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La Princesa Celta: El Despertar de una Guerrera
La Princesa Celta: El Despertar de una Guerrera
La Princesa Celta: El Despertar de una Guerrera
Libro electrónico427 páginas5 horas

La Princesa Celta: El Despertar de una Guerrera

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Información de este libro electrónico

En una época en la que no existían registros históricos, vivía una princesa celta que soñaba con ser guerrera para liberar a su pueblo del yugo de los romanos. 
Involucrada en intrincadas conspiraciones, no se dejó sacudir por la ilusión del poder, manteniendo su voluntad de luchar por la libertad y la justicia. 
Al mismo tiempo, sintió surgir la pasión y el deseo, descubriendo que el amor no conoce hostilidades y une a los enemigos. 
Acompañada de una diosa africana - que en esta historia se llama Oyá, nombre de la tradición yoruba -, siguió el des-tino que le reservaba la espiritualidad, revelando que las fronteras entre los pueblos son imaginarias e incapaces de destruir las afinidades y los designios trazados por el plano superior.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento26 ene 2023
ISBN9798215722923
La Princesa Celta: El Despertar de una Guerrera

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    La Princesa Celta - Mônica de Castro

    ROMANCE ESPÍRITA

    LA PRINCESA CELTA

    EL DESPERTAR DE

    UNA GUERRERA

    MÔNICA DE CASTRO

    ROMANCE DICTADO

    POR EL ESPÍRITU

    LEONEL

    Traducción al Español:      

    J.Thomas Saldias, MSc.      

    Trujillo, Perú, Julio 2022

    Título original en portugués:

    A Princesa Celta, o despertar de uma guerreira

    © Mônica de Castro, 2021

    Traducida al español de la 1ª edición portuguesa, Noviembre 2021

    Imagen de portada

    Shutterstock Kiselev Andrey Valerevich

    World Spiritist Institute      

    Houston, Texas, USA      
    E– mail: contact@worldspiritistinstitute.org

    MÔNICA DE CASTRO

    MÔNICA DE CASTRO nació en Rio de Janeiro, donde siempre estuvo en contacto con el Espiritismo, viviendo desde temprano los más diversos fenómenos mediúmnicos. Años más tarde, después del nacimiento de su hijo, inicio na nueva fase de su mediumnidad, desarrollando la psicografía por medio de romances dedicados a la autorreflexión y al bienestar humano.

    Con el paso de los anos, se desvinculó de los títulos religiosos y doctrinarios, pasando a aceptar como fuente de sus obras las formas de conocimiento y sabiduría que tengan como meta el despertar del hombre como el ser espiritual que es.

    A la actualidad, ha escrito más de diecisiete romances, todos dictados por el mismo espíritu Leonel. Desde el año 2000, con más de un millón y medio de ejemplares vendidos, la autora se ha dedicado a llevar al público romances esclarecedores, que estimulan a las personas a usar la inteligencia en la modificación de los valores internos, para la superación de las culpas, de los sufrimientos y el descubrimiento de una vida más iluminada y feliz.

    LEONEL

    MÔNICA DE CASTRO y LEONEL siempre estuvieran juntos. Unidos hace muchas vidas, decidieran, en esta encarnación, desarrollar el trabajo de psicografía, uniendo los dones mediúmnicos a los literarios. Ambos ya fueron escritores, de allí la sintonía perfecta y la simbiosis con la que relatan las historias pasadas en otros tiempos.

    Apenas un trabajador del invisible, como gusta caracterizarse, Leonel decidió dar continuidad a la tarea de escribir, esta vez casos reales, sacados de los relatos de espíritus con quienes mantiene contacto en el mundo espiritual. Después de la autorización de los involucrados, inspira al médium, los libros que ella psicografía, siguiendo con fidelidad, puntos importantes para la aclaración de los lectores. Algunos pasajes; sin embargo, deja a la imaginación de la autora, a fin de hacer las historias más estimulantes, imprimiéndoles mayor emoción. No obstante, nada va al público sin su aprobación, y todo requiere el debido mejoramiento moral.

    Lo que Leonel más desea con los libros que psicografía es que las personas aprendan a lidiar con sus culpas y frustraciones, a fin de desarrollar en sí mismas la capacidad innata que todo ser humano posee de ser feliz.

