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La Actriz
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Libro electrónico561 páginas7 horas

La Actriz

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¿Qué impulsa a una actriz sensual y famosa a abandonar una vida de lujo y brillantez para morir en completa soledad? ¿Por qué un joven rico y exitoso se distancia de su familia y se entrega, impasible, a la obsesión del pasado? ¿Qué poderoso vínculo puede unir a estas dos personas, que aparentemente no tienen nada en común?
El glamour y la decadencia van de la mano en esta historia que se desarrolla en dos tiempos, distantes a lo largo de los años, pero cercanos en experiencias y sentimientos aún no resueltos.
Los odios nacen y se deshacen; el amor se retira ante la indi-ferencia, hasta que el dolor trae una comprensión de la vida y el perdón reaparece como una llave que liberar el alma de las cadenas del resentimiento.
La actriz experimenta violencia, ira y desilusión, convirtiendo la muerte en un pasaje al olvido y al escape. Pero morir no es la solución a los problemas, y descubrirá que solo con coraje y amor puede encontrar el camino hacia la reconciliación consigo misma.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento26 ene 2023
ISBN9798215387962
La Actriz

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    La Actriz - Marcelo Cezar

    ROMANCE ESPÍRITA

    LA ACTRIZ

    MÔNICA DE CASTRO

    Por el Espíritu

    LEONEL

    Traducción al Español:

    J.Thomas Saldias, MSc.

    Trujillo, Perú, Abril, 2020

    Título Original en Portugués:

    A Atriz

    © MÔNICA DE CASTRO

    Revisión:

    Xiomara Mayaute Cunyarache

    World Spiritist Institute      

    Houston, Texas, USA      

    E–mail: contact@worldspiritistinstitute.org

    Sinopsis

    ¿Qué impulsa a una actriz sensual y famosa a abandonar una vida de lujo y brillantez para morir en completa soledad? ¿Por qué un joven rico y exitoso se distancia de su familia y se entrega, impasible, a la obsesión del pasado? ¿Qué poderoso vínculo puede unir a estas dos personas, que aparentemente no tienen nada en común?

    El glamour y la decadencia van de la mano en esta historia que se desarrolla en dos tiempos, distantes a lo largo de los años, pero cercanos en experiencias y sentimientos aún no resueltos.

    Los odios nacen y se deshacen; el amor se retira ante la indiferencia, hasta que el dolor trae una comprensión de la vida y el perdón reaparece como una llave que liberar el alma de las cadenas del resentimiento.

    La actriz experimenta violencia, ira y desilusión, convirtiendo la muerte en un pasaje al olvido y al escape. Pero morir no es la solución a los problemas, y descubrirá que solo con coraje y amor puede encontrar el camino hacia la reconciliación consigo misma.

    MÔNICA DE CASTRO

    MÔNICA DE CASTRO nació en Rio de Janeiro, donde siempre estuvo en contacto con el Espiritismo, viviendo desde temprano los más diversos fenómenos mediúmnicos. Años más tarde, después del nacimiento de su hijo, inicio na nueva fase de su mediumnidad, desarrollando la psicografía por medio de romances dedicados a la autorreflexión y al bienestar humano.

    Con el paso de los anos, se desvinculó de los títulos religiosos y doctrinarios, pasando a aceptar como fuente de sus obras las formas de conocimiento y sabiduría que tengan como meta el despertar del hombre como el ser espiritual que es.

    A la actualidad, ha escrito más de diecisiete romances, todos dictados por el mismo espíritu Leonel. Desde el año 2000, con más de un millón y medio de ejemplares vendidos, la autora se ha dedicado a llevar al público romances esclarecedores, que estimulan a las personas a usar la inteligencia en la modificación de los valores internos, para la superación de las culpas, de los sufrimientos y el descubrimiento de una vida más iluminada y feliz.

    LEONEL

    MÔNICA DE CASTRO y LEONEL siempre estuvieran juntos. Unidos hace muchas vidas, decidieran, en esta encarnación, desarrollar el trabajo de psicografía, uniendo los dones mediúmnicos a los literarios. Ambos ya fueron escritores, de allí la sintonía perfecta y la simbiosis con la que relatan las historias pasadas en otros tiempos.

    Apenas un trabajador del invisible, como gusta caracterizarse, Leonel decidió dar continuidad a la tarea de escribir, esta vez casos reales, sacados de los relatos de espíritus con quienes mantiene contacto en el mundo espiritual. Después de la autorización de los involucrados, inspira al médium, los libros que ella psicografía, siguiendo con fidelidad, puntos importantes para la aclaración de los lectores. Algunos pasajes; sin embargo, deja a la imaginación de la autora, a fin de hacer las historias más estimulantes, imprimiéndoles mayor emoción. No obstante, nada va al público sin su aprobación, y todo requiere el debido mejoramiento moral.

    Lo que Leonel más desea con los libros que psicografía es que las personas aprendan a lidiar con sus culpas y frustraciones, a fin de desarrollar en sí mismas la capacidad innata que todo ser humano posee de ser feliz.

    En su última y breve encarnación, Leonel vivió en Inglaterra a inicios del siglo XX. Vivió los horrores de la Primera Guerra Mundial y desencarnó a los veinte años de edad. Fue también escritor en los años idos del siglo XVIII, cuya vida esta reseñada en el libro "Secretos del Alma."

    Del Traductor

    Jesus Thomas Saldias, MSc., nació en Trujillo, Perú.

