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La Fuerza del Destino
La Fuerza del Destino
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Libro electrónico561 páginas7 horas

La Fuerza del Destino

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Jaqueline es una chica de 19 años. Llena de vida y sueños, piensa en un futuro mejor para ella y su hermano Mauricio, diez años menor. Son los hijos de Rosemary, técnica de enfermería de un hospital público de Vila Velha, Espirito Santo. El padre de Jaqueline murió hace unos años y su madre se casó con Dimas, mujeriego y fanático del aguardiente. Dimas abusa sexualmente de Jaqueline desde que se convirtió en niña. Intenta decirle la verdad a su madre, pero Rosemary, celosa y posesiva, además de muy insegura, no le cree a su hija. Rosemary muere y Jaqueline y Mauricio ya no quieren vivir con Dimas. Después de todo, ya no existe ningún vínculo entre ellos. Durante una pelea, Jaqueline apuñala a Dimas. Él cae prácticamente sin vida y ella y su hermano huyen a Río de Janeiro. Allí, Jaqueline no encontrará trabajo y, por invitación de Lamparón, un proxeneta de la zona portuaria, se prostituye. A través de Lamparón, Jaqueline conoce al diputado federal Igor Lafayete, un hombre con los deseos sexuales más bizarros. Somete a Jaqueline a situaciones íntimas embarazosas. Todo lo aguanta en silencio porque necesita hacer el papel de hermano. Lafayete tiene un asesor (luego se sabe que es su medio hermano), Cézar. Intenta ayudar a Jaqueline dentro de sus límites y también librarse de las garras de Lafayete, quien con el tiempo queda fascinado por ella, pensando incluso en matar a su mujer, Sofía. Dimas reaparece, vivo. El encuentro entre él y Jaqueline provoca una nueva tragedia. 
Paralelamente discurre la historia de Alicia, casada con Luciano, hija de Eva y Celso. Tiene una hermana, Denise. Ambas se llevan muy bien hasta que un secreto del pasado de sus padres sale a la luz y cambia su relación y sus vidas. Cabe señalar que Alicia nació pegada a otra niña, Bruna. Las hermanas siamesas fueron operadas y Bruna no pudo resistir, aunque, de vez en cuando, se le aparece en espíritu a Alicia, durante el sueño. Jaqueline y Alicia sueñan la una con la otra de manera recurrente.
Historia fascinante de Leonel a través 
de la psicografía de Mónica de Castro.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento26 ene 2023
ISBN9798215549001
La Fuerza del Destino

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    La Fuerza del Destino - Mônica de Castro

    Romance Espírita

    LA FUERZA DEL DESTINO

    MÔNICA DE CASTRO

    POR EL ESPÍRITU

    LEONEL

    Traducción al Español:      

    J.Thomas Saldias, MSc.      

    Trujillo, Perú, Julio 2020

    Título Original en Portugués:

    A FORÇA DO DESTINO

    © MÔNICA DE CASTRO, 2015

    Revisión:

    Xiomara Mayaute Cunyarache

    World Spiritist Institute      

    Houston, Texas, USA      
    E–mail: contact@worldspiritistinstitute.org

    MÔNICA DE CASTRO

    MÔNICA DE CASTRO nació en Rio de Janeiro, donde siempre estuvo en contacto con el Espiritismo, viviendo desde temprano los más diversos fenómenos mediúmnicos. Años más tarde, después del nacimiento de su hijo, inicio na nueva fase de su mediumnidad, desarrollando la psicografía por medio de romances dedicados a la autorreflexión y al bienestar humano.

    Con el paso de los anos, se desvinculó de los títulos religiosos y doctrinarios, pasando a aceptar como fuente de sus obras las formas de conocimiento y sabiduría que tengan como meta el despertar del hombre como el ser espiritual que es.

    A la actualidad, ha escrito más de diecisiete romances, todos dictados por el mismo espíritu Leonel. Desde el año 2000, con más de un millón y medio de ejemplares vendidos, la autora se ha dedicado a llevar al público romances esclarecedores, que estimulan a las personas a usar la inteligencia en la modificación de los valores internos, para la superación de las culpas, de los sufrimientos y el descubrimiento de una vida más iluminada y feliz.

    LEONEL

    MÔNICA DE CASTRO y LEONEL siempre estuvieran juntos. Unidos hace muchas vidas, decidieran, en esta encarnación, desarrollar el trabajo de psicografía, uniendo los dones mediúmnicos a los literarios. Ambos ya fueron escritores, de allí la sintonía perfecta y la simbiosis con la que relatan las historias pasadas en otros tiempos.

    Apenas un trabajador del invisible, como gusta caracterizarse, Leonel decidió dar continuidad a la tarea de escribir, esta vez casos reales, sacados de los relatos de espíritus con quienes mantiene contacto en el mundo espiritual. Después de la autorización de los involucrados, inspira al médium, los libros que ella psicografía, siguiendo con fidelidad, puntos importantes para la aclaración de los lectores. Algunos pasajes; sin embargo, deja a la imaginación de la autora, a fin de hacer las historias más estimulantes, imprimiéndoles mayor emoción. No obstante, nada va al público sin su aprobación, y todo requiere el debido mejoramiento moral.

    Lo que Leonel más desea con los libros que psicografía es que las personas aprendan a lidiar con sus culpas y frustraciones, a fin de desarrollar en sí mismas la capacidad innata que todo ser humano posee de ser feliz.

