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Tinta china sobre papiro
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Libro electrónico307 páginas4 horas

Tinta china sobre papiro

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Información de este libro electrónico

Allen, luego de fracasar, por primera vez, en lograr que le comprasen su último y más caro capricho, acepta el desafío de su hermanastra mayor: entregarle una traducción de un libro escrito en chino, "La historia de Gengi", a partir del manuscrito original. Sin embargo, ella detecta de inmediato sus intentos de engañarla, por lo que, por primera vez en su vida, Allen debe esforzarse en serio si quiere obtener su recompensa. Puede que su hermana tenga otros motivos detrás del ofrecimiento, y Allen se sumergirá en un mundo de nuevos lenguajes, con personajes de otro tiempo y lugar, hasta ganarse, si se lo merece, su final feliz.

IdiomaEspañol
EditorialLaura Lauman
Fecha de lanzamiento16 mar 2016
ISBN9781310424083
Tinta china sobre papiro
Autor

Laura Lauman

Nutrida desde la más tierna infancia con series japonesas, cuentos contados por padres abnegados y abuelas felices, convencí a mis padres que lo más sensato era enseñarme a leer (o así lo decidieron, y yo, encantadísima). Pasé de perseguirles con un libro en las manos, al compás de "léeme", a pasar largas y silenciosas tardes tras libros, con la clase de silencio que preocupan a los adultos, al punto de asomarse para ver qué diablura tramaba. (No digo que no me haya mandado alguna, pero eso es otra historia). Nacida y criada en un país cuyo estado normal es "crisis", donde se enseña supervivencia práctica cada vez que se intenta algo nuevo, los frutos de mi culturización temprana se materializaron de diversas maneras. Uno de ellos es el galardón otorgado a uno de mis cuentos, lo cual me animó a desempolvar viejas ideas y plasmarlas con más énfasis en palabras. El resultado ha sido positivo, siendo Smashwords uno más de los eslabones en la misión de darle al mundo la clase de historias que adoras, que lees hoy y en diez años, y que crean una oleada de sucesos que conectan personas, unen humanos, alientan a seres de la especie a intentarlo, y muestran cuán buena es la lectura a temprana edad, y en las otras edades también.

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    Tinta china sobre papiro - Laura Lauman

    Capítulo 1

    Gengi

    Fue como si hubiese comido algo mucho tiempo atrás, y de golpe y porrazo, me dijesen prueba esto, es algo nuevo y me acordase del sabor. Reconocía más cosos-gramas de los que pensé que podría acordarme, y casi logré traducir dos páginas en un día. Era otro capítulo de Gengi, parece, en donde hablaba de una guerra, o eso me pareció. Gengi parecía ser más chico que en el primer capítulo, y hasta mencionaba a sus padres. No sé si el fuego que menciona es el de las armas o qué, pero a ver... Au. Fuego+casa+muerte. Y a Gengi no lo veo más, pero tiene que estar, porque aparece en el primer capítulo, que es después del segundo

    Después del nosecuánto bostezo seguido, me di cuenta que tenía hambre y sueño, y que ni siquiera había abierto las persianas. Era jueves, así que había escuela y mis viejos tendrían que haber merodeado por ahí. De mi hermana no sabía nada, salvo que me esperaba para comer. Me fijé en el reloj y tuve que mirarlo dos veces, porque seguía marcando las seis y media. Abrí las persianas y me fijé que había demasiada luz para ser de mañana.

    Las habitaciones de mis viejos, la de mi hermana, la mía y la de algunas habitaciones de huéspedes tenían baño privado, y empecé a acordarme de lo que había hecho. Me levanté, sí, fui al baño, sí, salí a desayunar... no, no salí. Me quedé acá. Me olvidé de comer. Y no fue en una maratón de juegos de consola, o un evento de la guild. Me miré y vi que tenía puesto el uniforme, menos el chaleco que colgaba del respaldo de mi silla. Volví a mirar el reloj, después a la ventana, y después me rugió el estómago.

    Dejé mi uniforme para lavar, fui al comedor y le dije al cocinero de turno que me preparase algo potentoso. Reviví al primer bocado. Mi hambre, que se había comido a sí misma, de golpe y porrazo se despertó y se acordó para qué servía. Estaba a medio camino, cuando había bajado un cambio y comía más despacio, y entonces apareció mi hermana con una taza de porcelana en la mano. La dejó en la mesa con un repiqueteo, la levantó del platito y bebió. Después volvió a dejarla sobre el platito lleno de dibujos de flores en azul, y levantó su mirada. Estaba justo frente a donde yo estaba sentado, y me miraba raro. Como era ella, claro, así me miraba.

