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Deseo: ¿Hasta dónde te puede llevar?
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Libro electrónico236 páginas3 horas

Deseo: ¿Hasta dónde te puede llevar?

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¿Hasta dónde usted sería capaz de ir para satisfacer sus deseos?Daniela aun era una niña cuando percibió que no era como las demás. Mientras las jovencitas actuaban de acuerdo a su edad, ella tenía que luchar contra los propios instintos y ahogarse en sus sentimientos más íntimos, para no caer en la tentación y revelar su terrible secreto.
Una confesión escalofriante. Una vida marcada por los prejuicios. Una historia avasalladora, que va a desafiar tabúes y exponer un amor obsesivo, originado en vidas pasadas.Nadie es culpable por amar, pero es responsable por el mal que practica en nombre de ese amor.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento26 ene 2023
ISBN9798215171264
Deseo: ¿Hasta dónde te puede llevar?

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    Deseo - Mônica de Castro

    Deseo

    ¿Hasta dónde te puede llevar?

    Mónica de Castro

    Por los espíritus

    DANIELA Y LEONEL

    Traducción al Español:      

    J.Thomas Saldias, MSc.      

    Trujillo, Perú, Noviembre 2019

    Título Original en Portugués:

    Desejo - Até Onde Ele Pode Te Levar! © Mônica de Castro

    Revisión:

    Andrea Almeida Fernandez

    Anthony Ocaña Meza

    World Spiritist Institute      

    Houston, Texas, USA      
    E–mail: contact@worldspiritistinstitute.org

    ¿Hasta dónde usted sería capaz de ir para satisfacer sus deseos?

    Daniela aun era una niña cuando percibió que no era como las demás. Mientras las jovencitas actuaban de acuerdo a su edad, ella tenía que luchar contra los propios instintos y ahogarse en sus sentimientos más íntimos, para no caer en la tentación y revelar su terrible secreto.

    Una confesión escalofriante. Una vida marcada por los prejuicios. Una historia avasalladora, que va a desafiar tabúes y exponer un amor obsesivo, originado en vidas pasadas.

    Nadie es culpable por amar, pero es responsable por el mal que practica en nombre de ese amor.

    Para Daniela,

    Que esperó por más de diez años para divulgar su historia. Que ella pueda servir de ejemplo a los que sufren, a fin de que se comprendan y paren de culparse y sufrir.

    MÔNICA DE CASTRO

    MÔNICA DE CASTRO nació en Rio de Janeiro, donde siempre estuvo en contacto con el Espiritismo, viviendo desde temprano los más diversos fenómenos mediúmnicos. Años más tarde, después del nacimiento de su hijo, inicio na nueva fase de su mediumnidad, desarrollando la psicografía por medio de romances dedicados a la autorreflexión y al bienestar humano.

    Con el paso de los anos, se desvinculó de los títulos religiosos y doctrinarios, pasando a aceptar como fuente de sus obras las formas de conocimiento y sabiduría que tengan como meta el despertar del hombre como el ser espiritual que es.

    A la actualidad, ha escrito más de diecisiete romances, todos dictados por el mismo espíritu Leonel. Desde el año 2000, con más de un millón y medio de ejemplares vendidos, la autora se ha dedicado a llevar al público romances esclarecedores, que estimulan a las personas a usar la inteligencia en la modificación de los valores internos, para la superación de las culpas, de los sufrimientos y el descubrimiento de una vida más iluminada y feliz.

    LEONEL

    MÔNICA DE CASTRO y LEONEL siempre estuvieran juntos. Unidos hace muchas vidas, decidieran, en esta encarnación, desarrollar el trabajo de psicografía, uniendo los dones mediúmnicos a los literarios. Ambos ya fueron escritores, de allí la sintonía perfecta y la simbiosis con la que relatan las historias pasadas en otros tiempos.

    Apenas un trabajador del invisible, como gusta caracterizarse, Leonel decidió dar continuidad a la tarea de escribir, esta vez casos reales, sacados de los relatos de espíritus con quienes mantiene contacto en el mundo espiritual. Después de la autorización de los involucrados, inspira al médium, los libros que ella psicografía, siguiendo con fidelidad, puntos importantes para la aclaración de los lectores. Algunos pasajes, sin embargo, deja a la imaginación de la autora, a fin de hacer las historias más estimulantes, imprimiéndoles mayor emoción. No obstante, nada va al público sin su aprobación, y todo requiere el debido mejoramiento moral.

    Lo que Leonel más desea con los libros que psicografía es que las personas aprendan a lidiar con sus culpas y frustraciones, a fin de desarrollar en sí mismas la capacidad innata que todo ser humano posee de ser feliz.