    Desde los años 80's conoció la doctrina espírita gracias a su estadía en Brasil donde tuvo oportunidad de interactuar a través de médiums con el Dr. Napoleón Rodriguez Laureano, quien se convirtió en su mentor y guía espiritual.

    Posteriormente se mudó al Estado de Texas, en los Estados Unidos y se graduó en la carrera de Zootecnia en la Universidad de Texas A&M. Obtuvo también su Maestría en Ciencias de Fauna Silvestre siguiendo sus estudios de Doctorado en la misma universidad.

    Terminada su carrera académica, estableció la empresa Global Specialized Consultants LLC a través de la cual promovió el Uso Sostenible de Recursos Naturales a través de Latino América y luego fue partícipe de la formación del World Spiritist Institute, registrado en el Estado de Texas como una ONG sin fines de lucro con la finalidad de promover la divulgación de la doctrina espírita.

    Actualmente se encuentra trabajando desde Perú en la traducción de libros de varios médiums y espíritus del portugués al español, así como conduciendo el programa La Hora de los Espíritus.

    ÍNDICE

    PRÓLOGO

    CAPÍTULO 1

    CAPÍTULO 2

    CAPÍTULO 3

    CAPÍTULO 4

    CAPÍTULO 5

    CAPÍTULO 6

    CAPÍTULO 7

    CAPÍTULO 8

    CAPÍTULO 9

    CAPÍTULO 10

    CAPÍTULO 11

    CAPÍTULO 12

    CAPÍTULO 13

    CAPÍTULO 14

    CAPÍTULO 15

    CAPÍTULO 16

    CAPÍTULO 17

    CAPÍTULO 18

    CAPÍTULO 19

    CAPÍTULO 20

    CAPÍTULO 21

    CAPÍTULO 22

    CAPÍTULO 23

    CAPÍTULO 24

    CAPÍTULO 25

    CAPÍTULO 26

    CAPÍTULO 27

    CAPÍTULO 28

    EPÍLOGO

    PRÓLOGO

    Entre las flores recién florecidas, Thalía caminaba a un ritmo pausado, inhalando lentamente el delicado aroma que se extendía en el aire.

    De vez en cuando, dejaba de caminar y dejaba que su mirada vagara sin rumbo, como si buscara algo que no podía definir en el horizonte. ¿Sería posible?

    Después de tantos años, ya había perdido la esperanza que algún día la encontrasen. Estaba perdida en el mundo de los hombres y ya no debería estar preocupada por ello.

    Aun así, su corazón se hundió con cada paso. Sintió una picazón en el cuerpo y se estremeció por todas partes, con un escalofrío recorriendo su columna vertebral.

    Poco a poco, el frío aumentó, como si alguien la hubiera desvestido en el viento. ¿Qué sería eso? Le había llevado mucho tiempo acostumbrarse a no tener esas sensaciones, ¿y ahora esto?

    Miró a su alrededor, pero nada parecía anormal. El aire era tan cálido como siempre, y una suave brisa enfriaba sin congelar.

    Si es así, ¿de dónde vino esa sensación helada que parecía penetrar sus huesos?

    Decidió regresar a casa. Había pasado algún tiempo desde que se había ganado el derecho de poseer una casa para ella, lo cual era muy bueno. Su hogar era simple, pero bastante limpio y claro. Allí, todo parecía más nítido y blanco, y el ambiente siempre era agradable y tranquilo. Tal vez sería mejor acostarse por un momento.

    ¿Tal vez se estaba enfermando?

    ¿Enferma? Ya no era posible enfermarse allí. El día que llegó, estaba llena de dolores en el pecho, ardiendo en fiebre y delirando. Pronto se durmió, y cuando despertó, sintió menos dolor en el pecho y su respiración era casi uniforme. Le tomó un tiempo recuperarse por completo, pero finalmente lo logró.

    Las lesiones en su cuerpo fluidico desaparecieron lentamente, y ella comenzó a interesarse por la nueva vida.

    Poco a poco, dejó atrás los recuerdos de esa otra vida, llena de brillo y sufrimiento. Esos recuerdos la entristecieron. Nadie, en ninguna parte del mundo físico, sabía lo que había sido de ella. Tampoco sabía con certeza cuántos años habían pasado desde que dejó la Tierra; nunca pensó en eso. El bienestar de la vida espiritual era tan grande que las cosas de la materia ya no le interesaban.

    Sin embargo, un poco de tristeza comenzaba a molestarla, despertando el dolor de ser abandonada por aquellos con quienes había vivido durante tantos años. Pero ella nunca había regresado a la Tierra para averiguar qué le habían hecho. ¿Cómo podía esperar ahora que la recordaran, si ella misma los había olvidado?

    Sacudió la cabeza vigorosamente, tratando de ahuyentar los recuerdos, y llegó a la pequeña puerta del jardín, sorprendida por la presencia de su mentora y amiga parada en su puerta.

    – ¡Silvia! – exclamó ella –. Qué linda sorpresa. Vamos adentro

    Silvia sonrió con cariño y besó a Thalía en la mejilla, siguiéndola hasta la casa.

    Se sentó en un pequeño sofá rosa cerca de la ventana y esperó hasta que Thalía se sentara a su lado.

    – Muy bien – dijo Thalía, apretando sus brazos fríos y sintiendo un mareo repentino.

    – ¿Tiene esta visita inesperada alguna razón especial?

    – Me temo que sí – respondió la amiga, mirando a Thalía con una expresión indefinible.

    – ¿De qué se trata?

