Dioses de Piedra 2: Dioses de Piedra, #2
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!!!NO DEJES QUE TE CUENTEN EL FINAL!!!
Esta es la segunda parte de la novela
En 1988 dos sucesos terribles, muy similares, tienen lugar en un par de pueblos de León sin que haya ninguna relación entre ellos.
En 2019 un matrimonio joven formado por Jorge, María y su hija de seis años se trasladan desde Jaén hasta Mieres, donde Jorge trabaja como teniente de la Guardia Civil.
Ambos buscan acercarse a sus respectivas familias, afincadas en León capital, y llevar una vida tranquila en una preciosa casita situada en plena naturaleza.
Lo que se presenta como un destino idílico, dada la tranquilidad de la zona y la baja tasa de delicuencia, pronto comienza a complicarse con la misteriosa desaparición de dos niñas de seis y siete años.
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Dioses de Piedra 2 - Laura Pérez Caballero
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SEGUNDA PARTE
2019
25.
La niña despertó, poco a poco. Se notaba aturdida, mareada, como si no consiguiera salir del todo de un sueño. Lo primero que notó al intentar moverse es que le habían atado las manos a la espalda, y cuando quiso gritar, se dio cuenta de que estaba amordazada. El pánico la inundó. Miró a su alrededor. Estaba en un lugar pequeño, parecía una caseta. Sí, era la caseta de una huerta, allí había aperos de labranza, botas de agua, guantes de jardinería, una manguera enrollada... Y vio que estaba recostada sobre unos sacos de tierra enormes. Se incorporó muy despacio, aún atontada y con la dificultad que suponía tener las manos atadas a la espalda.
Trató de recordar. Con gran esfuerzo le venía a la mente la imagen de un coche blanco grande. Sí, ella cruzaba la carretera para volver a casa. Todavía tenía que hacer deberes para el día siguiente y, como siempre, se había quedado jugando hasta muy tarde. Había un coche aparcado al otro lado y vio que alguien desde dentro le hacía señas.
No recordaba su cara. Solo que se acercó y al hacerlo esa persona abrió la puerta del copiloto y se inclinó hacia ella. Habló muy bajo y ella metió medio cuerpo en el coche para tratar de entender lo que decía.
Luego el pinchazo. El tirón. Y se fue desvaneciendo, poco a poco, mientras el coche arrancaba, sumiéndose en un sueño pesado y hasta agradable.
Luego había despertado en ese lugar. Oyó que ladraban perros en el exterior. La puerta de la caseta se abrió y allí había alguien, vestido con un mono de trabajo, botas de agua y la cabeza cubierta por un pasamontañas.
Quiso gritar, pero no podía, por la mordaza. Las lágrimas se derramaban por su cara. En su cabeza un único pensamiento: «Quiero irme a mi casa».
El visitante cerró la puerta al entrar. Se agachó junto a los sacos hasta dejar sus ojos, que era lo único que se veía a través del pasamontañas, frente a los de la niña.
—Hola, cielo, ¿cómo estás?
Una voz dulce, aflautada.
La niña gruñó desesperada a través de la mordaza.
—No te esfuerces, no va a servir de nada.
Acercó un poco su cabeza a la de la niña.
—¿Qué? ¿Qué dices?
—Qui..ro..ir...m casa.
—¿A casa?
La niña asintió con la cabeza. El pelo se le desparramaba por la cara y el visitante se lo apartó con dulzura hacia atrás.
—Me temo que eso no depende de mí. Ni de ti.
La niña observó que tenía las botas y el mono manchado de tierra. Muy manchado. Como si acabara de estar excavando en alguna parte.
—¿Eres una niña buena?
La niña volvió a asentir mientras trataba de decir que sí al mismo tiempo, pero solo le salía un sonido seseante.
—Bueno, no es lo que tengo entendido. Pero no es a mí a quien le toca decidir. Hay alguien más importante que yo, más importante que nadie en este mundo. Alguien que decide por todos nosotros. ¿Crees en Dios?
La pregunta pareció tomar por sorpresa a la niña. Abrió mucho los ojos, como si no consiguiera establecer conexión entre la situación en la que se encontraba y Dios.
La niña volvió a asentir. Asentiría a cualquier cosa. Diría cualquier cosa que aquella persona quisiera escuchar con tal de que la dejase volver a su casa.
Entonces, el visitante sacó algo del bolsillo de su mono. Era una pequeña piedra blanca que cogía en un puño. De hecho, la colocó en la palma de la mano y cerró los dedos sobre ella.
—El blanco representa la pureza. Representa la aprobación de Dios, representa la posibilidad de demostrarle tu inocencia.
La niña seguía con los ojos las manos de aquella persona. Iban y venían adelante y atrás, cambiando la piedra de la una a la otra.
—Vamos a comprobar cómo de pura eres —dijo.
De pronto extendió hacia la niña las dos manos, con los puños cerrados.
—Si adivinas donde está la piedra, podrás volver a tu casa.
La niña comenzó a llorar de nuevo. ¿Y si no lo adivinaba? ¿Qué pasaría entonces? El visitante movía las manos ante ella.
—¡Vamos! No es tan difícil. Dices que eres una niña buena, ¿no? No tendrías que tener miedo. Acertarás si es como tú dices. ¿Izquierda? ¿Derecha?
Y acercaba los puños ante los ojos de la niña para que ella tomase una decisión. La niña seguía las manos con los ojos en un intento desesperado de ver algo a través de las ranuras de los dedos. Era imposible.
