La magia de San Valentín
Por Margaret Barker
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Después de una jornada tan romántica, a Tim le resultaba imposible creer que Katie no quisiera tener una relación sentimental. Estaba seguro de que lo que se interponía entre ellos era el pasado de Katie. Lo único que Tim tenía que hacer era convencerla de que lo olvidara todo y afrontara el presente…
Margaret Barker
Margaret Barker has always enjoyed writing but it wasn’t until she’d pursued several careers that she became a full-time writer. Since 1983 she has written over 50 Medical Romance books, some set in exotic locations reflecting her love of travel, others set in the UK, many of them in Yorkshire where she was born. When Margaret is travelling she prefers to soak up the atmosphere and let creative ideas swirl around inside her head before she returns home to write her next story.
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La magia de San Valentín - Margaret Barker
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 1998 Margaret Barker
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
La magia de San Valentín, n.º 1078 - julio 2020
Título original: Valentine Magic
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1348-683-3
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Capítulo 1
KATIE tomó otro sorbo del refrescante zumo de naranja que había encontrado en el frigorífico de su lujoso palafito y se reclinó sobre los cojines del sillón de mimbre en el que estaba sentada. Los poderosos rayos del sol iluminaban el cielo y el mar con tonos rosados que poco a poco iban tiñéndolo todo con los dorados matices del atardecer.
–¡Vaya! –afirmó ella, al ver los bancos de peces cirujano, que retozaban debajo de su terraza–. Podría acostumbrarme a esto tan fácilmente…
Uno de los peces, azules con las aletas amarillas, pareció volver la cabeza para mirarla, probablemente esperando que ella le tirara algo para comer. Con toda seguridad, eso era lo que había hecho el anterior ocupante del bungaló. Katie decidió traer algo de pan del comedor la próxima vez, a pesar de que los peces presentaban un aspecto rollizo y saludable.
Tras echar un vistazo a la guía de peces que había comprado en la isla al poco tiempo de llegar, se sintió orgullosa de ver que había identificado al pez correctamente. Resultaba muy agradable que aquellos peces le dieran la bienvenida a su nuevo, aunque temporal, hogar y que, además, tuvieran un nombre tan relacionado con la medicina. Esperaba fervientemente que el cirujano que estaba a cargo del equipo médico de aquel grupo de las islas Maldivas la acogiera de la misma manera que aquellos peces…
Katie suspiró llena de felicidad. Aquel lugar era un verdadero paraíso, tal y como había leído en los folletos que describían las islas. Sin embargo, un mal recuerdo rompió la magia. La primera vez que había visto un folleto sobre las Maldivas había sido cuando la Rata la llevó a cenar a aquel restaurante tan de moda y le había pedido que se casara con él, cuando ella todavía estaba trabajando como cirujano en prácticas en el hospital. Ella, como una tonta, había accedido.
Él había extendido todos los folletos encima de la mesa y Katie se había sentido muy emocionada ante la perspectiva de pasar la luna de miel en una de aquellas espectaculares islas.
–El único problema es elegir una –le había dicho él, con una voz de saberlo todo, mientras le estrechaba la mano entre las suyas.
¿Cómo habría podido ella ser tan estúpida? ¿Cómo había juzgado tan mal el carácter de Rick que se había sentido tan atraída por él? ¿Cómo habría llegado a creer que quería pasar el resto de su vida con él? Tal vez la idea de pasar la luna de miel en una de aquellas paradisiacas islas había ejercido un embrujo sobre ella.
Katie se sacudió todos aquellos pensamientos de la cabeza. Por fin lo había conseguido, y lo había hecho ella sola. Durante los seis meses que duraba su trabajo, tendría ocasión de explorar las islas en su tiempo libre, sin la agobiante compañía de la Rata, como llamaba a Rick. Él había sido tan posesivo con ella… al menos hasta que se marchó con otra.
El sonido de un pequeño hidroavión la sacó de sus pensamientos. Venía de la dirección de Male, la capital de Maldivas. Probablemente aquél sería el cirujano jefe. Le habían dicho que él vendría por la tarde cuando hubiera acabado el trabajo en el hospital central.
Mientras contemplaba cómo aterrizaba el avión en el agua, se dio cuenta de que el sol había casi desaparecido en el horizonte. El avión se deslizó sobre la superficie del agua, salpicando todo a su alrededor y se detuvo totalmente a pocos metros de la costa, junto a una plataforma de madera. Entonces, una figura solitaria descendió del avión y se montó en el bote que le estaba esperando, que en la lengua local se llamaba dhoni.
Casi inmediatamente, las hélices del avión se pusieron de nuevo en movimiento, para desaparecer casi inmediatamente por el canal, sobre los arrecifes de coral, hacia el horizonte.
Si aquel hombre era el doctor Tim Fielding, parecía que iba a pasar la noche en la isla. Aquella idea le agradó, ya que así tendría tiempo de sobra para preguntarle todas las dudas que le asaltaban. Y también le podría pedir consejo sobre la joven que estaba esperando dar a luz en el hospital de la isla.
La enfermera jefe del turno de día había asegurado a Katie durante su breve visita al hospital que no había nada de lo que las enfermeras no pudieran ocuparse y que era mejor que ella se fuera a su bungaló y se instalara. Sin embargo, a pesar de estar maravillada por la belleza del lugar, no podía dejar de pensar en la joven paciente.