    – Es sobre ti. Tu cuerpo está siendo encontrando en la Tierra en este exacto momento.

    Con una mirada de asombro, Thalía se encogió y se echó a llorar, sintiendo una humedad helada en su piel.

    – ¿Como eso es posible?

    – ¿No te sientes rara?

    – Tengo escalofríos... Y los recuerdos de mi vida en la Tierra surgieron de repente... Pero no pensé que todavía estaba conectada al cuerpo físico.

    – No estás conectada. Fue el pensamiento de cierta persona lo que formó un puente energético contigo, brindándote las impresiones de lo que ha estado sucediendo en la Tierra.

    – ¿Una persona? ¿Quién?

    De repente, Thalía se vio transportada, junto a Silvia, a la cabaña donde sus huesos yacían olvidados. Algunos árboles penetraron las ventanas destruidas, y el techo se había derrumbado casi por completo.

    La maleza prácticamente se había cerrado sobre la pequeña cabaña y había formado una pared casi impenetrable a su alrededor. Algunos hombres, con hachas y mazos, estaban derribando la puerta, atascada por bisagras oxidadas.

    Con golpes de hacha, los hombres derribaron la puerta y entraron. La habitación estaba en ruinas, con muebles comidos y podridos por el viento y la lluvia. Los hombres entraron lentamente y pasaron por las habitaciones del primer piso, pasando por la sala de estar, luego la cocina y el pequeño baño. Uno de ellos dio un paso adelante y probó el primer peldaño de la escalera de madera, que crujió bajo sus pies.

    – ¿Vas a subir? – preguntó Márcio, uno de los muchachos.

    – Es peligroso – dijo otro.

    – Estoy subiendo. Si hay alguna posibilidad que el cuerpo de mi abuela esté allí arriba, quiero averiguarlo.

    Thalía sintió un shock. ¿Qué quieres decir, abuela? Buscó los ojos de Silvia, quien apretó su mano y aclaró con voz amorosa:

    – Sí, Thalía, es tu nieto quien está allí. Su nieto Eduardo, que ahora tiene veintitrés años.

    Con ojos húmedos, Thalía se acercó a su nieto, quien sintió un pequeño escalofrío y se sintió rodeada de una extraña emoción.

    – ¿Qué pasó Edu? – preguntó Márcio –. ¿No te sientes bien?

    – No es nada.

    Haciendo a un lado la emoción, Eduardo apoyó el pie en el escalón y comenzó a subir.

    Las escaleras crujieron y algunos escalones se hundieron, haciendo que todos se sobresaltaran, incluida Thalía.

    – No te preocupes – aseguró Silvia –. No se caerá.

    Thalía le dio las gracias con una mirada y subió con Silvia después de su nieto. Eduardo llegó al piso superior y miró hacia abajo, donde los demás lo miraban ansiosos.

    – ¿Y ahí? – Preguntó alguien –. hay algo?

    – Voy a averiguarlo ahora – dijo Eduardo, volviéndose hacia un segundo piso que estaba destruido y resbaladizo.

    La escalera terminaba en una especie de salón, con tres puertas a su alrededor. Intuitivamente, Eduardo fue al medio y empujó. La puerta inmediatamente cedió, cayendo al suelo y haciendo que todos los de abajo comenzaran a gritar.

    – No fue nada – advirtió, para calmar a sus amigos –. Solo una puerta que se cayó.

    Con cierta ansiedad, Eduardo cruzó la puerta y entró en la habitación fría y húmeda, teniendo cuidado con las tablas sueltas en el suelo.

    Miró de lado a lado y vio algo envuelto en trapos, en lo que parecía ser una cama de hierro.

    Tratando de controlar sus pasos, caminó hacia allí y se le cayeron las lágrimas al contemplar esa extraña escena. Mezclados con trapos sucios, se alinearon varios huesos, formando un cuerpo humano perfecto.

    – ¡Edu!

    – ¡Eduardo!

    – Di algo, hombre, ¡estamos preocupados!

    Los amigos siguieron llamando, pero Eduardo no pudo contestar, fascinado porque estaba con ese fantástico acontecimiento. En el plano astral a su lado, Thalía lloró mucho, mirando por primera vez los restos de lo que había sido su cuerpo. El nieto, sin saberlo, captó sus impresiones y lloró también.

    Arrodillándose junto al colchón roto, pasó los dedos ligeramente sobre los huesos y suspiró.

    – ¡Ah! Mi abuela, así que aquí es donde te metiste, ¿eh?

    En unos momentos, Márcio llegó a la habitación y se acercó a Eduardo.

    – ¡Caramba Edu! ¿Porque no respondiste? Estábamos preocupados... – se quedó asombrado al ver el montón de huesos a los pies de su amigo –. Es... ¿es tu abuela?

    – Es lo que parece. Pero solo una prueba de ADN nos puede decir.

    – ¡Dios mío! ¿Qué hacemos?

    – Recoger los huesos, echar un vistazo a todo e irnos de aquí. El resto depende del laboratorio.

    Márcio corrió, lo más rápido posible, para conseguir una caja. Regresó unos momentos más tarde y ayudó a Eduardo a poner los huesos dentro. Con cuidado, regresaron, eligiendo las tablas en las que deberían pisar para no caer. Los amigos de abajo ayudaron a bajar la caja, y Edu y Márcio fueron los siguientes.

    – Listo – dijo Eduardo, aplaudiendo para limpiarse las manos –. Misión cumplida.

    – ¿Es realmente tu abuela quien está en esa caja? preguntó uno de los muchachos.

