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Buscando a Lainey
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Libro electrónico305 páginas5 horas

Buscando a Lainey

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Información de este libro electrónico

Un apasionante thriller psicológico lleno de giros impresionantes y una sorpresa en el final que no te imaginarás.

Tu peor pesadilla como padre: que te roben a tu hijo cuando estás de espalda. ¿Hasta dónde llegarías por recuperar a tu hijo o hija?

Una niña de ocho años secuestrada por traficantes sexuales.

Una madre desesperada y llena de culpa por quitarle la vista de encima a su hija.

Un hombre cercano a ambas… tan culpable como el pecado.

La vidente Carissa Jones una vez más se ve inmersa en un caso… este involucra al sórdido y espantoso mundo de la trata de niños.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento14 sept 2019
ISBN9781071500538
Buscando a Lainey
Autor

Kristen Middleton

New York Times and USA Today bestselling author Kristen Middleton (K.L Middleton) has written and published over thirty-nine stories. She also writes gritty romance novels under the name, Cassie Alexandra.

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    Buscando a Lainey - Kristen Middleton

    Dedicado a todas las víctimas de trata de personas y de abuso infantil. Aunque esta es una historia ficticia, su sufrimiento es real y desgarrador. Si quieres saber más, o si eres una víctima, visita:

    https://humantraffickinghotline.org/audience/getting-started

    Capítulo 1

    Lainey

    Viernes, 24 de noviembre

    8:45 p. m.

    ––––––––

    ¿PUEDO VER las muñecas Barbie?  —la pequeña Lainey Brown de ocho años le preguntó a su madre.

    Beth, quien estaba buscando entre las interminables filas de Legos un regalo para el hijo de su novio, empujó el carrito lentamente por el pasillo. —Esta noche no. Estamos buscando un regalo para Mason y estoy segura de que no quiere una de esas —respondió sonriendo—. ¿Por qué no me ayudas a elegir algo para él? Mike dijo que le encantan los Legos. Pero no sé cuál elegir.

    —No sé qué le gusta —respondió Lainey hoscamente— y no quiero ir a su estúpida fiesta de cumpleaños.

    Esas palabras sorprendieron a Beth. No parecía su hija la que hablaba. Seguramente estaba cansada. Normalmente su hija ya estaba en la cama a las nueve. —Eso no es muy amable.

    Él no es amable. Me tiró del cabello anoche, y me dijo que era una bebé cuando le dije que me dolía. Pero... sí me dolió. Y mucho. —Hizo puchero.

    Beth debía admitir que Mason, quien iba a cumplir once en dos días, era una basura. Pero también era el hijo de Mike y los niños tenían que aprender a llevarse bien.

    ­—Lamento que te lastimara. Solo ignóralo cuando se pone así.

    —Lo intenté, y ahí fue cuando me tiró del cabello.

    Beth miró el cabello largo, brillante y rubio de Lainey. No le gustaba la idea de que Mason, o cualquiera, se lo tirara.

    —Si vuelve a hacer algo así, dímelo a mí o a Mike.

    Frunció el ceño. —Pero dijiste que no tenía que ser una soplona.

    —Esto es diferente. Cuando alguien te está lastimando, quiero poder hacer algo.

    —Bueno. —Suspiró Lainey—. ¿Nos iremos a casa pronto?

    —Sí. Después de que encuentre algo.

    Lainey señaló: —El pasillo de las Barbie está justo del otro lado. ¿Puedo ir a mirarlas?

    «Quizás debería darle una Barbie a Mason», Beth pensó para sí, ya que está tan obsesionado con el cabello rubio. —De acuerdo. Pero recuerda que estamos comprando un regalo para alguien más.

    —Ya lo sé —dijo Lainey, mientras se alejaba de prisa.

    LAINEY DIO LA VUELTA en la esquina y comenzó a buscar la muñeca que había visto en la televisión. La que tenía el cabello que crecía y que podías teñir y peinar cómo quisieras. No tardó mucho en encontrarla. Se estiró, tomó la Barbie y la miró, deseando poder llevársela a casa con ella. Una niña en su colegio, Kylee, dijo que se la habían comprado hacía poco y Lainey quiso una para ella. Soñaba con todas las maneras diferentes en que podría cambiar el color del cabello de la muñeca y deseaba que su madre se la comprara.

    «Tengo que preguntarle».

    Respiró profundamente y volvió al pasillo de los Lego.

