CUERDA FLOJA
Alicia organiza todo en casa para poder acudir a su lectura de tarot. Le gustaría desaparecer por 48 horas. Está tan nerviosa que no se da cuenta que ya llegó a la dirección indicada. En vez de detenerse, sigue de frente, despistada, como una turista en su propia ciudad. Llega a la esquina, cruza la calle de Monterrey, se detiene en una pequeña tienda de abarrotes llamada La Esperanza; el cartel metálico se encuentra oxidado, pero las letras aún se leen con claridad. Piensa en entrar por una botella de agua, pero desiste, no le da confianza.
Faltan 20 minutos para la cita, comprueba la ubicación que le envió la tarotista, Tabasco 34; está cerca, pero no se da cuenta que camina hacia el lado contrario. Hace mucho calor, junto con el estruendo de los camiones, se levanta un polvo terroso que se le mete en los ojos; ese eje vial es infame. ¿Qué hace ahí? ¿En realidad busca respuestas en una lectura de tarot? ¿Qué le puede decir alguien que no la conoce? Se siente absurda, desubicada, con un nudo en el estómago. No se lo ha contado a nadie, no se atreve; la única que lo sabe es Rebeca, su amiga del alma, la que coincidió hace dos semanas en el restaurante con Charly, y tomó esa foto que se volvió su peor pesadilla. A su mamá jamás le contaría que sospecha de Charly; quiere tanto a su yerno que, seguro, acabaría culpándola a ella por la infidelidad de su marido. Es el mundo al
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