La Centinela (Libro 1 de la serie La Centinela)
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Scarlett Lang es una asesina a sueldo que siempre soñó con convertirse en un agente de la ley. Cuando por fin su trabajo rinde frutos y se le da la oportunidad de trabajar como agente encubierto con el mayor capo de Londres, Armand Sayer, se le hace imposible esconder su entusiasmo.
Es la hermana de Armand quien la emplea como cuidadora (para ayudar en su recuperación luego de un ataque armado) y guardaespaldas. Su buen trabajo en ambas facetas logra que se gane la confianza de Armand, cosa que causa la consternación de la mano derecha del mismo y el ex-novio y compañero de trabajo de ella.
Es por esto que, mientras se abre camino dentro del negocio que un día juró ayudar a derribar, se le presenta un dilema: tener que elegir entre su lealtad a su profesión o a su corazón. Y todos sabemos que no pueden ser las dos.
Astrid 'Artistikem' Cruz
Astrid H. Cruz a/k/a Artistikem was born in San Juan, Puerto Rico in 1984. Writing has always been a passion of hers; she's been making up stories since she can remember. Now she writes them down in the virtual pages of the Internet for everyone to enjoy.
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1 clasificación2 comentarios
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El final inesperado e intrigante y el deseo de continuar leyendo
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Me gusto pero quiero leer el 2 antes de dar mi veredicto.
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La Centinela (Libro 1 de la serie La Centinela) - Astrid 'Artistikem' Cruz
Capítulo 1
—¿Sabes para qué estás aquí?
La señora refinada y de mirada severa me observaba. Se notaba que estaba tratando de no entrecerrar los ojos, pero fallaba miserablemente.
—Estoy aquí para cuidar del Sr. Sayer.
Mi acento, que no era ni de aquí ni de allá (ya llevaba un par de años viviendo en Londres y se me había contagiado un poco la forma de hablar de los Británicos), parecía incomodarla cada vez que abría la boca para contestar.
Estaba de pie frente a ella, mis manos ocultas tras mi espalda para que no viera el temblor que amenazaba con estremecer todo mi cuerpo. Mi uniforme de enfermera estaba bien planchado, y mi cabello estaba amarrado en una cola de caballo aún intacta, en parte gracias al taxista que me llevó hasta allí.
—Lléveme a Addison Road. ¡Y se las va a ver conmigo si mi uniforme no llega impecable! —Más que un pedido, lo que le solté fue un ladrido. Eso le pasa por haberme tirado un guiño tan pronto me subí al auto.
—Eres una mujer joven —la mujer se acomodó mejor en el asiento.—¿Por qué te interesa vivir en esta casa, cuidando de un viejo como el Sr. Sayer, 24 horas al día?
Ella de seguro hubiese dicho una mujer joven y bonita
si ese fuera el caso. Nada que ver con mi autoestima. Simplemente era eso lo que ella buscaba: no una mujer bonita, sino una profesional seria y que no estorbara mucho. En resumen, ella no quería que el Sr. Sayer se enamorara de su enfermera.
—Cuidar de otros es mi vocación, y con mucho gusto lo haré 24 horas al día por el resto de mi vida.
Esa oración me hubiese hecho vomitar de asco en cualquier otra situación, pero esto estaba ensayado, por supuesto. Yo pensaba que era una pérdida de tiempo, pero a ella le importaba un coño lo que yo pensara. Esta era su pequeña obra de teatro para el hombre que estaba en el cuarto contiguo.
—Muy bien —ella miraba mi resumé, agarrándolo con las dos manos y acercándolo a sus ojos. —Sería refrescante tener a alguien lleno de vida en esta casa.
—Gracias.
Ella carraspeó.
—Armand tomará la decisión final.
El temblor en mis manos bajó hasta mis piernas el momento en que ella se puso de pie y me hizo un gesto para que la siguiera a la habitación del Sr. Sayer.
Las habitaciones de los enfermos tienen un olor muy particular. Es como si la muerte los fuera a visitar de vez en cuando y dejara un rastro de su hedor. Sin embargo, la habitación del Sr. Sayer estaba tan repleta de flores, que no hubiese sido capaz de oler a muerte ni aunque la parca estuviese allí mismo entre nosotros.
El espacio estaba a oscuras. Solo había suficiente luz para poder acercarse a la cama. El Sr. Sayer estaba sentado en ella, y tan pronto intentó alcanzar una de las cortinas para abrirla, la mujer lo interceptó.
—No, Armand. Deja que yo lo haga —la abrió solo lo suficiente como para poder vernos las caras. —No deberías moverte.
—¡Me cago en dios, mujer! Me puedo mover, no estoy paraplégico.
—Pero no deberías, Armand. Y no seas tan grosero. Traje a alguien que viene a conocerte.
Él se apoyó de las manos para incorporarse y se volvió hacia mí. No puedo negar el miedo que sentí mientras me observaba de pies a cabeza, tasándome antes de emitir palabra.
