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Un hombre enigmático
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Libro electrónico158 páginas3 horas

Un hombre enigmático

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Información de este libro electrónico

Quería hacer el amor pero... ¿cuándo iba a demostrarle a ella lo que sentía?
Nada más llegar a la aislada mansión de Sam Marton, Crystal se dio cuenta de que en la vida de aquel hombre no había espacio para ningún tipo de vínculo emocional. Y bueno, tampoco era que ella quisiera casarse con él... solo necesitaba un sitio donde quedarse un par de noches. Crys se preparó para convivir con aquel tipo tan arrogante y decidió que le demostraría que también ella tenía carácter. No sospechaba que, bajo aquella dura apariencia, Sam escondiera una apasionada sensualidad... que estaba deseando compartir con ella...
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento21 dic 2017
ISBN9788491704720
Un hombre enigmático
Autor

Carole Mortimer

Carole Mortimer was born in England, the youngest of three children. She began writing in 1978, and has now written over one hundred and seventy books for Harlequin Mills and Boon®. Carole has six sons, Matthew, Joshua, Timothy, Michael, David and Peter. She says, ‘I’m happily married to Peter senior; we’re best friends as well as lovers, which is probably the best recipe for a successful relationship. We live in a lovely part of England.’

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    Un hombre enigmático - Carole Mortimer

    HarperCollins 200 años. Desde 1817.

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2003 Carole Mortimer

    © 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Un hombre enigmático, n.º 1443 - diciembre 2017

    Título original: An Enigmatic Man

    Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.: 978-84-9170-472-0

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Portadilla

    Créditos

    Índice

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Capítulo 14

    Si te ha gustado este libro…

    Capítulo 1

    ERA COMO el castillo de Drácula!

    Aunque, pensándolo mejor, la comparación era injusta… para Drácula.

    Eso pensó Crys cuando, después de conducir durante horas, se detuvo en el camino de acceso al castillo con la esperanza de orientarse en la densa niebla que tan rápidamente se había formado. Pero ese pensamiento se desvaneció cuando vio el nombre de la casa labrado en uno de los pilares de piedra que flanqueaban la deteriorada verja. Su mirada sorprendida se dirigió a la monstruosidad de casa que se alcanzaba a ver al final del camino. Era de arquitectura gótica victoriana… y de todos los estilos que habían seguido después, a juzgar por las numerosas ampliaciones que se le habían hecho a la casa.

    El conjunto ofendía su acusado sentido de la línea y del diseño.

    Parecía imposible que ese fuera su destino, no podía ser la casa de Yorkshire del hermano mayor de su buena amiga Molly. De acuerdo que Molly era un poco excéntrica y nada convencional, pero no se le había ocurrido pensar que fuera algo de familia.

    Crys escudriñó el pilar que tenía más cerca. Aunque estaba cubierto de musgo, aún era legible el nombre, Falcon House. Tomó la carta que había recibido de Molly unos días antes, la releyó rápidamente buscando las indicaciones para encontrar la casa de Sam Barton y allí, entre las líneas escritas apresuradamente, encontró el nombre de «Falcon House».

    Sin embargo, ese lugar no era una casa, era en realidad un castillo, con sus altas torres y torreones. Incluso había un foso en desuso que circundaba los muros exteriores.

    Quizá la casa de Sam estaba detrás de esa monstruosidad. Tenía que ser eso. Seguro que si seguía por el camino de acceso, cruzando el puente levadizo encontraría otra casa, más pequeña… ¡y más cómoda!

    Pero después de conducir por el accidentado camino hasta el patio del castillo, que estaba rodeado de un foso maloliente y lleno de basura, se dio cuenta de que no había nada detrás del edificio; solo una parcela que podría haber sido un jardín pero que estaba tan llena de arbustos y árboles que más parecía una selva.

