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Llave a la eternidad
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Libro electrónico271 páginas4 horas

Llave a la eternidad

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Desde el momento en que llega a California, la arquitecta Lía sabe que su viaje de trabajo a la costa oeste es un desastre.


La compañía que la contrató parece decidida a desacreditar tanto su trabajo, como su profesionalidad, y ¿Cómo podría culparlos? La casa que está renovando parece diferente cada vez que la mira. El único consuelo de Lía es Aiden: el sexy extraño que conoce en la playa de Venice.


Aunque no es muy dada a los flirteos casuales, Lía es incapaz de resistirse a las hipnóticas tentaciones de Aiden, hasta que lo que a primera vista parece una fuente de apoyo, pronto se convierte en un gran misterio. Mientras los misterios se van acumulando uno tras otro, incluso poniendo en duda la propia naturaleza de Lía, una fuerza oscura pretende reclamarla para sus planes malvados.


Junto con sus nuevos y viejos amigos, ¿podrá Lía encontrar la fuerza suficiente para enfrentarse al monstruo que los amenaza a ellos y a todo el universo?

IdiomaEspañol
EditorialNext Chapter
Fecha de lanzamiento2 jun 2023
Llave a la eternidad
Autor

Simone Beaudelaire

In the world of the written word, Simone Beaudelaire strives for technical excellence while advancing a worldview in which the sacred and the sensual blend into stories of people whose relationships are founded in faith but are no less passionate for it. Unapologetically explicit, yet undeniably classy, Beaudelaire’s 20+ novels aim to make readers think, cry, pray... and get a little hot and bothered. In real life, the author’s alter-ego teaches composition at a community college in a small western Kansas town, where she lives with her four children, three cats, and husband – fellow author Edwin Stark. As both romance writer and academic, Beaudelaire devotes herself to promoting the rhetorical value of the romance in hopes of overcoming the stigma associated with literature’s biggest female-centered genre.

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    Llave a la eternidad - Simone Beaudelaire

    1

    —E spero que hayas disfrutado de la vista, gilipollas —dijo en un susurro. Lía pasó por el escáner del aeropuerto y le sacó el dedo corazón a la cámara de la pared.

    El guardia que había al lado del escáner le ofreció una sonrisa a modo de disculpa.

    Ella cerró los ojos a medias, pero le devolvió la sonrisa, sacudiendo la cabeza.

    Volviendo a enfundarse sus zapatos de viaje, recogió su bolsa con ruedas y fue hacia el avión. Era un largo viaje desde Chicago a Los Ángeles, tenía una larga siesta por delante.

    Lía abrió los ojos cuando sintió una punzada en el estómago y le empezaban a zumbar los oídos. El avión planeó durante un minuto y luego cayó de nuevo en picado. Se pellizcó la nariz y sopló para estabilizar la presión de sus oídos, chirriando los dientes por la incomodidad.

    Las ruedas hicieron un ruido sordo cuando tocaron tierra, y el piloto detuvo el gran pájaro con facilidad.

    Lía metió a tientas la llave en una cerradura que se resistía a aparecer. Suspiró.

    «Hasta ahora, todo ha ido bien, pero ahora la puerta no se quiere abrir. Se está burlando de mí, eso es».

    Sacudió la cabeza cuando se dio cuenta de en qué estaba pensando.

    «Esta no soy yo en absoluto. Desde que mi jefe me dijo lo de este viaje, me he sentido mal».

    Lo volvió a intentar, manteniendo su respiración bajo control. La llave entró y la puerta se abrió.

    «¡Por fin!»

    Entró en el espacio oscuro y tanteó por la pared en busca de un interruptor. La sala de estar de su hogar durante las próximas semanas estaba ante sus ojos: Paredes marrones, techos altos y cornisas pintadas de blanco. De la pared colgaban dos cuadros con patrones geométricos abstractos. El seccional de piel marrón que había delante de la chimenea de estilo de los años ochenta, con sus lámparas de metal deslustrado, no hacía nada para iluminar el espacio.

    Lía metió su maleta con ruedas y cerró la puerta. Algo va mal.

    —Oh, venga. Solo es un mes o así —se recordó a sí misma para desechar el pensamiento no deseado—. ¿Qué más da que parezca una caja de zapatos? No me voy a quedar aquí. —Ups, se percató de algo.

    «Mi gato no está aquí, así que tendré que mantener mi monólogo interior al mínimo».

    Llevó la bolsa a la habitación más cercana y lanzó su equipaje de mano con su tableta de dibujo y lápices encima de la cama. Y después de enviar un rápido mensaje a su supervisor Jerry para decirle que había llegado, fue al baño a darse una ducha.

