visitado Florencia tenía ocho años, y su hermana quince. Guardaba muy buenos recuerdos de aquel viaje. Entonces, ¿por qué sentía tanta aprensión ante el hecho de volver?

    Porque Louise estaría bajo su responsabilidad, y la chica estaba pasando los peores momentos de su adolescencia, o quizá porque había algo acerca del que podría ser su jefe que le resultaba antipático.

    Alice no sabía exactamente el motivo, pero por encima de sus propios sentimientos estaban las necesidades de un bebé huérfano de seis meses.

    Capítulo 1

    FLORENCIA estaba bajo los efectos de una ola de calor y las temperaturas eran aún más altas de lo que Alice había pensado. Louise, que se había escapado durante la noche, no quiso acompañarla a dar un paseo a primera hora de la mañana y se quedó de mal humor en el hotel, durmiendo, así que aprovechó el momento de soledad para explorar la ciudad.

    Mientras cruzaba la calle con la intención de comprar un helado en un puesto que había en la acera de enfrente, vio un deportivo rojo que estaba esperando a que un camión de unas obras dejase el paso libre. Intentó no prestarle atención, pero fue consciente de su presencia mientras pedía un helado de tiramisú. El vendedor le lanzó un piropo descarado que la hizo ruborizarse, lo suficientemente alto como para que lo oyese el conductor del deportivo.

    Sí lo había oído y probablemente había sentido desprecio por la escena, pensó Alice cuando vio cómo la miraba con expresión desdeñosa.

    Alice se sintió completamente mortificada y notó que le ardía la cara. Sin duda alguna, él creería que era una estúpida turista del norte de Europa que estaba pasando unas vacaciones baratas, pensó, mientras le devolvía una mirada corrosiva. Sin embargo, no se dio cuenta de que el helado se estaba derritiendo bajo el sol abrasador y de que estaba goteando sobre su camiseta.

    Y por eso, en aquel momento tan inoportuno, sintió cómo sus pezones se le endurecían, lo cual fue más que evidente. Durante todo el tiempo que estuvo esperando para cruzar la carretera, él tuvo fija la mirada en la suave curva de su pecho.

    «Un hombre horrible», pensó Alice. Pero tenía que reconocer que era el hombre más sensual que había visto en su vida. Su magnetismo resultaba peligroso.

    Solo mirarlo a los ojos, de un color topacio intenso, habría sido suficiente para fundir un glaciar, por no hablar de su helado, pensó temblorosa.

    Y eso sin que él hubiera intentado nada. No sabía lo que podría ocurrir si realmente aquel hombre quería lanzarle una mirada sensual a una mujer. Aunque ella no tenía ningún interés en averiguarlo, por supuesto. Nunca jamás.

    Con respecto al coche descapotable, y su pose, Alice estaba segura de que solo tenían un propósito: exhibir su poder masculino. Despreciaba a los machistas como aquel.

    «Demonios, ¿dónde se habrá metido esa mujer?», pensó Marco con irritación. Miró la hora y frunció el ceño. Estaba en el vestíbulo de un hotel de cinco estrellas a las afueras de Florencia, donde se suponía que había concertado una cita con la mujer inglesa con la que tenía que entrevistarse. Se paseaba a grandes zancadas y su magnetismo de depredador hacía que las mujeres presentes en la estancia sintieran escalofríos.

    Sin embargo, no era consciente del efecto que tenía en ellas. Continuaba frunciendo el ceño.

    El hecho de que la persona a la que iba a entrevistar no hubiera llegado puntual a la cita, ni hubiera tenido la educación de avisarlo de alguna manera de que se iba a retrasar no era, en su opinión, una buena tarjeta de presentación. A pesar de que su agencia la hubiera recomendado con toda clase de alabanzas.