    – Edu le hará una prueba de ADN – dijo Márcio –. ¿Verdad, Edu?

    – Sí, la haré. Aunque mi madre ni siquiera quiere saberlo, tomo mi sangre y analizo todo. Tengo que averiguarlo.

    Al escuchar esas palabras, Thalía miró a Silvia inquisitivamente.

    – Desapareciste hace mucho tiempo – dijo Silvia –. Nadie supo de tu paradero. Pensaron que habías dejado todo y desapareciste en el mundo. Después de un tiempo, comenzaron a sospechar que habías muerto. Buscaron por aquí, preguntaron por allá, incluso contrataron a un detective, pero nadie logró descubrir nada.

    – ¿Nunca encontraron este lugar?

    – ¿Cómo podrían hacerlo? Está lejos de todo, de la ciudad y las granjas. Cuando compraste este lugar, usaste tu nombre real, ¿recuerdas? María Amélia Silveira Matos. En aquellos días sin televisión, ¿quién ha oído hablar de María Amélia?

    – Pero, ¿nadie sospechó que podría haberme escondido aquí?

    – ¿Cómo, Thalía? ¿Por qué vendrían a ese fin del mundo para buscarte? Nunca dijiste que compraste este lugar.

    – Es verdad... se lamentó con pesar –. ¿Y cómo me encontraron ahora?

    – Un hombre compró las tierras vecinas y se interesó en ellas. Fue a la oficina de registro de la ciudad, ordenó una búsqueda y descubrió que el sitio había sido comprado por una mujer llamada María Amélia Silveira Matos. Tampoco sabía quién eras, pero no fue difícil descubrirlo. El detective que contrató investigó y descubrió que María Amélia era el verdadero nombre de una vieja y famosa estrella, Thalía Uchoa, quien desapareció en la década de 1950. Con esa información, el resto fue fácil. Encontró a tu hija en Río de Janeiro, y ambos llegaron a la conclusión que la firma en el libro del notario era realmente suya.

    Tu hija vendió la tierra sin dudarlo, pero su nieto, fascinado con sus historias, le pidió que viniera a averiguarlo. El resto, lo viste tú misma.

    Thalía estaba llorando de emoción cuando escuchó sobre personas y cosas que había enterrado durante mucho tiempo en su pasado.

    Sintió que había perdido gran parte de su vida y miró a su nieto, que se iba con sus amigos y la caja que contenía sus huesos.

    – Mi hija... Por lo que pude ver, Diana ni siquiera quiere saber de mí.

    – Estaba muy resentida por su abandono y nunca logró superarlo.

    Thalía sacudió la cabeza, frunciendo los labios para no sollozar, y preguntó vacilante:

    – ¿Quién la crio?

    – Su padre.

    – ¿Honório?

    – ¿Ella tiene otro?

    – Pero... Pero Honório no sabía que él era el padre. Nunca dije...

     – No lo dijiste, pero...

    – ¿Ivone? – Silvia asintió con la cabeza –. ¡No puede ser! ¡Ella me lo prometió...!

    – Dejaste a una hija huérfana. ¿Qué esperabas que hiciera?

    – No era mi intención abandonarla.

    – Pero la chica terminó sola, de todos modos. Honório demostró ser un excelente padre, y Diana creció en un ambiente armonioso y equilibrado, a pesar de todo.

    – ¿Él crio a Diana sola? No creo.

    – No, solo no. La crio con la ayuda de su esposa.

    – ¿Honório se casó? ¿Quién diría...? ¿Con quién?

    – María Cristina.

    – ¿Qué? ¿Honório se casó con mi hermana? ¿Cómo pudo hacerme esto? Sabía que María Cristina y yo no nos llevábamos bien.

    – Porque se llevaba muy bien con él, y aun mejor con Diana.

    – No es de extrañar que mi hija me odie.

    – Ella no te odia. Fue criada por su tía porque su madre desapareció en el mundo y la abandonó. ¿Cómo esperabas que se sintiera?

    – ¡No la abandoné!

    – Pero eso es lo que ella cree hoy.

    – La verdad se perdió después que me fui...

    – Cada cosa está en su lugar, siguiendo el curso que la naturaleza ha establecido.

    Entonces, no veo por qué te preocupas por eso ahora. ¿No querías hacerlo tú misma?

    – No quería suicidarme – dijo Thalía, abrumada.

    – Pero moriste y la vida tuvo que continuar sin ti.

    – Honório... – divagó Thalía –. Fue hace tanto tiempo... ¿Cómo está él?

    – Si esta pregunta es para mí, sé que está muy bien, a pesar de su vejez.

    – ¿Sigue vivo?

    – Uh, eh.

    – ¿Y María Cristina? ¿E Ivone? ¿Y los otros?

    – Él es el único que vive entre los encarnados. Los otros se han ido.

    – ¿Por qué nunca los he visto?

    – Respetaron tu deseo de no ser molestada y nunca te buscaron.

    – ¿Y Honório?

    – Tiene más de noventa años y todavía goza de salud regular para un hombre de su edad. Pero ahora es suficiente. Se han ido todos. Vámonos también.

    Thalía miró el sendero abierto en el bosque por su nieto y los demás y se dio cuenta que habían desaparecido. Miró a su alrededor nuevamente y sostuvo su mirada por unos segundos más en el lugar donde habían estado sus huesos y sintió que su pecho se contraía. Había perdido una parte importante de su vida, escondido en el astral como si fuera un campo de refugiados. Esto no fue una guerra. La guerra era parte del pasado, como lo era ella también.