    En su última y breve encarnación, Leonel vivió en Inglaterra a inicios del siglo XX. Vivió los horrores de la Primera Guerra Mundial y desencarnó a los veinte años de edad. Fue también escritor en los años idos del siglo XVIII, cuya vida esta reseñada en el libro "Secretos del Alma."

    Del Traductor

    Jesus Thomas Saldias, MSc., nació en Trujillo, Perú.

    Desde los años 80's conoció la doctrina espírita gracias a su estadía en Brasil donde tuvo oportunidad de interactuar a través de médiums con el Dr. Napoleón Rodriguez Lau-reano, quien se convirtió en su mentor y guía espiritual.

    Posteriormente se mudó al Estado de Texas, en los Estados Unidos y se graduó en la carrera de Zootecnia en la Universidad de Texas A&M. Obtuvo también su Maestría en Ciencias de Fauna Silvestre siguiendo sus estudios de Doctorado en la misma universidad.

    Terminada su carrera académica, estableció la empresa Global Specialized Consultants LLC a través de la cual promovió el Uso Sostenible de Recursos Naturales a través de Latino América y luego fue partícipe de la formación del World Spiritist Institute, registrado en el Estado de Texas como una ONG sin fines de lucro con la finalidad de promover la divulgación de la doctrina espírita.

    Actualmente se encuentra trabajando desde Perú en la traducción de libros de varios médiums y espíritus del portugués al español, así como conduciendo el programa La Hora de los Espíritus.

    EN EL DOS MIL UNO,

    cuando el libro fue escrito, tuve cierto temor de su repercusión junto al público. No fue por otro motivo que, por trece años, estuvo a la espera del momento apropiado para ser editado, hasta que las personas, entonces, más maduras, estuviesen en condiciones de conocer sin juzgar. El momento es ahora.

    La obra aborda el incesto en su expresión más cruda, sin rodeos, sin medias palabras, sin subterfugios. Es la historia real de la vida de Daniela. Si, por un lado, Leonel me deja libre para insertar en la trama los elementos de dinamismos y emoción necesarios a la composición de un buen romance; por otro lado, Daniela no tenía el mismo interés. Lo que ella quería, solamente, era contar lo que le sucedió en vida, en la esperanza de ayudar a otros que viven o vivirán el mismo drama. Es casi un relato, un desahogo, una confesión. En algunos momentos, la narrativa se altera, para introducir la participación de Leonel, a quien le correspondió transmitir las enseñanzas morales de amor y respeto. Para él, fue una oportunidad más de hacer lo que más le gusta: romper preconceptos.

    Todo comenzó en una tarde. Yo estaba en casa y, hacia donde iba, allá iba el espíritu detrás de mí. Yo solo había escrito dos libros y comenzaba a acostumbrarme a la energía de Leonel. Pero aquella, con seguridad, no era su energía. Como en otras oportunidades, varios espíritus me asediaran, queriendo contar sus historias, en mi cabeza Daniela era apenas una de ellos.

    Con seguridad lo era, solo que con la debida autorización de la espiritualidad mayor. Allí comienzo, quise apartar de mis pensamientos los pensamientos que sabía no eran míos. Pero ella se quedaba detrás de mí: Soy Daniela... Soy Daniela... Ella me seguía hasta la ducha. Sintiendo su desesperación, acabé cediendo y me dispuse a escribir, sorprendiéndome en cada línea, en cada capítulo. Fue difícil para nosotras dos, pues necesité sobrepasar algunos conceptos religiosos predefinidos sobre el asunto. Pero lo conseguimos. Hoy puedo afirmar, con seguridad, que valió la pena, tanto para ella como para mí, y, aun más, para los miles de lectores que, de una manera u otra, experimentan o experimentarán una situación similar.

    Daniela es una vencedora. No tuvo miedo de vivir ni de morir, mucho menos de reconocer y asumir todos sus actos. Su valor solo hacer crecer en la proporción de su desprendimiento, en la sencillez de traer al público su propia historia, impactante, chocante, verdadera.

    A todos los que lean este libro, solo les pido comprensión, respeto y un poco de amor. No se dejen seducir por el preconcepto. No juzguen. Por Daniela y por aquellos que compartieran con ella los momentos de angustia aquí relatados. Por todos nosotros, que no podemos afirmar, con seguridad, nunca haber oído, en cualquier otra vida, experiencia semejante. Por el amor que nos une y nos hace ve, cada vez más, que somos todos uno solo.

    Mônica de Castro

    PARTE UNO

    Mundo Corporal

    CAPÍTULO UNO

    Me gustaría poder decir que estaba triste con todo aquello. Pero la verdad es que no lo estaba. Mi padre era un hombre frío y cruel, y su partida de esta vida, con seguridad, no dejaría nostalgia en el corazón de nadie. Mucho menos en el mío.