    En su última y breve encarnación, Leonel vivió en Inglaterra a inicios del siglo XX. Vivió los horrores de la Primera Guerra Mundial y desencarnó a los veinte años de edad. Fue también escritor en los años idos del siglo XVIII, cuya vida esta reseñada en el libro "Secretos del Alma."

    Del Traductor

    Jesus Thomas Saldias, MSc., nació en Trujillo, Perú.

    Desde los años 80's conoció la doctrina espírita gracias a su estadía en Brasil donde tuvo oportunidad de interactuar a través de médiums con el Dr. Napoleón Rodriguez Laureano, quien se convirtió en su mentor y guía espiritual.

    Posteriormente se mudó al Estado de Texas, en los Estados Unidos y se graduó en la carrera de Zootecnia en la Universidad de Texas A&M. Obtuvo también su Maestría en Ciencias de Fauna Silvestre siguiendo sus estudios de Doctorado en la misma universidad.

    Terminada su carrera académica, estableció la empresa Global Specialized Consultants LLC a través de la cual promovió el Uso Sostenible de Recursos Naturales a través de Latino América y luego fue partícipe de la formación del World Spiritist Institute, registrado en el Estado de Texas como una ONG sin fines de lucro con la finalidad de promover la divulgación de la doctrina espírita.

    Actualmente se encuentra trabajando desde Perú en la traducción de libros de varios médiums y espíritus del portugués al español, habiendo traducido más de 160 títulos, así como conduciendo el programa La Hora de los Espíritus.

    PRÓLOGO

    ¡Todo estaba tan oscuro! Oscuro como la madrugada cuando no es posible ver las estrellas. ¿Dónde estarían ellas? ¿Será que ella había atravesado la noche de su vida sin siquiera darse cuenta que no habría más amaneceres?

    A lo lejos, escuchó a alguien llorar. Primero, un lamento femenino, suave, casi infantil. Después una voz profunda, desconsolada y asustada se unió a la primera. No entendió lo que estaba pasando.

    Después de todo, ¿qué lloradera era esa?

    El cuerpo acostado en la cama la llenó de dudas. Rosemary lo miró con incredulidad, pensando que le estaban jugando una broma de muy mal gusto. ¡Alguien había colocado en su lecho un maniquí igualito a ella! Y también se había encargado de maquillarla como un difunto en la víspera del entierro, antes de ser tratado en la funeraria. Francamente, deberían castigar tal disparate.

    Sin embargo, aquel disparate fue tomando forma. A medida que avanzaba la mañana, la escena inusual parecía aclararse, revelando una habitación, un hombre, una niña y... un cuerpo. Pero, ¿qué cuerpo? Como en un sueño extraordinario, Rosemary se acercó, dándose cuenta, para su horror, que aquel maniquí mal acabado no era exactamente una réplica, sino su propio cuerpo tendido, lívido, sobre la sábana arrugada.

    Poco a poco, la conciencia estaba volviendo. Imágenes aparentemente sin sentido pasaron por su mente. Lugares no recorridos, tiempos no vividos, figuras desconocidas. Todo se mezcló en un torbellino caótico de eventos singulares, en los que ella siempre fue el personaje central. Sangre, muerte, lágrimas, odio... Eran los peores ingredientes en la preparación para la venganza.

    ¿Y el perdón? Rosemary sentía, perdida en algún lugar de sus pensamientos, el frágil recuerdo que viviría para ser perdonada. Pero todo había salido mal. Las promesas del espíritu se perdieron en las ilusiones de la carne, dejando de lado los compromisos asumidos ante la conciencia misma. El mundo podía ser una ilusión, pero a sus ojos era mucho más que un sueño fugaz: era la certeza del placer, de la vitalidad, de las pasiones. ¿No era eso lo que siempre había soñado?

    Una punzada de remordimiento hizo latir su corazón. Demasiado pequeña para causar dolor, pero lo suficientemente fuerte como para ser un poco incómoda. ¿Y ahora? ¿Estaba todo perdido? Sabía, en el fondo, que había desperdiciado una oportunidad única para reconciliarse con la vida y con Dios. Pero Dios no era despiadado, él sabría perdonarla; y la vida... La vida era mucho más que la desgracia de ese momento.

    Aun así, ella lloró. La vida era más de lo que veía, pero menos de lo que todavía tenía, ya que no tenía nada más. Toda su vida, o lo que quedaba de ella, estaba allí, acogida por la insensibilidad de la cama que, un día, se había inundado de calor. Solo un cuerpo frío, inerte y mortal.

    No era justo. O tal vez lo fue, ante las innumerables injusticias que había cometido contra quién más debería amar y proteger. Ahora, mirando el mundo desde otra perspectiva, se dio cuenta que nunca sería capaz de mantener su palabra a menos que una fuerza externa la obligara. Sí, eso fue todo. No servía de nada jurar, comprometerse, ni planificar. En el camino de regreso, todo es diferente. El camino era, en una vida futura, construir un vínculo más difícil de romper y devolver lo que tomó.

    Fue en ese momento que la idea comenzó a tomar forma. Al principio, le dio un escalofrío de terror, solo para imaginar la monstruosidad que resultaría de aquel aberrante bosquejo. Pero pensándolo bien, tal vez era la única solución. De todos modos, ese era un proyecto para el futuro, si tenían un futuro. Por el momento, su corazón aun se dejaba dominar por la mancha negra del odio, y la venganza insistía en presentarse como la salvación de su orgullo.