    CAPÍTULO 1

    María Amélia y María Cristina siempre han sido diferentes en todo: en belleza, en inteligencia, en temperamento, en afectos. Mientras que Cristina, la más joven, era extrovertida y alegre, hermosa, delgada y adorada por todos, Amelita era tímida y retraída, llenita de cuerpo y poco amigable. Cristina era la favorita de su madre, Teresa, mientras que Amelita fue prácticamente ignorada y tratada como si fuera un bicho raro en la familia.

    Cristina era dulce y dócil, mientras que Amelita era agresiva y malgeniada.

    No le gustaba su madre, ni su padrastro, a quien consideraba un extraño, ni a su hermana, a quien veía como un enemigo. Esta era su familia, con quien vivía en el pequeño pueblo de Limeira, en el interior de São Paulo.

    En aquel momento, Amelita acababa de cumplir trece años y Cristina estaba a punto de cumplir once.

    Amelita no tenía amigos, y solo había una chica con quien nunca había peleado y con quien solía hablar de vez en cuando. Se llamaba Cassia y tenía un hermano, Elías, de quince años, que era el sueño de todas las chicas de la ciudad, incluida Amelita, que lo admiraba en secreto.

    A los niños les gustaba divertirse y veían a Amelita como el objetivo principal de sus bromas.

    Ese día, en particular, no fue diferente. Al salir de la escuela y decirle adiós a Cassia, Amelita notó que alguien la seguía y se dio la vuelta, encontrándose con Elías, que la acompañaba desde la distancia.

    Inmediatamente, sintió que le ardía la cara y dio un paso adelante, temerosa que pudiese escuchar el latido acelerado de su corazón. Era un niño hermoso, pero ella no tenía derecho a admirarlo.

    Un niño como Elías era para su hermana Cristina, a quien pronto cortejaría.

    – ¡Amelita! – llamó sobre su hombro, caminando casi a su lado.

    – Espera Amelita, quiero hablar contigo.

    Amelita se detuvo donde estaba, sin darse la vuelta, tratando de ocultar el rubor que subía por sus mejillas.

    – ¿Qué es lo qué quieres? – ella se avergonzó y al mismo tiempo, llena de felicidad por estar hablando con él.

    – ¿Por qué tanta prisa, Amelita? Me gustaría hablar.

    – ¿Sobre qué?

    Se paró frente a ella y preguntó con una mirada significativa:

    – ¿No lo sabes?

    – No.

    – ¿Por qué no vamos a algún lugar donde podamos hablar mejor?

    Miró a su alrededor y respondió vacilante:

    – No lo sé... a mi mamá no le gustará.

    – Pero es solo un momento.

    – ¿Por qué?

    – Vamos. Es importante.

    – ¿Qué puedes tener que sea tan importante para que me lo digas?

    – No quiero hablar aquí. Alguien nos puede ver.

    – ¿Y qué? ¿Qué tiene que ver?

    – Ven, Amelita, por favor.

    Él salió, tirándola de la mano, y Amelita se dejó llevar, completamente intoxicada por sus palabras. ¿Era posible que él estuviera interesado en ella? Pero ¿cómo? Elías nunca había mostrado nada.

    Por el contrario, siempre se reía cuando los otros chicos se burlaban de ella y a veces incluso le bromeaban.

    Sin siquiera darse cuenta de a dónde iba, Amelita lo siguió en silencio, atrapada en la ilusión del cuento de hadas que parecía estar a punto de vivir. Al borde de un arroyo, Elías se detuvo debajo del árbol más frondoso y se apoyó contra su grueso y áspero tronco. Apenas creyendo lo que estaba sucediendo, Amelita no opuso ninguna resistencia. Estaba tan intoxicada por la pasión de ese momento que ni siquiera se dio cuenta que no estaban solos: en la parte superior del árbol, dos niños, amigos de Elías, se escondían entre las ramas y las hojas para no llamar la atención.

    – Muy bien... – tartamudeó –. ¿Qué es lo qué quieres?

    – Sabes, Amelita, he estado pensando. No está bien lo que los chicos te hacen.

    – ¿No?

    – Claro que no. Se ríen de ti solo porque eres gordita.

    En lo alto del árbol, los muchachos ahogaron una carcajada, mientras que Amelita no sabía si estaba enojada con lo que Elías había dicho o si estaba feliz por estar allí a su lado, escuchando sus sinceras palabras.

    – Yo no pienso como ellos – susurró Elías, presionando sus labios contra sus oídos.

    – ¿No?

    – Es claro que no. No creo que seas gordita – él acercó su boca a su oído y sopló, haciendo que Amelita sintiera escalofríos por todo su cuerpo –. Ni siquiera creo que seas fea o aburrida.

    – Yo tampoco creo que seas estúpido.

    Amelita pensó que Elías no necesitaba seguir repitiendo esas cosas, pero no se atrevió a protestar.

    Si él se enojaba y se iba, ella nunca se lo perdonaría. Desde lo alto del árbol, los otros muchachos casi sueltan unas carcajadas, haciendo todo lo posible para no ser escuchados.

    – De hecho, Amelita – continuó Elías, con una voz melosa –. No estoy seguro de cómo me siento por ti.

    Cuando te veo, mi corazón se acelera.

    – ¿Hablas en serio? – ella apenas podía creerlo –. ¿Te gusto?

    – Uh, uh...

    – ¡Oh! Elías, no puedes imaginar la felicidad que siento. ¡Siempre me gustaste!

