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De todo mi ser
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Libro electrónico444 páginas6 horas

De todo mi ser

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Información de este libro electrónico

La historia gira en torno a Marianne, una niña cuya mediumnidad, despertada a la edad de siete años de manera inquietante y poco comprendida, trae problemas a ella y a su familia. La trama se desarrolla en Inglaterra, poco antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, en un momento en que la ignoranci

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento29 jul 2023
ISBN9781088236086
De todo mi ser

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    De todo mi ser - Mônica de Castro

    ROMANCE ESPÍRITA

    DE TODO MI SER

    Psicografía de

    MÔNICA DE CASTRO

    Por el espíritu

    LEONEL

    Traducción al Español:      

    J.Thomas Saldias, MSc.      

    Trujillo, Perú, Junio 2020

    Título Original en Portugués:

    De Todo o Meu Ser

    © MÔNICA DE CASTRO

    Revisión:

    José Antonio Peralta Medina

    World Spiritist Institute      

    Houston, Texas, USA      
    E–mail: contact@worldspiritistinstitute.org
    Sinopsis:

    La historia gira en torno a Marianne, una niña cuya mediumnidad, despertada a la edad de siete años de manera inquietante y poco comprendida, trae problemas a ella y a su familia. La trama se desarrolla en Inglaterra, poco antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, en un momento en que la ignorancia hacía que la sociedad se enfrentara a la sensibilidad y los trastornos psicológicos con mucho prejuicio y miedo.

    Kate y David no escaparon a la regla de la ignorancia. La locura era sinónimo de vergüenza para las familias, y cada vez que se les presentaba un paciente con problemas mentales o ideas extravagantes simples, aconsejaban a los miembros de la familia que lo admitieran en el manicomio y se olvidaran de él. Que ni siquiera lo visitarían. Que lo dejen en la disciplina de los hospitales, con sus golpes, grilletes y torturas.

    Con el diagnóstico apresurado de locura, muchos pacientes fueron arrojados a hospicios y olvidados allí, llevando una vida de maltrato, suciedad, humillación y falta de amor. Desencarnados, muchos seguidos con enfermeras espaciales, para ser tratados en el astral y restaurados al equilibrio de la mente.

    Otros; sin embargo, especialmente aquellos que no estaban realmente locos, estaban tan llenos de odio que la muerte fue una oportunidad de venganza.

    Cuando Kate y David desencarnaron, se encontraron con muchos cobradores, que exigieron reparación por los años de tortura en los hospicios. Era difícil quedar atrapado en el astral inferior, bajo el ataque constante de espíritus dementes.

    Finalmente, recordaron la existencia de Dios y, sinceramente arrepentidos, buscaron ayuda.

    Con su cerebro tan predispuesto e impresionable, Marianne regresó al mundo de la materia, llevando consigo la columna vertebral del cerebro que le impediría, a lo largo de su vida, razonar con claridad y controlar sus emociones, lo que dificulta su interacción con el mundo físico. No pocas veces fueron los momentos en que vio seres imaginarios a su alrededor, al principio, hadas y duendes, luego personas hostiles. Elementales y espíritus, poco a poco se convirtieron en partes recurrentes e indistinguibles, inseparables de la realidad de Marianne.

    Era una combinación de necesidades entre ella, Kate y David. Si, por un lado, Marianne necesitaba experimentar la locura, por otro, sus padres tenían que aprender a lidiar con la enfermedad de una manera amorosa y comprensiva.

    Esta conmovedora novela facilita la comprensión de que la reencarnación es un bálsamo que nos da la vida para mejorar nuestras cualidades, superar las dificultades, fortalecer el espíritu y comprender que nuestro mayor desafío no es el enfrentamiento con el mundo, sino con nosotros mismos.

    MÔNICA DE CASTRO

    MÔNICA DE CASTRO nació en Rio de Janeiro, donde siempre estuvo en contacto con el Espiritismo, viviendo desde temprano los más diversos fenómenos mediúmnicos. Años más tarde, después del nacimiento de su hijo, inicio na nueva fase de su mediumnidad, desarrollando la psicografía por medio de romances dedicados a la autorreflexión y al bienestar humano.

    Con el paso de los anos, se desvinculó de los títulos religiosos y doctrinarios, pasando a aceptar como fuente de sus obras las formas de conocimiento y sabiduría que tengan como meta el despertar del hombre como el ser espiritual que es.

