Anxietas et hilaritas
Por Lucas Campopiano
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Anxietas et hilaritas - Lucas Campopiano
Primera edición, 2018
© 2016, Lucas Campopiano
© 2018, Par Tres Editores, S.A. de C.V.
Fray José de la Coruña 243, colonia Quintas del Marqués,
Código Postal 76047, Santiago de Querétaro, Querétaro.
www.par-tres.com
direccioneditorial@par-tres.com
ISBN de la obra 978-607-9374-82-2
Diseño de portada
© 2018, Diana Pesquera Sánchez.
Pintura al óleo en portada
© 2018, Emilio Pérez Angeles.
Se prohíbe la reproducción parcial o total de esta obra, por cualquier medio, sin la anuencia por escrito de los titulares de los derechos correspondientes.
Lucas Campopiano (Tucumán, Argentina 1993). Por el sólo hecho de haber nacido se autoproclama inconforme y disidente. De raíces cercenadas a edad temprana fue arrojado a una polvorienta y olvidada ciudad, se forjó de semblante indiferente y pocas palabras, y habitualmente se esconde entre metáforas y un mate caliente, para evitar la extenuante labor de congeniar.
Irreverente y mordaz, está colmado de aversión por todo aquello que está desprovisto de fulgurante pasión, y con ello se ha encontrado ensimismado en cualquier medio donde pueda reproducirla –auténtica y radical– tal cual emana.
Atrapado en el laberinto del símbolo y la técnica, en busca de una genuina experiencia estética. Ha intentado desarrollar sus más íntimas realidades a través de la pintura, la ilustración, la escultura, el verso y en éste particular caso lo hace mediante la prosa.
A mis padres,
A veces los padres se desgastan dando consejos, lecciones e incluso nimiedades que ellos llaman armas para este mundo. Sin embargo lo que mejor enseñan no lo pueden hacer con palabras –palabras que han escuchado de otros– sino que lo hacen con el ejemplo, porque ahí es donde verdaderamente yace su espíritu.
A mí, ustedes me han enseñado de valentía, a defender mis ideas, incluso cuando esté solo –sobre todo cuando esté solo-–. Me enseñaron de sacrificio y de esfuerzo, y que nada que valga la pena es gratis. Me enseñaron de ética, cultura y ciencia. Pero lo que más les agradezco haberme enseñado, es sobre lo único que realmente importa en este extraño mundo: sobre Amor.
He logrado amar con coraje, pasión, pureza y sensibilidad. A poner el corazón como escudo y el ánima como espada. A amar lo que sea justo y bello. A amar aunque no sea amado de vuelta. A amar desinteresadamente sólo por amar. A amar cálido como el fuego, a amar prístino como el agua, a amar sacro como la tierra, a amar libre como el viento.
Por eso amar no es cualquier cosa. Amar es una declaración de guerra en busca de lo sublime. Y yo, a ustedes dos los amo.
«Merses profundo; pulchrior evenit»
Horacio
Aether
Me he despertado en un momento extraño, gritándole a la televisión que se hallaba en el canal 3. Sin embargo sólo podía ver y escuchar ruido blanco, ¡pero qué aturdidor!, y este dolor de cabeza no me facilita las cosas. No he dormido en cuatro días, quizás sea el desprendimiento de mi tan añorada narcolepsia lo que me trastorna. Estoy teniendo lapsos de insomnio también, nada diagnosticado claro, es mi opinión, o más bien la del internet.
Apenas son las cuatro de la mañana y no tengo nada en la cabeza, sólo un molesto zumbido. Miro alrededor, únicamente veo basura de hace meses: latas de cerveza, botellas vacías, cajas de pizza, papeles y botes de condimentos. La persiana americana que deja fluir un par de rayos de luz entre las ya quebradas rendijas, éstas a su paso revelan el denso aire de acá dentro. Todo tan… burdo. Me siento para reflexionar un segundo sobre donde me encuentro pero mi atención es tan breve que automáticamente enfoco mi vista en objetos convencionales y ordinarios, y les veo como si fueran genialidades, ciencia de otro mundo, pareciere un niño de cinco años mirando las vitrinas de las jugueterías, más que obvio, la felicidad es carente en la oquedad de mi ser.
Se acerca la hora de ir a trabajar, o al menos eso creo. La última vez que miré el reloj eran las siete con once minutos y debería estar saliendo por ahí de las nueve menos cuarto, qué embrollo esto de la temporalidad. Desde que mi novia me dejó, el tiempo es algo que no calculo en lo más mínimo. Pasan las horas como segundos, el segundero es bastante ruidoso y a pesar de que trato de seguirle el paso, me deja atrás en un obscuro círculo negro que sólo realza su infinita velocidad. ¿Pero quién carajos soy yo tratando de explicar la relatividad del tiempo? Quizás por eso me dejó. No, no, fue otra cosa… ¡Ah!, pero cómo olvidar el por qué. Hace unos dos veranos, ¿o tres?, no sé, no me acuerdo con exactitud pero bueno, la invité a que se mudara conmigo tras haber salido unos cinco, siete, doce, bueno dejémoslo en cinco años. Vaya… media década. Vio mi vida, se la mostré y la compartí, yo por supuesto contento con todo, bueno, tampoco fui una persona muy exigente, más bien diría un tanto conformista. Pero aparentemente no soy lo «suficientemente capaz o ambicioso», si no mal recuerdo, esas fueron sus palabras. Estoy seguro que se refería a mi trabajo. No es que mi trabajo me deje pocos ingresos, digo, no necesito mucho y nunca lo he necesitado, pero supongo que presentar a su novio de treinta y dos años como empleado de mostrador de una hamburguesería local a sus amigas esnobs no le provocaba mucho orgullo, allá ella. Sí, sí fue especial, pero fue.
Cómo me entristece cada vez que pienso en ella. Debió ser para mejor. ¿Por qué no lo discutimos? ¡Bah!, si no se habla, no se arregla nada.
Ahora que lo asocio, me parece que es por ella todo este trastorno de sueño que no me deja en paz.
Creo que me daré una ducha, no recuerdo haberme dado una desde hace un par de días y el acumulo de suciedad en este lugar ya es bastante como para empezar a oxidarme al igual que los clavos viejos de la mesada, con su color cobrizo y oscurecido, mostrando tan sólo la estructura de lo que alguna vez fue y de lo que podría haber sido, con su torcido centro, aparentemente alguien no fue muy cuidadoso al armar este mueble.
Espejo, qué fiel eres, supongo que eres mi mejor amigo, te miro y no me mientes, por más que trato de engañarme, tú, siendo tan especial, no me lo permites, sé que estoy hecho un desastre, ¡pero mira qué barba!, ¿un par de días sin higiene?, debo estar loco, más como una semana, el amarillento sarro que se apila en mis dientes y ese extraño sabor en la boca con cada lengüetazo al paladar sólo reafirma cuan