    Después, casi se sentía como una humana y decidió llamar a Clarissa. Su mejor amiga respondió al segundo tono.

    —¿Por qué has tardado tanto?

    —Necesitaba una ducha.

    —Ya claro, oler mal no es bueno. Entonces… ¿todo bien?

    —Sí, se podría decir que sí.

    —No me mientas. ¿Qué pasa?

    Nada. Nada en realidad. El apartamento parece una caja de zapatos y me da escalofríos, pero nada más.

    «No debería edulcorar las cosas con ella. Ella todo lo ve bien».

    —Mmm. Estoy haciéndote una tirada de Tarot. No cuelgues. Veo problemas, y tal vez incluso peligro, pero…oh, hay mucha diversión en tu futuro.

    —Sí, claro. Ves lo que quieres ver. No me tomes el pelo. —Lía soltó un soplido.

    —Lo sé. Así es como funciona. —Clarissa soltó una risita.

    —De acuerdo, mañana es un gran día. Será mejor que me vaya a dormir. —Lía sonrió.

    «Siempre encuentra el modo para hacerme sentir mejor».

    —Buenas noches. No te olvides de cepillar…y usa condones.

    —Adiós, Clarissa —bajó la mirada a su cuerpo rechoncho y se mordió el labio, con el humor desvaneciéndose.

    «Claro. No es que me importe un flirteo, pero…»

    —Adiós.

    Lía sintió una punzada de rabia cuando entró en la sala de reuniones. Se encontró con varios ojos centrados en ella, y ninguno parecía amigable.

    —Veo que al final ha decidido unirse a nosotros, señorita MacArthur —la saludó sarcásticamente un extraño bajito, calvo y con una barriga redonda a juego, la mandíbula del hombre chirriaba con irritación.

    —Lo siento —respondió Lía, sentándose en la única silla vacía, cerca de un hombre alto y delgado con la piel bronceada, cabello oscuro y con unos ojos oscuros amenazadores—. Me dijeron que la reunión era a las 9:30. Son las 9:20. ¿Me he perdido algo?

    «Eks. Odiaría tenerlo detrás en una calle desierta».

    —Sí, lo ha hecho, señorita MacArthur. Son las 10:20. Llega una hora tarde.

    —¿Qué? ¿cómo?

    —La zona horaria… —levantó la cabeza y miró a Jerry, su supervisor. Él la miró, con una disculpa reflejándose en la comisura de sus ojos.

    —Puse mi reloj en hora anoche. Usé la… —Lía miró su reloj otra vez. las 9:20. Recordó que nunca había comprobado el reloj de la casa para asegurarse. Simplemente asumió que tenía la hora correcta y la sincronizó con su teléfono—. Utilicé el reloj de mi apartamento para configurar el mío.

    —¿Excusas? —Sus labios se curvaron en una sonrisa burlona. El tipo bronceado enarcó una ceja.

    Lía tragó saliva.

    «Este idiota. Oh, Dios mío».

    Él se inclinó hacia adelante, esperando.

    —De acuerdo, lo siento. No volverá a ocurrir.

    «Discutir no me ayudará…y ¿Por qué el reloj de mi apartamento iría con una hora de retraso? No veinte minutos. No tres horas y diecisiete minutos, si no exactamente una hora…Respiró profundamente. No fue queriendo». Mantuvo la mandíbula firme. «No se desharán de mí tan fácilmente, como si tuviera que fingir se humilde solo para soportar esta reunión».

    —Esperemos que no, señorita MacArthur, porque nosotros nos tomamos la puntualidad muy en serio. Muestra de lo que está hecha una persona. No tendrá una segunda oportunidad —dijo el hombre alto, que sonrió mostrando unos dientes blancos con incontables caninos afilados.

    Lía recibió el comentario como un puñetazo en el estómago. El calor, el dolor y la rabia luchaban por salir por su boca. Se mordió los labios.

    «Las chicas buenas no les dicen a los hombres altos, bronceados, asquerosos y peligrosos lo que quieren oír. Las buenas chicas se lo comen con patatas y empiezan a buscar otro trabajo ese mismo día».

    A diferencia de su colega, este hombre era alto, incluso sentado. Su piel morena no le daba a Lía ninguna pista sobre su ascendencia racial.

    «¿Oriente medio? ¿Latino? ¿italiano? ¿O simplemente un anglosajón bronceado? De cualquier modo, su extraño indicio de sonrisa era asqueroso».

