Aguas turbias
Por Sharon Kendrick
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Sabrina era una chica normal y corriente que se convirtió en la amante de Guy, un playboy multimillonario. Durante una noche apasionada, Sabrina olvidó la monotonía de su vida y el dolor de haber perdido a su prometido.
Después, para no tener que volver a la realidad, aceptó la invitación de Guy: Pasaría una temporada con él en su lujoso apartamento de Londres... solo como amigos, por supuesto...
Sharon Kendrick
Fast ihr ganzes Leben lang hat sich Sharon Kendrick Geschichten ausgedacht. Ihr erstes Buch, das von eineiigen Zwillingen handelte, die böse Mächte in ihrem Internat bekämpften, schrieb sie mit elf Jahren! Allerdings wurde der Roman nie veröffentlicht, und das Manuskript existiert leider nicht mehr. Sharon träumte davon, Journalistin zu werden, doch leider kam immer irgendetwas dazwischen, und sie musste sich mit verschiedenen Jobs über Wasser halten. Sie arbeitete als Kellnerin, Köchin, Tänzerin und Fotografin – und hat sogar in Bars gesungen. Schließlich wurde sie Krankenschwester und war mit dem Rettungswagen in der australischen Wüste im Einsatz. Ihr eigenes Happy End fand sie, als sie einen attraktiven Arzt heiratete. Noch immer verspürte sie den Wunsch zu schreiben – nicht einfach für eine Mutter mit einem lebhaften Kleinkind und einem sechs Monate alten Baby. Aber sie zog es durch, und schon bald wurde ihr erster Roman veröffentlicht. Bis heute folgten viele weitere Liebesromane, die inzwischen weltweit Fans gefunden haben. Sharon ist eine begeisterte Romance-Autorin und sehr glücklich darüber, den, wie sie sagt, "besten Job der Welt" zu haben.
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Aguas turbias - Sharon Kendrick
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2001 Sharon Kendrick
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Aguas turbias, n.º 1224- agosto 2021
Título original: The Unlikely Mistress
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-1375-848-0
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Capítulo 1
SABRINA miró y volvió a mirar. Le latía el corazón e intentó convencerse de que no podía ser. No podía ser él.
Estaba muy cerca del agua, lo suficiente como para que pudiera distinguir los simétricos rasgos de su rostro. Pómulos altos y nariz griega, su boca fuerte y sensual, que parecía haber besado a un montón de mujeres.
Tan solo los ojos no eran igual de bonitos, demasiado fríos para ser perfectos. Desde aquella distancia, vio el brillo que reflejaban, una energía vital mezclada con un irresistible peligro.
«Dios mío, pero ¿en qué estoy pensando?», se dijo Sabrina. No era de esas mujeres que se quedaban anonadadas ante un extraño. Además, estaba sola en un país extranjero. Venecia era la ciudad más bonita del mundo, pero ella había ido sola.
Sola. Eso era algo que debía asumir. Sin poder resistirlo, volvió a mirarlo.
Guy sintió que alguien lo estaba observando. Paseó la mirada por los alrededores hasta que sus ojos grises vieron a una mujer en una góndola que iba hacia donde él estaba. «Madonna», pensó.
El sol de marzo reflejó en su pelo pelirrojo tirando a rubio, que llevaba suelto sobre los hombros. Tenía una piel tan pálida que parecía translúcida. «Seguro que es inglesa», pensó. Se le ocurrió seguirla, invitarla a un café, pero desechó la idea con una sonrisa.
Era una locura ligar con una extraña y él, más que nadie, sabía que las locuras tienen sus consecuencias. ¿Acaso no se había pasado la vida pidiendo perdón por la desesperación de su padre? Había que controlar los impulsos. Con decisión, dejó de mirarla.
Sabrina sintió una gran pena. «Mírame», pensó. En aquel momento, el gondolero cambió el rumbo y él quedó fuera del alcance de su mirada.
Metió la guía en el bolso y se puso en pie. El gondolero le empezó a hablar en italiano y ella no le comprendía nada. En ese instante oyó un grito de alerta a su espalda. Supo inmediatamente que se trataba del hombre moreno. De repente, se vio empapada de arriba abajo.
Al abrir los ojos, el gondolero estaba gritando al conductor de una lancha rápida y el hombre moreno estaba a su lado.
Estaba en la orilla, justo a su lado, tendiéndole la mano. A pesar de la dureza de su mirada, la aceptó gustosa.
—No sé por qué la gente se pone a conducir si no sabe —comentó con una bonita voz. Miró con mala cara a la lancha y luego a la mujer que le estaba clavando las uñas en la palma de la mano—. Es usted inglesa, ¿verdad?
De cerca, era incluso más guapo.
—Sí, sí, soy inglesa —contestó muerta de frío—. ¿Cómo lo sabe?
—Porque las mujeres pálidas, con pecas y pelirrojas suelen serlo —contestó asegurándose de que estaba en tierra firme—. Está calada —Sabrina se miró y vio que era cierto. Tenía la camiseta mojada y los pezones en punta por el frío. Además, le castañeteaban los dientes—. Debe de estar muerta de frío —se abstuvo de hacer un comentario sobre los concursos de camisetas mojadas. No se podía decir algo así a una desconocida.
—Dios mío, se me ha caído el bolso —dijo Sabrina de repente.
—¿Dónde?
—Al agua. ¡Y tengo la cartera dentro!
El hombre se acercó al canal, pero el agua estaba oscura.
—¡No! —exclamó Sabrina pensando que se iba a tirar.