    En su última y breve encarnación, Leonel vivió en Inglaterra a inicios del siglo XX. Vivió los horrores de la Primera Guerra Mundial y desencarnó a los veinte años de edad. Fue también escritor en los años idos del siglo XVIII, cuya vida esta reseñada en el libro "Secretos del Alma."

    Del Traductor

    Jesus Thomas Saldias, MSc., nació en Trujillo, Perú.

    Desde los años 80's conoció la doctrina espírita gracias a su estadía en Brasil donde tuvo oportunidad de interactuar a través de médiums con el Dr. Napoleón Rodriguez Laureano, quien se convirtió en su mentor y guía espiritual.

    Posteriormente se mudó al Estado de Texas, en los Estados Unidos y se graduó en la carrera de Zootecnia en la Universidad de Texas A&M. Obtuvo también su Maestría en Ciencias de Fauna Silvestre siguiendo sus estudios de Doctorado en la misma universidad.

    Terminada su carrera académica, estableció la empresa Global Specialized Consultants LLC a través de la cual promovió el Uso Sostenible de Recursos Naturales a través de Latino América y luego fue partícipe de la formación del World Spiritist Institute, registrado en el Estado de Texas como una ONG sin fines de lucro con la finalidad de promover la divulgación de la doctrina espírita.

    Actualmente se encuentra trabajando desde Perú en la traducción de libros de varios médiums y espíritus del portugués al español, así como conduciendo el programa "La Hora de los Espíritus."

    ÍNDICE

    Prefacio

    Prólogo

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Capítulo 14

    Capítulo 15

    Capítulo 16

    Capítulo 17

    Capítulo 18

    Capítulo 19

    Capítulo 20

    Capítulo 21

    Capítulo 22

    Capítulo 23

    Capítulo 23

    Capítulo 24

    Capítulo 25

    Capítulo 26

    Capítulo 27

    Capítulo 28

    Capítulo 29

    Capítulo 30

    Capítulo 31

    Capítulo 32

    Capítulo 33

    Capítulo 34

    Capítulo 35

    Capítulo 36

    Capítulo 37

    Capítulo 38

    Capítulo 39

    Capítulo 40

    Capítulo 41

    Capítulo 42

    Capítulo 43

    Capítulo 44

    Capítulo 45

    Capítulo 46

    Capítulo 47

    Capítulo 48

    Capítulo 49

    Capítulo 50

    Epílogo

    Prefacio

    Oya no era una deidad propia de los africanos en el siglo I a.C, cuando se desarrolla esta historia. En ese momento, quizás los dioses ni siquiera tenían nombre y eran conocidos solo por sus características. Pero las fuentes de la naturaleza siempre han existido, y ciertos aspectos de la vida comunitaria han ganado relevancia a medida que el hombre se ha desarrollado y vino a vivir en sociedad.

    Así, a la falta de denominación conocida, llamamos Oya a la diosa narrada en esta historia, solo porque fue necesario darle un nombre. Es una deidad africana, que conserva su naturaleza y características aun cuando la historia, en el siglo siguiente, se traslada a la región de Britania, ocupada por los romanos.

    Ahora, que tiene que ver Oya con la princesa celta, solo leyendo el libro para averiguarlo...

    Mónica de Castro – Autora

    Prólogo

    Una nube de polvo gris y espeso se extendió por el bosque, como si el día de repente hubiera dejado de abrazar al sol y hubiera dado paso a la niebla de la mañana. El viento también se volvió extraño, girando en círculos. Parecía que estaba persiguiendo su propia sombra. Los pájaros emprendieron el vuelo, asustados por una presencia intrusa que, subrepticiamente, invadía las inmediaciones, acercándose cada vez más al indefenso poblado.

    Nnenia notó el movimiento inusual y levantó su mano que acariciaba las aguas cristalinas del río. El bosque cobraba vida cuando lo perturbaba lo desconocido, que siempre era una señal de advertencia. Desde donde estaba, no podía ver el pueblo, pero una corriente maligna se deslizó entre las sombras.

    A través de la niebla, oyó los gritos. Amata se movía frenéticamente, atrapada en brazos desesperados buscando una ruta de escape. Sus oídos captaron el alboroto, sus ojos vieron la proximidad del mal, todos sus sentidos intuyeron la angustia de su pueblo. Congelada por la sorpresa, Nnenia esperó. No sabía lo que estaba pasando o lo que debía hacer. Solo sintió miedo. Lo único identificable y real era el miedo.