    Fue con asombro que notó la luminosidad que invadía el medio ambiente. No era una luz fuerte, de esas que ciegan sin siquiera mirar. Por el contrario, era una pequeña luz pálida, débil, casi sin vigor. Al ver que el tenue rayo se extendía hacia ella, Rosemary titubeó. En el interior, una silueta familiar le llamó la atención, invitándola a un viaje a través de las estrellas. La idea de mezclarse con las estrellas parecía muy poética y apasionada. Sin embargo, hubo un obstáculo. Ella no quería mezclarse con las estrellas. Prefería verlas desde abajo, como lo había estado haciendo hasta entonces.

    Con ese pensamiento, le dio la espalda a la luz salvadora y se dijo a sí misma que aun no era hora de irse.

    CAPÍTULO 1

    Realmente parecía que este no sería un día normal en la vida de Jaqueline. Ni un solo día desde que cumplió trece años había pasado dentro del rango normal esperado por la mayoría de las personas. Jaqueline tenía un hogar, una madre, un hermano y un padrastro. Pero eso fue antes que la madre muriera.

    Todo había sucedido muy rápido. Jaqueline se había despertado esa mañana pensando en cómo sobreviviría a otro día dentro de la casa a la cual no había llamado hogar en mucho tiempo. Ella y Maurício no tenían otra opción. Se sintieron abandonados, perdidos y traicionados por quien, en el mundo, era quien más los debía amar. Aun así, se tragaron sus frustraciones y sobrevivieron.

    Tan pronto como abrió los ojos, Jaqueline se dio cuenta que algo andaba mal. El aroma familiar del café no impregnaba el aire, como era la costumbre a esa hora. El padrastro, Dimas, durmió hasta tarde, dejando a Rosemary sola con sus lágrimas hasta que los niños se presentaron a desayunar. Pero ese día no. La casa estaba en silencio, tranquila, fría. Un escalofrío de terror recorrió la piel de Jaqueline cuando se acercó a la puerta de la habitación de su madre. Agudizó sus oídos, tratando de captar algún sonido en el interior, pero no escuchó nada, excepto los fuertes ronquidos de Dimas.

    No muy segura sobre lo que debería hacer, golpeó la puerta y llamó suavemente:

    – Madre... – como nadie respondió, ella insistió:

    – Madre... ¿Está todo bien? ¿Mamá? ¿Estás ahí? – Por la interrupción en los ronquidos de Dimas dedujo que se había despertado. Jaqueline escuchó un murmullo gutural; silencio, nuevo murmullo; silencio y, finalmente, un ruido, como de una silla que se estrella contra el suelo, y la puerta se abrió abruptamente.

    – Ella aun no se despierta – tartamudeó Dimas, todavía oliendo a la bebida de ayer. – No sé lo que le pasó. Parece... muerta...

    Lo dijo con miedo y cierta frialdad, como alguien que está asombrado de su propia indiferencia. Jaqueline dejó de prestarle atención. Ella lo empujó a un lado y entró corriendo, arrodillándose junto a Rosemary.

    – ¡Mamá! – Gritó. – ¡Mamá! – La sacudió – ¡Mamá, despierta! ¡Despierta por favor!

    Rosemary no se despertó. Estaba tumbada en la cama, con los ojos cerrados, fríos y pálidos como un cadáver. Ante la muerte, Jaqueline no sabía si llorar, gritar o no hacer nada, por miedo a la reacción de Dimas. La emoción; sin embargo, fue más fuerte, y Jaqueline comenzó a llorar suavemente.

    – ¿Ella está muerta? – preguntó Dimas, hasta entonces, poco convencido.

    Evitando mirarlo, Jaqueline asintió, experimentando una profusión de sentimientos confusos y contradictorios. El padrastro se acercó lentamente, mirando a la mujer con una expresión vacía.

    Puso su mano sobre el hombro de su hijastra, indignándose cuando ella se estremeció.

    Jaqueline no podía soportar que la tocara. Desde que tenía trece años, el toque de Dimas siempre había tenido una oscura intención. Al principio, ella no se había dado cuenta; él era su tío. De niña, no tenía malicia para esas cosas, para nada. Ella era tonta, ingenua, crédula.

    No se había encariñado con Dimas como debería; la pérdida prematura de su padre había dejado un vacío que era difícil de llenar. Habían pasado nueve años desde que se fue. Cuando murió, Jaqueline tenía diez años y Maurício acababa de cumplir uno.

    Todavía recordaba el día como si hubiera sucedido el día anterior. Feliz con el cumpleaños de su primer hijo, Reginaldo hizo todo lo posible para preparar su primera pequeña fiesta. Todo fue muy hermoso; la colorida decoración del circo le daba un aire de alegría al ambiente. Reginaldo se fue temprano para buscar el pastel de cumpleaños y el vestido de su hija de la costurera. ¡Cómo amaba a sus hijos! Para el cumpleaños de Jaqueline, que estaba cerca, había prometido llevarla a visitar Río de Janeiro, que era su sueño. Estaba tan feliz y fascinado que no se dio cuenta que un conductor ebrio estaba cruzando la avenida y atravesó la calle. Sin tiempo para frenar, Reginaldo golpeó el otro auto de frente. Su muerte fue inmediata, convirtiendo la fiesta de su hijo en su primer momento de duelo.

    A pesar de estar conmocionado, Dimas sirvió de consuelo a Rosemary. Reginaldo era su hermano mayor, su protector, su amigo y, sobre todo, el que cubrió sus gastos cuando éstos superaban los límites de su salario. Reginaldo amaba a Dimas, y no es que Dimas no le correspondiera. Le agradaba su hermano, pero no se apegó a él. Lo respetaba, pero el amor no era el esperado entre hermanos cercanos.