—¿Y tú eres...? —preguntó, arrastrando sus palabras.
—Yo soy...
—Su nombre es Scarlett. Ella va a ser tu nueva enfermera.
—Oh —levantó una ceja y me ofreció una sonrisa sarcástica. —Bienvenida.
—Gracias, señor.
—Ya, Armand, que debes descansar. Tengo que ir a buscar tus medicamentos y a hacer unas diligencias. ¿Puedes comenzar hoy mismo, Scarlett?
—Sí, estoy lista para comenzar desde ya.
—Bien. Déjame mostrarte tu habitación. Sígueme.
Fuimos al próximo cuarto, pero no pude prestar nada de atención mientras ella me mostraba dónde estaba todo y me explicaba algunas cosas. Mi mente estaba corriendo tan rápido que no me podía concentrar. No fue hasta que ella me preguntó si estaba todo bien que le volví a prestar atención.
—Nada. Solo estoy emocionada por estar aquí.
Ella cerró la puerta que conducía a mi propio baño.
—Puedes quedarte en tu habitación hasta que yo regrese. Hoy es el día libre de George, el mayordomo, así que si necesitas algo, tienes acceso libre a la casa.
¿Mayordomo? Creo que se sentiría ofendido si la escuchara refiriéndose a él como el mayordomo
.
—Sí, señora.
—Llámame Helga.
La fachada de severidad se había esfumado y ahora su actitud era amigable, al punto de que me sonrió antes de cerrar la puerta.
Sola al fin. Eché un vistazo rápido por la habitación antes de regresar a la del Sr. Sayer.
Cuando entré, me percaté de que se había echado hacia un lado de la cama y se había arropado hasta las orejas.
—¿Ya se fue? —preguntó desde su escondite.
—Sí, señor, ya se fue.
Se quitó la sábana de encima, la pateó hacia el pie de la cama y se sentó en el borde del colchón.
—Por fin.
—Pero, Sr. Sayer, no debería estar levantado...
Me le acerqué, pero me detuvo con un gesto de la mano.
—¿Qué te dijo ella?
—¿Perdón?
—¿Qué instrucciones te dejó?
—Que usted necesitaba cuidado 24 horas al día debido a su aflicción.
—¿Y a qué aflicción nos estamos refiriendo?
—Usted fue víctima de tres balazos durante un incidente violento.
—Me dispararon dos veces en la pierna izquierda y una vez en el brazo derecho, eso es correcto. Sin embargo, —hizo una corta pausa antes de continuar, —eso fue hace más de un mes. Estoy bien, no necesito descansar tanto. ¡Debería estar allá afuera paseando, por el amor de dios! Y estas cortinas...
Antes de que él terminara, yo ya estaba abriendo todas las ventanas, dejando que la luz inundara la habitación. Él respiró profundo, disfrutando de la pura esencia de la luz solar.
—¿Cómo es que te llamas?
—Scarlett, señor. Y debo advertirle que soy más indulgente que su esposa.
—No es mi esposa. Es mi hermana.
—Oh, —dejé escapar una pequeña risa falsa de mis labios.
Ya yo sabía todo sobre él, desde mucho antes de solicitar este trabajo.
—Necesito hacer algunas llamadas. Con tu permiso.
Se puso de pie, estiró la espalda y empezó a cojear hacia la puerta.
—Ah —se detuvo en la puerta. —¿Puedes hacer algo con esas flores? Yo no estoy enfermo ni muerto.
—Yo me encargo.
—Puedes quemarlas. Así de mucho me importan. —Se viró para irse, pero volvió a mirarme. —Pero no te deshagas de todas a la vez. Helga se daría cuenta y ya viste cómo es.
—Sí, señor. Las iré botando poco a poco.
Se viró de nuevo para irse, pero se detuvo.
—Quemarlas tampoco sería práctico. Los vecinos se darían cuenta.
—Está bien, Sr. Sayer. Yo me encargo de todo.
Me sonrió y abandonó el cuarto.
Al quedarme sola, me di cuenta de que había tanta luz y tantas flores, que parecía un jardín en lugar de una habitación. Mientras escogía los arreglos más pequeños para botarlos, comencé a pensar en el Sr. Sayer. Su cabello completamente gris, en sus sesenta, alto, guapo... Y me pregunté si habría tarjetas de presentación en su oficina que dijeran:
ARMAND SAYER
Capo #1 de Londres
Capítulo 2
Mi primera noche en la mansión de Sayer transcurrió tranquilamente y sin problemas. Helga regresó con los medicamentos, repitió como cien veces que el médico del Sr. Sayer, el Dr. Hart, le había ordenado reposo en cama en todo momento, y me enseñó cómo preparar el té a su gusto, en caso de que George no estuviese disponible. Claro, el Sr. Sayer no quiso quedarse en cama, así que lo dejé en paz y me fui a dormir temprano.
El segundo día conocí a George. O mejor dicho, vi el ceño fruncido de George vagando por la casa, apenas profiriendo palabra