    —No se preocupe —respondió ella a través de los dientes apretados—. Si no llego a tiempo a alguna reunión futura, es porque he conseguido una oferta mejor y he decidido irme.

    Jerry Walker, su jefe, abrió los ojos de par en par y le ofreció una mirada a modo de disculpa.

    «Debería dar la cara por mí, decirle que en Burton y Burton están orgullosos de tenerme, aun así, está permitiendo que esta gente me avasalle».

    —Lía, este es Earl Lancaster, director financiero de Van Zandt Enterprise —señaló al hombre alto y borde—, y el director general y ejecutivo de la sede de Los Ángeles, Mark Moravian.

    —Encantada —mintió, apretando los dientes.

    Moravian se enfurruñó, pero Lancaster le devolvió la sonrisa, lo que la hizo estremecer.

    El café favorito de Lía se materializó delante de sus ojos.

    —Perdóname, por favor —dijo la voz de Jerry desde detrás de ella.

    —Solo por el café, Judas —le regañó y bebió un gran sorbo de su «droga». Solo entonces miró a su supervisor. En sus cincuenta, aunque con algo de atractivo, con una capa de cabello castaño claro canoso, complexión media y pómulos que desafiarían al tiempo, su cara se torció formando arrugas por la contención.

    —Les envié un correo a los jefes diciendo que este trabajo no era una buena idea. Estos tipos hacen que me cague encima. —Él rompió el contacto visual, levantó su teléfono móvil, y deslizó nerviosamente un par de veces.

    Lía leyó las palabras en el teléfono de Jerry, que había puesto justo debajo de su nariz mientras hablaba. Y con bastante seguridad, había pedido a los dueños de Burton y Burton que consideraran terminar con su asociación con Van Zandt Enterprise, dada la extrema hostilidad de sus directores financiero y ejecutivo.

    Los dueños habían respondido, con amabilidad y profesionalidad, que Jerry cerrara el pico y volviera al trabajo.

    «Maravillosa forma de mostrar confianza en tus empleados, pensó Lía amargamente. ¿Para ellos somos personas o solo un sueldo?»

    —No sé qué decir acerca de esto. Escoger proyectos no es mi trabajo. Don bajito y enfadado Moravian y don bronceado y asqueroso Lancaster me han dicho que estoy en la cuerda floja. Este lugar es una mierda, pero en general me gusta mi trabajo, así que voy a hacer mis bocetos y te ignoraré por ahora. Ve y haz algo útil con tu vida, yo tengo trabajo que hacer. —Enfadada con Jerry, el director de la oficina, Lía le soltó a la primera persona que tenía al alcance.

    Jerry resopló ante su actitud de chica dura y ella volvió a sus planos.

    Por la tarde, Lía se sentía incómoda, se giró y ahí estaba él. Don alto, bronceado y asqueroso había ido directamente hacia ella, lo suficientemente cerca para tocarle la espalda, sin decir una palabra. Sus profundos ojos la miraban fijamente.

    —¿Hay algo que quiera discutir, señor Lancaster? —preguntó ella, sin ni siquiera fingir ser agradable.

    «Que rastrero. Tengo todo el derecho a estar enfadada».

    —En realidad, no. Solo quería extenderle una invitación. Vamos a llevar a Jerry a comer fuera en la playa. El restaurante tiene una bonita vista de los embarcaderos y el edificio que está a punto de destruir.

    Ella se quedó con la boca abierta.

    «¿De qué demonios está hablando? Apenas he comenzado mis planos. Lo único que han visto ha sido mi propuesto…la cual han seleccionado y aprobado».

    Sin saber si sentirse emocionada por la comida en la playa, o molesta por el comentario peyorativo, se mordió el labio.

    «¿Qué pasa con este tipo? ¿Por qué está tan decidido a meterse conmigo? Bueno, lo pasaré por alto. El restaurante aún estará ahí cuando haya terminado».

    Está bien. Tengo trabajo que hacer, así que solo tomaré un bocadillo. Toma esta, rastrero.

    —No, señorita MacArthur. Es una comida de negocios, y Mark me ha enviado a acompañarla. Usted vendrá… a no ser que quiera perderse su segunda reunión. —El hombre esbozó una sonrisa maliciosa, y Lía quería golpearle tan fuerte que ya le dolía la mano por la anticipación.

    —Vale —dijo con los dientes apretados—. ¿Siempre es tan molesto, o solo está haciendo una excepción conmigo?

    Él la observó de arriba abajo y su sonrisa maliciosa creció. —No, querida. No tienes nada que merezca un trato especial.