    – No creo.

    – Es verdad. Pensé que no te importabas, que eras igual que todos los demás, pero ahora veo que no lo eres.

    – No soy como todos, Amelita. Todos piensan que eres gorda y fea.

    – Tú no...

    – Yo no creo eso.

    – ¡Eres maravilloso, Elías! Creo que te amo... estoy enamorada... Eres el chico más hermoso de la escuela. ¡No! No de la escuela. De la ciudad. ¡Ah! Dios mío, ¿esto es real?

    – Sí. Y sigo pensando en cómo sería estar contigo.

    Mientras hablaba, Elías le pasó los labios por el cuello y le acarició el cuerpo, hasta que le tocó los senos.

    – No hagas eso... ella trató de protestar.

    – ¿Por qué? No te gusta

    Amelita no respondió. Ella dejó que la acariciara y la acostara sobre el césped, besándola en todas partes. Parecía que estaba soñando. Nunca en su vida había sentido algo así.

    Por un momento, se preguntó qué diría su madre si la sorprendiera allí, pero no le importó.

    Ese único momento valió todos los castigos y palizas que pudo soportar. Incluso si ningún otro chico la quisiera después de eso, todavía valdría la pena. Tal vez ni siquiera necesitaba a nadie más, porque Elías la amaba y ciertamente se casaría con ella cuando ambos tuvieran la edad suficiente.

    Estaba tan embelesada con Elías que se dejó acariciar y besar, aprovechando al máximo ese momento de felicidad. Con los ojos cerrados, se sintió flotando en las nubes. A lo lejos, escuchó los murmullos del niño, que ahora comenzó a levantar la falda. Con una sonrisa de placer en sus labios, giró el cuello y entrecerró los ojos. Quería mirar al cielo y sentirse, realmente, en las nubes.

    Pero no fue el cielo lo que vio. Entre las ramas y las hojas de los árboles, no había nubes para deleitar su vista. En cambio, dos niños estaban acostados en las ramas, inmóviles, con una sonrisa irónica en sus labios. Al verlos, Amelita saltó, empujando a Elías a un lado.

    – ¿Qué es eso? – estaba asombrada, componiéndose y ajustándose el vestido.

    – ¿Qué están haciendo allí, mocosos?

    Al mismo tiempo, los chicos saltaron al suelo, riendo, y Amelita se volteó hacia Elías, segura que él la defendería. Elías; sin embargo, se rio con los demás.

    – Elías... – tartamudeó –. ¿Qué está pasando? ¿De qué te ríes? – El niño no respondió, pero uno de los otros niños se adelantó y exclamó:

    – ¡Tú, tonta!

    – Enamorado, ¿eh? – se burló el otro –. El chico más admirado de la escuela, enamorado de la más torpe.

    ¿Puedes creerlo?

    Amelita sintió que le ardía la cara. Miró a Elías suplicante, esperando que él le dijera que era una mentira, pero él no dijo nada.

    – Dime que no es verdad, Elías – suplicó –. Dime que no te estás riendo de mí.

    – ¿Y quién más podría ser? Elías se burló sarcásticamente –. ¿Del árbol? No, déjame ver... De las ramas de los árboles, que cobraron vida y saltaron al suelo de la risa.

    Mientras hablaba, se dobló, apretando su barriga que ya le dolía de reír.

    – Pero... Dijiste que no eras como los otros chicos... Que no pensabas esas cosas sobre mí.

    – De verdad. No creo que seas fea, gorda y estúpida. También pienso que eres horrible, ordinaria y, por lo que acabo de ver, una tremenda idiota.

    Ella no oyó nada más. Se cubrió las orejas y comenzó a correr, llorando, con la cara enrojecida por la vergüenza y el dolor. Se sintió traicionada y extremadamente infeliz. ¡Qué estúpida era! ¿Acaso no viste que los chicos como Elías nunca estarían interesados en chicas como ella? Elías era el chico guapo en la escuela, y todas las chicas dijeron que estaban enamoradas de él. Podría elegir a quien quisiera. ¿Qué le hizo pensar que de repente él estaría interesado en ella?

    ¿Cómo no se había dado cuenta que todo era un engaño, una trampa para divertirse a su costa? Sería peor al día siguiente. Ciertamente, todos en la escuela lo sabrían, y la risa sería general.

    ¿Por qué Elías le había hecho eso a ella? ¿Por qué tenía que ser tan cruel y sarcástico? ¿No tenía sentimientos?

    Llegó a casa y entró como un huracán. La madre estaba en la cocina y la escuchó pasar, llamándola con voz aguda:

    – ¡María Amélia, ven aquí ahora!

    Amelita no respondió. Se tiró sobre la cama y se quedó, sollozando desesperada.

    En la cama de al lado, Cristina, inclinada sobre un libro, la miró asombrada y preguntó angustiada:

    – ¡Por el amor de Dios, Amelita! ¿Qué fue lo que sucedió?

    – ¡No seas cínica, Cristina! ¡Apuesto a que lo sabías todo!

    Al mismo tiempo, Teresa entró en la habitación, todavía con la cuchara de madera en la mano y, al ver la condición de su hija, preguntó, perpleja:

    – ¿Qué le pasó a Amelita? Apuesto a que hiciste algo estúpido, ¿no? ¿Qué fue esta vez?

    ¿Tuviste una pelea? Es lo te pasa por andar como un marimacho. Si hubieras vuelto a casa, nada de esto habría sucedido.

