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Dany ha vuelto
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Libro electrónico178 páginas2 horas

Dany ha vuelto

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Cristóbal encuentra una curiosa compañía para sus noches de insomnio y soledad, una voz sobrenatural le acompaña y le guía en busca de Catalina, el encuentro de estos dos personajes parecerá en principio una historia romántica, una aventura extramatrimonial, un infierno de celos y abandono, pero la realidad será muy distinta.  Catalina y Cristóbal verán su vida reflejada en el espejo de la vida del otro y esta visión les revelará sus más profundos temores y sus más ocultas heridas. Una historia muy humana y actual que nos lleva a recorrer el complejo universo interior de los humanos con un toque un tanto místico y sobrenatural.
IdiomaEspañol
EditorialDianane
Fecha de lanzamiento9 oct 2018
ISBN9788829547326
Dany ha vuelto

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    Dany ha vuelto - Diana Rodríguez Angulo

    XVII

    Capítulo I

    Un atardecer hermoso y cálido le daba la despedida a una jornada más en el rutinario transcurrir de la ciudad. Nada en el ambiente parecía predecir la rara conjunción de acontecimientos que se comenzaba a gestar. Un juego del destino, un complot urdido por una fuerza inexplicable que tomaría en sus manos las vidas de estos seres anónimos, para ayudarlos a rescatar del caos existencial su verdadera esencia, a desterrar sus más íntimos temores, a sacar a flote sus valores y a confrontar la humanidad con la divinidad en un intento por desentrañar la verdadera naturaleza del ser humano.

    Catalina caminaba como siempre lo hacía por las tardes. Una costumbre motivada por la necesidad de ejercitar su cuerpo y despejar la mente del trajín del día, de la rutina que poco a poco había consumido su curiosidad natural. Su personalidad, inquieta y creativa se encontraba sumida en el letargo, arrullada por días interminables de hacer lo mismo, frecuentar a las mismas personas, enfrentar los retos cotidianos y existir sin vivir realmente.

    Había escogido El Parque del Refugio como el lugar ideal para relajarse, le bastaba sentir bajo los pies la mullida alfombra de pasto verde y fresco para comprobar que volvía la alegría renovando su espíritu. Un ejercicio de remembranza la transportaba a mejores momentos, los árboles entrelazaban sus ramas creando pasadizos acogedores que parecían esconderla de todos con su sombra protectora, los matices formados por el irregular paso de los rayos del sol, ya casi oculto, a través de las hojas y ramas, acentuaban la belleza de cada planta, el color de las flores, aquel efecto daba a todo el conjunto un aire surrealista, el trinar de los pájaros completaba aquella atmósfera magnifica que se había convertido en un templo para reflexionar y llenar sus horas de soledad. Caminar allí después del trabajo, constituía una especie de ritual que pronto adquiriría otra dimensión y transformaría su vida.

    Iba pensando en la absurda discusión de la mañana con Alejandro, de la cual ya ni recordaba el motivo. Hasta hacía poco, sólo una mirada de reproche bastaba para atormentarla, pero ahora nada podía sacarla de su indiferencia ni hacerla reaccionar. Había dejado de llorar, de gritar y de luchar para rebelarse ante la vida y salir de la órbita en la cual giraba hacía muchos años. Caminaba dejando volar su mente sin controlar sus pensamientos.

    Se veía llena de energía y vitalidad, trabajaba en casa así que usaba casi siempre ropa informal y cómoda, el cabello largo y algo descuidado y su rostro sin maquillar le daban un aspecto juvenil, pero su edad comenzaba a preocuparle, no se sentía vieja físicamente, pero al hacer un balance de sus logros descubría con angustia que no tenía nada realmente suyo: un hogar estable, unos hijos maravillosos, un marido indiferente pero responsable y... nada más. Nada memorable, nada que la hiciera sentir especial o tuviera un valor excepcional. Había llegado a una etapa de su vida en la cual comenzaba a descubrir, con creciente angustia, que ya nada la emocionaba, que los sueños se habían desvanecido en una sucesión de fracasos, que al intentar volar sin ayuda las alas de la ilusión perdieron fuerza y se descubría vacía de ganas por construir algo más. Una voz desconocida la sacó de sus pensamientos:

    Perdón,... ¿es usted Catalina? – el hombre la observaba como a una visión, se veía intrigado y asustado al mismo tiempo, se ubicaba a una distancia prudencial para no espantarla con su presencia, con su repentina aparición.

    ¿Cómo? - La pregunta salió con temor y angustia, la reacción instintiva fue pegar un salto hacia atrás mientras buscaba ayuda con la mirada.

    ¿Se llama catalina? - preguntó de nuevo, intentaba aparentar calma, pero parecía sorprendido por su reacción.

    ¿Cómo sabe mi nombre?........... ¿Quién es usted? ¿Qué quiere? – no lograba reconocerlo, su mente luchaba por ubicarlo en algún lugar, relacionarlo con alguien y de alguna manera conjurar el pánico que sentía.