    —Mamá, ¿podemos por favor, por favor, comprar esta? —imploró Lainey, con la esperanza de que su madre cediera, como lo hacía a veces.

    Beth miró el paquete que sostenía y le dijo: —Ya te dije, no podemos. Se acerca Navidad. Quizás recibas una en ese momento.

    Ella miró la muñeca con ansia. —¿Y si se acaban?

    —Dudo que eso pase. Tendrás que esperar, Lainey.

    Frunciendo la boca, Lainey volvió al pasillo de las Barbie. Cuando estaba por poner la muñeca de vuelta en el estante, notó que un rostro familiar se le acercaba. Casi no lo reconoció por cómo estaba vestido. Normalmente, usaba mejor ropa; esta noche se parecía más a su maestro de gimnasia, el Sr. Grayson, con la ropa deportiva y la capucha que tenía puestas. También usaba un par de anteojos y una gorra de béisbol. Era un poco raro.

    Sorprendida de verlo en la tienda, Lainey sonrió y estaba a punto de preguntarle qué hacía ahí, cuando él se puso el dedo índice contra los labios en señal de silencio.

    Confundida, ella miró cómo sacaba un pañuelo blanco del bolsillo y se lo acercaba rápido a ella.

    —Oh, mira eso. Tienes algo en la nariz —susurró, acercándoselo a la cara—. Quédate quieta.

    Lo último que Lainey recordaba antes de perder el conocimiento era que el pañuelo estaba húmedo y olía asqueroso.

    ––––––––

    BETH COMENZABA a frustrarse.

    Si bien había muchos Lego para elegir, la mayoría de los juegos estaban muy por encima de lo que pensaba gastar. Era una madre soltera con un presupuesto apretado y estaba acostumbrada a ser frugal con el dinero. Sin embargo, quería comprarle a Mason algo que le gustara, y los Lego eran algo que sabía con certeza que él disfrutaría. Además, con eso tendría algo para hacer, que no fuera molestar a Lainey.

    —¿Cuándo se encarecieron tanto estas cosas? —dijo por lo bajo.

    No es que ella hubiese comprado muchos Legos en el pasado. Lainey era su única hija y nunca se había interesado en los ladrillitos.

    Después de un par de minutos más buscando, Beth se decidió por un juego que costaba treinta dólares más de lo que ella había planeado gastar, y lo metió en el carrito. Eran las nueve y casi pasaba la hora de ir a la cama de Lainey. Era momento de regresar a casa.

    —¡Lainey! —dijo en voz alta­­—. Vámonos.

    No hubo respuesta del otro lado.

    Suspirando, Beth giró alrededor de la esquina empujando el carrito y vio que ella no estaba. Beth miró en el siguiente pasillo y después en el siguiente. Desafortunadamente, no había rastro de su hija.

    —¿Lainey? —la llamó, más que nada irritada. Esto había ocurrido antes. Lainey tenía tendencia a deambular y a alejarse, aunque generalmente no mucho. 

    Beth giró el carrito y recorrió cada uno de los pasillos de los juguetes, preguntándose si Lainey la estaba irritando a propósito porque todavía estaba enojada por lo de la muñeca. Ella no era de hacer estas cosas, pero estaba desarrollando carácter y era obvio que, además, había estado de mal humor.

    —Disculpe —le dijo Beth a una empleada que pasaba con un trapeador—. ¿Ha visto a una niña deambulando por aquí? Tiene ocho años, cabello largo y rubio, y usa una chaqueta celeste.

    La mujer frunció el ceño. ­—No. ¿Cuánto hace que está perdida?

    —Solo un par de minutos —respondió Beth. La palabra «perdida» le revolvía el estómago.

    —Déjeme activar el Código Adam ­­—dijo la mujer, y se alejó rápidamente.

    —¡Lainey! —gritó Beth, abandonando el carrito. Las palabras «Código Adam» le resonaban en la cabeza.

    «¿Dónde estaba?»

    Ya en estado de pánico pasó corriendo por los videojuegos y se dirigió hacia los equipos de campamento. —¡Lainey!

    No hubo respuesta.

    Beth giró y corrió en la dirección contraria, llamando frenéticamente a su hija.

    En los altoparlantes, un empleado anunciaba un «Código Adam», y allí fue cuando la histeria realmente la atacó.