    A la actualidad, ha escrito más de diecisiete romances, todos dictados por el mismo espíritu Leonel. Desde el año 2000, con más de un millón y medio de ejemplares vendidos, la autora se ha dedicado a llevar al público romances esclarecedores, que estimulan a las personas a usar la inteligencia en la modificación de los valores internos, para la superación de las culpas, de los sufrimientos y el descubrimiento de una vida más iluminada y feliz.

    LEONEL

    MÔNICA DE CASTRO y LEONEL siempre estuvieran juntos. Unidos hace muchas vidas, decidieran, en esta encarnación, desarrollar el trabajo de psicografía, uniendo los dones mediúmnicos a los literarios. Ambos ya fueron escritores, de allí la sintonía perfecta y la simbiosis con la que relatan las historias pasadas en otros tiempos.

    Apenas un trabajador del invisible, como gusta caracterizarse, Leonel decidió dar continuidad a la tarea de escribir, esta vez casos reales, sacados de los relatos de espíritus con quienes mantiene contacto en el mundo espiritual. Después de la autorización de los involucrados, inspira al médium, los libros que ella psicografía, siguiendo con fidelidad, puntos importantes para la aclaración de los lectores. Algunos pasajes; sin embargo, deja a la imaginación de la autora, a fin de hacer las historias más estimulantes, imprimiéndoles mayor emoción. No obstante, nada va al público sin su aprobación, y todo requiere el debido mejoramiento moral.

    Lo que Leonel más desea con los libros que psicografía es que las personas aprendan a lidiar con sus culpas y frustraciones, a fin de desarrollar en sí mismas la capacidad innata que todo ser humano posee de ser feliz.

    En su última y breve encarnación, Leonel vivió en Inglaterra a inicios del siglo XX. Vivió los horrores de la Primera Guerra Mundial y desencarnó a los veinte años de edad. Fue también escritor en los años idos del siglo XVIII, cuya vida está reseñada en el libro "Secretos del Alma."

    Del Traductor

    Jesus Thomas Saldias, MSc., nació en Trujillo, Perú.

    Desde los años 80's conoció la doctrina espírita gracias a su estadía en Brasil donde tuvo oportunidad de interactuar a través de médiums con el Dr. Napoleón Rodriguez Laureano, quien se convirtió en su mentor y guía espiritual.

    Posteriormente se mudó al Estado de Texas, en los Estados Unidos y se graduó en la carrera de Zootecnia en la Universidad de Texas A&M. Obtuvo también su Maestría en Ciencias de Fauna Silvestre siguiendo sus estudios de Doctorado en la misma universidad.

    Terminada su carrera académica, estableció la empresa Global Specialized Consultants LLC a través de la cual promovió el Uso Sostenible de Recursos Naturales a través de Latino América y luego fue partícipe de la formación del World Spiritist Institute, registrado en el Estado de Texas como una ONG sin fines de lucro con la finalidad de promover la divulgación de la doctrina espírita.

    Actualmente se encuentra trabajando desde Perú en la traducción de libros de varios médiums y espíritus del portugués al español, habiendo traducido más de 160 títulos, así como conduciendo el programa La Hora de los Espíritus.

    DE TODO MI SER

    Todo en la vida funciona para que cada persona desarrolle sus habilidades. Por esta razón, Marianne, con gran coraje, decide reencarnarse y vivir en medio de la locura. En un viaje lleno de obstáculos y desafíos, busca superar sus debilidades.

    Marianne cuenta con la ayuda de sus guías espirituales que luchan para que la joven entienda que, el mayor desafío de la vida no es la confrontación con las situaciones del mundo, sino el esfuerzo por vivir la verdad de todo su ser.

    Leonel es un muy querido espíritu de mi corazón. En nuestra primera novela, me dio una idea de cómo habría sido en su vida pasada: escritor.

    Sé que naciste y viviste en Inglaterra, en tu última encarnación, así como en las anteriores.

    En "Secretos del alma", cuenta un poco de su historia, junto con la de la mujer que fue el gran amor de su vida. No fue un escritor de los más famosos. Era un bohemio, pero alguien con tanta dignidad que despertó con los verdaderos valores del Espíritu, y hoy está en condiciones de transmitir mensajes de optimismo y amor.