    Tranquila, solo quiero hablar... con usted, es algo extraño... tal vez no lo entendería... – estaba asombrado con su descubrimiento: ¡si, se llama Catalina! , ¡No puede ser!

    ¿De qué habla? – miraba hacia los lados y hacia atrás buscando ayuda de nuevo, ese sujeto era un perfecto desconocido pero conocía su nombre, el parque estaba solo ¿qué hago, Dios mío?

    Alguien me ha estado hablando de usted hace un tiempo, me indicó donde encontrarla, me dio su nombre, no la describió físicamente pero sé que es usted ¡es tan extraño! – Se encontraba en una situación bastante ridícula, no solía ser sociable y mucho menos de aquella forma, ¿qué me esta pasando?

    No le entiendo y disculpe pero me tengo que ir – necesitaba salir de allí, intuía que no estaba en peligro pero sentía la urgencia de huir, aunque no sabía de qué.

    ¡No , espere! acepto que suena absurdo, yo tampoco lo entiendo, solo sé que la esperaba y usted apareció, alguien me lo dijo y quise confirmar sus palabras... Discúlpeme – continuó con esa manera insegura de hablar que deja las frases a la mitad, como si cada una de ellas pudiera empeorar las cosas – pero es tan real y esta coincidencia…. No sé... tiene razón por qué habría de escuchar algo tan disparatado y menos viniendo de un extraño como yo, de verdad lo siento, no quise molestarla... olvídelo – concluyó

    Catalina no esperó más, se alejó aterrada mientras pensaba que existía cada loco, sentía alivio por haber escapado sin consecuencias. Al llegar a su casa siguió pensando en las extrañas palabras de...... ¿cómo se llamaba? Intentó recordar y cayó en cuenta que no le había dicho el nombre. Una rara emoción la perturbaba, le decía que aquel encuentro no era fortuito y no podía definir la extraña sensación que le había dejado en el alma.

    Al despertar recordó su sueño, jamás los recordaba ¡pero este fue tan claro! Se vio a sí misma corriendo sin rumbo, parecía huir de algo, de alguien, no lo sabía. Era un espacio ilimitado, no podía definir tampoco de donde venía ni hacia donde iba, pero la sensación de que algo la perseguía la llenaba de temor, eso era lo único real: tenía miedo. Continuó corriendo y de pronto ese espacio, que parecía infinito, terminó abruptamente y vio ante ella un profundo abismo, se detuvo intentando evitar la caída, el miedo penetrante que sentía era más fuerte que el temor a saltar, así que decidió correr de nuevo y... esperaba caer y morir allí mismo, pero siguió corriendo en el aire, ¡estaba volando! Qué rara experiencia, de pronto el miedo desapareció: un ansia de libertad sin límites se apoderó de ella y gritó llena de alegría, de libertad y plenitud. Entonces oyó al viento susurrar con voz propia, una voz que le sonaba familiar y que al concentrarse en sus tonos le pareció la de aquel hombre del parque, volvió a tener miedo y despertó sobresaltada.

    Trató de ignorar el efecto perturbador del sueño, lo atribuyó al desconcierto causado por las extrañas circunstancias de aquel encuentro, intentó racionalizar sus emociones y olvidar. Siempre le tuvo miedo al temor, aunque esto sonara redundante, había que hacer algo para evitarlo: actuar. Estaba tan cansada que el sólo hecho de sentirse asustada le indicaba que su vida podía complicarse y esa sensación bastaba para asustarla aún más.

    Un nuevo día transcurría, estaba incomoda en su estudio, no lograba concentrarse en el trabajo, intentaba mantener la mirada y la mente en el texto que estaba corrigiendo, el teléfono timbraba inútilmente sin que Catalina le prestara atención, solía evadir cualquier situación que interrumpiera su rutina tan cómoda, libre de complicados pensamientos y de acciones a las cuales no estuviera acostumbrada. Aquella mañana se dejaba sitiar por el recuerdo, lo sucedido estaba rodeado por un halo de misterio que la intrigaba, trataba de responder las preguntas que iban y venían alternándose con las tareas de su agenda, que se quedaron sin ejecutar. Su trabajo la protegía enfermizamente del cambio, a fuerza de repetir, día tras día, un seguro ritual de vida, trataba de conservar su aparente paz.

    En contra de sus deseos, su mente no dejaba de repetir las palabras de aquel hombre, analizó su desconcierto, parecía que él tampoco supiera porque hablaba con ella, sus frases entrecortadas delataban el nerviosismo que sentía al tratar de explicar algo que ni el mismo parecía entender.

