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Un cambio inesperado
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Libro electrónico172 páginas2 horas

Un cambio inesperado

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Lo que contaba no era el exterior... ¿o sí?

Cuando había que transformar la imagen de un cliente, Maddie Sinclair sabía perfectamente qué hacer; pero cuando se trataba de cambiarse a sí misma, estaba perdida.
Hasta que el fotógrafo Dan Willis le echó un vistazo y se dio cuenta de que ni las modelos más fotogénicas del mundo podían compararse con lo que él veía en Maddie. Tenía una belleza auténtica y poco común que se adivinaba en sus ojos chispeantes, en su sonrisa y en su sincera amabilidad. Estaba dispuesto a convertirse en su "hada madrina", pero no lo estaba tanto a que otros hombres descubrieran lo que él ya sabía: Maddie era preciosa... por dentro y por fuera.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento22 nov 2012
ISBN9788468712031
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    Un cambio inesperado - Nancy Lavo

    Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2004 Nancy Lavo. Todos los derechos reservados.

    UN CAMBIO INESPERADO, Nº 1952 - noviembre 2012

    Título original: A Whirlwind... Makeover

    Publicada originalmente por Silhouette® Books

    Publicada en español en 2005

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

    Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

    ® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

    Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    I.S.B.N.: 978-84-687-1203-1

    Editor responsable: Luis Pugni

    Conversión ebook: MT Color & Diseño

    www.mtcolor.es

    Capítulo 1

    Parecía un dios.

    No un dios con mayúsculas, pero sí una de las creaciones mejor logradas del Todopoderoso. Maddie pensó: «Si hubiera ángeles en la Tierra, serían muy parecidos a este hombre». Era alto y musculoso, con una buena mata de pelo rubio y unos hombros anchos y atractivos.

    «Todo un dios», pensó Maddie. «¡Y se está acercando!»

    –Maddie, quiero que conozcas a nuestro último fichaje –le dijo su jefe–. Colton Hartley, te presento a Maddie Sinclair.

    Se quedó helada y con la boca tan seca que tuvo que esforzarse en sonreír.

    –Encantada de conocerte, Colton –consiguió decir con un hilo de voz tenue y ronco.

    Él no pareció notar su turbación y sonrió. El corazón le dio un vuelco. Su boca era digna de un anuncio de dentífrico. Maddie sintió la habitación iluminarse y la temperatura subió varios grados.

    –Es un placer –dijo Colton al estrechar su mano sudorosa.

    «Demasiado caballeroso para secarse la mano en los pantalones», pensó ella.

    –Maddie –añadió Jack Benson, su jefe–, ¿te importaría ayudar a Colton a familiarizarse con la empresa y nuestra forma de trabajo? Asegúrate de que se sienta como en casa.

    –No hay problema –asintió Maddie. «¿Importarme? No me importa en absoluto. Puedo ser su guía, su esclava o la madre de sus hijos, lo que sea», se dijo.

    Estaba tan aturdida que siguió asintiendo con la cabeza como uno de esos cursis perritos que la gente colocaba de adorno en los coches.

    Tuvo que recomponerse y pensar que sólo era un hombre, uno casi perfecto, pero sólo un hombre.

    –Me encantará echarte una mano –añadió.

    –Genial –dijo Jack–, entonces me voy a resolver algunos asuntos pendientes. Te dejo en buenas manos –añadió dándole a Colton una palmada en el hombro.

    Jack le guiñó un ojo a Maddie a espaldas del nuevo empleado y se alejó. El jefe de Maddie se había propuesto impulsar su vida social a toda costa. Claro que para impulsar su vida social era condición indispensable tener una y no era el caso. Al menos aún no.

    –¿Por dónde empezamos? –preguntó a su nuevo compañero–. Dime qué has visto ya.

    –Nada de nada –contestó Colton–, tú has sido la primera parada del tour.

    Otro punto más a favor de Jack, su celestina personal.

    –Entonces comenzaremos por la entrada principal y te presentaré a nuestra recepcionista –decidió ella.

    Para su consuelo, Maddie observó que Crystal, la preciosa y rubia recepcionista, actuó de igual manera al conocer a Colton.

    –Vaya –fue todo lo que Crystal consiguió articular.

    –Encantada de conocerte, Crystal –dijo Colton.

