La peor elección
Por Dorien Kelly
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Hallie Brewer salió de su ciudad natal con la promesa de no volver jamás. Pero ahora que había vuelto sabía que le iba a costar mucho convencer a la gente de que ya no era el torbellino que había sido de niña. Y lo único que ella deseaba era que su amor de la adolescencia la viera como algo más que la Horrible Hallie.
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La peor elección - Dorien Kelly
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2003 Dorien Kelly
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
La peor elección, n.º 1390- marzo 2020
Título original: The Girl Least Likely To...
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1328-967-0
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
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Capítulo 1
A HALLIE Brewer le gustaba pensar que era una mujer sofisticada, tranquila, segura y cauta. Claro que también le gustaba creer que no se le veían las pecas de la nariz y que el pelo no se le volvía fosco con la humedad, pero un vistazo al retrovisor le demostró que no era así.
Para colmo, el aire acondicionado se había estropeado en Nevada y ella había perdido el valor allá por Chicago. ¿Quién había dicho que no se podía volver a casa? Claro que se podía, pero nadie le aseguraba a uno que fuera a ser fácil. Desde luego, para ella no lo estaba siendo.
Pasó junto a un letrero en el que se leía «Sandy Be d le da la bienvenida». La n de Bend se había caído cuando estaba en sexto curso y todavía seguir sin reemplazarse. También seguía allí la banderita con el ¡BANG! en el viejo tanque de enfrente del colegio.
Hallie supuso que debería reconfortarla encontrar que determinadas cosas nunca cambian, pero por eso precisamente no había vuelto allí en siete años. Tal vez, aunque ella se empeñara en pensar que había cambiado, no hubiera sido así. Volver a Sandy Bend era la prueba de fuego para saber si bajo su nuevo exterior deslumbrante seguía habitando la Hallie la horrible de Sandy Bend.
Aquella Hallie la horrible que incendió el centro de ocio mientras lo pintaba.
Aquella Hallie la horrible que, por lo menos, una vez cada verano hundía alguna embarcación y perdía la parte de arriba del biquini en el proceso.
Aquella Hallie la horrible a la que los chicos tenían por un chicazo y a la que las chicas insultaban.
No habría imaginado nunca que tendría que volver de California a Michigan y, desde luego, estaba decidida a no quedarse ni un minuto más de lo estrictamente necesario.
Sandy Bend yacía entre el lago Michigan y el ancho y caudaloso río Crystal, así que aunque hubiera querido no habría podido crecer. De allí había salido corriendo inmediatamente después de la graduación. Afortunadamente, estaba llena de turistas porque estaban a mediados de junio.
Hallie aparcó en uno de los pocos sitios vacíos que había en Main Street. Se peinó y se maquilló un poco para darse ánimos.
Salió del coche con cautela y se escondió entre una muchedumbre de viandantes. Cuanto más tiempo pudiera pasar desapercibida, mejor.
«No eres la misma persona», se aseguró andando hacia el centro.
Se percató de que habían puesto una tienda de ropa muy bonita donde solía estar la ferretería y que la farmacia había desaparecido para dar paso a una cafetería moderna. Parecía que ni siquiera Sandy Bend podía escapar al progreso.
—¿Hallie? Hallie Brewer, ¿eres tú?
Estupendo.
Hallie observó a la mujer que tenía enfrente. Olivia Hawkins había sido siempre una mujer muy pequeña, pero ahora ya era casi enana. Aun así, tenía mucho carácter y había que tener cuidado con ella.
—Sí, señora Hawkins, soy yo —contestó educadamente.
—Vaya, a ver si traes un poco de vida a la ciudad —apuntó la mujer—. Todavía recuerdo la que armaste hace unos años en el baile…
—Hace doce años de eso, señor Hawkins. Hace mucho tiempo…
—Sí, sí, pero fue buenísimo cuando sustituiste el ponche por ketchup y agua…
Lo había hecho en un momento de desesperación total. Pocos minutos antes de que comenzara el baile, se había dado cuenta de que sus hermanos habían descubierto el ponche que creía haber escondido.