    Crys aparcó el coche, pisó la gravilla cubierta de musgo del camino, estiró los brazos y las piernas sin dejar de mirar el castillo, reparando en las cañerías sueltas de la fachada y las tejas que se habían precipitado al suelo desde el tejado.

    A pesar de la niebla Crys se dio cuenta de que la mayoría de las ventanas estaban tapadas con tablas o tenían cerradas las cortinas.

    El lugar no era nada acogedor y parecía abandonado. Crys estaba segura de que nadie podría vivir allí…

    De pronto oyó un ruido.

    Era un sonido ahogado que no pudo distinguir, pero estaba segura de haber oído algo del otro lado de la casa. Tragó saliva. No sabía qué hacer, si aventurarse e investigar y arriesgarse sabe Dios a qué o volver al coche e irse a toda velocidad. La segunda opción era tentadora. Pero se había pasado todo el pasado año huyendo. A lo mejor había llegado el momento de ser fuerte y enfrentarse a lo que hiciera falta. De eso se trataba, por eso había aceptado la invitación de Molly de pasar unos días con ella en Yorkshire. Ahora bien, ¿era este el mejor momento para empezar de nuevo a hacer frente al mundo?

    Crys casi se rio de lo ridículo de la situación en la que se encontraba. Casi…

    Para ella ya había sido un gran paso aceptar la invitación de Molly, hacer el largo y cansado viaje de Londres a Yorkshire, para llegar y encontrarse con aquello. ¿Encontrarse con qué en realidad? El castillo parecía deshabitado.

    Excepto por un sonido rítmico que procedía del otro lado de la casa.

    Crys se decidió con valentía, tenía que ir y averiguar qué era aquel ruido. Si solo era una rama azotada por el viento golpeando una ventana… perfecto; si era un ser humano, le preguntaría cómo llegar a la casa de Sam Barton y problema resuelto.

    Pero su valor se vino abajo cuando, después de pasar la arcada del patio, se encontró de frente con el perro más grande que jamás había visto. Crys gritó y se detuvo bruscamente. El perro le mostraba los dientes, gruñía y tenía el lomo en tensión, como si fuera a saltar sobre ella.

    Sintió que la boca se le secaba, todos los huesos y músculos de su cuerpo estaban en tensión mirando como hipnotizada aquellos fríos ojos caninos. El perro seguía emitiendo el mismo gruñido, similar a un trueno.

    –¿Qué ha sido eso, Merlín? –dijo una voz como de otro mundo.

    Crys, que ya estaba paralizada por el susto anterior, sintió escalofríos de terror corriendo por su espalda. Ahora conocía el significado de la expresión «sudores fríos».

    ¿De dónde venía esa voz? Solo estaban ella y aquel perro feroz en aquella niebla y, sin embargo, había oído claramente una voz. Le pareció una voz masculina pero sonaba como amortiguada por algo, no podía estar segura. Pero que fuera masculina o femenina no tenía importancia, era una voz y en ese momento sintió cuánto necesitaba la presencia de otro ser humano.

    Si es que era un humano…

    «Cálmate Crys», se dijo con impaciencia. Desde luego, el lugar era siniestro, pero eso no era razón para dejarse llevar por el pánico y salir corriendo. O quizá sí. En cualquier momento, aquel enorme perro podría cansarse de gruñir y lanzarse sobre ella y desgarrarle la garganta con sus enormes mandíbulas…

    –Te lo advierto Merlín, si vuelves a meterte en algún agujero persiguiendo conejos, no seré yo quien te saque– se oyó la voz por segunda vez a través de la niebla.

    ¡Era un hombre! Y estaba cerca. Lo suficiente para salvarla de ese perro salvaje.

    –¡Socorro!

    Vaya, tenía los labios paralizados y su grito apenas llegó a ser un gemido. Pero fue suficiente para enfurecer más al perro, que se preparó para saltar sobre ella.

    –¡Socorro! –gritó de nuevo, esta vez con más fuerza, y se puso a rezar en silencio pues no contaba con que el perro siguiera quieto por más tiempo.