    Al año siguiente, Rosemary se volvió a casar. Dimas era seis años más joven, guapo, ruidoso, amigable, pero también era un bribón. Le gustaba la vida fácil, la noche, la bohemia. Le gustaba todo, simplemente no le gustaba el trabajo. Era un buen albañil, aunque algo perezoso. Al principio, se las arregló para mantenerse ocupado con un proyecto aquí, alguna renovación allá. Pero luego, al ver que Rosemary se mataba trabajando en el hospital, se relajó, faltaba a las citas dejando asin satisfacer a los clientes, rechazaba los servicios sin razón o los realizaba de manera desordenada y descuidada. La situación continuó de esa manera, y los clientes comenzaron a disminuir, hasta que desaparecieron por completo, dejando a Rosemary la obligación de mantener la casa sola. Rosemary, técnica de enfermería, tuvo que duplicar sus turnos y, en los días que debería estar de descanso, se hizo cargo de los ancianos, bebés y personas enfermas.

    Sin trabajo u ocupación, pero con dinero en el bolsillo, Dimas recurrió a la bebida y las mujeres. Rosemary siempre estaba cansada, quejándose de todo, sin humor para sus juegos sexuales. Eso lo enfureció tanto que no tardó mucho en comenzar a golpearla. Rosemary era golpeada casi a diario, y eso, ¡con solo un año de matrimonio!

    Con el tiempo, las palizas se convirtieron en rutina. Eran tan constantes que Rosemary se había acostumbrado a ellas, convenciéndose que era golpeada porque se lo merecía. Trabajaba duro, no tenía tiempo para su esposo. Era natural, por lo tanto, para él reclamar a su esposa lo que ella no podía ser, buscando en la calle saciar los deseos que a ella le correspondería satisfacer. Dimas no tenía la culpa de sus fracasos. Y ella no tenía la culpa de amarlo tanto.

    A medida que Jaqueline creció, la comprensión creció con ella. Poco a poco, empezó a darse cuenta que nada de eso era correcto, especialmente cuando la golpeó la primera vez. Jaqueline lloró, y se quejó con su madre, diciéndole que Dimas no era su padre, pero la respuesta simple, impactante y vacía fue:

    – Es como si lo fuera.

    Cuando terminó el asunto, Rosemary no interfería cuando Dimas la golpeaba primero a ella y luego a su hermano. Poco a poco, lo que empezó siendo un poco de cariño se convirtió en indiferencia, llegando a veces al borde de la ira. Sin entender por qué su madre la trataba tan mal, Jaqueline terminó alejándose de ella y acercándose a Maurício, a quien cuidaba con todo su amor.

    Jaqueline y Maurício se convirtieron en niños tristes. La madre los descuidó, y no perdía la oportunidad de acusar a Jaqueline por todo lo malo que les sucedía, especialmente por las traiciones de Dimas. Ambos odiaban a su padrastro. Con eso, terminaron acercándose el uno al otro. Los dos eran tan unidos que dormían en la misma cama, y Maurício solo se sentía seguro junto a Jaqueline.

    Una noche, durante uno de los muchos turnos de Rosemary, Dimas, como siempre, llegó a casa borracho. Tropezando, se arrojó frente al televisor, levantando el control remoto de la mesa.

    Sin consultar con Jaqueline, cambió de canal, sintonizando un partido de fútbol.

    – ¡Oye! – Ella se quejó. – Estaba mirando una novela.

    – Estabas – dijo irónicamente.

    Ella no respondió, temiendo ser golpeada. Frunciendo el ceño, se levantó y se fue a la cocina a preparar un refrigerio. Desde donde estaba, Dimas vio todo lo que estaba haciendo, sin prestarle mucha atención, hasta que dejó caer un vaso. El susto que se llevó lo hizo levantarse con ganas de abofetearla. A mitad de camino, se detuvo fascinado. Abajo, en el piso de la cocina, Jaqueline recogía los vidrios rotos con la mano.

    Fue en ese momento que el deseo cayó sobre él de una manera imparable. La había notado por algún tiempo, pero nunca había tenido el coraje de intentar algo. Sin embargo, hoy sería diferente. Jaqueline llevaba un suéter de punto nada sexy, pero la posición en la que estaba le permitió ver sus muslos bien formados y la parte inferior de sus bragas blancas. La visión lo paralizó, creando fantasías en su cabeza, despertando, en su imaginación, la imagen completa del cuerpo de trece años de su hijastra.

    – ¿Dónde está su hermano? Preguntó, de pie en la puerta de la cocina.

    – Dormido – respondió ella, ahora barriendo los fragmentos más pequeños en el recogedor.

    Frotando su lengua sobre sus labios, Dimas se acercó, prácticamente desnudándola con su mirada. A pesar de no identificar la malicia en sus ojos, pudo notar que había algo mal con su postura. Apoyado contra la pared, Dimas la miró. Esperó pacientemente hasta que ella envolvió todos los fragmentos de vidrio en el periódico antes de acercarse.

    Su proximidad la hizo sobresaltarse. Claro que iba a ser golpeada, Jaqueline se estremeció, pero la bofetada habitual no llegó.

    – Ven aquí – ordenó, tirando de ella con fuerza. – Hasta que te convertiste en una perrita bien gustosa, ¿sabes?

    A pesar de su inocencia, Jaqueline no era estúpida. Fue con horror que rápidamente se dio cuenta de las intenciones de Dimas. Sin preocuparse por el miedo a ser golpeada, ella lo empujó tan fuerte como pudo.