    Lo vi yo mismo en el contacto casi diario con él y en las comunicaciones que transmite, siempre de forma mental.

    Hace algún tiempo, me permitió saber cómo se veía. Leonel se me mostró en la casa espírita, en un momento de profundo reconocimiento y reflexión. Físicamente, es un chico guapo. Cabello negro, abundante, con rasgos delicados y ojos azules. De estatura mediana, delgado, vino vestido con pantalones blancos y una bata blanca, descalzo y con un aire tranquilo.

    Tenía una cara tan serena que me contagió. Allí, me contó cosas que cambiaron para siempre mi forma de ver ciertos aspectos de la vida.

    Su propuesta es la del crecimiento y la difusión del amor. Para eso trabajas, y en lo que crees y me haces creer. Sin esperanza y certeza en la consolidación del amor, la vida no tiene razón de ser.

    Y el instrumento que encontró para lograr este propósito, en ese momento, fue la psicografía. Como yo, Leonel escribe por sí mismo y al prójimo.

    Considero a Leonel otro luchador de lo invisible. Un espíritu con una enorme sabiduría y una capacidad inigualable de amar. Un ser en evolución que conoce el camino hacia el crecimiento y sabe dónde está la fuente del discernimiento y la moral. Un alma que crece a través del esfuerzo propio, el reconocimiento de sus imperfecciones y la búsqueda constante de dominio sobre sí misma. Y aquí es, sobre todo, donde radica su valor.

    Mónica de Castro

    PRÓLOGO

    El sol apenas había salido y Marianne ya estaba de pie, mirando la enorme bola naranja que aparecía en el horizonte con ojos llorosos. Una suave brisa entró por la ventana abierta, trayendo el dulce aroma del jardín, que la niña aspiró con placer. Poco a poco se fue liberando el aire, sintiendo un inmenso bienestar.

    Cogió la túnica blanca que llevaba puesta desde que llegó allí, se la vistió con cuidado y se peinó, que era mucho más largo. Se miró en el espejo y sonrió. Nunca antes se había considerado hermosa. Ahora; sin embargo, su semblante había adquirido un brillo y suavidad que aun no había existido.

    Cuando terminó de vestirse, escuchó un ligero golpe en la puerta y se dio la vuelta, justo cuando un muchacho alto y muy claro entró.

    – Buenos días, saludó Marianne – brindándole una sonrisa alegre –. ¿Cómo te sientes hoy?

    – Bien – ella respondió, dándole un delicado beso en los labios –. Gracias a ti, he logrado recuperarme.

    – Gracias a mí, no, gracias a ti misma –. Al darse cuenta de su vergüenza, continuó con ternura –. ¿Qué pasó? – Ella le estrechó la mano y le confesó:

    – En mi confusión mental, no dije cosas que me hubiera gustado decir...

    – ¿Qué por ejemplo?

    – Yo te amo. ¿Lo sabías?

    Él sonrió y respondió con emoción:

    – Sí, lo sabía. No hace falta decirlo.

    Eso era cierto. Por primera vez en años, Marianne le dijo a Ross que lo amaba. ¡Y cómo lo amaba!

    Si no hubiera sido por él, su vida habría sido mucho más difícil. De hecho, la última encarnación de Ross tenía prácticamente un propósito: su amor por Marianne era tanto que le había pedido reencarnarse a su lado, solo para ayudarla a cruzar el tortuoso camino que había elegido. Era el único.

    – Estoy muy feliz de tenerte, dijo Marianne, también conmovida.

    – Hoy puedo entender muchas cosas. Principalmente la importancia del amor.

    Ross no dijo nada. Él sonrió y extendió su mano, invitándola a salir. Había pasado algún tiempo desde que habían llegado a ese lugar y se estaban preparando para un nuevo viaje en la Tierra, esta vez en Brasil.

    Estaban en una ciudad invisible, ubicada en el espacio astral ubicado justo arriba de Londres, preparados para recibir espíritus que, como Ross y Marianne, habían perdido la vida en la guerra.

    De la mano, los dos salieron al jardín. Marianne estaba relajada, ya que nunca había sido capaz de caminar sobre la Tierra, inhalando constantemente ese aire estimulante. Su aspecto era el de una niña de dieciséis años, mientras que Ross había mantenido las características del joven maduro y muy seguro de sí mismo que ya tenía veinte años.