—¿No qué?
—No se tire por él.
—No iba a hacerlo, princesa. No soy tan héroe —contestó con una sonrisa—. Tendría que cambiarse de ropa cuanto antes, de lo contrario puede pillar una neumonía —Aquel comentario tan íntimo hizo que Sabrina se quedara sin palabras—. ¿Dónde está su hotel?
—A varios kilómetros de aquí —contestó. Los hoteles de los alrededores de la Plaza de San Marcos eran solo para millonarios.
Si el gondolero no hubiera estado coqueteando con ella, se habría dado cuenta de que se acercaba la lancha y la podría haber avisado. Por lo menos, podría haberla llevado a su hotel a que se cambiara, antes de desaparecer como lo había hecho. Así que solo quedaba él para hacerse cargo de la situación.
Ya había hecho lo que había ido a hacer a Venecia, comprar un maravilloso cuadro para un cliente.
Había planeado un día tranquilo, no se le había ocurrido tener que hacer de caballero, pero era un hombre muy responsable. La miró y el corazón se le volvió a acelerar. Era realmente guapa…
—Si quiere puede venir a mi hotel. Está aquí al lado.
—¿A su hotel? —repitió Sabrina tragando saliva y recordando cómo lo había mirado. Suponía que no se había dado cuenta, pero ¿y si no había sido así? ¿Y si se había imaginado que era de esas que ligan en mitad de la calle y se van con cualquiera?—. No nos conocemos de nada… ¡y no tengo la costumbre de ir al hotel de un hombre que no conozco!
Le estaba intentando hacer un favor. ¿Se había creído que le estaba haciendo una proposición indecente?
—Bueno, eso se puede arreglar si me presento —dijo sonriendo en vez de largarse y dejarla allí—. Me llamo Guy Masters —dijo tendiéndole la mano.
Sabrina sintió un golpe en el pecho, como si hubiera estado toda la vida esperando aquello. Sintió la calidez de su mano entre sus helados dedos, su mirada gris que recorría su rostro y un escalofrío le recorrió la espalda.
—Sabrina Cooper —acertó a decir.
—Bueno, está usted a salvo conmigo, Sabrina Cooper —la aseguró—. La otra opción es que se cruce media Venecia con esa pinta. Depende de usted. Yo solo me estoy ofreciendo a ayudarla. Usted verá.
Guy no le quitó la mirada de la cara porque, en realidad, lo que no quería era que sus ojos fueran a parar a aquella camiseta mojada. Aunque los pechos que se adivinaban no eran grandes sino pequeños y perfectamente abarcables. Desde luego, no estaría a salvo si volvía a su hotel sola con aquel aspecto.
Sabrina dudó. Un hombre con la pinta de Guy Masters no tenía por qué tener razones ocultas.
—¿Por qué es usted tan…?
—¿Caballeroso? Porque usted es inglesa y yo, también. Además, tengo muy desarrollado el sentido de la responsabilidad —contestó encogiéndose de hombros. Usted tiene frío, está mojada y ha perdido el bolso. ¿Qué quiere que haga? ¿Quitarme la ropa para taparla?
Sabrina miró aquel torso mientras se imaginaba cómo podría ser de turbadora semejante escena. ¿Qué le estaba ocurriendo? Había ido a Venecia intentando entender la tragedia que le había cambiado la vida. Dar sentido a las cosas no incluía sentirse atraída por hombres con un peligroso aire de inaccesibilidad.
—Eh, no —contestó—. No es necesario. Acepto su oferta para ir a ducharme. Se lo agradezco mucho. Gracias.
—Por aquí —le indicó él mientras se adentraban en las callejuelas acompañados por el sonido del agua.
Sabrina iba andando con el incómodo peso de los vaqueros en los muslos.
—No sé cómo voy a hacer para secar la ropa —comentó.
—No se preocupe. Seguro que en el hotel se les ocurre algo —contestó él. «Los hoteles como el Palazzo Regina siempre tienen recursos», pensó amargamente. Siempre estaban dispuestos a contentar a sus huéspedes, pidieran lo que pidieran. Guy se había dado cuenta de que, en esta vida, cada uno tiene lo que paga y, cuanto más paga, más impresionado se queda todo el mundo.
Sabrina se dio cuenta de que la gente los miraba con curiosidad y no supo si era porque ella estaba calada o por lo guapo que era él. Se sentía irremediablemente atraída hacia él mientras caminaban uno al lado del otro. Sentía el corazón que le latía a toda velocidad.
—¿Cuánto dinero llevaba en el bolso? —preguntó Guy.
—Poco. La mayoría lo tengo en el hotel, con los billetes de avión.
—Menos mal que no los llevaba encima.
—Pues sí —contestó lentamente haciendo que él sonriera.
—Hemos llegado —anunció él parando ante un imponente edificio.
—¿Aquí? —preguntó Sabrina. Aquel hombre iba vestido con vaqueros y camiseta. Parecía un turista cualquiera. No podía ser—. ¿Este es su hotel?
—¿Se cree que no sé cuál es mi hotel? —bromeó detectando la incredulidad en su voz.
—¡Pero si parece un palacio! —exclamó Sabrina comparándolo con la pequeña pensión en la que ella se alojaba.
—Sí, creo que lo era antes —contestó—. Hace mucho tiempo.
—¿Cuándo?
—En el siglo XIV.
—Madre mía y, ¿usted puede pagar esto? —le preguntó sin pode evitarlo.
—Tengo esa suerte —contestó tan tranquilo—. Me lo paga la