    – Déjame en paz – gimió ella, luchando por escapar del beso que él intentaba darle.

    – No es juegues duro conmigo, niña. Hace mucho tiempo que vienes anhelando esto, lo sé. Andas dando vueltas, provocándome, y ahora finges que eres una santita. A mí no me engañas, mosquita muerta.

    – Déjame ir, tío, o le contaré todo a mi mamá.

    Él dio una risa diabólica, como si estuviera poseído por un ángel malvado. La empujó contra la pared; la besó en la boca, en el cuello y en los senos; acarició y apretó su cuerpo, ignorando sus desesperadas protestas.

    – Tu madre me ama – dijo sarcásticamente –. Si digo que me provocaste, ¿a quién crees que le creerá?

    Jaqueline no sabía si eso era cierto, pero bien podría serlo. La forma en que su madre la ignoraba, bien podría estar en contra de ella. Aun así, luchó, como si luchara por su vida. Todo fue inútil. Dimas era más fuerte, la venció fácilmente, llevándola a la habitación, acostada en la misma cama donde dormía su madre.

    – No te preocupes – continuó, disfrutando de la situación –. No te desvirgaré.

    Hay otras formas de satisfacerme sin tomar tu virginidad. Te quiero boca abajo. Voteó la cara hacia abajo y la penetró por detrás. Era como si un látigo incandescente lo estuviera rasgando por dentro. Jaqueline luchó en vano, completamente dominada por los musculosos brazos de Dimas. Ella trató de gritar, pero él ahogó su grito, empujando su cabeza sobre la almohada de tal manera que casi la ahoga. Ahora más preocupada por la respiración, Jaqueline dejó de luchar.

    Al final, ya saciado, Dimas resopló en el aire, tratando de recuperar el aliento. A su lado, Jaqueline lloraba suavemente. Con el cuerpo adolorido, el honor destrozado y el orgullo pisoteado por la brutalidad del monstruo.

    – ¿Viste? – Se burló –. Cumplí mi promesa, ¿no? Sigues siendo virgen.

    Tragando el dolor junto con las lágrimas, Jaqueline fue a la ducha para lavar su dignidad, frotándose hasta que su piel se puso roja. Pero la suciedad de Dimas no parecía salir, impregnando todos sus poros.

    Jaqueline tardó casi tres meses en contarle a su madre lo que estaba pasando. Abusar de ella se había convertido en la costumbre de Dimas cada vez que Rosemary se iba. Cuando finalmente decidió contarlo, fue porque no podía soportarlo más. Tuvo que superar su miedo, denunciar a Dimas para hacer que pague por lo que le hacía. Su madre lo entendería. Tenía que entenderlo. No era así como le había dicho su padrastro. Si ella amaba a su esposo, debíea amar a sus hijos aun más.

    La decisión de decir la verdad solo no fue mayor que el asombro. Jaqueline contó todo en detalle, desde la primera noche. Al principio, pensó que su madre no entendía. Rosemary la miraba con ojos incrédulos, mientras una fría expresión se extendía por su rostro. Poco a poco, el color volvió a su rostro, hasta que se volvió rojo como una burbuja de sangre. Inesperadamente, Rosemary levantó su mano y le dio una bofetada en la cara a Jaqueline, llena de amargura y furia.

    – ¡Mentirosa! – Ella rugió –. ¿Crees que no sé lo que estás haciendo? Dimas me advirtió que te vigilara.

    – ¿Te advirtió...?

    – ¡Me advirtió que te estás ofreciendo, que siempre estás coqueteándoles a los chicos de la calle e incluso a él, inclinándote para recoger cosas del piso y mostrarle tus bragas!

    – Madre – dijo herida –. ¿Cómo puedes creerle al tío Dimas? Incluso con todo lo que te hace, ¿todavía crees en él?

    – Él no me hace nada.

    – ¡Él te pega! ¡Me golpea y también a Maurício, que solo tiene cuatro años! Y si tuviéramos un perro, también lo golpearía.

    – Eso no tiene nada que ver. El tema aquí es otro. Dimas nos golpea para disciplinarnos... porque lo merecemos.

    – Esa es la mentira más grande de todas. ¡No merecemos ser golpeados, y mucho menos de un hombre que ni siquiera es nuestro padre!

    – ¡No metas a tu padre en esta conversación! Comenzaste con este cuento y ahora quieres cambiar de tema.

    – ¡No inventé nada! El tío Dimas abusa de mí cuando no estás cerca. Él hace todo por detrás, teme que quede embarazada. ¿Quieres ver?

    La cara roja de Jaqueline ardía de vergüenza. Quería que su madre le creyera, pero parecía enojarse cada vez más.

    – ¡No te atrevas! – Gritó, evitando que su hija se quitara la ropa –. Y deja de mentir. Dimas te ama como hija. Tú eres la sinvergüenza. Ni siquiera pareces mi hija. Deberías avergonzarte de tus mentiras.

    – ¡Dimas es quien debería avergonzarse de lo que me hizo! Hizo, no. Hace. Esto se repite constantemente.

    – ¡Basta! Ya no quiero escuchar una palabra sobre este absurdo asunto. Cállate si no quieres que te golpeen de nuevo. Dimas es un buen padre para ti. Lo que estás haciendo con él es un disparate.

    – ¿Disparate? ¿Y lo que me hace, cómo lo llamas?

    – Él no te hace nada.

    – ¡Abusa de mí!

