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Nunca es tarde para amar
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Libro electrónico146 páginas4 horas

Nunca es tarde para amar

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Información de este libro electrónico

La trotamundos Margo McCloud sólo había vuelto a casa para la boda de su hija. Pero después de conocer al atractivo y viudo padre del novio, Margo se sintió como una novia nerviosa. La caballerosidad de Bruce Reed insufló frescura a su cansada alma.
El alto ejecutivo Bruce Reed creía que su vida estaba llena… hasta que conoció a la seductora madre de la novia. Su voz sensual impregnaba sus sueños, hasta que no tardó en desear que fuera algo más que su consuegra. Pero, ¿podría convencer a la obstinada Margo de que nunca era demasiado tarde para el amor?
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento14 ene 2021
ISBN9788413751016
Nunca es tarde para amar
Autor

Marie Ferrarella

This USA TODAY bestselling and RITA ® Award-winning author has written more than two hundred books for Harlequin Books and Silhouette Books, some under the name Marie Nicole. Her romances are beloved by fans worldwide. Visit her website at www.marieferrarella.com.

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    Nunca es tarde para amar - Marie Ferrarella

    Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

    Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

    www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 1999 Marie Rydzynski-Ferrarella

    © 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Nunca es tarde para amar, n.º 1061 - enero 2021

    Título original: Never Too Late for Love

    Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

    Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

    Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

    Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.: 978-84-1375-101-6

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Créditos

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Epílogo

    Si te ha gustado este libro…

    Capítulo 1

    MARGO McCloud atravesó las puertas de la iglesia de St. Michael, en Bedford, como un viento abrasador azotando el desierto en agosto. «Maldito tráfico», musitó, tragándose las expresiones más vehementes que se le ocurrieron por deferencia al lugar en el que se encontraba. Odiaba llegar tarde, aunque no fuera por su culpa. Un gran atasco en la autopista había convertido un trayecto de sesenta kilómetros desde el aeropuerto de Los Ángeles en un infierno de tres horas. Y para colmo, aún sufría por el cambio de horario después de haber salido de Atenas, Grecia.

    Decididamente no era su mejor día, en especial tras chocar con el hombre de un metro noventa de altura que había elegido ese preciso momento para plantarse del otro lado de la puerta. El impacto la habría enviado al suelo, pero dos brazos muy grandes y hábiles la sujetaron.

    Mientras Margo recuperaba el aire perdido, el desconocido enarcó unas cejas de un castaño oscuro con asombro divertido y sonrió.

    –¿Margo?

    A ella no le sorprendió que supiera su nombre, a pesar de que no tenía ni idea de quién era. Conocía a muchas personas, y lo lógico era que de vez en cuando olvidara a algunas.

    Pero al erguirse y abandonar lentamente el apoyo protector de sus brazos, pensó que era poco probable que a él lo hubiera olvidado con mucha facilidad. El hombre era magnífico, al estilo de un guerrero cazador, si es que éstos llevaban esmoquin.

    –Sí, soy Margo –su voz reflejó cierta preocupación–. ¿Me la he perdido?

    Bruce Reed quedó impactado por la energía que irradiaba. Debía ser algo de familia. Por lo menos la belleza lo era. No le costó ver el parecido con su hija. Estaba ahí, en los ojos y en la boca. Y, desde luego, en el pelo. Ambas tenían un cabello del color del trigo bajo los rayos del sol. Melanie lo llevaba largo, mientras que su madre lo lucía recogido, mostrando un cuello muy delicado que contrastaba con su barbilla fuerte.

    «Señal de una luchadora», pensó Bruce.

    –No, no te la has perdido –la tranquilizó. Con un gesto de la cabeza le indicó las puertas dobles de madera que conducían al interior de la iglesia. La última vez que miró, estaba atestada de invitados, incluyendo a su nervioso hijo, que esperaban la llegada de Margo–. Melanie insistió en que la boda se retrasara. Se niega a casarse si tú no estás. Yo soy el vigía –con la vista recorrió su figura esbelta y atlética. También en eso las dos se parecían. Huesos pequeños, bien proporcionados–. Por aquí, por favor –le asió el brazo y le quitó la maleta–. Melanie es toda una chica, hmmm, mujer –corrigió.

    –Es ambas cosas –dijo Margo con una leve risa–. Casi todas nosotras lo somos.

    Como no la conocía, a Bruce le pareció más seguro no hacer comentarios. La condujo al cuarto adyacente donde aguardaba Melanie. Llamó una vez y abrió.

    La diminuta estancia requería la presencia de dos personas para estar abarrotada, y ya las tenía. Tres casi llegaban al límite legal. Para evitar verse mareado por una combinación de satén, encajes y la presión de tres cuerpos femeninos, Bruce Reed eligió quedarse en el umbral. Le sonrió a la mujer joven que conocía desde hacía poco tiempo y a la que había llegado a querer como a la hija con la que jamás fue bendecido.

    –Melanie, creo que tengo algo que es tuyo.

    –¡Mamá! –giró al verla por el espejo–. Sabía que lo conseguirías.

    Aunque no fue fácil, logró abrazar a su madre. Melanie no era propensa a las preocupaciones, pero a medida que pasaban las horas había empezado a temer que su madre no llegara a tiempo para la boda.

    Margo contuvo lo que parecía una lágrima. No había llorado en años. Ese era un momento ridículo para empezar. Se suponía que era una ocasión especial. Se permitió unos momentos para asimilar el abrazo.