    Lía sentía que el corazón se le subía a la garganta.

    «Esto es demasiado. Vale, tengo la talla cuarenta y seis, la cuarenta y ocho en esos días del mes, no soy una modelo de trajes de baño. Se han burlado de mí antes por estar gorda, pero nadie me había humillado tanto en mi vida».

    En ese momento deseaba ser una de esas chicas que reaccionaban rápido, pero no lo era. Su carácter de chica dura solo la llevaría lejos. En situaciones como esta, donde quería hacerse un ovillo y gritar, la abandonaba.

    La mirada insultante de él se convirtió en un intenso escrutinio, y después descubrió algo. Una sonrisa maligna se extendió por todo su rostro.

    Las mejillas de Lía se tornaron escarlata mientras se levantaba y cogía su cartera. Caminaba por delante, intentando mantener su cabeza erguida y no balancear demasiado sus caderas.

    El restaurante tenía una preciosa vista al océano. Lía podía ver los embarcaderos y los leones de mar a lo lejos. El aire olía a sal. Una caseta en condiciones deplorables se situaba en medio de la playa, desluciendo el entorno. Aparte de eso, era un lugar de ensueño para alojarse.

    La gente, en varios estados de desnudez, caminaba por la calle como si fuera lo más natural del mundo. Un malabarista mostraba su increíble habilidad, lanzando y agarrando sierras mecánicas encendidas. Lía nunca había visto tantos personajes raros en un solo sitio. La playa de Venice es definitivamente un mundo por sí misma. Su mente empezó a ir a toda prisa con detalles que podrían armonizar con su proyecto, y a la vez, ser icónico en este lugar ecléctico.

    Estiró el cuello y observó cuidadosamente la localización del edificio: La luz, el suelo y las dimensiones, tanto como podía desde el restaurante. Una mansión victoriana, que parecía como si no la hubieran restaurado desde que se construyó, situada al otro lado de la playa, con su pintura descolorida y ventanas agrietadas abandonadas.

    «Echaré un vistazo más de cerca antes de volver a la oficina».

    «Aunque hay belleza, si miras detenidamente». Pensó. «Con algo de amor, y un registro histórico, la gente hará cola para hospedarse aquí. Observó con más detenimiento. Espera, ¿no estaba el aparcamiento a la derecha? ¿no estaba esa ventana a la bahía a la izquierda?»

    Se le cortó la respiración. La imagen que tenía delante de ella no era la misma que la de sus planos.

    «Nada de lo que he hecho va a funcionar, tengo que rehacer mis bocetos desde cero».

    —Claro, sin problema. Podemos tener la propuesta final para el próximo lunes. Ya lo tenemos prácticamente terminado. —La voz de Jerry se entrometió en sus pensamientos.

    Ella le miró con los ojos abiertos como platos.

    —¿Algo que decir, señorita MacArthur? ¿la arquitecta estrella de Burton y Burton no es capaz de terminar la propuesta a tiempo? —Se burló Earl, con su sonrisa empalagosa.

    —Lo haría —dijo escupiendo las palabras—, si me hubieran proporcionado información precisa. ¡Miren el edificio! ¡Todo está mal!

    —¿De qué estás hablando, Lía? —Jerry le lanzó «la mirada». Ella conocía esa mirada, quería decir «no discutas nada en público».

    —Nada —murmuró—. Necesito ver el edifico más de cerca. Si me disculpan…

    Lía levantó la cabeza de los planos en los que había estado trabajando todo el día, intentando arreglar las diferencias entre la realidad y el material que había recibido. Examinó las medidas y las fotos que su gente había tomado dos meses antes, y que apoyaban la información proporcionada.

    «Es muy raro, casi como si hubieran rotado y girado el lugar. ¿Cómo podría cambiar el terreno?»

    Cierto. Los Ángeles se había construido cerca de una falla, y la tierra podría albergar cambios sísmicos, pero ¿qué pasa con el edificio?

    «¿No se quebraría si la tierra bajo sus pies cambiara de forma?» Aun así, ahí estaba, de una pieza, pero diferente. Como por arte de magia.

    Una desagradable sensación de vacío le subía por la columna vertebral, y se dio cuenta de que la oficina que le había proporcionado el equipo de construcción estaba desierta. Su ordenador marcaba las 6:30 hora local. Se estremeció y se le puso el vello de la nuca de punta. No tenía ni idea de por qué.

    El miedo se apoderó de ella, ya no podía quedarse ahí ni un minuto más.