    – Te dije que te callaras.

    – Si no me prestas atención, encontraré a alguien que lo haga – amenazó.

    – ¡Inténtalo! – espetó – Atrévete a decirle esa mentira a otra persona y no responderé por mí.

    – ¡No es mentira!

    – ¡Es una mentira, sí, es una mentira! ¡Y ahora basta! Has ido demasiado lejos, tratando de envenenarme contra Dimas. ¿Acaso piensas tenerlo solo para ti?

    – ¡Mamá! – Estaba horrorizada –. ¿Cómo puedes decir algo así? Soy tu hija...

    – Maldita sea el día que te permití nacer. Quería abortar, pero tu padre no me dejó. Ojalá lo hubiera hecho a escondidas. Trabajo en un hospital, no hubiera sido difícil.

    Jaqueline no podía creer lo que escuchaba. Las lágrimas corrían por sus ojos, pareciendo ahogarse en sus oídos. Todo estaba repentinamente oscuro, una confusión de realidades que ya no podía discernir. ¿Se aferraría a su verdad o a la verdad que su madre le impuso?

    Parecía que no tenía elección. Las ganas de contarle a la policía todo se desvanecieron con la confesión de Rosemary. ¿Qué importaba revelar todo eso a extraños si su propia madre no le creía? Y no lo creía porque la odiaba, porque ni siquiera había querido que naciera.

    CAPÍTULO 2

    La voz de Dimas sacó a Jaqueline de sus reminiscencias. Habían pasado muchos años antes. Poco ha cambiado desde entonces. Jaqueline había crecido, pero Dimas seguía siendo el mismo, sometiéndola, maltratándola, humillándola. Después de un tiempo, ya no le importaba un posible embarazo, y fue con él que perdió su virginidad. A la madre no le importó o fingió que no le importaba. Todo para no perder a la única persona que parecía amar en la vida.

    – ¿Qué vamos a hacer ahora? – Dimas preguntó insistentemente.

    – ¿Qué está pasando?

    La pregunta llegó antes que ella tuviera tiempo de responder. De pie en la puerta, somnoliento, Maurício los miró inquisitivamente. Jaqueline dejó a Dimas hablando solo. Corrió hacia su hermano y lo envolvió con ternura. Sabía que, en el fondo, Maurício sufriría menos de lo que ella estaba sufriendo. Después de todo, ella era más su madre que su propia madre. El niño no extrañaría tanto a Rosemary como a Jaqueline. Como, efectivamente, no lo sintió. Lloró un poco; sin embargo, la presencia de su hermana era todo lo que necesitaba.

    El entierro fue sin problemas. La autopsia dio como causa de muerte: infarto agudo de miocardio. Rosemary no se cuidaba. Tenía sobrepeso, seguía una rutina sedentaria y estresante, fumaba, tenía malos hábitos alimenticios, colesterol y triglicéridos muy por encima de lo deseable.

    La vida sería un misterio ahora. Jaqueline no tenía intención de compartir el mismo techo con su tío. Eran ocupantes ilegales de la casa donde vivían, por lo que no tenían ningún título de propiedad ni nada que los vinculara a la propiedad. Cuando Rosemary vivía, ella siempre hablaba de la usucapión, pero Dimas fue posponiendo el proceso y en este momento no tomaría ninguna medida para ser el dueño de la casa.

    Mientras preparaba el almuerzo, Jaqueline pensó en todo esto, en cómo harían para sobrevivir. Tenía diecinueve años, había terminado la escuela secundaria, podía conseguir un trabajo como camarera o empleada. Era guapa, educada y amable. Su única exigencia era que Dimas se fuera y los dejara en paz.

    – ¿Qué tendremos para almorzar? – La voz desagradable de Dimas la alcanzó.

    – Estoy cocinando para mí y Maurício – respondió ella desafiante –. Ya no eres parte de esa familia, así que puedes empacar tus cosas y salir.

    La audacia la asustaba incluso a ella misma. Dimas, por otro lado, sintió el calor del odio en su cuello, inundando su rostro como la lava de un volcán.

    – ¿Qué dijiste? – Gruñó, enojado.

    – Me escuchaste bien – se enfrentó, luchando para que él no se diera cuenta de lo mucho que estaba temblando –. Esta casa nos pertenece a Maurício y a mí. Tú no eres nuestro padre.

    – Pero soy tu tío legítimo y era el esposo de tu madre. Tengo derechos sobre tus bienes.

    – Resulta que esta casa no es exactamente nuestra. Nunca te ha interesado mover el proceso de usucapión.

    – Lo que no me impide hacerlo ahora. Todo el mundo sabe que viví aquí con tu madre durante unos diez años.

    – Por favor, tío Dimas, vete – pidió ella, suavizando su voz para ver si lo conmovía –. No tienes motivos para seguir viviendo aquí. Puedes rehacer su vida en otro lugar, lejos de nosotros, sin un niño que cuidar.

    – Quien cuida al niño eres tú. Yo solo soy el tutor legal.

    Ella no dijo nada. Tuvo que luchar contra su odio para no cometer una locura. Él estaba allí, muy cerca de ella, al alcance de la mano que sostenía el cuchillo de cocina. Dirigirse a él y enterrarlo en su corazón no sería difícil.

    Horrorizada por sus propios pensamientos, Jaqueline sacudió la cabeza para evitar la nefasta idea. No era una asesina. La imagen de Dimas muerto; sin embargo, persistió en su mente, desafiando la razón frente al instinto de supervivencia.