La futura madre sólo tenía dieciséis años, y era muy pequeña y frágil. Rodeada por su madre, tías y abuela, había mirado a Katie con unos ojos tranquilos y resignados a su destino, pero a pesar de aquella apariencia, Katie había sentido que tenía mucho miedo. Katie quería volver tan pronto como hubiera conocido al doctor Fielding y esperaba que la enfermera del turno de noche fuera más compasiva que la del turno de día.
Tal vez aquella manera no fuera la más adecuada de definir a la enfermera. Se movía por el hospital con orgullo. Resultaba evidente que quería impresionar a Katie y transmitirle la idea de que podía llevar el hospital ella sola y de que el nombramiento de Katie como médico de zona había sido totalmente innecesario.
Antes de su llegada, no había allí ningún médico, y simplemente se llamaba a un médico de Male para las emergencias o se trasladaba al paciente al hospital.
Mientras se inclinaba sobre la barandilla, vio que la figura del hombre que se había bajado del hidroavión se acercaba a toda velocidad hasta el bungaló, por lo que ella se puso de pie y se dirigió a la puerta principal.
Al abrirla, vio que la alta figura del médico estaba atravesando la estrecha pasarela que separaba el bungaló de la playa.
–Tim Fielding –dijo él, extendiendo la mano hacia ella.
La mano era firme y fuerte. Cuando Katie le miró al rostro, vio unos maravillosos ojos azules. El pelo oscuro le caía sobre el rostro, por lo que él se apartó unos mechones que le impedían la visión.
–Katie Mandrake –respondió ella, mientras se retiraba para dejarle pasar.
–Necesito estirar un poco las piernas después de haber estado en el teatro de operaciones todo el día –replicó él, con voz profunda–. Cuando hayamos tenido una charla preliminar, me gustaría dar una vuelta por la isla.
Él se movía con rapidez por la habitación, para dirigirse finalmente a la terraza. A Katie se le hizo un nudo en el corazón al pensar que aquel hombre era otro fanático de los deportes. Al mirarle de la ancha espalda, casi le pareció que podía ser Rick. Tenía el mismo cuerpo atlético, lo que indicaba que era un hombre que se tomaba el ejercicio muy en serio.
Sin embargo, aquello no debía afectarle para nada. Lo que hiciera el doctor Tim Fielding en su tiempo libre no era asunto suyo. Mientras no le contara el tiempo que había tardado en recorrer la isla o cómo había conseguido rebajar en tres segundos su anterior récord, ella…
–¿Tiene algo para beber? –le preguntó él, mientras se sentaba en uno de los sillones de mimbre.
–¿Le parece bien un zumo de naranja?
–Perfecto.
Al abrir el frigorífico, Katie vio que había más botellas en él. Eran miniaturas de botellas de ginebra, whisky, un par de botellas de cerveza e incluso una botella de champán. ¡Vaya lujo! En su propio apartamento de Londres pocas veces había nada más exótico que una lechuga marchita y un par de tomates.
–Si lo prefiere, puede tomar algo más fuerte, doctor Fielding –le dijo a la ancha espalda que veía delante de la ventana.
–Zumo de naranja estará bien –replicó él. Por lo menos eso le pareció a ella, ya que él había cerrado el ventanal para preservar el aire acondicionado dentro de la casa. Ella regresó y le entregó el zumo de naranja, que él se tomó de un trago–. ¿Le gustaría otro? –le preguntó, al verle poner el vaso encima de la mesa.
–Sí, por favor –respondió él, con una cautivadora sonrisa que le iluminó los ojos–. Y tal vez con un poco de soda para darle más sabor. Aquí hay que asegurarse de que se bebe mucho líquido. Al menos un litro y medio de agua mineral todos los días. No se le olvide, doctora Mandrake.
–Intentaré seguir su consejo –respondió ella mientras volvía a la cocina para servirle otro zumo de naranja tal y como él le había pedido.
–Ésta es la mejor parte del día –afirmó él–. ¿Ha ido a ver cómo dan de comer a las rayas?
–No.
–Justo antes de la puesta de sol, esas enormes criaturas se acercan a la costa y uno de los camareros del restaurante las alimenta con la mano. ¡Es algo magnífico!
Mientras describía aquello, en lo que parecía que estaba muy interesado, parecía muy juvenil. Mientras veía cómo se apartaba el pelo de la cara, Katie se preguntó cuántos años tendría. ¿Treinta y cinco, treinta y seis? Con toda seguridad era unos años mayor que ella.
–Desde que llegué a este apartamento tan palaciego, lo único que he hecho ha sido instalarme –respondió Katie, reclinándose en uno de los sillones–. No esperaba este lujo. ¿Por qué se me ha asignado un bungaló que es para los turistas? Además, ¿cuánto tengo que pagar por comer en el restaurante y por lo que ponen en el frigorífico…?
–¡Un momento! –exclamó él–. No tiene que preocuparse por el dinero. La agencia de viajes que es propietaria de estos bungalós paga gran parte de nuestros sueldos. En parte, a nosotros nos paga el gobierno local porque lógicamente nos ocupamos de los habitantes de estas islas, pero los touroperadores turísticos están extremadamente agradecidos de que nos ocupemos de sus clientes, por lo que financian parte de nuestros gastos.
–Bueno, sí, eso ya me lo explicaron en Londres, pero ¿quién paga los contenidos del frigorífico, por ejemplo?
–Eso es una gota en el mar. Nosotros cuidamos de los turistas, y la compañía se encarga de nuestras necesidades diarias, comida, bebidas, uniformes para las enfermeras… El coste para ellos es insignificante.
–Bueno, eso me alivia. Pero por otro lado, el mayor problema con el que me encontrado desde mi llegada es la falta de cooperación