    -¿Qué?- le dije.

    -Cambiaste el tono, muchachito- me dijo.

    -Sep- di otro bocado y mastiqué, mirándola.

    -¿Te quedaste dormido hoy?- su sonrisa, pintada de violeta, decía otra cosa.

    -Nah, me enganché con algo y me olvidé de la hora.

    -Bien- tenía los párpados pintados como si fuesen pavos reales negros -¿Vas a seguir usando los anteojos de sol?

    -Sep, ya se acostumbraron a eso- dije, y en el siguiente bocado mastiqué más despacio.

    -Sabes que no van a arrojarte piedras por eso.

    -Meh- me encogí de hombros -Mejor no. Me dan un aire de chico misterioso.

    -Sí, y qué bien que ahora el bonito envase empieza a tener contenido.

    -¿Qué querés decir con eso?- le pregunté, levantando una ceja.

    Mi hermana terminó su té, uno importado en hebras, seguro, se levantó de la mesa con una sonrisa, y se alejó del comedor sin responderme.

    Mi cerebro no daba más por ese día.

    Tenía que agarrar y hacer algo que no me exigiese pensar, así que me senté a ver una de esas películas de acción que teníamos en la videoteca, llenas de tipos musculosos y de tipas con poca ropa. Todavía tenía algo de hambre, así que prendí la pochoclera con forma de carrito de cine en miniatura y elegí la primera película que vi. La puse en la reproductora y agarré los pochoclos, les puse sal y saqué una botellita de gaseosa de la heladera de la sala de entretenimiento. Los tiros y las explosiones de la pantalla no me llamaban, pero seguir la historia no era necesario para entender la película, así que me dediqué a comer pochoclo y tomar gaseosa.

    A mitad de la película me llamó César, preguntándome en dónde estaba. Le dije que me había dormido, y me dijo que el grupo se iba a juntar para tomar algo. Apagué la pantalla y le dije que me sumaba, aunque no sentí todo el entusiasmo que pensé que sentiría. Me cambié y fui a la casa de César, le dije al chofer que se volviera a casa, y entré en la sala, que ahora estaba llena de gente del grupo.

    Menos Miriam, claro.

    -¡Anteojito!- César, claro -¿Cómo va todo?

    -Raro, hombre, raro- le dije, acercándome a él y a las dos chicas con las que charlaba.

    -¿Qué hizo tu hermanastra ahora?

    -Otro de sus libros extraños- acepté la cerveza que me ofrecía: era una nueva línea que su madre iba a lanzar en un mes. Era esperable que nos preguntasen luego qué tal nos había parecido -Y es raro en serio.

    -Meh, relaja tu cabeza. Tengo el último juego de Phantom.

    -¿Phantom?

    -Hombre, vuelve de la Luna. Es la consola que va a salir en Europa en una semana. Mi viejo es diseñador de videojuegos, y eso tiene sus ventajas, sabes.

    -Ah- la cerveza tenía un gusto más dulce que de costumbre -¿De qué trata?

    -Puzzles y batallas. A ver si me ganas en una ronda de tres.

    -Esto parece más de mujer- le dije, una hora y cuatro partidas de videojuegos después, mirando la botella sobre la mesa.

    -¿Porque es rosado?- César se rió con ganas.

    -¿Rosada, la cerveza?- lo miré sin entender del todo -No, hombre, porque es dulce.

    -Oh, bueno, voy a ganarte otra vez.

    -Apestas, Sesito- le dije, algo más animado.

    -Meh, todavía no calenté.

    -¿Y si te vas a calentar a una de las chicas?- le dije, sintiendo la cabeza algo más liviana -Mira que Sofía parecía tenerte ganas.

    -¿En serio?

    -No- con una combinación de botones, logré destrozar media pantalla de bloques, y derroté, con fatality incluida, al personaje de César -Perdiste, Sesito.

    -¡Maldito bastardo!- tiró el control de la consola y empezó a pegarme puñetazos en el hombro.

    -¡Ey, que no tengo tu armadura protectora!- empecé a reírme demasiado alto -Ya sabes, tanta grasa...

    -¡Al carajo! No sabes jugar. Voy a ver a Sofía.

    -Y me cuentas si tienes suerte- le dije, antes de esquivar un adorno de cerámica volando hacia mi cabeza.