    A mi lado, mi hermano lloraba con ojos secos. El dolor trasparecía en su semblante como si fuese verdadero. Y lo era. El dolor era verdadero, pero el motivo era bien otro, y eso solo yo lo sabía. Pasé toda miv ida a su lado y lo conocía como nadie, a él y a mi papá. Durante muchos años, viviéramos en paz, pero pronto después de la muerte de mi madre mi padre se transformó en un estorbo en nuestras vidas, y nosotros lo habríamos matado, si no fuese por la inmensa cobardía que nos dominaba.

    Yo estaba distante, sudando bajo el calor de aquel sol ardiente, y ni percibí que los empleados funerarios ya habían terminado de bajar el cuerpo a la sepultura. Mis tías, fingiendo sufrimiento, lloraban abundantemente, tal vez esperando que mi padre las hubiese agraciado con alguna partecita de su pequeña fortuna.

    Al final de los servicios funerarios, mi hermano se me acercó y me dijo:

    – Por favor, Daniela, ¿podemos irnos?

    Lo miré profundamente apenada. Sí, quería salir de allí, tomar su mano y huir con él lo más lejos de allí, pero nuestras vidas se habían hecho demasiado sórdidas para ser compartidas, y no podíamos volver más a lo que fuimos un día. Ninguno de nosotros podía. Ni mi papá, que partiera para el otro lado sin la oportunidad de un adiós.

    Después de algunos segundos, acaricié su rostro y respondí con ternura:

    – Está bien, Daniel, creo que ya no hay nada más qué hacer por aquí.

    Sujeté su mano y comencé a alejarme, y los demás presentes se dispusieran a seguirnos. Siguiendo por la alameda del cementerio, pude oír segmentos de sus conversaciones:

    – ¿Y ahora qué será de ellos? – indagó una tía.

    – Creo que Daniel va a cuidar de la hermana – respondió otra.

    – ¿Así? Pero aun es tan jovencito – añadió una tercera.

    – Casi una criatura – observó una vecina.

    Y por ahí fue la conversación. Pero nadie más se atrevía a hablar directamente con nosotros. En el fondo, yo sabía lo que estaban pensando. Querían cuidar de nosotros, los buitres, para poder poner las manos en el dinero de papá, dinero que era nuestro. Pero no necesitaban hacerlo. Yo ya no era más ninguna criatura y podía muy bien cuidar de mí y de Daniel. Y después, yo sabía que ellos no se interesaban realmente con nosotros. Si se importásemos, no habrían esperado a que papá muriese para demostrar eso y habrían intentado superar la barrera de su intolerancia y malhumor para vernos. Pero no. Cuando papá pasó a evitarlos, ellos se acomodaran, y nosotros fuimos quedando olvidados del resto de la familia.

    Daniel y yo éramos mellizos y, por eso, recibimos nombres semejantes. Yo nací cinco minutos antes, fuerte y robusta; pero Daniel vino al mundo extremadamente delgado y débil, y casi no sobrevive. Tal vez por eso haya sido débil toda la vida y siempre necesitó de mí para cuidarlo y protegerlo. Era extremadamente atractivo y generoso, y yo lo amaba por encima de todas las cosas en la vida.

    En esa época, contábamos apenas con diecinueve años y vivíamos solos en una bonita casa en el interior, un poco alejada del centro de la ciudad. La casa era amplia y aireada, en verdad, una pequeña chacra, y mi padre era el dueño de una próspera fábrica de vidrios que le rindiera una fortuna razonable, que ahora nos pertenecía. No teníamos ganas, ni mi hermano ni yo, de administrar personalmente los negocios, entonces mandamos llamar a uno de los abogados de papá, al doctor Osorio, persona de la más alta consideración y confianza.

    El doctor Osorio fue designado nuestro administrador de negocios y debería presentar informes al final de cada mes, depositando en el banco el dinero que nos correspondería. Con eso, teníamos más tiempo para ocuparnos el uno del otro, y eso era todo lo que queríamos. Ahora sí podríamos realizar nuestro sueño de vivir nuestras vidas sin cualquier intromisión, sin alguien que nos dijese lo que estaba correcto o equivocado, o que era hora de detenerse. Pensando en eso, miré para mi hermano y sonreí, acordándome de cuando todo comenzó.

    Cierto día, yo estaba acostada en una hamaca en el balcón cuando vi a Daniel aproximarse. Él venía corriendo, trayendo en sus manos una tórtola herida, probablemente cuando intentara alzar su primer vuelo.