    Capítulo 2

    Hawk

    ––––––––

    RAPTARLA EN la tienda había sido riesgoso, pero también brillante en lo que respectaba a Hawk. Nadie sospecharía que él había secuestrado a Lainey y además había sido especialmente cuidadoso con su disfraz. Al final, pensarían que se trataba de un pervertido cualquiera. En cambio, él estaba por ganar un montón de dinero.

    —Oh, mira a la pobrecita —dijo una empleada más grande mientas juntaba los carritos. La mujer sonrió cálidamente—. Debe estar cansadísima.

    Hawk no miró directamente a la mujer y mantuvo la cabeza hacia abajo para evitar las cámaras. Lo último que necesitaba era entablar conversación con una vieja metiche.

    —Sí, fue un día ajetreado ­—respondió él, dándole palmaditas a Lainey en la espalda afectuosamente.

    —Oh, qué lindo ser así de joven de nuevo... —dijo la mujer con una sonrisa nostálgica— y estar exhausta por jugar demasiado.

    —Sin dudas —respondió—. Que tenga una buena noche.

    —Gracias. Usted también.

    Con Lainey aún en brazos, caminó hacia la oscuridad del exterior. Segundos después, una camioneta Tahoe negra se detuvo junto a ellos. El acompañante salió del vehículo y abrió la puerta trasera.

    Hawk rápidamente introdujo a Lainey adentro y subió atrás con ella. —Vámonos —dijo, mientas veía que un empleado del Wal-Mart se acercaba a la puerta delantera.

    El acompañante cerró la puerta y subió adelante. Un minuto después, estaban en la carretera 36 dirigiéndose hacia el norte.

    Capítulo 3

    Beth

    ––––––––

    LAINEY NO APARECÍA por ningún lado, y cuando la policía llegó a la tienda Beth ya estaba hecha un completo desastre.

    —Señora, ¿tiene alguna foto reciente de su hija? —el Detective Jason Samuels le preguntó con voz grave después de tomarle la declaración. Tenía el cabello castaño y ondulado, ojos azules brillantes y nariz aguileña. Beth pensó que se parecía un poco a Mel Gibson de joven.

    —Sí, tengo varias en mi teléfono —respondió. Las manos le temblaban mientras lo sacaba de la cartera—. Se las puedo enviar.

    —Bien. —Le dio su número.

    Beth le envió dos fotos recientes; el pecho le apretaba mientras las miraba. Lainey era todo para ella y la idea de que alguien lastimara a su bebé era demasiado horrible.

    —Distribuiré las fotos. Ya se emitió una Alerta Ámbar a nivel nacional —dijo Samuels, presionando botones en su teléfono.

    Con la mención de la Alerta Ámbar, Beth perdió el control. Esto era serio. Era real. Era aterrador. Su hija no estaba solo perdida. Estaba desaparecida. —No puedo creer que esto haya ocurrido —dijo, los ojos llenos de lágrimas—. Y yo estaba en ese mismo lugar. ¡Justo ahí!

    —Usted estaba en el pasillo contiguo. Nadie podría haber imaginado que alguien se atrevería a... hacer algo así.

    «Quiso decir secuestrar», pensó con abatimiento. «Alguien tiene a mi dulce niñita».

    —Esperemos encontrar a su hija rápido y que todo esto se termine —dijo Samuels con una voz más suave—. ¿Ha contactado al padre de Lainey?

    —Sí —respondió ella tomando unos pañuelos de la caja sobre la mesa. Estaban en la sala de descanso de los empleados de Wal-Mart ubicada al fondo del almacén­. —Tom está en camino.

    El detective asintió y volvió a usar su teléfono.

    La puerta se abrió y el gerente de la tienda, Don Timberland, entró apurado. —Detective, tenemos el video de las cámaras de seguridad listo.

    —Gracias —dijo Samuels, metiendo el teléfono en su saco. Miró a Beth. —¿Lista?

    Ella asintió.

    Los tres cruzaron caminando la tienda hacia la oficina del gerente, donde se encontraron con la compañera de Samuels, la Detective Anna Dubov. Dubov estaba en los treinta, tenía el cabello corto y oscuro y ojos marrones agradables.

    —¿Y tú sabes algo? —Dubov le preguntó a Samuels mientras el gerente se sentaba en su escritorio.

    —No. Esperemos que este material nos ayude a aclarar qué pasó —respondió mientras se juntaban alrededor del escritorio.

