Pacto de seducción
Por Barbara Dunlop
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James Gillen y Natasha Remington eran amigos y tenían algo en común: los habían dejado plantados hacía poco tiempo. Así que los dos se embarcaron en una misión para hacerse irresistibles al sexo opuesto. La tímida bibliotecaria Nat se convirtió en la preciosa y fascinante Tasha, mientras que el conservador y adinerado James se transformó en el magnético y temerario Jamie. Pero cuando su nuevo magnetismo los llevó a seducirse el uno al otro con una incandescente pasión, surgieron nuevas posibilidades…
Barbara Dunlop
New York Times and USA Today bestselling author Barbara Dunlop has written more than fifty novels for Harlequin Books, including the acclaimed GAMBLING MEN series for Harlequin Desire. Her sexy, light-hearted stories regularly hit bestsellers lists. Barbara is a four time finalist for the Romance Writers of America's RITA award.
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Pacto de seducción - Barbara Dunlop
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2020 Barbara Dunlop
© 2020 Harlequin Ibérica, un-a división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Pacto de seducción, n.º 2138-julio 2020
Título original: The Dating Dare
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1348-633-8
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Si te ha gustado este libro…
Capítulo Uno
No estaba completamente sola. Tenía amigos en el trabajo o, mejor, conocidos con los que quedaba para comer; incluso tomábamos una copa antes de volver a casa. Ya había superado que mis mejores amigas, Layla y Brooklyn, se hubieran mudado de Seattle y hubieran ocupado sus vidas con nuevas experiencias y compañías.
Estaba en la cafetería del Club de Tenis Harbor, en Seattle, leyendo el último mensaje de Sophie Crush, la cuarta amiga de nuestro círculo, mientras mi infusión se enfriaba sobre la mesa.
También tenía conocidos en el club, al que pertenecía desde la adolescencia. Pero conocidos no era lo mismo que amigos. Un amigo era alguien con quien pasar la tarde de un sábado en chándal, tomando una copa de vino después de las cuatro de la tarde. Un conocido no te hacía compañía si estabas desanimada.
Que era como me sentía en aquel momento.
Miré de nuevo la pantalla del teléfono, en el que seguía el mensaje de Sophie. El almuerzo con su nuevo ligue se estaba alargando. Por el sonriente emoticono, deduje que estaba pasándolo en grande.
Sophie había cancelado el partido en el último momento. Por eso me encontraba sola, en pantalones cortos, con la raqueta a mi lado, sin planes para la tarde ni la noche.
Uno de los partidos que se jugaba en las pistas terminó. Dos hombres se estrecharon la mano. Reconocí a James Gillen, el hermano mayor de Layla. Si había alguien en el club en una situación peor que la mía, era él. James había sido el novio de mi preciosa y exitosa amiga Brooklyn desde el colegio, y hasta julio, habían estado prometidos.
Durante el último año, habían planeado una de las bodas más espectaculares de la década. Y lo fue… hasta que Brooklyn dejó a James en el altar delante de quinientos invitados y varios periódicos locales.
Yo no culpaba del todo a Brooklyn. No se podía negar que su atractivo y exitoso marido, Colton Kendrick, era fantástico.
No era extraño que dos hombres hubieran competido por casarse con Brooklyn. Atraía a los hombres como el polen a las abejas. Me sonreí en el reflejó de la ventana al estilo de Brooklyn y sacudí el pelo como ella lo hacía, pero como lo llevaba recogido en una trenza, no conseguí el efecto deseado.
Entonces me dediqué una sonrisa de verdad, riéndome de mí misma, y di un sorbo a la infusión, lamentando que no fuera tequila. Las bibliotecarias no eran atractivas. Se suponía que éramos prácticas e íntegras, dos cualidades admirables, sin duda. Pero sin ningún atractivo para las abejas.
Me puse las gafas al tiempo que una pareja entraba en la cafetería. Y mi corazón se desplomó.
Se trataba de Henry Reginald Paulson III y su bonita y efervescente novia, alta, delgada y rubia. Se llamaba Kaylee o Candy, o algo así. Nunca le había visto jugar al tenis, pero a nadie le importaba si era buena o mala.
La familia Paulson prácticamente presidía el club. Eran miembros desde hacía cuatro generaciones y Henry era el príncipe heredero. También era mi ex. Me había dejado sin la menor consideración el veinticinco de mayo, el mismo día que la biblioteca Northbridge celebraba mi quinto aniversario como empleada, lo que representaba una semana más de vacaciones y un aparcamiento más próximo a la biblioteca. Estaba ansiosa por celebrarlo con Henry. Pero la cena de celebración se convirtió en mi vuelta a casa en un taxi, sola, antes de que nos sirvieran el aperitivo. Henry me dijo que seguiríamos siendo amigos, que me admiraba y que algún día haría muy feliz a un hombre. No había puesto pegas a mi aburrido cabello castaño, a mi insípido vestuario ni a mi reducida estatura. Pero dado que me había sustituido por alguien opuesto a mí en físico y estilo, llegué a mis propias conclusiones.