    – ¿Qué será de mí ahora? – Preguntó, todavía preocupada por el dolor de los muchos recuerdos.

    – Sabes que pronto reencarnarás.

    – No sé si tendré el coraje.

    – Sí lo harás. Has pasado por lo peor.

    – No creo que quiera volver. Quiero quedarme aquí. Esto es muy bueno...

    – No puedes, no deberías. ¿Qué hay de tus proyectos de vida? ¿Quieres posponerlos?

    Marianne lo miró con incertidumbre. Su última encarnación, bastante difícil y dolorosa, había sido su elección para acelerar la recuperación de su cuerpo fluido, tan comprometido por los excesos del pasado. Esa vida no estaba cerca de la vida que había soñado para sí misma. Era como una encarnación intermedia, en la que había hecho una especie de limpieza de su cuerpo espiritual, preparándolo para otro viaje, esta vez más agradable y alegre.

    Con ojos húmedos, ella respondió con convicción:

    – No quiero posponer nada. Ya he perdido mucho tiempo. Ya no desperdiciaré mi vida.

    – Nadie pierde el tiempo. El tiempo es el dueño de nuestros destinos, porque es a través de él que recopilamos experiencias para nuestro crecimiento. Nadie pierde el tiempo. Lo usamos en mayor o menor medida, pero nunca en vano.

    – Es correcto. Solo que cuando pienso en lo que he hecho... Fui tan mala... Fui una mala persona toda mi vida.

    – ¡No digas tanta barbaridad! Sabes que no estuvo mal. Estabas solamente fuera de control, debido a sus dificultades mentales y espirituales. Pero maldad... esa es una palabra muy fuerte que definitivamente no se aplica a ti.

    – ¿Qué bien hice en esa encarnación?

    – Ella se transformó y salvó la vida de sus hermanos. Solo eso es suficiente.

    Ella no respondió. Se sentaron en el césped del jardín para intercambiar ideas con amigos, y Marianne apoyó la cabeza sobre el hombro de Ross, lejos de la conversación. No estaba triste, pero su mirada de repente comenzó a vagar por el horizonte, evocando recuerdos de los últimos tiempos.

    Dos gruesas lágrimas llegaron a sus ojos, y apretó el brazo de Ross. El niño le acarició el pelo y ella le preguntó:

    – ¿Cómo será la vida en Brasil?

    – Debe ser bueno, no lo sé. Dicen que es un país muy hermoso.

    – Dejaré a todos aquí.– Por el contrario, todos ya han estado allí.

    – Excepto mi madre.

    Sabes que pertenece a otra realidad. Has formado enlaces poderosos y perpetuos, que la distancia no puede romper.

    Marianne se calló, abrumada. Pronto se iría a una nueva encarnación en Brasil, con aquellos que la habían acompañado durante muchas vidas. Kate; sin embargo, no era parte de ese grupo. La había conocido en esa vida cuando ella había estado dispuesta a darle la bienvenida como hija, no hace mucho tiempo. Con el tiempo, había aprendido a quererla. ¿Y a quién no podría gustarle Kate?

    PRIMERA PARTE

    Todo comenzó cuando Marianne cumplió siete años. Era enero y hacía bastante frío en esa época del año. Aun así, sus padres habían preparado una hermosa fiesta para ella. Era la mayor de cuatro hijos, con ojos expresivos que variaban del verde al azul y cabello negro que caían abundantes sobre los hombros.

    No era fea; sin embargo, su belleza no era algo que impresionara o atrajera la atención de alguien por mucho tiempo. Vivía en una casa grande y cómoda en un suburbio a las afueras de Londres. El padre era ingeniero y tenía un trabajo razonable en una empresa de construcción local, y la madre pasó sus días cuidando la casa y los niños.

    Marianne no era muy sociable y apenas jugaba con sus hermanos, prefería la compañía de su prima, que vivía en la casa de al lado.

    Cuatro años mayor, Ross era el único hijo del hermano de su padre, quien había perdido a su esposa hacía unos años, víctima de la tuberculosis. Solo con un niño, Nathan se acercó a su hermano, donde su cuñada podía ayudar a criar al niño.

    A las tres en punto, los invitados comenzaron a llegar. No había muchos; solo unos pocos compañeros de escuela, cuyos padres habían aceptado la invitación después de agotar la insistencia, y otros primos que vivían más lejos.