    —Sí, ayuda —dijo el gerente—. Parece que alguien la tomó cuando no estabas prestando atención.

    Samuels le echó una mirada dura.

    —Oh, lo siento —respondió Don avergonzado.

    —¿Ese es él? —dijo Beth con la voz quebrada cuando vio al extraño que se acercaba a su hija en el video. Parecía ser un hombre de contextura media, que usaba una sudadera negra con capucha, una gorra de béisbol y anteojos.

    —Eso parece —dijo Samuels, mirando fijamente al video—. ¿Notaron cómo mantiene la cabeza hacia abajo y evita las cámaras? Casi como si supiera exactamente dónde estaban ubicadas.

    —Puede ser un empleado —dijo Dubov.

    —No. Ninguno de mis empleados haría algo así —dijo Don frunciendo el ceño.

    Dubov lo miró. —¿Un ex empleado descontento?

    Él se encogió de hombros. —Quizás.

    —Este hombre está vestido como el Unabomber —dijo Beth, odiando a la escoria que se había llevado a su hija. La ira y el terror inundaban cada fibra de su ser mientras miraba cómo la escena se desarrollaba. Cuando el secuestrador tapó la boca de Lainey con el trapo y ella se desmayó, Beth soltó un sollozo de desesperación. —Oh, mi pequeña.

    —Así es como logró llevársela tan rápido —Dubov dijo con tristeza.

    Los ojos de Beth observaban con horror mientras el hombre levantaba a su hija y se la llevaba. Como un padre que se lleva a una hija dormida. Volteando, Beth tomó el brazo de Samuels. —Tiene que encontrarla. Por favor, detective, —se ahogó— sálvela.

    —Haremos todo lo que podamos —respondió con tono solemne—. Lo prometo.

    —No puedo creer que esto esté pasando —Beth dijo, y sintió como si las paredes estuvieran a punto de cerrarse sobre ella. Le soltó el brazo—. ¿Qué clase de monstruo maldito se llevaría a una niña de esa manera?

    —Una basura enferma —dijo Dubov, de mala cara a la computadora.

    —Aquí hay más material —dijo el gerente, cliqueando en otra imagen. Mostraba al secuestrador interactuando con una empleada justo antes de salir caminando por la puerta principal.

    —Esa es Gloria —dijo el gerente—. Hablé con ella. Dice que no lo pudo mirar bien.

    —Mantuvo la cara hacia abajo. De nuevo —dijo Samuels desilusionado—. Pero tal vez recuerda algo. Haremos que Gloria hable con un artista de retrato hablado.

    —¿Alguien más lo vio? —Beth preguntó, deseando que Mike estuviera ahí. Él estaba en Colorado, en un tipo de convención de arte. Él y su hermano Mitch eran dueños de una galería de arte en Minneapolis.

    —Todavía estamos interrogando a todos en la tienda —dijo Samuels—. ¿Y las cámaras de afuera? ¿Alguna captó algo?

    —Sí, hay algo más. El secuestrador definitivamente tuvo ayuda —dijo el Sr. Timberland, cliqueando en otra imagen.

    El grupo observó cómo una camioneta nueva se detenía abruptamente frente al secuestrador. Un hombre alto, de hombros anchos que usaba ropa oscura y una gorra de béisbol salió del vehículo y ayudó a subir a Lainey.

    —¿Hay otro ángulo? —preguntó Samuels.

    —Sí —dijo el gerente, mostrando dos videos más.

    Desafortunadamente, no obtuvieron más información acerca de la camioneta o de sus ocupantes. Habían sacado la matrícula y la cámara no tomó lo suficiente al chofer para tener una buena descripción.

    —Ya han hecho esto antes —dijo Samuels, mirando a Dubov—. Parece demasiado organizado.

    Su compañera asintió, con cara de preocupación.

    Beth sintió que había algo más que no le estaban diciendo y se preocupó aún más.

    —¿Qué quieren con ella? No tengo dinero. Si quieren pedir un rescate definitivamente tienen a la niña equivocada —dijo Beth, sus ojos iban de un detective al otro.

    —Puede ser que quieran venderla —sugirió el Sr. Timberland, reclinándose en su vieja y destartalada silla de cuero marrón. Entrelazó los dedos por encima de su barriga—. No sé ustedes, pero yo vi un especial en el History Channel sobre trata de personas. Está ocurriendo un montón, incluso aquí en los Estados Unidos. Y los padres no vigilan a sus hijos lo suficiente, con lo que se les hace más fácil a ellos. Si yo fuera padre nunca le quitaría los ojos de encima a los míos. Sin ofender, Sra. Brown.