    El viernes fui a la escuela porque se me antojó.

    No tenía nada que ver con saber si Sofía y César al final habían subido a una de las habitaciones. O para comprobar si de verdad a Miriam le hacían el vacío. Simplemente quería ir porque se me dio la regalada gana. Eso, y porque ese día salían los cursos escolares. Siempre había al menos uno más o menos interesante, y algunos tenían extras que valían la pena. Hacer contactos decía Martín. Era la única cosa en la que estaba de acuerdo con él.

    Cuando llegué, Mauro ya iba a inscribirse a la dirección de cursos. Deportes, seguro. Me salteé sin ver los carteles de ayuda a los más necesitados. Siempre había pobres en todos lados, y siempre había más. Miré las descripciones de un par más o menos pasables, hasta que me fijé en uno que, hasta entonces, no me había llamado la atención. Era un programa de idiomas, y uno de los de la lista era chino. Si los diarios de economía tenían razón, era que China era la nueva potencia mundial, y mejor saberse su lenguaje. Tomé una de las tarjetas del curso, y César me miró raro.

    -¿Vos, idiomas?- me preguntó.

    -Ajá- dije, sin ganas de hablar.

    Pasé la vista sobre el resto de opciones, pero ninguna me interesaba más de lo que tenía en la mano, así que me fui a la dirección de cursos a preguntar qué onda.

    El segundo capítulo fue menos difícil.

    Eso, o yo había subido de nivel.

    Resultó más intuitivo que el primero, y hasta empecé a ver una historia interesante. Yo, que no tenía un libro en mi habitación un año atrás, miré a mi alrededor y me encontré con tres diccionarios de chino. ¿Era por eso que no era tan espantoso de aprender como decían? ¿O yo era un prodigio de los idiomas bendecido por...? Nah, no creía que fuese eso.

    El segundo capítulo narraba cómo la casa y la familia de Gengi habían desaparecido en un incendio, y su encuentro con algo que no dicen que es persona pero tampoco cosa. Es decir, agarran el algo-grama y se refieren a eso que se encontró como macho. Pero no es un animal, es una persona que se oculta en las sombras, y parece que Gengi al final se fue con esa persona. Esto me suena de algún lado. Ey, esta palabra no es china. Y no se escribe con los picto-ideo-logo-gramas chinos. Mmmm... A ver, san Google...

    Caray.

    De golpe y porrazo, esta historia se volvió mucho más interesante.

    -¿Dónde conseguiste esa cosa?- le pregunté apenas mi hermana abrió la puerta de su habitación.

    -Vaya. Estamos ansiosos hoy- esta vez estaba vestida de naranja, desde las sandalias hasta la cinta en la cabeza para el pelo.

    -Sí, sí, sí- le dije -¿De dónde lo sacaste?

    -Llegó a mí por medios misteriosos del destino- sonrió -Y me dijo, sin hablar, que yo no era quien debía descubrir sus secretos.

    -Te digo en serio.

    -Y yo no estoy mintiendo.

    Para variar, no logré que mi hermana me dijese más de lo que ella quería, que siempre era menos de lo que yo quería que me dijese. Y ella lo hacía para que yo me diese cuenta cuando ya había cerrado la puerta de mi habitación. Maldita mujer, a veces me hacía pensar que era bruja. Y por ahí no le estaba pegando tan lejos.

    A los cuatro meses, estando ya a fines de año, logré traducir el segundo capítulo.

    ¿Así eran los libros antiguos? ¿De capítulos cortos? ¿Con palabras que cambiaban lo que querían decir según lo que las rodeaba? El papel debía haberse destrozado al menos cien veces en esos cuatro meses, y ahí estaba, tan viejo como la primera vez. La tinta, lo mismo. Era un libro con hojas de papiro y escrito con tinta china, con hojas cosidas y sin doblarse en las esquinas. Y nadie quería traducirlo. ¿Acaso era un libro de la mafia china? La historia me sonaba a asiático, pero no a chino. Y pocos meses antes, para mí si era asiático era chino. Eran mayoría, más probabilidades de pegarle tenía. Pero ahora había que... ¿hilar fino, pulir?, y ver de dónde venía la historia. Hay mucho mar y muchas islas para ser China, que es un país gigante.

    Así que agarré y empecé el tercer capítulo.

    -¡Mirá quién está allá!- dijo Mauro.