    Marianne recibió abrazos y regalos con indiferencia y no ocultó su irritación cuando solicitaron su presencia, privándola de la compañía de su primo.

    – No sé qué está pasando con esa chica – se quejó su madre.

    Hacemos todo para complacerla, pero nada parece satisfacerla.

    – No importa, dijo la hermana –. El niño es así.

    – Sé lo que digo, Jane. Marianne siempre ha sido rara, desde que era pequeña.

    – No deberías hablar así de tu hija.

    – Pero es verdad. Ella nunca fue cariñosa o sociable. Y me temo que tampoco sea muy inteligente.

    – Marianne es solo una niña. Solo necesita amor.

    – ¿Crees que David y yo no le damos amor?

    – ¿Sinceramente? Pienso que no lo suficiente.

    – ¿Cómo puedes decir tal cosa? Hacemos todo por nuestros hijos. Por todos.

    ¡Mira la fiesta que preparamos para Marianne!

    – ¿De verdad crees que eso es lo que Marianne necesita?

    – A cada niño le gustan las fiestas, los dulces, los juguetes...

    – ¡Los niños necesitan es amor!

    – Estás siendo injusta. Amamos mucho a Marianne.

    – Bueno, entonces deberían mostrarlo más. Todo lo que veo son reclamos. Tú le cobras a Marianne por un comportamiento que ella no sabe o no puede tener. ¿Por qué no lo acepta como es y dejas de exigir que sea como a ti te gustaría que fuera?

    – ¿Porque estás hablando así? – Kate dijo con resentimiento –. Sabes que nos esforzamos para que a nuestros hijos no les falte nada. David ha estado trabajando duro para darles una vida mejor. Las cosas no son fáciles.

    Jane inmediatamente se arrepintió de lo que dijo. No tenía derecho a juzgar a su hermana.

    – Perdóname – dijo –. No quería lastimarte. Me preocupa el temperamento de Marianne.

    – Todos lo han notado, ¿verdad? – Jane vaciló. Vamos, puedes hablar. Todos se han dado cuenta que Marianne no es una chica normal.

    – No sé si normal es el término adecuado. Marianne es muy callada, quieta, triste. No es como las chicas de su edad.

    David y yo también lo hemos notado.

    – ¿Por qué no intentas llevarla al médico?

    – ¿Para qué doctor? Marianne es una niña sana.

    – No me refiero a ese tipo de doctor.

    – ¿A qué tipo te refieres entonces? No me digas que crees que debería llevar a Marianne a un psiquiatra.

    – ¿Cuál es el problema?

    – Mi hija no está loca.

    – No digo que lo sea. Pero es posible que necesite ayuda. Alguien que entiende y hable con ella.

    ¿Porque yo no? Yo soy su madre

    – No es la misma cosa. Y no era realmente el psiquiatra al que me refería, sino un psicólogo.

    – Un amigo mío fue y le gustó mucho.

    – ¡Qué idea, Jane! ¿Llevar a mi hija a un doctor loco?

    – No es un doctor de locos. Los psicólogos ayudan a las personas a entenderse a sí mismas.

    – ¿Qué debe entender una niña de siete años sobre sí misma? Ni siquiera entiende el mundo todavía.

    – Por eso mismo. Tal vez no está entendiendo bien el mundo, de sí misma, de su vida.

    – ¡Diablos! Marianne no necesita nada de eso. Ella es rara porque tiene mal genio y no es muy inteligente.

    ¿Qué podemos hacer? Fue Dios quien lo quiso así.

    Era inútil discutir con Kate, y Jane estaba en silencio.

    La hermana no entendió o prefirió no entender. Cualquier observador más atento habría notado que Marianne tenía algo extraño. No es temperamento o estupidez, como pensó Kate, sino probablemente algún problema psicológico. ¿Quién sabe alguna experiencia traumática? Los niños a menudo son muy impresionables, y tal vez Marianne había visto o experimentado algo difícil que no le había contado a sus padres.

    Era 1931 y, en ese momento, las cosas no eran tan fáciles. El miedo y la ignorancia elevaron los problemas psicológicos al nivel de las desgracias reales, temidas y negadas por casi toda la sociedad.

