EL BIENDE HACER EL BIEN
Jue uno de esos momentos que todo padre primerizo teme. Mi hijo lloraba y gritaba como si lo hubiera sumergido en un cubo de agua helada (aclaración: no loy me juzgaban silenciosamente. Entonces, una mujer a la que no había visto jamás consiguió rescatarme emocionalmente y me dio una lección de amabilidad que sigo recordando. Sí, se acercó a mí, me puso la mano en el hombro y me dijo: «No creas que las cosas serán así siempre. A lo mejor ahora no lo parece, pero todo saldrá bien: el peque dejará de llorar y tú podrás descansar». Acto seguido, enviado por los dioses de los centros comerciales, desapareció escaleras mecánicas arriba. Sé que aquel fue un gesto pequeño, un acto de minigenerosidad, aunque marcó la diferencia. Veamos el contexto: yo acababa de mudarme a otra ciudad con un hijo recién nacido, sin amigos ni familia, y me sentía terriblemente sola. Esa mujer me vio y se tomó la molestia de venir hasta mí para establecer contacto humano. Lo que a ella le supuso un minuto se ha quedado conmigo durante un par de décadas.
Estás leyendo una previsualización, suscríbete para leer más.
Comienza tus 30 días gratuitos