    En los días que siguieron, Dimas se mantuvo alejado, temiendo las mismas cosas que ella temía.

    No estaba seguro de tener derechos sobre la casa, así que no quería provocar a Jaqueline; no tenía a donde ir. Todas las noches se quedaba hasta tarde, desperdiciando en los bares el poco dinero que les quedaba. Jaqueline no se quejó de esas ausencias. Al menos, los dejó solos, permitiéndoles pasar la noche tranquilamente, sin problemas.

    Sentada frente a la computadora, Jaqueline trató de distraerse con un juego de Internet, cuando Maurício entró en la habitación.

    – Jaqueline – llamó.

    – ¿Hum...? ¿Qué pasa, querido?

    – Una película de ciencia ficción se mostrará dentro de poco. ¿Quieres verla?

    Ella miró su reloj. Todavía era temprano y al día siguiente era sábado. Estaba bien si se iba a la cama un poco más tarde.

    – Está bien, mi amor. Vamos a verla juntos.

    Apagó la computadora y lo siguió a la sala de estar con el brazo alrededor. Encendió la televisión y apoyó la cabeza sobre su regazo. Mientras esperaba que comenzara la película, Maurício preguntó:

    – ¿El tío Dimas seguirá viviendo aquí con nosotros?

    – No sé – ella dudó antes de responder.

    – Quería que se fuera.

    – Yo sé.

    – Él es malo. Nos golpea.

    – Pero él no te ha golpeado, ¿verdad?

    – No. Desde que mamá murió. Pero sé lo que te hace.

    Ella se congeló. Lo último que quería era que Maurício fuera consciente de esa inmundicia.

    – No me hace nada – intentó disimular.

    – Lo hace. He visto.

    – ¿Que viste?

    – Ya sabes... esas cosas que te lastiman y te hacen llorar.

    Durante unos minutos, Jaqueline no supo qué decir. Nunca podría imaginar que Maurício percibiera los abusos a los que fue sometida. No tenía sentido mentir, no quería mentir. Él era su hermano, merecía saber la verdad. En lugar de negarlo, ella simplemente trató de consolarlo:

    – Ya no lo hará más. No te permitiré que vuelva a acercarse a mí.

    – Pero... dudó.

    – Pero, ¿qué?

    – ¿Y si me lo hace a mí?

    – ¿Intentó hacerte algo? – Estaba horrorizada –. Dime, Maurício, ¿abusó de ti?

    ¿Te tocó en una parte inapropiada, dijo alguna indecencia?

    El rostro repentinamente sonrojado de Maurício fue la mejor respuesta, pero pronto trató de aclarar:

    – Fue solo una vez. Mamá estaba de guardia y tú estabas durmiendo. Llegó borracho, me vio salir del baño, se acercó y quiso tocarme con la toalla.

    – ¿Y qué hiciste?

    – Salí corriendo.

    – ¿Y él te persiguió?

    – No. Se fue a su habitación.

    Ella entendió todo. Más de una vez, se había despertado con su tío sobre ella, tocando sus partes privadas. El recuerdo la puso ansiosa, especialmente cuando pensó en lo que podría haberle hecho a Maurício.

    – Él tiene que salir de aquí – dijo ella, enojada –. Antes que ocurra algo peor.

    Maurício hundió la cabeza en el regazo de su hermana, llorando de miedo. Ella lo palmeó, tratando de consolarlo, un torbellino de siniestras ideas envolvió su mente. Cuando comenzó la película, se quedaron en silencio, tratando de prestar atención a la historia. Poco a poco, el niño se involucró en la trama, dejando a Jaqueline la carga de la supervivencia.

    La fatiga los abrumaba. Antes que la película terminara, ambos dormían en el sofá, la cabeza de Maurício aun descansaba en el regazo de su hermana. El sonido de una llave girando en la cerradura la despertó. Jaqueline abrió los ojos, tratando de enfocar el reloj en la sala, sorprendida por la hora. Bostezó, alisó el cabello de su hermano y notó que la película había terminado hace mucho. Lo que estaban pasando ahora era pornografía ligera que el canal de televisión por cable mostraba en la madrugada.

    Rápidamente, Jaqueline buscó a tientas el control remoto para apagar el dispositivo antes que Dimas tuviera la oportunidad de ver qué estaba pasando. Demasiado tarde. Con el control en la mano, observó la escena picante con los labios entreabiertos, babeando como un perro frente a la perra en celo.

    – Maurício – llamó en voz baja –. Vamos a la cama. Es tarde, la película terminó.

    Frotándose los ojos, el niño se sentó en el sofá. Sin darle tiempo para recuperarse del sueño, Jaqueline lo jaló de la mano. Quería sacarlo de allí lo antes posible.

    – ¿Cuál es la prisa? – Se opuso Dimas, interponiéndose entre los hermanos –. Siéntate conmigo para ver la película.

    – No, gracias – dijo ella, tratando de alejarse de él –. No es mi género.

    – ¿Qué hace tu género? ¿En vez de mirar?

    Completamente borracho, Dimas no pudo mantenerse alejado de Jaqueline. Desde la muerte de Rosemary, no había salido con una mujer, para no gastar dinero. No podía soportarlo más. Además de eso, llegaba a casa y se enfrentaba a esas picantes escenas. Ciertamente, Jaqueline había dejado ese canal a propósito, solo para provocarlo.

    – Déjanos pasar, tío – insistió –. Solo queremos ir a dormir.

    Sin responder, Dimas tiró violentamente de ella, causando su inmenso disgusto mientras ella le acercaba la boca a él con aliento de alcohol.