    Ese día habíamos salido en el auto que le habían regalado para sus quince años. Era un descapotable último modelo, y cada tanto salía a mostrarlo y a buscar chicas. En ese momento, estábamos César, el mismo Mauro y yo, y supe de quién estaba hablando apenas la vi de espaldas. Mi estómago no se hundió, como dicen, pero pareció moverse un poco para abajo.

    -¡Ey, sexy!- dijo Mauro, y media docena de chicas en los alrededores se dieron la vuelta -¿Qué tal, muñeca?

    -Hombre, qué original- le dije.

    -Qué importa- me respondió, y volvió a mirarla -¿Qué tal, princesa en desgracia? ¿Disfrutando el exilio?

    César se rió, cayó de costado en el asiento de atrás y desapareció de la vista. Yo sentí que quería desaparecer, también, cuando Miriam me miró.

    -Mira, nena, mi nuevo auto- siguió Mauro -¿Quieres dar una vuelta?

    -¿Eso es todo?- le preguntó ella. Miriam no se había acercado, y Mauro había más o menos estacionado al lado del cordón de la vereda. César pareció calmar un poco su risa.

    -Oh, claro que no. Podemos ir a casa también- la sonrisa de Mauro podría haber estado en una propaganda de dentífrico.

    -¿Eso es todo lo que tienes para ofrecer? ¿Un auto?

    -Oh, codiciosa- dijo el otro, fingiendo coquetería.

    -¿Eso es todo lo que vales?- eso hizo que dejase de tratar de no mirarla -¿Un auto?

    -Y una casa con una cama muy cómoda.

    Miriam suspiró.

    -No soy de ésas.

    -Pues yo puedo hacerte una de esas mujeres. Si existen, es porque les gusta.

    Ella lo miró como si estuviese viendo a un nene diez años más chico en medio de un berrinche.

    -Esa carnada no funciona- le dijo, y caminó hacia el lado opuesto al tráfico.

    Tonta no era. Sabía que era mano simple y que, a esa hora, dar la vuelta iba a ser casi imposible.

    -¿Y con qué te pescan, besugo?- le chilló César, que había aparecido en el asiento de atrás.

    Pensé que Mauro le iba a dar un zape por arruinarle la conquista, pero al final terminó riéndose con él. Yo casi no me reí. Sentía que había algo que no encajaba del todo.

    En el tercer capítulo, Gengi, luego de ser entrenado por los seres de sombra, o algo así, parece que va a una guerra. Pero no agarra una espada o una lanza, sino que parece que se mete en un palacio, disfrazado como... alguien. O un sirviente, de esos que hay muchos y nadie mira a la cara, parece que dice. Y entonces... ¿veneno? ¿Gengi acaba de envenenar la comida del jefe de la casa? Y ese jefe también es algo del ejército... un jefe militar, creo.

    ¿Y después siguió por allí unos días? ¿Nadie lo notaba? ¿Nadie se preguntó para dónde iba este muchacho? A ver, viajó con este y aquél... Y esta vez no hay nieve, parece que es otoño. Y el ave-demonio (o Tengu, creo que así se llama el bicho) de nuevo le dio una mano, mostrándole dónde había caza, o algo así. Y cuando al final vuelve, nadie le dice ni hola a Gengi. Informar al superior... En una aldea oculta en las montañas.

    ¿De qué me suena esto?

    Al final terminé comprando algo de té.

    No de esos en saquitos, sino el té en hebras del que tanto habla mi hermana. Dice que hay que tomarlo solo, es decir, sin azúcar ni leche. Una cucharadita en la taza, ajám, agua hirviendo, ajám, y ahora... ¿lo tomo con hojas y todo? Ah, parece que algunas hojitas se van para el fondo. Gengi dijo algo sobre un palito de té que está parado en el medio de la taza y eso es buena suerte, o algo así. Lo veo complicado. A ver, ahora casi todas las hojitas se hundieron, voy a sacar lo que queda flotando y veo.

    Amarrrrrrrrgo.

    Cuando me di cuenta, ya tenía tres cucharaditas de azúcar dentro de la taza. Ahí fue más tomable, digamos. Pero parecía que se habían mezclado dos sabores. Es decir, claro que el sabor del té ahora estaba mezclado con el sabor del azúcar, pero parecía que algo más se había mezclado. Cuando el sabor del azúcar terminó de desaparecer en mi boca, el té verde seguía, es decir, la sensación del sabor. Era como cuando te llenabas la boca de humo perfumado y podías sentirlo, pero ahora no era humo ni vapor ni niebla ni esas cosas raras, sino un simple tecito. Hojas secas y agua caliente. El azúcar, potentoso como era, no había logrado ganarle por mucho tiempo. El té era suavecito y fuerte, pero no fuerte de fuerza, sino fuerte de esos que duran y duran, como los relojes de mi abuelo que se llevó papá.