    Entonces trató de reconstruir su imagen en la memoria, lo intentó sin mucho esfuerzo, como sí temiera lograrlo, y fue fácil, allí estaba, claro como un retrato, con una claridad inusual. Necesitaba tener contacto con alguien más de dos veces para captar algún rasgo de su fisonomía y relacionarlo con una imagen común que le permitiera identificar a aquella persona la próxima vez que la viera. Cuántas vergüenzas había pasado por esta falta de interés en el físico de los demás. Sin embargo lo recordaba claramente, un hombre nada corriente de rostro anguloso dominado por la mirada penetrante de sus ojos claros, su voz varonil pero insegura al hablar y esa extraña forma de abordarla, un encuentro que parecía forzado para los dos pero en absoluto casual. No entendía porque algo así la confundía tanto, desistió del trabajo, tomó un libro e intentó leer, pero su mente divagaba en torno al mismo tema, sus palabras la habían intrigado, las repetía mentalmente intentando ordenarlas de forma coherente, pero se escurrían danzando traviesas sin dejarse atrapar.

    No lo comentó con nadie, ni siquiera con Sara. Su socia y mejor amiga era algo inflexible, siempre tan aterrizada y realista le advertiría del peligro que podía correr. Su intuición le decía que aquel suceso no era una coincidencia, nada es casualidad, todo es causalidad, para Catalina no existían hechos fortuitos ni acontecimientos aislados, todo estaba conectado y tenía una razón de ser. Su prolongada reflexión despertó algo dormido en ella, analizó en aquel momento su vida y terminó por aceptar que cualquier cosa que pudiera sacarla, al menos por unos instantes, de ese limbo en el cual se había encerrado, valía la pena.

    La curiosidad le gano al temor y se sintió impulsaba a indagar más profundamente, le gustaba esa sensación de intriga, sentía que comenzaba a ser la protagonista de una historia y quería llegar al final, saber que pasaría y como se desenvolvería la trama de este libro que empezaba a escribir en su cabeza. Imaginó ser uno de aquellos personajes que la acompañaban desde niña y a los cuales siempre quiso parecerse: ellos no dudaban ante una situación desconocida, simplemente la aceptaban, en sus vidas todo era posible los giros del destino eran necesarios en sus impredecibles existencias para crear circunstancias de un carácter excepcional.

    La experiencia vivida el día anterior tenia los ingredientes necesarios para convertirse en una historia que valía la pena ayudar a escribir y podía hacerlo si se enfrentaba a lo que debía suceder.

    Sara irrumpió de repente en el estudio con una carpeta en sus manos, Catalina observaba divertida a su amiga que, sin parar, hacía comentarios sobre los papeles que tenía en sus manos, las palabras que fluían de su boca no causaron efecto y obtuvo como única respuesta una sonrisa avergonzada.

    ¿ Qué te pasa? No me has puesto atención, necesitamos entregar el borrador de Portus esta tarde y tu sólo me miras como si tuviera monitos en la cara – dijo algo disgustada.

    Se disculpó, por un momento se sintió tentada a confiar en Sara, pero se contuvo. Comentar con alguien lo sucedido era el principio de la negación, un pretexto inconsciente para cerrar la puerta a lo desconocido y perder la posibilidad de vivirlo.

    Capítulo II

    Cristóbal se cuestionaba frente al espejo de su baño al afeitarse. Veía un hombre normal, un arquitecto de edad mediana, casado hace años y con dos hijas adolescentes. Sólo una cosa no encajaba en su vida tan común: ¡aquella voz! No había nada que pudiera explicar su repentina aparición y la forma como logró, en un principio, descontrolarlo y más adelante traer sosiego a su vida y convertirse lentamente en una compañía imprescindible. No había hablado con nadie de aquello, pero sabía que tarde o temprano debía comentarlo para conjurar la amarga sospecha de estar loco.

    La llamada de Rodrigo, su ex socio, fue bastante oportuna, no imaginaba cuánto:

    ¿Cristóbal, cómo andas de trabajo estos días? – Le preguntó al otro lado de la línea telefónica – No muy bien, estoy terminando la casa de los Correal y me quedaría sin proyectos por ahora ¿por qué?

    Tengo una amiga, realmente una conocida, quiere construir una casa en un lote que compró hace años, me preguntó sí conocía a alguien y le hable de ti, tal vez puedas contactarla y tomar el proyecto

    Me parece perfecto, regálame los datos y la llamo.

    Anotó con cuidado su nombre: Raquel Baracaldo, registró los teléfonos en la agenda y le prometió a Rodrigo que la llamaría al día siguiente.

    Se ofreció a recogerla en su casa para ir a conocer el lote. Una hermosa construcción, un poco vieja, pero en perfecto estado de conservación. Parqueó su camioneta frente a la entrada y observó con mayor detenimiento el lugar, la casa no era muy lujosa, pero conservaba la elegancia característica de la zona, atravesó la reja del jardín y se detuvo ante la puerta concentrado en la calidad de los vitrales que la adornaban, no encontró un timbre y decidió golpear con delicadeza temiendo por la fragilidad aparente de los artísticos cristales, enseguida le abrió la empleada y lo hizo pasar al estudio.

    Doña Raquel vendrá en un momento, ¿desea tomar un café mientras espera?

    Cristóbal negó con la

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