Henry me vio desde la puerta, sonrió y me saludó con la mano como si, de hecho, hubiéramos seguido siendo amigos. Ni siquiera habíamos hablado desde la ruptura. Deseé con todas mis fuerzas no estar sola. Deseé haber estado en cualquier parte menos…
–Hola, Nat.
Alcé la mirada y vi a James junto a mi mesa.
Si se quedaba a charlar conmigo aunque solo fuera un minuto, no ofrecería una imagen tan patética.
–Hola, James.
–¿Estás esperando a alguien?
Levanté el teléfono.
–Sophie acaba de cancelar. Tengo que anular la pista.
–¿Te importa que me siente?
–Claro que no –le indiqué una de las sillas.
–Estoy sediento –hizo una señal al camarero y al ver la tetera, preguntó–: ¿Quieres algo más?
El camarero llegó con prontitud.
–Una cerveza –James arqueó las cejas hacia mí a modo de interrogación.
–Suena bien –dije.
Aunque no hubieran dado las cuatro, era uno de esos días en los que se podía hacer una excepción.
–¿Qué tal el partido? –pregunté.
–Caleb juega muy bien. He tenido que darlo todo.
James estaba recién duchado. Tenía el cabello húmedo y llevaba pantalones negros y camisa blanca. Era guapo, alto y estaba en forma. No era ni tan llamativo ni tan sociable como Henry. No pertenecía a la realeza del club de tenis. Pero siempre se le había respetado por sus habilidades como jugador.
Por aquel entonces tenía que soportar los cotilleos sobre el abandono de Brooklyn. El consenso general era que James había aspirado demasiado alto socialmente, y que no era de extrañar que Brooklyn lo hubiera plantado por una oferta mejor.
Suponía que corrían los mismos comentarios respecto a mí. Mi relación con Henry solo había durado unos meses, pero probablemente la gente asumía que yo no había sido más que un escarceo para él, un desvío temporal hacía lo insípido.
–Puede que luego vaya a montar en bici para compensar –dije, intentando dedicar mis pensamientos a algo más productivo.
No era una obsesa del ejercicio, pero sí contaba con mi partido semanal de tenis para mantenerme en forma.
–¿Dónde vas? –preguntó James.
–Normalmente al lago Cadman.
–Lo conozco. En otoño es muy bonito
El camarero llegó con dos jarras de espumosa cerveza.
–¿Puede cancelar la pista de la señorita Remington? –preguntó James mientras el camarero las dejaba sobre la mesa.
–Por supuesto, señor.
Les di las gracias. Luego tomé la jarra.
–Puede que después de esto me dé pereza ir en bici.
James sonrió y alzó su jarra a modo de brindis.
En ese momento vi que Henry contaba algo en su mesa mientras mantenía el brazo alrededor de la cintura de Kaylee.
–¿Pasa algo? –preguntó James.
Me di cuenta de que estaba frunciendo el ceño.
–No, nada –volví la mirada hacia él.
Pero James miró por encima del hombro y vio a Henry.
–Ah, Paulson. Debe de resultar molesto.
«Molesto» no era la palabra que yo habría usado.
–Sí, lo es –dije yo.
Los azules ojos de James se oscurecieron.
Yo no quería su compasión. Ni quería que pensara que estaba regodeándome en mi propia desgracia, aunque lo estuviera. Intenté no pensar en ello.
–No es nada comparado con lo tuyo.
Las palabras salieron de mi boca antes de que me diera cuenta de hasta qué punto eran insensibles. Intenté retractarme:
–Bueno… quiero decir… Lo siento.
–Prefiero que lo digas a que lo pienses, como todos los demás –James miró a su alrededor–. Y tienes razón. Lo tuyo no puede compararse con lo mío: a mí me dejaron a lo bestia, a una escala épica.
Habría querido contradecirle, pero habría mentido.
–¿Cómo lo llevas? –pregunté.
–Es raro –dijo. Bebió cerveza–. Sigo encontrándome sus cosas en mi apartamento. ¿Qué hago? ¿Se las mando?¿Las quemo?
–Quémalas –una vez más, las palabras escaparon mi boca–. Perdona, no debería decir eso.
James rio.
–Me gusta tu estilo.
Brooklyn era mi mejor amiga, pero incluso las mejores amigas hacían cosas inapropiadas. Y era comprensible que James estuviera enfadado con ella. Le sentaría bien quemar algo.
–¿Podrías explicarme tu sexo? –pregunté a James.
Una cerveza se había convertido en dos.
–Lo dudo –dijo él.
–¿Sois superficiales?
–La mayoría.
–Por ejemplo, mira a Candi.
–Creo que se llama Callie.
–¿No es Kaylee?
–¿Quieres que se lo preguntemos?
–¡No!
Mi tono de pánico hizo reír a James.
Bajé la voz y pregunté:
–¿Ese es el tipo de todos los hombres?
–De algunos.
–¿De algunos o de muchos?
–Vale, de muchos.
Suspiré. Aunque la respuesta no me sorprendiera, no contribuía a renovar mi fe en los hombres.
–Las mujeres no sois mejores –dijo James.
–No estamos obsesionadas con el físico.
–Con el físico y aún más con el poder y el prestigio.
No