Mucho más que placer
Por Heidi Rice
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Al entrar en mi casino, Edie Spencer parecía una heredera consentida, hasta que aceptó saldar las deudas de su familia haciéndose pasar por mi amante temporal.
¿Cuál era mi plan? Utilizarla para comprometer a mis rivales en los negocios.
Sin embargo, descubrir la inocencia de Edie provocó que la tentación aumentara de un modo inimaginable. Entre nosotros la química era espectacular, así que decidí comprometer a Edie para mucho más que el placer…
Heidi Rice
USA Today bestselling author Heidi Rice used to work as a film journalist until she found a new dream job writing romance for Harlequin in 2007. She adores getting swept up in a world of high emotions, sensual excitement, funny feisty women, sexy tortured men and glamourous locations where laundry doesn't exist. She lives in London, England with her husband, two sons and lots of other gorgeous men who exist entirely in her imagination (unlike the laundry, unfortunately!)
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Mucho más que placer - Heidi Rice
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2019 Heidi Rice
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Mucho más que placer, n.º 2752 - enero 2020
Título original: Claiming My Untouched Mistress
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1348-038-1
Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Epílogo
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Capítulo 1
AL LEER el cartel que colgaba del casino que Dante Allegri tenía en Mónaco, hice lo posible por controlar el pánico que me invadió por dentro. Bienvenidos a El Infierno. La iluminación provocaba que la imponente fachada del edificio del siglo XVIII pareciera sacada de un cuento de hadas en una noche en el Mediterráneo, y eso hizo que yo me sintiera todavía más impostora con aquel vestido de segunda mano y los incómodos zapatos de tacón de aguja que mi hermana había encontrado online.
«Por favor, que Dante Allegri no esté en el casino esta noche».
Para prepararme para esa noche, había visto fotos de Allegri y leído un montón de artículos sobre él en el último mes. Él me asustaba como rival, pero me aterrorizaba como mujer.
Allegri era famoso por ser despiadado, y por haberse criado en los suburbios de Nápoles y haber conseguido crear un imperio de casinos, valorado en miles de millones, por Europa y Estados Unidos. Si tuviera que jugar contra él y él descubriera el método que yo había desarrollado, no mostraría ningún tipo de consideración hacia mí.
La brisa proveniente de la marina me hizo estremecer, pero sabía que no era la cálida noche de verano lo que provocaba que sintiera frío en mi interior, sino el temor.
«Deja de estar aquí parada y muévete».
Sujetándome el vestido, subí por las escaleras de mármol hasta la entrada principal, haciendo un esfuerzo por mantener la espalda derecha y la mirada al frente. El cheque de un millón de dólares que le había pedido al prestamista de mi cuñado y que llevaba guardado en el bolso parecía que pesaba varias toneladas.
«Si quiere malgastar el dinero, señorita Trouvé, es su elección, pero, pase lo que pase, mañana vendré a cobrar».
Las palabras de Brutus Severin, el matón de Carsoni, resonaron en mi cabeza y el frío me invadió por dentro.
Esa era mi última oportunidad para liberarnos de las amenazas e intimidaciones, de la posibilidad de perder no solo nuestra casa familiar, sino también nuestra dignidad y el respeto por nosotros mismos. Algo que Jason, el esposo de mi hermana, Jude, nos había robado doce meses antes, después de perder una fortuna en la ruleta de Allegri.
Esa noche, fracasar no era una opción.
Me acerqué al guardia de seguridad que estaba en la entrada y le entregué mi identificación. Recé para que el falsificador de Carsoni hubiera hecho bien el trabajo por el que le habíamos pagado. El guardia asintió y me la devolvió, pero mi sensación de pánico no disminuyó.
¿Y si mi método no funcionaba? ¿O si mis gestos delataban mi jugada más a menudo de lo que yo esperaba? No estaba segura de si había tenido suficiente tiempo para probarlo de manera adecuada, y nunca tuve la oportunidad de probarlo contra jugadores del calibre de Allegri. ¿Cómo sabía que resistiría el escrutinio? Yo era un prodigio en matemáticas, no una jugadora de póquer.
La entrada para las partidas de aquella noche ascendía a un millón de euros. Un millón de euros que yo no podía permitirme perder.
Si Allegri estaba allí y, como hacía algunas veces, decidía jugar y me ganaba, no solo Belle Rivière estaría perdida para siempre, sino que yo le debería a Carsoni un millón de euros extra que no podría devolver. Porque la venta de la propiedad, una vez hipotecada y después de vender el resto de nuestros enseres de valor y la mayor parte de los muebles, solo cubriría el faltante de las pérdidas de Jason y los intereses astronómicos que Carsoni nos estaba cobrando desde la noche en la que Jason había desaparecido.
«Por favor, Dios mío, te lo suplico. No permitas que Allegri esté aquí».
El guardia miró hacia un hombre alto y atractivo que estaba en la entrada de la planta principal. Él se acercó a nosotros.
–Bienvenida a The Inferno, señorita Spencer –dijo el hombre–. Soy Joseph Donnelly, el director del casino. La tenemos apuntada en la lista de jugadores de esta noche –me miró de forma inquisitiva. Era evidente que no estaba acostumbrado a tener a alguien de mi sexo y edad en el torneo exclusivo de póquer de la semana–. ¿Es correcto?