    Nadie sabía cómo lidiar con los trastornos de la mente, y cualquier comportamiento que fuera más allá de los estándares normales corría el riesgo de ser etiquetado como loco, y la persona, llevada a tratamiento en hospicios oscuros donde la enfermedad tiende a empeorar.

    Jane excusó a su hermana y fue a ver a sus hijos. Los niños jugaban en el jardín frente a la casa, construían una muñeca grande y gorda y se lanzaban bolas de nieve. Apoyada contra un árbol, Marianne apretó la nieve con las manos, haciendo pequeñas bolas que arrojó al suelo. Por otro lado, Ross corrió con los otros niños, deteniéndose de vez en cuando para mirarla.

    En medio del juego, Paul, el hijo mayor de Jane, apareció detrás de ella.

    Sin hacer ningún ruido, se levantó de un salto y agarró la cintura del primo, diciendo con una voz que a propósito lo hizo ronco y fantasmal:

    – Te tengo, Marianne.

    Al mismo tiempo, Marianne comenzó a gritar y llorar, mientras caminaba hacia atrás, tratando de escapar a la calle.

    – ¡No! ¡No! ¡Sal de aquí! ¡Alejarse de mí! ¡Vete! ¡Vete!

    Asustado por la reacción de su prima, en quien solo tenía la intención de dar un susto, Paul la seguía para disculparse. Cuanto más se acercaba, más se asustaba y gritaba:

    – ¡Fuera de aquí, demonio! ¡No lo llamé! ¡Mamá! ¡Mamá!

    Al escuchar ese grito, Kate corrió hacia ella y la sacudió por el hombro, exclamando con preocupación:

    – Marianne! ¿Qué paso? ¿Qué sucedió?

    – ¡Mamá! ella continuó gritando. ¡Quiero a mi madre!

    Estoy aquí, cálmate.

    Marianne la miró como si no la reconociera, preguntándose quién sería esa mujer que le hablara como si fuera su madre. Luchó desesperadamente, tratando de liberarse, al mismo tiempo que gritaba de terror:

    – ¡No! ¡No eres mi madre! No te conozco. ¿Dónde está mi madre? ¿Dónde está?

    Algunos familiares trataron de calmarla con palabras dulces y, al mismo tiempo, acusados de un regaño velado:

    – Ya pasó. Fue solo un susto. Fue una broma.

    – ¿Qué broma? ¿Quiénes son ustedes?

    Todos se miraron asombrados. Ella parecía estar delirando. Fue entonces cuando David vino desde adentro, gritándole:

    – Si esto es una broma, no es divertido en absoluto. Estás asustando a tu madre. ¡Detente ahora!

    – ¿Dónde estás mamá? No puedo verte. ¡Mamá! ¡Mamá!

    – ¡Silencio, Marianne! – David farfulló, ahora bastante enfurecido –. ¿Dónde has visto tu fiesta arruinada así?

    Atrapada por las manos de su madre, Marianne se revolvió y gritó como loca, hasta que su padre, que no toleró más ese desastre, la abofeteó y ella se desplomó en el suelo, llorando convulsivamente.

    – No hagas eso – se quejó la cuñada. ¿No ves que ella es solo una niña?

    – No te metas – gruñó entre dientes, sintiéndose enojado por la vergüenza a la que ella lo había expuesto.

    – Marianne necesita una buena paliza.

    Jane dio un paso atrás. No quería pelear y no tenía derecho a entrometerse. Buscó con la mirada a su esposo, quien le dio una señal casi imperceptible, y fue hacia él.

    – Lo que David está haciendo no está bien, comentó en voz baja.

    Él es el padre – dijo Bill. Es mejor no entrometerse. Mientras tanto, David continuó gritando:

    – ¡Levántate, vamos! ¿O realmente quieres recibir frente a todos tus invitados?

    Acurrucada en el suelo, Marianne no se atrevió a mirar hacia arriba. Estaba llorando sin control, sin entender lo que estaba sucediendo. Tenía miedo de esas personas y no quería estar con ellas.

    Conociéndola como él, Ross decidió intervenir. Caminando entre los invitados, la alcanzó y pidió permiso a su tío para arrodillarse a su lado. Al percibir su presencia, Marianne, como golpeada por un rayo de lucidez, volvió a la conciencia y recordó dónde estaba y quiénes eran esas personas.

    Avergonzada, estiró los brazos y se arrojó sobre el regazo de su primo, desahogándose en un lamento:

    – Ross... ayúdame... no sé qué me dio...