    –Maldito seas Merlín, voy a… ¿Qué demonios…? ¡Quieto Merlín!

    Al oír al hombre, el perro volvió a un gruñido más débil.

    El hombre se había visto interrumpido por el grito que lanzó Crys al ver surgir de la tierra un rostro moreno, desaliñado, con barba de varios días en el que destacaban unos fieros y oscuros ojos verdes que centelleaban en la oscuridad de la niebla.

    Gracias a Dios, el perro, obedeciendo a su amo, se había sentado y había dejado de gruñir, aunque seguía atentamente cada uno de sus movimientos, esperando sin duda a que su amo diera la orden de atacar. Pero ella no pensaba moverse, solo era capaz de mirar petrificada aquel cuerpo que había surgido del suelo. ¡Quizá fuera el castillo de Drácula después de todo!

    Vio desconcertada cómo el hombre utilizaba una pala para salir de lo que parecía un agujero en el suelo, un agujero de un metro ochenta de largo, un metro de ancho y quién sabe qué profundidad.

    Ella dirigió la mirada primero a los pies del hombre mientras este se incorporaba, luego a los vaqueros negros que vestían sus largas piernas, y después al ancho pecho y a los fuertes brazos enfundados en un grueso jersey negro. El cabello crespo y oscuro le llegaba hasta los hombros y la oscura barba ocultaba su rostro, excepto sus ojos, verdes y penetrantes.

    Era un hombre enorme, mediría alrededor de un metro noventa. Su cuerpo musculoso estaba ahora en tensión como lo había estado el de su perro unos segundos antes.

    Ahora que Crys lo veía con claridad se empezó a preguntar si estaba más segura con aquel hombre que con el perro.

    Se humedeció los labios en un intento de mantener la calma.

    –Hola – consiguió decir con la voz ronca.

    El hombre respondió con un gesto de desprecio a su saludo.

    –¿Hola? – contestó sarcástico.

    Crys todavía estaba temblando pero sacó fuerzas para hablar.

    –¿Qué estaba haciendo ahí dentro? –preguntó señalando el agujero. Era enero, demasiado tarde para estar removiendo la tierra del jardín pero demasiado pronto para estar plantando nada. Además… ¡Aquel agujero era enorme!

    –¿Qué cree usted que estaba haciendo? – preguntó alzando las cejas que coronaban esos centelleantes ojos verdes.

    A pesar del desaliño de su cabello y de su barba, tenía una voz refinada. Hasta puede que en otra circunstancias hubiera sido una voz agradable…

    Crys echó un vistazo al agujero y sintió un escalofrío.

    – No tengo ni idea– contestó cautelosamente.

    El hombre no se había movido y sin embargo parecía estar cada vez más en tensión, mientras sostenía la pala, amenazante.

    –Adivine –dijo en un tono algo desafiante.

    Crys tragó saliva. Era ridículo, lo único que ella quería era que alguien le dijera cómo llegar a la casa de Sam Barton, no participar en juegos de ingenio con desconocidos de aspecto peligroso.

    –Oiga mire, perdone que lo haya molestado…

    –Le molesta usted a Merlín más que a mí –repuso el hombre fríamente

    –¿Merlín…? ¡Ah! Se refiere usted al perro –comprendió.

    El enorme animal estaba ahora sentado a los pies de su amo, seguía observando cada uno de sus movimientos. Cuando oyó mencionar su nombre comenzó a gruñir de nuevo.

    –No le gusta mucho que lo llamen así –dijo sonriendo huraño.

    –Pero… pensé que era su nombre –dijo ella frunciendo el ceño perpleja.

    –Y lo es –afirmó el hombre–; me refería a que no le gusta que mencionen que es un perro.

    –Pero…

    –Los dos sabemos que lo es –interrumpió él–, es él el que no se da cuenta,

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