    Abrumada por la ira y el resentimiento, Amelita no pudo responder. Por el contrario, lloró cada vez más, hasta que Cristina decidió intervenir:

    – Madre, ¿no ves que está nerviosa?

    – No necesito que me defiendas ¡so hipócrita! – gritó Amelita, corriendo hacia el baño y cerrando la puerta.

    – ¿Qué le pasó a esa chica? – continuó Teresa con reproche.

    Cristina se encogió de hombros y continuó leyendo. Aunque preocupada por su hermana, decidió no decir nada más. No entendía por qué no le agradaba a Amelita y estaba herida por su actitud.

    – Estarás sin almuerzo, ¿me oyes? – gritó Teresa, desde la puerta del baño –. Entonces quizás aprendas a comportarte y a no llegar tarde a las comidas.

    No fue hasta mucho después que apareció Amelita, con el estómago adolorido por el hambre, sin nada que comer. La despensa estaba cerrada. En el horno, solo unas pocas ollas vacías, y nada en la estufa.

    La madre no estaba cerca. Probablemente había salido a cotillear con los vecinos, como era su costumbre. Fue al dormitorio y cerró la puerta, arrojándose sobre la cama, desolada. Cristina también se había ido.

    Había terminado su tarea y se había ido a jugar, para que ella pudiera tener algo de paz, y finalmente se durmiera. Cuando se despertó, ya era de noche, y al otro lado de la habitación, su hermana se cambió de ropa y la miró sin decir nada.

    – ¿Qué hora es? preguntó Amelita.

    – Casi las siete. Mejor ve a cenar si no quieres que mamá se enfade. Y no olvides cambiarte de ropa. Estás en uniforme hasta ahora.

    El tono arrogante de Cristina casi hizo que Amelita gritara, pero logró detenerse a tiempo, temiendo que su madre la escuchara y la regañara. Además, su padrastro, Raúl, ya estaba en casa en ese momento, y no quería darle ninguna razón para discutir. No le agradaba, y siempre que podía, evitaba su compañía y conversación.

    Se cambió rápidamente y bajó a cenar. Todos ya estaban sentados a la mesa, y Teresa llenó el plato de Raúl con sopa. Ella llegó en silencio y se sentó en su lugar habitual.

    – ¿Te has lavado? preguntó Raúl, notando su cara abollada.

    Amelita le dirigió a Cristina una breve mirada y respondió sin mucha convicción:

    – Sí..

    – Genial, dijo la madre –. Sabes que a tu papá le gusta mucho la limpieza.

    – Él no es mi padre, Amelita murmuró accidentalmente, recibiendo una palmada en la boca.

    – ¡Niña respondona! – vociferó la madre –. Esa no fue la educación que te di.

    – Déjala Teresa – objetó Raúl –. Amelita no lo decía en serio, ¿verdad, Amelita?

    – Ella solo asintió, sin mirar a su padrastro. Parecía muy correcto en todo lo que hacía.

    Era trabajador y honesto, y no echaba de menos nada. Se despertaba temprano y se iba a la tienda de vidrios donde era gerente y, de vez en cuando, les traía algunos chocolates, que su madre no le dejaba comer.

    La madre esperaba a que ella se fuera al dormitorio y compartió los chocolates entre ella y Cristina, alegando que lo hacía para que Amelita no engordara más. Al principio, Cristina trató de darle un poco, pero ella se negó con vehemencia. Ciertamente, la hermana hizo eso para que luego pudiera decirle a su madre que había comido sin autorización.

    – Mientras cenaban, Amelita sintió los ojos de su padrastro sobre ella, lo que la puso muy incómoda. Por mucho que Raúl lo intentó, a ella no le podía agradar. Él y su hermana parecían llevarse muy bien, pero Cristina siempre hizo todo para complacer a su madre. Llevarse bien con su padrastro era algo muy satisfactorio.

    Teresa estaba segura de haber encontrado al padre ideal para sus hijas.

    Al día siguiente, Amelita todavía intentó fingir estar enferma, pero fue en vano.

    La madre no estaba convencida y la obligó a ir a la escuela. Si no tenía una razón seria para faltar, debía prepararse e ir. De muy mala gana, Amelita tuvo que obedecer.

    Era costumbre que Amelita llegara unos minutos tarde, solo para no ir con Cristina, pero ese día la hermana decidió esperarla. Amelita no quería ir con ella, pero no había manera.

    Su madre la regañaría y gritaría que era una hermana mala y egoísta.

    – Se fueron juntas. Después de doblar la primera esquina, Amelita lo comentó malhumorada:

    – ¿Por qué no vas a buscar a tus amiguitas, Cristina?

    – Me pregunto qué pasó.

    – Nada. No pasó nada.

    – No es lo que parece. Has estado rara desde ayer.

    – ¡Eso no te incumbe! Chica entrometida, ¿por qué no te metes en tu vida?

    Cristina sostuvo las lágrimas en sus ojos y dio un paso adelante, yendo a encontrarse con otras chicas que caminaban por delante. Amelita estaba segura que su hermana la espiaba y le contaba todo a su madre.

    Pero ya no le daría la oportunidad de reírse detrás de ella o fingir ser una buena chica frente a su madre y su padrastro. Ella no la engañaba con esa dulce carita de niña. Ella era una cínica, zonza, falsa, la favorita de todos. Solo porque era más hermosa, pensaba que podía pisotearla.