—Me estoy cansando de esperar. Empiezo a pensar que me has mentido cuando me has dicho que eras una niña buena.
Los puños se movían ante ella, los puños, como mazas que fuesen a caer sobre su cabeza de un momento a otro. Aquella persona estaba perdiendo la paciencia. Tenía que tomar una decisión. Notó que la orina se le escapaba entre las piernas y resbalaba entre los sacos de tierra.
Al final apuntó con los ojos a la mano derecha mientras gesticulaba con la cabeza.
—¿En esta? ¿Estás segura?
El visitante ponía el puño más cerca de ella. La niña no veía nada entre los dedos. Rendida asintió con la cabeza.
Entonces abrió la mano y la palma estaba vacía.
—¡Ops! Has fallado.
De repente, la niña comenzó a patalear. Las piernas no se las había atado. Soltó una patada hacia delante y consiguió que el visitante se tambaleara hacia atrás. Ella saltó de los sacos y cayó al suelo todo lo larga que era. En vez de levantarse comenzó a arrastrarse hacia la puerta de la caseta.
El visitante ya se había recobrado. La niña notó cómo tiraba de ella desde los pies y la ataba también por los tobillos.
—Vaya, vaya, no solo eres mala, eres un gusano. ¿Te gusta la tierra, gusanito? ¿Te gusta?
La niña lloraba. Su cara se había embarrado al mezclar la tierra del suelo con las lágrimas.
—No te preocupes. Dios es bueno, aún puede que tengas otra oportunidad, pero deberás superar la prueba. La prueba de la máxima pureza, la prueba de la resurrección. ¿Veremos qué tal se te da eso?
Al rato en la noche se escuchaba solamente el leve sonido de una pala, dejando caer tierra en un agujero, que el visitante había cavado previamente.
2019
26.
La expresión de María al ver la foto de la niña en el cartel alarmó a Jorge. Sabía que su mujer se alteraría con la noticia de la desaparición de una niña, más aún viviendo tan cerca, pero su expresión era de verdadero pánico.
—Te dije que no te lo tomaras a la tremenda, ya sé que tu miedo por Teresa...
María le había arrancado el cartel de las manos y ahora golpeaba en la fotografía elevando la voz sin importarle si despertaba a la niña.
—¡Es ella, Jorge, es la misma que le levantó el vestido a Teresa!
Jorge se pasó la lengua por los labios. No podía ser, era una casualidad demasiado grande. Su cabeza de guardia civil comenzó a funcionar como tal de inmediato.
—¿Estás segura?
María asentía mientras seguía golpeando sobre la foto. Jorge le quitó el cartel y lo dobló. Se volvió hacia su mujer y la sujetó de los hombros.
—Esto puede ser un problema.
María le miraba expectante, sin comprender.
—¿Un problema?
Jorge se asomó a la puerta de la casa como para asegurarse de que Teresa no se hubiese levantado y anduviese por allí. En su mente sabía lo que iba a suceder.
—Interrogarán a los padres. Saldrá a relucir el encontronazo que las niñas tuvieron en el parque y tu reacción.
María no podía creer lo que estaba escuchando. Claro, ella no era guardia civil, pero una de las primeras cosas que se preguntaban era si la niña o los padres habían tenido algún problema con alguien recientemente. Se tapó la boca.
—Dios mío. ¿Van a acusarme?
Jorge negó con la cabeza.
—No digo eso, pero que saldrá a relucir, saldrá. Quizá te interroguen, pero claro, ese domingo yo lo tuve libre y pasé el día y la noche contigo. Estuvimos en León, esas cosas se pueden comprobar fácilmente.
María respiró un poco más aliviada. Sabía que lo que no le hacía ninguna gracia a Jorge es que aquel tema saltase a la vista de todos. Entonces recordó que no le había contado que había vuelto a estar en el parque, con Mario.
—Estuve otra vez en Rioturbio. Mario nos acompañó a dar un paseo a Teresa y a mí, ella iba con su bicicleta. Me convenció para que dejara que la niña jugara otra vez con los demás.
Jorge la miraba alucinado.
—¿Tuviste más problemas y no me dijiste nada?
—No, no, al contrario. Todo fue bien. Mario y yo tomamos algo en el bar ese que hay frente al parque y Teresa estuvo jugando con los demás.
—¿Estaba esa niña?
—Sí, y su madre, con otras cuantas más. Pero no hubo ningún problema. Los niños jugaron, Mario y yo tomamos algo y luego recogimos a Teresa y nos fuimos. Incluso una de las mujeres saludó y habló un poco con Mario.
Jorge había encendido otro cigarrillo. Lo dejó sobre el cenicero para ir a buscar una cerveza y María le dio un par de caladas.
—Mario lo sabía, ¿verdad? Sabía el problema que habías tenido en ese parque.
Ella no podía creer que estuviese pensando que Mario tenía algo que ver, pero, aun así, hizo la pregunta.
—¿No estarás pensando que fue Mario? —Se echó atrás en la silla—. No puedo creerlo, primero le investigas cuando ves que es trans y ahora piensas que él...
—Vale, vale, tranquila.
—Tú mismo lo dijiste, no tenía ni siquiera una multa de tráfico. No puedes ser tan...
—Tránsfobo, vamos dilo.
Los dos se quedaron en silencio un momento. María sacó uno de los cigarrillos de la cajetilla de su marido y entonces fue ella la que se asomó para comprobar que Teresa seguía durmiendo.
—Lo siento. Sé que lo que sucedió te comprometerá en el trabajo. Primero lo de la escuela