    De todas formas, no estaba de buen humor. Su coche había tenido una avería y estaba en el taller, por lo que había tenido que tomar el Ferrari rojo de Aldo, su primo, que había permanecido en el palacio desde su muerte. Aquel era un coche que llamaba mucho la atención, un tipo de atención que a Marco no le gustaba. Entrecerró pensativamente los ojos mientras recordaba a la chica rubia que había visto en la ciudad. Aunque había visto en su mirada que le encantaba el coche, también había visto una advertencia: «No me mires de esa forma».

    Personalmente, él habría preferido que una mujer se sintiera atraída por él mismo y no por su coche. Era evidente que Aldo no había compartido esa opinión.

    ¿Dónde se había metido aquella mujer?

    Para ser sincero, le había molestado un poco que hubiera rechazado alojarse en el hotel que él había propuesto, con el pretexto de que quería visitar la ciudad, y aquel hotel estaba muy lejos del centro.

    Su irritación crecía por momentos. Angelina, el bebé, se habría despertado y lo estaría echando de menos. La pérdida traumática de su madre había dejado a la niña en manos del único adulto que sería una constante en su vida, con quien parecía que se sentía segura. Aquel adulto era él. Y Marco no estaba contento con los cuidados que le proporcionaba la chica que su fallecida madre había contratado.

    Marco sabía que Angelina había pasado a ser su hija, y que dependía totalmente de él. Era su primera preocupación, y por eso quería encontrar la mejor niñera para ella. Necesitaba una persona que estuviera dispuesta a comprometerse firmemente, durante algunos años, a estar con la niña. De repente, su gesto de irritación cambió por uno de paternalismo. Tenía tal sentimiento de responsabilidad hacia Angelina, que la única mujer a la que podría confiarle su cuidado tendría que darle todo el amor y la seguridad que había perdido al morir su madre. Tendría que ser alguien responsable y en quien se pudiera confiar.

    Y ya que la madre era británica, había decidido que la niñera fuera también una británica que hablara perfectamente italiano, de manera que la pequeña pudiera crecer aprendiendo los dos idiomas.

    La chica que había encontrado finalmente parecía demasiado buena como para ser real, y además su agencia la había recomendado especialmente. Sin embargo, en aquel momento creía que las dudas que hubiera podido tener se habían confirmado. Miró la hora de nuevo.

    Desprendía un aura de poder y una sexualidad tan fuerte que resultaba peligroso. Ni siquiera la gracia felina con la que caminaba podía disimular toda aquella masculinidad, ni el traje elegante e impecable podía esconder la magnífica musculatura de su cuerpo. Ninguna mujer podría ser inmune a toda aquella sensualidad, que ni el dinero, ni la posición podían comprar.

    Sin embargo, en la firmeza de su boca podía apreciarse una determinación que establecía una distancia entre los demás hombres y él, una altivez que desafiaba a cualquiera que intentara acercarse sin ser invitado.

    A sus treinta y cinco años, llevaba diez dirigiendo una complicada empresa que pertenecía a su numerosa familia: tías, tíos y primos.

    Sus padres había muerto en un accidente de aviación, junto a su tío más joven y Marco, o, para dar su nombre completo, Semperius Marco Francisco, conde de Vincenti, recién licenciado en arquitectura a los veinticinco años, se había encontrado en el papel de guardián de la historia y el futuro de la familia. En aquel momento, le había parecido una carga demasiado pesada.

    Pero se las había arreglado para cumplir con su deber. Sin embargo, había perdido algo de la espontaneidad, el amor por la vida y la alegría, y la capacidad de vivir el momento. Por el contrario, Aldo, huérfano como él a causa del accidente, había empezado a disfrutar en exceso de todo aquello. Marco sabía que muchos miembros de su familia pensaban que había dejado que Aldo se aprovechara de él. Pero los dos habían perdido a sus padres, y su primo solo tenía dieciséis años cuando ocurrió aquella tragedia. Todo había sido mucho más duro para alguien tan joven.

    El gesto de Marco se hizo más triste mientras pensaba en su primo. Él nunca había estado de

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