    Cristina podría ser la más bella, pero no era la más inteligente. Nadie lo vio porque no le dieron la oportunidad de mostrar lo que sabía. La madre solo estaba interesada en las hazañas de Cristina, y todo lo que ella, Amelita, hacía era inútil.

    Cuando se acercaba a la escuela, su corazón comenzó a acelerarse.

    De pie en la puerta de entrada, Elías habló con algunos niños, incluidos los dos de la tarde anterior. De nuevo, Amelita sintió que le ardía la cara, pero trató de llenarse de valor y siguió adelante.

    Los muchachos la señalaron y comenzaron a reír, y sus oídos parecían estar ardiendo.

    Mientras caminaba, se escucharon más y más risas, ahora de otras personas, incluidas algunas chicas que ni siquiera conocía. Se apresuró y fue al aula sin hablar con nadie, evitando las burlas y las risas.

    En el recreo, se vio obligada a salir a comer algo y notó que todos se reían de ella.

    Algunas personas ni siquiera sabían la historia, pero el hecho que se estaban riendo hizo que Amelita pensara que se reían. Un grupo de chicas en la clase de su hermana se rio al pasar, lo que la enfureció. Cristina quería fingir ser una buena chica, pero estaba allí entre los burladores.

    Al salir, de camino a casa, encontró a Cristina esperándola.

    La hermana se acercó a ella e intentó calmarla:

    – ¿Por qué no me hablas, Amelita?

    – ¿Para qué? ¿Para que te burles aun más como lo hacen todos?

    – No tengo nada que ver con eso.

    – ¿Será que no? ¿No te estás divirtiendo?

    – No.

    Se detuvo y miró a su hermana con frialdad.

    – Mentirosa.

    Le dio la espalda y se dirigió a casa. Cristina no se acercó más. Caminó detrás de ella, sin acercarse demasiado. Ya no podía soportar más maltratos. Amelita entró y, cinco minutos después, también entró Cristina. Los dos fueron a lavarse las manos y cambiaron de ropa, se sentaron a almorzar.

    Teresa estaba feliz e hizo una conversación con Cristina, prácticamente ignorando la presencia de Amelita. Cuando le habló, fue para hacer una recriminación o un comentario malicioso, lo que la hizo odiar a Cristina cada vez más. ¿Por qué solo su hermana era perfecta, y ella era la que siempre hacía todo mal?

    Más tarde, como siempre, Teresa terminó sus tareas domésticas y se fue a sus conversaciones habituales con los vecinos. Luego regresó, furiosa, y entró en la habitación de las chicas con los ojos en llamas.

    – ¡Eres una ordinaria! – gritó, abofeteando a Amelita en la cara –. Me esfuerzo por darte una educación decente, ¿y así es como me pagas? ¿Pasando el rato con los chicos como una vagabunda?

    – No fue mi culpa – Amelita se defendió, sin que su madre la escuchara.

    – Y todavía tengo que escuchar los malos comentarios de los vecinos.

    ¡Imagina mi cara cuando me lo dijeron! Casi me muero de vergüenza. ¿Qué hiciste Amelita?

    – Yo no hice nada...

    – Y sigues siendo un mal ejemplo para tu hermana, que es más joven que tú.

    – ¡Pero yo no hice nada!

    – ¿Por qué no eres como Cristina? ¿Por qué tienes que ser un bicho raro? ¿No es suficiente que seas gorda y fea? ¿También tienes que ser ofrecida y vulgar? ¡Ah! Pero no será así. Solo espera hasta que llegue tu papá.

    – ¡Él no es mi padre!

    – ¡Cállate, niña ingrata! ¿No puedes mostrar un poco de gratitud por lo que Raúl ha hecho por nosotros? ¿Por ti, incluso?

    – Mamá, cálmate – intercedió Cristina, al ver que su madre amenazaba con golpear a Amelita nuevamente.

    – No quiero que te involucres, hija. Todavía eres demasiado jovencita para involucrarte en este desastre.

    – Pero Amelita no hizo nada...

    – ¡No necesito que me defiendas, imbécil! – gritó Amelita.

    La madre le dio una nueva bofetada en la cara, gritando histéricamente:

    – ¡Cretina eres tú! ¿Acaso no ves que tu hermana está tratando de ayudarte?

    – No necesito su ayuda! ¡No necesito la ayuda de nadie!

    Separándose de su madre, Amelita salió corriendo por la puerta, chocando con Raúl, que acababa de llegar del trabajo.

    – ¿Qué pasó? – Preguntó –. ¿Por qué la prisa?

    – ¡Suéltame! ¡Suéltame! ¡Déjame ir!

    Teresa vino corriendo, seguida de Cristina, y enojada aclaró:

    – Esta traviesa... ¡No sabes lo que hizo esta mugrienta, Raúl!

    – ¿Qué hizo?

    – Se estaba frotando por ahí con un niño.

    – ¿Cómo? No lo creo. Amelita no haría tal cosa.

    – Es verdad. ¿Y sabes cómo me enteré? Gertrudis me lo contó. Encima ella, esa chismosa.

    Su hija estudia en la misma escuela que Amelita y dijo que el comentario del día fue este: que Amelita seguía insinuándose al niño, que es un hombre, y usted sabe cómo los hombres son susceptibles a estas cosas.

    ¡La suerte fue que alguien vino, o ella se habría perdido!

    – Amelita llamó a Raúl, en un tono extremadamente serio –. ¿Eso es verdad?

    – No...

    – ¡Es una mentira! ¡Sé que sucedió!

    – ¡No, no! No fui yo. Él comenzó a besarme y...

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