    – ¡Daniela! ¡Daniela! Mira lo que encontré – y exhibió el pájaro herido, todo encogido en la palma de su mano –. ¿Será que va a morir?

    Examiné al animal con mirada crítica y le di mi diagnóstico:

    – No, no va a morir. Solo está lastimada. Probablemente, fue la caída.

    – ¿Qué haremos con ella?

    – No lo sé. Tal vez lo mejor sea preguntarle a mamá. Teníamos trece años y aun no habíamos descubierto cuán extraña e ingrata la vida podía ser. Pero, en aquel momento, nuestra única preocupación era el animalito herido, y corrimos en busca de nuestra mamá, que siempre resolvía nuestros problemas con amor y bondad. Fuimos a encontrarla en la cocina, ocupada con los preparativos del almuerzo. Teníamos tres empleadas en la casa, pero mi mamá le encantaba cocinar para mi papá. Ella lo amaba y lo colocaba por encima de cualquier cosa; a excepción, tal vez, de mí y de mi hermano. Al vernos entrar apresurados, soltó el pollo que estaba condimentando y preguntó:

    – Pero ¿qué es eso niños? ¿Sucedió algo?

    – ¡Mamá! ¡Mamá! – dije yo –. Daniel encontró un pajarito, pero está herido. Muéstraselo, Daniel, ¡vamos!

    Daniel abrió la mano y mostró al pajarito, pero él no se movía. En el ímpetu de salvarlo, él apretara demasiado la mano y animalito se sofocara. Al ver su cuerpito sin vida, Daniel rompió a llorar, sintiéndose culpable por su muerte.

    – ¡Fue mi culpa! – repetía desolado –. ¡Yo lo maté!

    – No digas eso, hijito – lo consolaba mi mamá –. No fue tu culpa. Sé que fue sin querer.

    – ¡Si fue! ¡Si fue! Yo lo maté y ahora voy a tener que pagar por eso. ¡Dios me va a castigar!

    – Hijito, Dios no castiga a nadie. Fue un accidente, no lo hiciste de propósito.

    – Es verdad, Daniel – intervine yo –. Pues fuiste tú mismo el que intentó salvar primero al animalito...

    Con mucho esfuerzo conseguimos consolarlo. Daniel era un niño extremadamente sensible e impresionable, y pasó el resto del día lamentando la pérdida de aquella tórtola. Cuando mi papá llegó, mi mamá le contó lo ocurrido, pero él no le dio mucha importancia. Al contrario, reprendió a Daniel duramente, y aun hoy me acuerdo de sus palabras:

    – Para con esa tontería, Daniel. Hasta pareces un mariquita. ¡Hombre que es hombre no llora!

    Daniel se vio obligado a tragarse el llanto. Tenía miedo de papá y no quería llevar unos palmazos. A pesar de que papá no acostumbrase a pegarnos, a veces nos aplicaba uno que otro palmazo, lo que, por sí solo, ya era bastante doloroso. Pero que nos golpeara, nunca realmente nos había golpeado, hasta aquel día cuando el mundo se nos vino abajo.

    – ¿Qué quieres? – pregunté.

    – No consigo dormir.

    – ¿Quieres acostarte conmigo?

    Él dijo que sí con la cabeza y me arrimé a un lado, dando espacio para que él se acostase. Él se acostó cerca de mí y me abrazó, reposando la cabeza sobre mi pecho. Luego se durmió, y quien no pudo dormir más fui yo. Por alguna extraña razón, la presencia de Daniel allí a mi lado me perturbaba. Yo podía sentir su cuerpo presionando al mío, y aquello me fue llenando de deseo. Aterrada, cerré los ojos y recé, pidiendo a Dios que me quitase aquellos pensamientos impuros de la cabeza. Daniel era mi hermano, y aquello no estaba bien. Con el consuelo de la oración, el sueño llegó y me dormí, solamente despertando a la mañana siguiente, lunes, con mi mamá llamando:

    – Daniela, despierta. Ya es hora de ir a la escuela.

    – Hum... – hice yo, aun somnolienta.

    – Vamos, levántate.

    Abrí los ojos y busqué a mi hermano. Él no estaba más allí.

    – ¿Dónde está Daniel? – pregunté.

    – Se despertó temprano y ya se vistió.

    En silencio, me levanté y fui saliendo en dirección al baño. Ya en la puerta, mi mamá me sujetó del brazo y me dijo medio sin gracia:

    – Daniela, hija, ¿cuántas veces tengo que decirte para que no duermas agarrada a tu hermano?

    – Pero mamá – me indigné –, que mal puede haber, ¿si solo somos hermanos?

    – Mal no hay, pero

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