    «Esto es un problema. ¿Cómo voy a terminar el proyecto a tiempo si solo puedo trabajar las horas laborales?»

    Sin ser capaz de resistir la compulsión de marcharse, volvió a sus papeles.

    «Bien, trabajaré en el apartamento».

    Recordó a don alto, bronceado y asqueroso, y su rabia creció. Casi podía ver sus ojos como agujeros negros, creando agujeros en su alma. Esa sensación desagradable crecía incluso más, llegando a la peligrosa frontera con la histeria.

    —Tengo que salir de aquí —musitó. Recogió su bolso y algunos papeles y salió corriendo de la oficina, olvidando la mitad del material que necesitaba para continuar trabajando desde casa.

    —Es casi demasiado fácil —dijo Mark en voz alta, riéndose mientras hacía movimientos amenazadores sobre la superficie del orbe de ónix que utilizaban para acosar a la gente—. Es muy susceptible. Unos cuantos días más como este y se irá por su cuenta. Pobre, pobre Sarah, tendrá que buscar otras formas de deshacerse de nosotros. Una forma que nunca encontrará.

    —Espera —dijo Earl, deslizando el panel escondido que encubría la red de pasadizos desde donde observaban, y a veces acosaban, a los visitantes de su lugar de trabajo.

    —¿Qué espere a qué? —preguntó Mark. Su cara empezó a acalorarse, y podía sentir como su modo Hulk aparecía por su consciencia—. Estabas de acuerdo conmigo. Burton y Burton no podían involucrarse en este proyecto. Particularmente no su joven estrella en ciernes, que tiene ese toque de «sentir» los edificios. Si le pone las manos encima al edificio, ¡piensa en lo que perdemos!

    —Oh, lo sé —respondió Earl, rezumando encanto como siempre—. No le permitirán nunca hacer una sola renovación. Sin embargo, ¿la has visto bien?

    —Está gorda —se burló Mark—. No es fea, pero definitivamente demasiado rechoncha para mi gusto.

    —No, idiota —soltó Earl—. ¿Nunca miras más allá de la superficie? No solo es guapa. Ella es…ella es única. No estoy seguro de lo que es exactamente, aunque completamente humana, o incluso humana con habilidades no lo cubre. Algo más poderoso que ella, la energía que desprende me hace preguntarme. Sea o no de nuestro mundo, creo que puede ser la llave.

    La cara roja de Mark palideció. —¿Estás seguro? —preguntó, adelantándose en su cómoda silla de oficina. El asiento corriente, con sus brazos de plástico y respaldo sintético desentonaban terriblemente con el mantel de terciopelo negro que había delante de él, y las paredes pintadas de negro con símbolos esotéricos. Solo la brillante luz de los fluorescentes tenía sentido, y solo la toleraban porque el débil brillo de la bola de cristal requería una gran fuente de luz para verse.

    —No —admitió Earl, y Mark se hundió decepcionado—, pero no creo que debiéramos involucrar a la rechoncha y poderosa señorita MacArthur hasta que estemos seguros. Sería una lástima estar centrados en guardar lo que tenemos, que olvidemos buscar lo que necesitamos.

    —¿Qué propones? —preguntó Mark.

    —No te preocupes —soltó Earl—. Tengo una idea.

    En la esquina de la playa de Venice, no lejos de los embarcaderos, se situaba una caseta destartalada. Las tablas erosionadas por el clima se habían deformado y retorcido por la exposición a la sal, el sol y el agua hasta que parecía imposible que otra cosa aparte de la magia pudiera volver a ponerlas en su lugar. Era demasiado desagradable a la vista como para ser considerada pintoresca, y mucha de la gente que pasaba por el lugar chasqueaba la lengua por su lamentable condición y lamentaban el impacto que hacía a las vistas.

    En el interior, un asqueroso y enmohecido toldo cubría un suelo de madera lleno de agujeros y astillas. Era tan terrorífico que hasta el adolescente más valiente no se atrevería a tocarlo. Nadie lo quitaría…

    Bueno, casi nadie.

    El Oscuro apartó la lona con la punta de su bota. Debajo, una trampilla inteligentemente escondida en el suelo solo se podía abrir con una combinación específica de hechizos y cerraduras tradicionales escondidas.

    La puerta se abrió bajo sus dedos, revelando una escalera destartalada que se adentraba en la oscuridad. Una luz brotó de los dedos del Oscuro mientras descendía.

    Debajo, los restos de magia negra: Velas, un cráneo de cabra, y otros objetos malignos, nada buenos para ser mencionados en voz alta o incluso

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