«A lo mejor puedes concluir diciendo algo sobre cómo he demostrado que toda la gente se equivocaba. Pero que suene positivo, en plan: “Esto es sólo el principio”». En los cerca de 15 años que llevo entrevistando a gente famosa, no creo que nadie me haya aconsejado jamás sobre cómo acabar un artículo. Desde luego, Yasmin Finney (Mánchester, 2003), protagonista de la exitosa serie de Netflix Heartstopper –que ha llevado a la pantalla las novelas gráficas superventas de Alice Oseman sobre una historia de amor gay en un instituto británico–, no es como los demás famosos. Y justo eso es una parte importante de su increíble encanto. Finney se ríe y juguetea con sus trenzas. «Aunque yo no soy escritora», aclara riéndose, y acaba por dejar el final en mis manos.
Hace un ventoso día en North Greenwich, al sudeste de Londres y, a estas alturas, dos horas después de encontrarnos, la actriz asegura que es como si me hubiera contado «toda su vida», y yo, por mi parte, siento que acabo de conocer a una persona tan segura de sí misma que ha puesto patas arriba lo que creía saber sobre la angustia adolescente. Ahora sé además que es que es una virgo de manual y, como ella misma dice: «No sólo en lo que está relacionado con la fama. Todo lo que hago está calculado al milímetro».
Pero volvamos a los inicios, antes de las campañas para Tiffany e YSL Beauty, los 24 millones de en TikTok, las portadas de revistas y de que todos los diseñadores quisieran vestirla para sesiones de fotos y eventos glamurosos. Volvamos a antes de que estuviera entre los diez programas más vistos de Netflix, fuera tema del momento en Twitter durante semanas y conquistara a personas de todas las generaciones con su optimismo y buen rollo. «Cuando mi madre me dio a luz, no lloré, no pestañeé», me cuenta. «Pensaban que estaba muerta de lo callada que estaba. Los miraba a todos como si pensara: “¿Esto es todo? ¿Esto es lo que he estado esperando?”».