Yo asentí, tratando de asumir mi papel de heredera, algo que nunca fui, aunque mi madre había sido la nieta de un conde francés.
–He oído que el juego en The Inferno es uno de los más exigentes –dije yo–. Confiaba en que Allegri estuviera aquí esta noche –mentí, fingiendo ser una niña rica mimada. Si la vida me había enseñado algo antes de que mi madre muriera, era cómo aparentar seguridad cuando uno sentía lo contrario.
«Las apariencias lo son todo, ma petite chou. Si creen que eres uno de ellos, no puedes fallar».
El director del casino sonrió y yo esperé las palabras que deseaba escuchar y que confirmarían que mis investigaciones habían servido para algo y que Dante estaba en Niza esa noche, cenando con la modelo con la que había aparecido durante varias semanas en la prensa rosa.
–Dante está aquí. Estoy seguro de que él disfrutará del reto.
«No. No. No».
Forcé una sonrisa. El mismo tipo de sonrisa que puse en el funeral de mi madre al recibir las condolencias de los periodistas que la habían perseguido durante toda su vida, mientras me enfrentaba al dolor que sentía.
Donnelly me acompañó a la caja para depositar mi dinero. Un dinero que había pedido prestado a un interés del dos mil por ciento. El dinero que no podía permitirme perder.
Repasé todas las posibilidades que tenía. ¿Podía echarme atrás? ¿Inventarme una excusa? ¿Fingir que me encontraba mal? Eso no era mentira, tenía el estómago muy revuelto.
Allegri era uno de los mejores jugadores de póquer del mundo. No solo podía perder todo mi dinero, sino que, si descubría mi método, podría prohibir mi entrada en todos los casinos famosos y jamás tendría la oportunidad de recuperar las pérdidas de Jason.
Sabía que no podía echarme atrás. Había contado con la posibilidad de que Allegri no estuviera allí y había perdido, pero tenía que participar en la partida.
Antes de que pudiera controlar el miedo que sentía por tener que enfrentarme a Allegri, una voz grave me hizo estremecer.
–Joe, Matteo me ha dicho que ya han llegado todos los jugadores.
Me di la vuelta y me encontré cara a cara con el hombre que había invadido mis sueños durante meses, desde que comencé a trabajar en mi plan para liberar a mi familia de la deuda. Para mi sorpresa, Allegri era incluso más alto, más fuerte y más devastadoramente atractivo en persona de lo que había visto en los blogs y en las revistas.
Sabía que solo tenía treinta años, pero las marcadas facciones de su rostro y su potente musculatura contenida bajo la tela del esmoquin dejaban claro que la dulzura y la inexperiencia de la juventud, si es que alguna vez había sido joven o dulce, habían desaparecido hacía mucho tiempo. Todo en él exudaba poder y seguridad. También una arrogancia sobrecogedora.
Posó la mirada de sus ojos azules sobre mi rostro y arqueó una ceja. Después me miró de arriba abajo y me dio la sensación de que el provocativo vestido que llevaba se había vuelto transparente a la vez que me oprimía el pecho sin dejarme respirar, como si la fina tela se hubiese convertido en hierro y se ajustara a mis costillas como una herramienta de tortura medieval.
Al contrario de lo que había experimentado tras las miradas que había recibido durante el último año por parte de Carsoni y sus hombres, la mirada de Dante Allegri no me provocaba repulsión, sino algo mucho más inquietante. Era como si mi piel hubiera recibido una corriente eléctrica. Recibir su atención era excitante, placentero y doloroso al mismo tiempo. Mi reacción me sorprendió, porque no parecía capaz de controlarla.
Me temblaban las piernas, mis senos presionaban contra el corpiño de la herramienta de tortura medieval y me costaba un gran esfuerzo evitar que mi respiración se acelerara.
–En efecto, Dante –Joseph Donnelly contestó a su jefe–. Esta es Edie Spencer. Acaba de llegar y espera jugar contigo esta noche.
Al oír el tono de Donnelly, mi pánico aumentó de golpe.
Allegri no parecía muy impresionado y me miró de arriba abajo.
–Exactamente, ¿cuántos años tiene, señorita Spencer? –preguntó, dirigiéndose a mí directamente por primera vez. Hablaba un inglés perfecto, una mezcla de americano y británico con un toque de acento italiano–. ¿Tiene la edad legal para estar aquí? –añadió.
–Por supuesto, tengo veintiún años –dije con cierto tono desafiante.
Él continuó mirándome, como si tratara de adentrarse en mi alma, y yo me esforcé por no apartar la mirada.
El ruido del casino pasó a un segundo plano bajo su intenso escrutinio. Lo único que podía oír era el ruido de mi corazón.
–¿Cuánto tiempo lleva jugando al Texas Hold’Em, señorita Spencer? –preguntó él, mencionando la variedad de póquer que preferían todos los profesionales.
En medio de la mesa se colocan cinco cartas comunitarias y se reparten, boca abajo, dos cartas propias a cada jugador. Es un tipo de juego que requiere mucho talento a la hora de calcular probabilidades y valorar el riesgo cuando se crea la mano a partir de las dos cartas propias y de las cinco cartas comunitarias. Y ahí