    – Está todo bien. No fue nada. Ya pasó. Ahora vamos, levántate o tendrás gripe.

    En silencio, Marianne se levantó y se dejó llevar por Ross, que la condujo adentro, con Kate justo detrás.

    ¿Qué te ha pasado? preguntó la madre, totalmente aturdida. ¿Estás loca?

    Marianne no respondió. Tampoco sabía por qué había hecho eso. Todo lo que sabía era que, al escuchar esa voz, dentro de él había despertado un miedo inexplicable, como si un enemigo perdido hace mucho tiempo la hubiera encontrado.

    Mientras se desarrollaba el drama de Marianne, un espíritu oscuro celebró su victoria.

    Aprovechando la mediumnidad de Paul, se acercó a él y lo inspiró con la idea del susto, las palabras y el tono de voz que debería usar. Sin sospechar nada, Paul siguió la sugerencia de lo invisible, haciendo exactamente lo que el ser de la oscuridad deseaba.

    Finalmente había logrado acercarse. Hasta entonces, Marianne estaba custodiada por defensores iluminados que lo mantenían alejado. Durante mucho tiempo, la siguió y la  observó desde la distancia, siempre acompañado por aquellos seres que se hicieron visibles a propósito, como si quisieran hacer alarde de su superioridad moral.

    Como era el séptimo cumpleaños de Marianne, había asistido a la fiesta, incluso sin haber sido invitado, con la esperanza que un descuido por parte de los protectores le facilitara al menos una pequeña aparición.

    Sin embargo, cuando llegó a su casa, notó, sorprendido, que los espíritus de la luz no estaban allí. Al principio, sospechó y se mantuvo alejado, siguiendo los pasos de la niña.

    Pero las horas pasaron y los espíritus no aparecieron. Finalmente, reunió el coraje para actuar.

    Así se aprovechó de Paul. Un niño aficionado a travesuras maliciosas, a la primera sugerencia, aceptó su voluntad, ejecutando el plan que había ideado para asustarla. El resultado fue excelente, mejor de lo esperado.

    Y cuál fue su sorpresa cuando se dio cuenta que Marianne lo había visto a través de los ojos de su primo. ¡No solo lo había visto, sino que también lo había reconocido inconscientemente!

    Apenas contenía la euforia. Todavía recorría todos los rincones de la casa para asegurarse que ningún ser iluminado lo molestara. Al verse solo, se sintió confiado. Los ángeles protectores de Marianne se habían ido¹.

    El espíritu la acompañó al dormitorio, donde Ross y su madre la habían llevado para cambiarse la ropa mojada. Al ver su cuerpo desnudo, no puedo evitar hacer un comentario sarcástico:

    – Ahora, ahora, Marianne. Estás muy flaca ahora. Ni siquiera se parece a esa mujer exuberante que alguna vez fue. Se echó a reír, lo que Marianne escuchó claramente, aunque todavía no podía verlo.

    – ¿Quién es? – ella preguntó con miedo. ¿Quién está ahí?

    – No hay nadie aquí – dijo la madre de mala gana, mientras le ponía una blusa sobre la cabeza de su hija.

    – Pero escuché a alguien reír.

    – Deben ser tus amigos allá abajo.

    Se acercó a la puerta del dormitorio, que estaba cerrada, y llamó:

    – ¡Rossi! ¿Eres tú?

    Por otro lado, el primo respondió:

    – ¿Qué pasa, Marianne?

    – ¿Fuiste tú quien soltó esa risa?

    – ¿Qué risa?

    La niña miró a su madre, que la miraba con reproche.

    – Para con esa tontería y ven a terminar de vestirte. ¿No es suficiente por hoy?

    En silencio, Marianne regresó a ella y terminó de cambiarse. Por prudencia, no hizo más preguntas, porque la madre estaba claramente molesta y era mejor no provocarla. En su interior; sin embargo, continuó preguntando quién se había reído. Escuchó claramente. Estaba seguro que no habían sido los otros niños.

    Fue una risa cínica, fuerte y malévola. Sí. Esa risa tenía algo malvado que la asustó, y ella se estremeció.

    Fui yo, Marianne – respondió el espíritu –. Tu amigo Luther, ¿no te acuerdas? Hermoso nombre, el que eligieron para ti. Marianne...