—Nunca había visto a la gente tirarse el ponche a la cara.
Se acabaron los recuerdos. Si a la señora Hawkins se le ocurría ponerse a recordar todas las locuras que había hecho, se podían quedar allí todo el día.
—Me alegro mucho de haberla visto, señora Hawkins. Cuídese.
—¿Y te acuerdas de aquella vez que…?
Hallie le dijo adiós con la mano y se metió en la riada de gente que avanzaba por la acera. Al llegar a la comisaría de policía, entró.
Llamarlo comisaría era un poco exagerado ya que era tan solo un despacho con dos mesas. Con los pies apoyados en una de ellas, dormitaba un agente que tenía una revista encima de los ojos para que no le diera la luz.
Casi daba pena despertarlo, pero eso era exactamente lo que iba a hacer porque se había recorrido la mitad del país para hacerlo.
—Explícame esto —dijo arrojando sobre la mesa un recorte de periódico.
La revista con la que el agente se había tapado la cara salió volando por los aires y su hermano Mitch se puso en pie de un respingo.
—¿Hallie? ¿Qué haces aquí?
—Quiero una explicación —insistió señalando el titular.
Su hermano mayor abrió y cerró la boca dos veces y no dijo nada.
—A ver, aquí dice «El jefe de policía Brewer pasa por quirófano».
—Bueno, no es para tanto…
—¿Tampoco es para tanto que me haya tenido que enterar por la prensa también de que han operado a papá del corazón?
Mitch se pasó los dedos por el pelo, lo que en el lenguaje de los Brewer era un SOS.
—Papá no quería preocuparte, no quería que tuvieras que gastarte el dinero en venir… Por cierto, ¿has crecido o algo?
Más bien algo. Hallie era una mujer que se había desarrollado tarde y las curvas que tanto había ansiado no habían llegado hasta el segundo año de carrera. Mejor tarde que nunca.
—Se llaman pechos, Mitch.
—Hallie, que soy tu hermano —se sonrojó Mitch.
—Sí, y papá es mi padre. ¿Por qué Cal o tú no me habéis dicho nada?
Mitch dio un paso atrás aunque era más alto y más fuerte que ella.
—Solo ha sido un pequeño infarto. La prima Althea lo está cuidando…
Maldición. Althea Brewer Bonkowski era la prima de su padre y una mujer especial. Ahora Hallie ya sabía quién le había mandado el recorte de prensa por correo.
—¿Ha dejado la comuna?
Mitch sonrió.
—Bueno, ya sabes que dicen que puedes sacar a Althea de la comuna, pero no la comuna de Althea.
Hallie sonrió a pesar de que no quería.
—Espero que no esté haciendo nada ilegal.
—Ilegal, no sé, pero raro, sí. Lo está curando con cristales, aromaterapia y cánticos. A Cal y a mí nos tiene locos.
—Y supongo que a papá, también.
Mitch se encogió de hombros.
—No te creas. Le sienta bien discutir con ella. No hacía falta que vinieras hasta aquí para verlo. Con llamar…
—¿Y esto me lo dice el hermano que no se ha molestado ni en llamarme? No, quiero ver a papá con mis preciosos ojos azules. No pienso volver a Carmel hasta que me haya asegurado de que lo tenéis todo bajo control.
—¿Dudas de nosotros? Me ofendes, Hal.
—No me llames así. Sabes que lo odio.
Mitch sonrió.
—Ya no te queda tan bien como antes.
—Adulador. Me voy para casa. ¿Vendrás luego?
—Claro.
Cuando salía del despacho, vio una foto de su padre con sus dos hermanos y otros amigos de la ciudad.
De repente, se quedó petrificada al ver quién era el nuevo director del colegio.
No podía ser. Simplemente, no podía ser. Y, para colmo, no estaba gordo ni calvo, no. Estaba tan fuerte, rubio y guapo como siempre.
—¿Te pasa algo, Hal? —le preguntó su hermano.
Hallie se preguntó cuánto tiempo llevaba mirando la