    Los dos detectives le fruncieron el ceño.

    Beth quedó boquiabierta y se llevó una mano a la boca. —¿Piensan que alguien va a vender a Lainey? —Miró a Samuels—. ¿Es eso posible?

    Él le puso una mano en el hombro. —Claro que no vamos a descartar nada. La verdad es que no sabemos con certeza qué está pasando. —Le echó una mirada dura al gerente—. Y definitivamente no debemos sacar conclusiones.

    El Sr. Timberland se encogió de hombros y volvió a concentrarse en la computadora.

    —¿Y el padre de Lainey? —preguntó Dubov—. ¿Podría él habérsela llevado?

    —No, claro que no —respondió Beth—. Tom es un buen hombre y puede ver a Lainey cuando quiere. No tiene necesidad de secuestrarla.

    —¿Alguien pudo secuestrarla para vengarse de él, de alguna manera? —preguntó, mientras se sentaba en el borde del escritorio del gerente.

    Beth suspiró. —No me puedo imaginar quién. Tom tampoco tiene dinero. Ni enemigos. Al menos, no que yo sepa.

    —¿A qué se dedica? —preguntó Samuels.

    —Es mecánico —respondió ella—. Trabaja en el taller de Donelly en St. Paul.

    —Ya sé dónde es. Así que, ¿ustedes dos están separados? —Samuels preguntó, anotando más cosas en su libreta.

    —Divorciados. Hace dos años —respondió.

    —¿Cómo es su relación ahora? —le preguntó.

    —Es Buena. Quiero decir, a veces discutimos acerca de la crianza de Lainey. Pero nada importante. Él es un buen tipo. Ama a Lainey tanto como yo.

    —¿Usted tiene la custodia plena? —preguntó Samuels.

    —Es compartida —respondió Beth.

    Samuels estuvo en silencio unos segundos, seguía ocupado escribiendo cosas. Cuando terminó, miró al gerente. —Sr. Timberland, ¿nos dejaría unos minutos a solas con la Sra. Brown?

    El hombre se levantó. —Claro. Debería ir a hacer la ronda, de todos modos. Tómense todo el tiempo que necesiten.

    —Gracias —dijo Samuels.

    Asintió y salió de la oficina. Cerró la puerta una vez afuera.

    —¿Hay algo que debamos saber acerca de su ex marido, Sra. Brown? —preguntó Samuels.

    —No entiendo de qué habla —respondió Beth sorprendida.

    —Perdone que le pregunte, pero... si es tan buen tipo, ¿por qué se divorciaron? —dijo él.

    Ella se secaba la cara con un pañuelo. —No veo por qué el motivo de nuestro divorcio sea relevante para la desaparición de Lainey.

    —En estos momentos todo es relevante. Ella está desaparecida y no queremos dejar ninguna posibilidad sin investigar —dijo Dubov con suavidad.

    Beth suspiró. —Nos separamos porque discutíamos por dinero todo el tiempo y se volvió demasiado estresante para todos. En lo que a mí respectaba, él lo gastaba absurdamente. Tom no estaba de acuerdo.

    —¿Qué quiere decir? —preguntó—. ¿En qué lo gastaba?

    —En reparar el GTO que tenía. Cada centavo de más iba a ese maldito auto, y no es que nos lo pudiésemos permitir. Además estaba el asunto del juego —dijo entre dientes.

    Los dos detectives reaccionaron.

    —¿En serio? ¿Qué tipo de juego? —preguntó Samuels, agarrando su lapicera de nuevo.

    —Póker, más que nada. Sueña con convertirse algún día en un jugador profesional. Cuando estábamos juntos, todos los sábados a la noche conducía a Treasure Island con sus amigos. A veces ganaba, pero la mayoría perdía. Yo no lo soportaba más. Quiero decir, el auto era una cosa... estaba metiendo el dinero ahí, pero al menos se podía vender, ¿sabe?

    Samuels asintió. —Entonces, ¿diría que su ex tiene problemas con el juego?

    La puerta de la oficina se abrió y un hombre alto, de cabello oscuro entró, con expresión inmutable. —Disculpen pero, ¿por qué no están buscando a mi hija en vez de estar hablando

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