    La joven reaccionó antes que Maddie y consiguió utilizar alguna de sus armas de mujer. Era bastante más baja que él, así que levantó la vista para mirarlo con cara de corderita. «No está mal el truco», pensó Maddie. Y ella misma lo habría usado si no fuera porque, siendo tan alta, cerca del metro ochenta, no había muchos hombres a los que pudiera mirar así.

    –Bienvenido a Cue Communications –dijo Crystal con su voz más sugerente.

    La sonrisa de Colton se intensificó y dos hoyuelos aparecieron en sus mejillas. Temiendo perderlo antes de que fuera suyo, Maddie decidió que era el momento de seguir con el recorrido por las oficinas.

    Sintió orgullo al atravesar el elegante hall de entrada de la empresa. La cuidada decoración art decó y la lujosa moqueta gris reflejaban el éxito de una compañía que en la actualidad era la mejor agencia de publicidad de Forth Worth, la zona financiera de Dallas. Cue Communications había nacido como el modesto sueño de dos jóvenes con gran iniciativa y se había convertido en una gran empresa que ocupaba todo el piso treinta y dos del prestigioso edificio Tower, en pleno centro de Forth Worth.

    –Éste el departamento gráfico, encabezado por Nick Hodges, nuestro director de arte –señaló Maddie al pasar por uno de los despachos.

    Nick dejó un momento el proyecto en el que estaba trabajando y se acercó a ellos.

    –Hola, ¿qué tal? –saludó Nick.

    –Soy Colton Hartley. Acabo de firmar mi contrato con Cue y Molly me está enseñando las oficinas.

    –Maddie –lo corrigió ella.

    –Es verdad, Maddie –rectificó mirándola brevemente.

    Ambos hombres charlaron unos minutos sobre publicidad, música y deportes. Para Maddie era difícil discernir si Colton sabía de lo que hablaba o no pero, desde luego, dominaba el arte de halagar los oídos de sus interlocutores. Se ganó a Nick en cuestión de segundos.

    –Bueno, Nick, no te robo más tiempo. Molly y yo tenemos que seguir con el recorrido.

    –Es Maddie –repitió ella.

    –Claro, perdón –se disculpó Colton.

    Maddie lo llevó a la sala de conferencias, escenario habitual de reuniones de empresa y encuentros con los clientes más importantes. Después al departamento de producción, donde Colton tuvo oportunidad de conocer a los encargados de los contenidos creativos.

    Y con cada nuevo encuentro, la misma reacción. Su encanto rendía a todos. Cada centímetro cuadrado de su impresionante fisonomía, con casi dos metros de altura, destilaba carisma. Con las mujeres desplegaba su mejor sonrisa y con los hombres intercambiaba acertados comentarios sobre deporte. Armas simples pero efectivas para enamorar a unas y otros por igual. «Si se dedicara a la política, sería presidente del Gobierno o lo que se propusiera», pensó Maddie.

    Era su día de suerte. Ser la cicerone de Colton era una gran oportunidad que debía aprovechar para conocerlo mejor. Maddie imaginó que trabajando juntos, codo con codo, él podría percibir todos sus encantos, percatarse de su inteligencia y caer en sus redes. Redes que, por ahora, no habían funcionado con nadie. Ese pensamiento la sacó de sus sueños. Un poco más y ya se veía casada, con dos niños, perro e hipoteca.

    Pero lo primero era lo primero. Debía apartarlo de todos los moscones que revoloteaban a su alrededor y procurarse un momento de intimidad con él.

    –Creo que ya has visto lo más importante –comentó Maddie–. ¿Qué te parece si volvemos a tu despacho?

    –Me parece bien –contestó Colton, aún en medio de su cohorte de admiradores.

    La nueva oficina de Colton era una de las más codiciadas, con fantásticas vistas al centro de Forth Worth. En el pequeño despacho de Maddie apenas cabían un escritorio y un archivador. El de Colton, en cambio, estaba amueblado con una gran mesa, dos archivadores y una zona con dos lujosos sillones de piel a cada lado de una pequeña mesa redonda.

    Colton se sentó frente a su mesa, de espaldas a la ventana, con los rayos del sol enmarcando su silueta.

    Maddie arrastró uno de los sillones hasta su mesa y se sentó. No podía apartar sus ojos de él, y menos aún en ese momento, cuando su belleza se veía intensificada por el sol.

    –No sé si Jack te ha comentado que estamos intentando conservar la cuenta de Calzados Swanson –comenzó Maddie.

    –Sí, hablamos un momento sobre ello –contestó Colton. Tras mostrarle la carpeta que ocupaba el centro de su mesa, añadió–: Y me dio estos documentos para que los leyera.