    –Claro que lo conseguí. No todos los días se casa mi hija –la soltó y dio un paso atrás para mirarla bien. ¿Cuándo se había convertido en una bella y joven mujer la niña que la había observado con ojos de adoración?– Habría llegado mucho antes si a alguien se le hubiera ocurrido dejar de hacer casas en el Condado de Orange o construido suficientes carreteras. Deja que te mire bien.

    Al fin había llegado su madre. «Todo va a salir bien», pensó Melanie. Complacida, intentó extender la falda del vestido de novia para que su madre lo contemplara. No fue fácil. Joyce Freeman, su dama de honor, encogió al máximo su metro setenta contra la pared para darle más espacio a su amiga.

    –Es un vestido hermoso, ¿no crees? –en cuanto lo vio, Melanie supo que era el que debía llevar para jurarle amor eterno a Lance. Que le quedara como de ensueño era sólo algo adicional.

    –El vestido es bonito, tú eres hermosa –corrigió la voz profunda detrás de Margo.

    «Casi me había olvidado de él», pensó Margo, mirando por encima del hombro a su escolta.

    –Creo que este hombre me va a gustar –frunció el ceño al darse cuenta de que no le había preguntado cómo se llamaba–. ¿Quién eres?

    Él extendió la mano y tomó la de Margo. Durante una fracción de segundo ella experimentó una abrumadora sensación de bienestar. «Debe ser por la ocasión», concluyó.

    –Soy Bruce Reed –dijo. Al no ver señal de reconocimiento en la cara perfecta que tenía delante, añadió–: El padre del novio.

    –Oh –no le extrañó. Los mejores siempre estaban comprometidos. No obstante, le sonrió–. Encantada de conocerte.

    –Lamento interrumpir –dijo Melanie cuando Joyce le indicó el reloj–, pero me espera una boda –miró la maleta–. Mamá, ¿piensas cambiarte o llevarás esa maleta contigo a tu asiento?

    –Siempre tuviste una boca preciosa, ¿no es verdad? –Margo rió y besó la mejilla de su hija.

    –Hace juego con todo lo demás –repuso Melanie.

    –Yo creo que esto es demasiado pequeño para cambiarse –comentó Bruce–. ¿Tal vez preferirías usar el cuarto de baño?

    –No te preocupes por mí –descartó con un gesto de la mano, y a punto estuvo de golpear a Joyce–. Me arreglo en cualquier parte –el espacio limitado no presentaba ningún desafío. Hubo una época, breve, por suerte, justo después de nacer Melanie, en que había compartido un diminuto camerino en Las Vegas con otras treinta mujeres. Había aprendido a cambiarse deprisa con un mínimo de movimiento. Con una sonrisa, cerró la puerta en su cara y se volvió–. Si el novio se parece a su padre –comentó, quitándose la chaqueta y la blusa–, has encontrado un hombre endiabladamente atractivo, cariño. Mi enhorabuena por el buen gusto.

    –Se parecen –a Melanie le resultó imposible pensar en Lance sin sentir una oleada de felicidad.

    –¿Cuántos años tiene? –con gesto fluido Margo se quitó la falda y se enfundó un vestido de color azul brillante, elegido para resaltar tanto sus ojos como la figura de la que estaba orgullosa.

    –Lance tiene treinta –se miró por última vez en el espejo y se ajustó la cadena de oro trenzado que le había regalado él.

    –Él no, su padre –se puso los zapatos que había guardado en el fondo de la pequeña maleta. Se volvió hacia Joyce–. Joy, ¿quieres hacer los honores?

    Desde su reducido espacio detrás del espejo, Joyce alargó una mano y logró subir la cremallera del vestido de Margo. Todo el incidente la hizo sonreír. Había crecido en la casa de al lado de Melanie, su madre y la tía Elaine. No hubo ni un solo día durante ese tiempo en que no hubiera envidiado a su mejor amiga. Margo McCloud, bohemia y nada ortodoxa, había parecido tan vital y dinámica, llena de sorpresas, que en comparación hacía que sus propios padres resultaran corrientes y aburridos.

    El cariño que sentía por ella jamás desapareció, ni siquiera al convertirse en una mujer.

    –¿Bruce? –preguntó Melanie sorprendida. Se quedó pensativa–. No lo sé.

    –Parece más un hermano mayor que el padre de un hombre de treinta años –Margo dio un paso atrás para cerciorarse en el espejo de que todo estaba en su sitio, satisfecha con su aspecto.

    ¿Acaso era un destello de interés el que Melanie veía en los ojos de su madre? «Probablemente», decidió. No había un solo hombre vivo que a Margo McCloud, por un motivo u otro, no le gustara. El sentimiento siempre era recíproco. Ella dejaba bien claro que disfrutaba con la compañía de los hombres, disfrutaba llegando a conocerlos. Ninguno salía de una relación con Margo sin convertirse en un amigo de por vida. Se preguntó si su madre se mostraba sólo curiosa o si había algo más.

    –Su padre se casó muy joven. La madre de Lance y él estaban muy enamorados. La naturaleza siguió su curso y el inminente nacimiento de Lance aceleró sus planes de matrimonio.

    Margo pensó que eso le resultaba familiar. Pero en su caso el resultado no había sido la boda. El padre de Melanie había realizado su

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