    Ella saltó hacia atrás. Ella escuchó claramente lo que había dicho y se sorprendió. Conocía esa voz y sintió una presencia familiar. Era alguien que representaba una amenaza.

    – ¿Qué pasó? – dijo Kate –. ¿Aun escuchas voces?

    Aterrorizada, Marianne abrió la puerta del dormitorio y salió corriendo, encontrando a Ross en el pasillo, de pie junto a las escaleras.

    – ¡Dios mío! el exclamó. Al fin...

    Ella no le dio tiempo para terminar. Se arrojó a sus brazos, temblando, y comenzó a llorar suavemente.

    – Vayamos enseguida – llamó la mamá –. Todos deben estar preocupados. Además, ¿dónde has visto el escándalo que hiciste solo por una broma? Vamos, Ross, baja a tu prima.

    Ross se dio cuenta que algo andaba mal con la niña, pero prefería guardar silencio. Si ella dijera algo, la tía estaría aun más enojada. Kate los pasó y bajó las escaleras, murmurando lo que debe haber sido un reproche.

    – No quiero ir –, protestó Marianne –. Tengo miedo.

    ¿Miedo, de qué? – Respondió Ross.

    No sé. De Luther.

    El nombre surgió espontáneamente de sus labios, como si lo hubiera escuchado muchas, muchas veces, aunque no recordaba dónde ni cuándo.

    – ¿Luther? – hizo dudar a Ross –. ¿Quién es Luther?

    – Es alguien que apareció...

    – No digas eso – la reprendió, poniendo sus dedos sobre sus labios –. ¿Quieres que tu madre se enoje?

    ¿Cómo es? – Era la voz de Kate, que llamaba desde el pie de la escalera –. ¿Ustedes dos vienen o no? – Ross le dirigió a Marianne una mirada alentadora, le tomó la mano con firmeza y bajó con ella. Abajo, los niños ya estaban en la sala, esperando para cantar las felicitaciones.

    Había comenzado a nevar, y algunas personas querían irse, temiendo que la nieve aumentara y los mantuviera allí. La cumpleañera tuvo lugar detrás del pastel, siempre con Ross a su lado, alguien encendió las velas y todos comenzaron a cantar:

    Cumpleaños feliz...

    Desde donde estaba, Marianne podía ver los rostros a su alrededor. La madre fingió que no había pasado nada.

    El padre frunció el ceño, tratando de ocultar su mal humor. Los padres de sus compañeros de escuela estaban un poco incómodos y querían encontrar una buena excusa para irse.

    Mientras las voces seguían cantando, examinó la habitación. En el fondo, cerca de la puerta, un hombre extraño la estaba mirando. Era alto, delgado y vestía ropa negra. Él aplaudió lentamente y sonrió con una sonrisa irónica y burlona. Una sensación de familiaridad la invadió, y ella lo miró fijamente, su piel se erizó cuando él le a besó.

    – Soy tu amigo Luther, respondió el hombre en voz alta y se echó a reír de nuevo.

    Eso fue suficiente para sacarla de control. Completamente aterrorizada, Marianne comenzó a huir, pero el ceño de sus padres se lo impidió. Parecía que una multitud gritaba sin cesar, y ella estaba abrumada por esos gritos, como si cientos de voces estuvieran clamando venganza al mismo tiempo.

    A su lado, el primo se dio cuenta que algo andaba mal. Siguió la mirada aterrorizada de la prima, pero no vio nada cerca de la puerta. Él la miró, tratando de comprender su angustia, hasta que ella se cubrió los oídos con las manos y todo su cuerpo quedó flácido. Segundos después, se derrumbó en el suelo, se desmayó y las voces se callaron.

    David levantó a su hija y la recostó en el sofá. Mientras ardía de fiebre, se detuvo alarmado. Le pidió al hermano que llamara al médico y le ordenó a la mujer que sirviera pastel a los invitados.

    Kate, ahora seriamente preocupada, estaba cortando el pastel y distribuyendo las rodajas, mientras se disculpaba:

    – Lo siento, amigos. Marianne no está bien. Debe ser gripe. Hace mucho frío.

    Los invitados, más por cortesía que por deseo, aceptaron el trozo de pastel, lo comieron rápidamente y, excusándose, se retiraron, con la excusa que sería mejor dejar descansar a Marianne.

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