    – Ven aquí, piraña – maldijo él, acostándola en el sofá y empujando a Maurício a un lado –. Tengo lo que quieres.

    Luchó con todas sus fuerzas, animada por la presencia de su hermano, a quien quería desesperadamente librar de aquella humillación.

    – ¡Suéltame, animal! – Ella gritó, tratando de arañarle la cara –. ¡Suéltame o te mato! – Su risa la aterrorizó. Era como si Dimas estuviera poseído por varios demonios. Y en la lucha contra los demonios, el ángel parecía perder. Desde su esquina, Maurício observó con horror cómo se desarrollaba la horrible escena. Si ya fuera un hombre, se encargaría de Dimas, lo echaría de la casa con puñetazos y patadas, no le permitiría que vuelva a tocar a Jaqueline. Pero era solo un niño, un niño frágil que no sabía defenderse. Aun así, el amor por su hermana habló más fuerte. Sin pensar en lo que estaba haciendo, Maurício se arrojó sobre Dimas.

    – ¡Suéltala, monstruo, suelta a mi hermana!

    El dolor de la mordida que le dio en el oído hizo que Dimas liberara a Jaqueline brutalmente.

    Echando chispas de odio, agarró a Maurício por el cuello y le dio varias bofetadas en la cara.

    – Pequeña cosa asquerosa, gusano insignificante – resopló, tratando de darle la espalda al niño –. Te enseñaré una lección para que aprendas a nunca entrometerte en mis asuntos.

    El niño gritó aterrorizado, demasiado débil para defenderse de un agresor tan violento. ¿Dónde estaba Jaqueline? Por un momento, pensó que ella se había desmayado o había huido para buscar ayuda.

    De repente, ella surgió con un cuchillo, el mismo que sostenía cuando Dimas se acercó a ella en la cocina.

    – Déjalo ir – ordenó intencionadamente –. O cumplo mi promesa y te mato.

    El cuchillo estaba muy cerca de los ojos de Dimas. Temiendo por su vida, aunque no creía que ella tuviera el coraje para matarlo, dejó ir al niño. Maurício corrió hacia su hermana, con quien comenzó a llorar. En el momento en que ella, confundida, lo recibió, Dimas se movió, cayéndole encima con ganas asesinas.

    Todo sucedió muy rápido. Dimas se arrojó sobre ella, seguro que la desarmaría. Eso no fue lo que pasó. Jaqueline necesitaba defenderse a sí misma y a su hermano. El cuchillo estaba en el camino, el miedo era su fuerza vital. Cuando su cuerpo se acercó al de ella, con las manos ansiosas por alcanzar su cuello, el cuchillo se movió con él, enterrándose profundamente en su corazón.

    CAPÍTULO 3

    Cuando Alicia se miró en el espejo, no fueron sus ojos los que vio, sino los de otra persona, una niña joven y hermosa, de voluptuosa belleza y, al mismo tiempo, inocente, muy diferente de su simple imagen. Sintió un nudo en la garganta y le apretó el corazón, a la altura de una cicatriz pequeña e imperceptible que mantuvo desde la infancia, como resultado de una cirugía cardíaca. No conocía a la chica; sin embargo, parecía que la había visto antes. Donde, no lo recordaba.

    En un momento, la puerta del baño se abrió y apareció Juliano. Entró con una toalla envuelta alrededor de su cintura, sacudiendo su cabello mojado para rociarle agua a propósito. Alicia le dedicó una sonrisa cautivadora, separando los labios para recibir el beso.

    – ¿Ya estás lista? Preguntó, alisando su cuello desnudo.

    – Casi. Falta elegir un collar.

    – Te ves hermosa – dijo –. Con o sin collar, eres la mujer más hermosa que he conocido.

    – Tonto – bromeó, pero feliz con el cumplido –. Tu opinión no es imparcial.

    – Sí lo es. No solo porque te amo que puedo reconocer tu belleza.

    – Soy una mujer con una cara común.

    Él se rio y volvió a acariciarla.

    – Tu papá está esperando este momento, ¿no? – Preguntó, poniéndose cuidadosamente el traje.

    – Tú también lo estarías si cumplieras treinta años de casado.

    – Es verdad. Él y tu madre están muy unidos.

    – Mucho.

    En silencio, Juliano terminó de prepararse, esperando que Alicia finalmente se decidiera por un collar de perlas y diamantes.

    – Se ve genial – alabó.

    Alicia sonrió. Realmente estaba muy bien. No era tan hermosa como la niña de sus sueños, pero no dejaba nada que desear. Cuando estaban en el automóvil, ya en camino a la casa de sus padres, ella respondió con aire despreocupado:

    – Soñé con ella otra vez.

    – ¿Soñaste?

    – Este sueño se está volviendo recurrente. Y lo peor es que conozco a esa chica, aunque nunca la he visto.

    – ¿De verdad?

    – También soñé con nuestro bebé.

    – Eso es más comprensible.

    – ¿Será que nunca podremos tener un hijo?

    – Tu padre dijo que no tenemos problemas para que quedes embarazada. Es tu ansiedad lo que se interpone en el camino.

    – Quizás...

    Hicieron el resto del viaje en silencio, cada uno inmerso en sus pensamientos, aunque ambos pensaban lo mismo. El mayor deseo de Alicia era ser madre. Sin embargo, incluso después de cinco años de matrimonio, todavía no había logrado quedar embarazada. Cuanto más lo pensaba, más se angustiaba, temía al

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