    Creo que esto no está tan mal, pero no termina de engancharme. ¿Por qué le gustaba tanto a Gengi? ¿Por qué no le ponía aunque sea un poquito de azúcar? Su vida no parece bonita, pero si tras eso no le pone algo de dulzura a la comida aunque sea, bueno... Es decir, no lo leo comiendo cosas ricas o con chicas, aunque parece que el ave-demonio Tengu ese le tiene ganas, por raro que se lea. Y parece que todo lo que usa es usado o muy viejo, o algo que él tiene que arreglar.

    Qué vida horrible.

    -Y entonces ella va y me dice ¿eso es todo lo que valés?- siguió Mauro, imitando una voz de chica tonta -Y yo voy y le digo ¿qué más querés, oro?

    Escuchaba reírse a mis amigos como si estuviese medio dormido. Estábamos en casa de César, festejando el año nuevo doce horas antes en el quincho que tenían para nosotros. Veía sus bocas moverse, riendo y charlando, pero mis orejas parecían estar bajo el agua. Más de una vez César me había preguntado en qué planeta estaba, y yo le dije que estaba en Marte, o algo así. Después me di cuenta que no había hecho más que asentir y decir mm-hm en todo lo que demoró Mauro en contar la anécdota. Y no me parecía gracioso.

    Miré mi comida, hecha con ingredientes de esos que no se compran en los supermercados, y la vi llena de colores brillantes. Había pedido unos fideos chinos, pensando que así iba a poder entender mejor en qué pensaba Gengi. No entendía del todo por qué actuaba como actuaba, y menos aún en qué pensaba. Porque tenía que pensar, eso seguro, aunque en el libro no se mencionaba lo que pasaba por su cabeza, salvo en dos o tres veces en los que era indispensable para entender lo que pasaba. A veces, ni eso, y tenía que adivinar. Y a veces adivinaba mal.

    -No es de plástico, che- dijo César, que ya se había terminado su segundo plato de comida -Si no te gusta, ¿por qué lo pediste?

    -Quería saber si era rico- dije, pero hasta a mí me sonó insípido. Tomé el tenedor y me llevé un bocado a la boca. Era sabroso, sí, de una forma distinta a la que estaba acostumbrado.

    -¿Y?

    -Raro- respondí.

    -¿Raro rico o raro feo?

    -Raro no sé cómo decirte

    -A ver- agarró su tenedor y sacó un bocado que yo me habría comido en tres o cuatro. Masticó poco y tragó rápido -Esto tiene muchas verduras.

    -No soy tan carnívoro como vos.

    -¡Es que no eres tan hombre como yo!

    El resto del grupo había pasado de escuchar a Mauro a escucharnos a nosotros, y se echaron a reír. Eso se sintió como dos capas de agua. Por un lado, no me pareció gracioso. Por el otro, dudaba que Cesar fuese un hombre de verdad, o que supiese lo que era eso.

    Decir que los siguientes capítulos fueron tensos es decir poco.

    Parece que a Gengi lo mandaron a varias misiones durante la guerra, y durante otras que vinieron después. Nunca lo describían en detalle, y a veces me pareció que hablaban de personas diferentes. Al menos, hasta que leí lo que parecía ser algo así como un tipo de disfraz. Costó pegarle a lo que quería decir, pero era lo menos volado que se me ocurría. Había uno del grupo de guerreros de las sombras en el que estaba Gengi que no le tenía simpatía. Hasta intentó acusarlo de algo que no había hecho. Y va el Tengu y lo salva. No entiendo por qué hizo eso, si podía llevarle cosas para que Gengi no se muriese en el medio de la nieve. Porque tenía que sobrevivir el invierno, o algo así, en un valle muerto, y el ave-demonio... ay.

    No quiero comer más pollo.

    Y Gengi al final se refugia en la carcasa llena de plumas del único amigo que tenía. O que parecía tener. Y se come al... ay, qué asco. Ay, pobre tipo. Qué maldito es ese otro, el que lo acusó en falso. Gengi se terminó... co-mi-en-do al Tengu, porque él mismo se lo pidió. Y el cadáver emplumado estaba calentito. Qué hijo de puta el otro. Menos mal que, cuando Gengi vuelve, lo castigan. Y fue horrible, pero no me dio pena. El ave-demonio me caía hasta simpático, pese a lo raro que era. Parece que tenía más de cuervo que de ave genérica.