    Maddie lamentó no haber sido la primera en ponerlo al corriente sobre la situación. Le habría gustado deslumbrarlo con sus ideas.

    Colton abrió la carpeta y comenzó a leer. Maddie se inclinó hacia delante, apoyando los codos en la mesa y la cara en las manos. No se cansaba de mirarlo. Sus ojos azules, rodeados de espesas pestañas, se desplazaban con rapidez leyendo los documentos. Al pasar página se llevó una de las manos a la boca. Maddie no pudo evitar suspirar al observar sus largos dedos, sus bellos labios...

    Colton la miró, sorprendido de que aún siguiera allí.

    –No quiero quitarte más tiempo –le dijo él–, creo que no necesito nada más.

    –¿Estás seguro? –preguntó Maddie con mal disimulado desconsuelo.

    –Sí –contestó Colton. Se levantó y añadió–: Este informe es muy detallado. Te llamaré si necesito preguntarte algo.

    Maddie también se puso en pie. Colton rodeó la mesa y puso una de sus cálidas manos en el hombro de Maddie.

    –Muchas gracias por enseñarme la empresa, Mandy. Gracias de verdad –dijo Colton.

    Esa vez Maddie no tuvo ánimo para corregir nuevamente su error. No podía hablar. Apenas podía respirar. Colton le estaba sonriendo como si ella fuera la persona más importante en su vida.

    Se acercó a la puerta, pero antes de salir se volvió.

    –Me pasaré por aquí a mediodía para decirte dónde suele la gente ir a comer –le comentó.

    –Perfecto –contestó él, sentado de nuevo a su mesa, con los ojos clavados en el informe y sin levantar siquiera la vista.

    En cuanto llegó a su despacho, Maddie cerró la puerta. Estaba en una nube. ¿Cómo podría concentrarse en la cuenta de Calzados Swanson cuando iba a comer con el hombre más atractivo del mundo?

    A las doce menos cuarto Maddie se dirigió al servicio, bolso en mano, para retocar su aspecto antes del almuerzo. No estaba orgullosa de escaquearse así del trabajo pero, ¿a quién pretendía engañar? No había hecho nada en toda la mañana. No podía concentrarse teniendo al hombre de sus sueños tan cerca.

    Los elegantes aseos de señoras estaban vacíos. Se colocó frente al lavabo, sacó el cepillo y la pasta dentífrica de su enorme bolso, se cepilló los dientes con esmero e hizo gárgaras. Menos mal que siempre llevaba consigo su enjuague bucal favorito, elemento indispensable en cualquier kit de emergencia.

    El pelo era tema aparte. Necesitaba dos docenas de horquillas y medio bote de laca para mantenerlo a raya, por eso se sorprendió de que todo siguiera en su sitio. No era lo habitual. No resultaba muy atractivo, pero por lo menos tenía buena apariencia. Sería mejor no tocarlo.

    No era muy dada a maquillarse, así que lo único que faltaba era un toque de color en los labios. Al fondo del bolso encontró un tubito de brillo de labios de color rosa. Se lo aplicó con cuidado, apretó los labios y se alejó ligeramente del espejo para ver mejor su aspecto general.

    No era Miss América, eso lo tenía claro. Su hermana, rubia y de constitución pequeña, había tenido la suerte de salir a su madre. Ella, en cambio, era la viva imagen de su padre.

    Aquel pensamiento le borró la sonrisa. Habían pasado ya cinco años desde la muerte de su padre. Pero el dolor era aún tan agudo que los ojos se le llenaron de lágrimas.

    Su padre era un enorme osito de peluche, tan grande como tierno y bonachón. Con dos metros de altura y ciento treinta kilos de peso, su tamaño era lo que más llamaba la atención de la gente, pero sólo hasta que se daban cuenta de que su corazón era aún mayor.

    A Maddie le gustaba pensar que había heredado el carácter de su padre: su incansable optimismo y su capacidad para ver la belleza interna de las personas. Por desgracia para ella, también había heredado parte del físico paterno.

    La belleza interior estaba muy bien, pero era la exterior la que atrapaba a los hombres. Todo el mundo le decía que era una persona estupenda, pero ella habría cambiado todos los halagos por una cita, al menos una vez.

    Maddie volvió la vista hacia su reflejo en el espejo y forzó una sonrisa. Tenía una cita. A lo mejor no una cita en

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