    En otro capítulo, encontré un personaje que me gustaba.

    Era un terrateniente, o algo así, que vivía en un palacio dictando leyes, dando justicia y disfrutando de su riqueza. No sé qué palabra es esta, pero uno de sus pictogramas es el de mujer, creo, y este otro indica más de una... no, indica muchas. Qué levante tiene este tipo. A ver, no, no son mujeres que él se levantó, no, son las que él... esa es una nena. Y le dio algo de plata al hombre que se la trajo. Queda una línea, nada más. Dice que, ay, carajo, no puedo traducirlo del todo. Un menor como yo no debería leer estas... cosas... repugnantes. Es una nena, por Dios. Si fuese una mujer, no sería tan horrible, pero es una nena. Una nena. Tomarla como esposa sin ser esposa. Y viene Gengi y se encuentra con el... cadáver... de la nena que tenía que rescatar. Y el terrateniente se ríe en su cara.

    Ah, Gengi, qué vida horrible.

    Y con eso llegué al siguiente...

    Pocas hojas.

    No, una sola hoja.

    ¿No hay más?

    Pará, pará, pará. Esto no puede terminar así. Tiene que haber más capítulos. No cerró todo lo que tenía que cerrar. Aunque está escrito raro, quiero seguir. Quiero saber qué carambolas le pasó a Gengi. Y si sobrevivió a la guerra. Y si hay más aves-demonio-cuervo por ahí. Que no se puede quedar así. Que Gengi parece que piensa que es un final más o menos feliz, pero no es así. ¡No es así, hombre!

    A los dos minutos, ya estaba en la puerta de mi hermana.

    -¡Alana! ¡Atendé!- le gritaba, golpeando su puerta.

    -Vaya, estamos impacientes hoy- me dijo, abriendo la puerta sin apuro y sonriendo -¿Qué sucede?

    -Dame el otro.

    -¿El otro?

    -El otro libro, ese que sigue a ese que me diste.

    -¿No preferirías otra cosa?

    -¿Qué otra...?- de repente me acordé por qué había comenzado a traducir el libro. Y me acordé que, en algún punto de esos seis meses, me había olvidado. Y no me importaba -Lo que quiero es el segundo libro.

    -¿Seguro?

    -Sí.

    Alana fue a su escritorio, lleno de maquillaje y libros raros, y tomó algo del cajón que siempre tenía con llave. Tomó otro libro, ésta vez más parecido a esos que veía en las bibliotecas. De tapa dura (alguna vez había sido roja) y con al menos un siglo de antigüedad, se sentía áspero al tacto. El título estaba escrito en dorado, pero la tinta se había salido casi por completo. Me enteré del título porque lo tenía en las hojas interiores.

    -Esta es la segunda parte de la historia- me dijo, sonriendo, y cerró la puerta.

    Fui corriendo a mi habitación y abrí el libro apenas supe que mi puerta no se iba a abrir.

    Las primeras páginas estaban en chino.

    Y las restantes, en inglés.

    Capítulo 2

    Objeto de mi deseo

    No recuerdo cómo comenzó.

    Es increíble que no pueda darle forma a ese objeto de mis deseos, ese que me hizo llegar a tales extremos con tal de conseguirlo, pero es la realidad. Lo que sí recuerdo era que dicho objeto era nuevo, importado, extremadamente caro y exclusivo, por lo que todos en mi grupo de amistades lo querían. Y yo, como no podía ser menos, también.

    Sin embargo, mi madre no cedió.

    Empecé con el pedido directo, diciéndole que quería eso. Ante el primer intento de negativa, la miré como si me hubiese negado un trasplante de corazón. Subí la voz, ordené, tuve una rabieta monumental, rayé los autos, tiré a la tortuga al techo, rompí cosas y, aun así, mi madre no me había dado el permiso. Decía que era demasiado caro. Fui a por su cartera, mostrándole las tarjetas de crédito que tenía, y siguió negándose. Hasta me arrebató el plástico cuando decidí ir a comprarlo yo mismo, diciéndome, por primera vez en muchos años, no.

    En ése entonces tenía quince años, vivía con mi madre, mi hermanastra mayor y mi padrastro. El último no estaba. Mi hermanastra se

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