    Inesperadamente, la gente irrumpió en medio de la vegetación, corriendo como locas, muchas heridas, unas cargadas, otras empujadas. Nnenia sintió que el terror invadía su cuerpo, haciendo que su cabello se erizara y su sangre se helara. Un enemigo salvaje y brutal había invadido el pueblo, diezmando a la tribu con sus afiladas lanzas y sus gritos de guerra, capturando a las mujeres, matando a los ancianos, esclavizando a los niños.

    Los guerreros de su tribu también eran cazadores y, a aquella hora, solían salir en busca de la caza, dejando el pueblo al cuidado de los ancianos. Por su carrera desenfrenada, Nnenia se dio cuenta que aun no habían regresado, y los que quedaban debían estar muertos. El ataque había llegado por sorpresa, precisamente en el momento en que el pueblo estaba más desprotegido y podía ser conquistado fácilmente.

    Aturdida por la confusión, Nnenia se quedó inmóvil, observando la devastación de la única tierra que había conocido como hogar. Hombres altos, fuertes y de ojos feroces aparecieron ante ella, acumulando víctimas al azar, impulsados por el puro placer de matar. A su lado caían personas, muertas o heridas de muerte, golpeadas sin posibilidad de defenderse.

    La conciencia volvió de inmediato. de repente, Nnenia se dio cuenta del peligro, expuesto a la orilla del río, justo en la mira de los agresores. Recuperándose del susto, dejó el pánico de lado y corrió hacia la jungla, buscando refugio entre los arbustos y árboles. Logró esconderse en el hueco de un tronco, tapando la abertura con ramas y hojas. Allí permaneció en silencioso, inmóvil, apenas respirando, esperando que se vaya la mañana, muera la tarde y llegue la noche para teñir el cielo de un azul oscuro, salpicado de estrellitas luminosas.

    En tierra, la oscuridad finalmente se apoderó del bosque, convirtiendo la vegetación en un enorme bloque de oscuridad. Nnenia aguzó el oído y olfateó el aire, tratando de identificar la presencia de algún atacante. La selva; sin embargo, yacía quieta. Los pájaros habían vuelto y se habían dormido, el viento se había cansado de dar vueltas y se había convertido en brisa. Sin sonidos desconocidos, sin movimientos diferentes, sin sombras extrañas. La calma había vuelto al pueblo y sus alrededores.

    Tomando coraje, Nnenia empujó las ramas y asomó la cabeza, tratando de ver en la oscuridad. Nada más que normalidad parecía rondar por allí. Gradualmente, se aventuró a salir, exponiendo una parte del cuerpo a la vez. Cuando no pasó nada, se arrastró afuera, sintiendo náuseas repentinas. Llevado por la brisa, el olor de la sangre era testigo de la muerte. Reprimió las náuseas y se puso de pie. Con cuidado, pisando lo más ligero que podían sus pies, así se dirigió a la aldea. A medida que te acercaba, los dolores de la matanza mezclados con el fuerte olor a quemado. Delante de ella, una hilo de humo aun se desprendía de las cabañas en llamas.

    El pueblo había sido saqueado. De vida, no había señales. Ni de los invasores ni de su gente, ni uno quedó vivo, o al menos eso le pareció. Nnenia circulaba entre los cadáveres, buscando sobrevivientes, al mismo tiempo sentía que el odio se apoderaba de su corazón. No encontró ninguno. Los guerreros y cazadores habían sido diezmados, probablemente emboscados al regreso de la caza. Junto a ellos habían sucumbido los más viejos y los más débiles. Las mujeres y los niños, sin duda esclavizados, debían estar ya muy lejos.

    Dispersos por el terreno, fragmentos de esculturas anunciaban la extinción de su gente, de su arte, de sus costumbres. Con lágrimas en los ojos, Nnenia miró a su alrededor, buscando algo para aliviar su dolor. Cerca de un horno, habían sobrevivido algunas piezas de terracota, medio enterradas en la tierra blanda. Se agachó y recogió una de las figurillas, que aun estaba intacta, que representaba a la diosa Oya, su protectora. ¿Qué sería de ella ahora?

    Nnenia se secó los ojos y se enderezó, apretando la pequeña pieza contra su pecho. De nada servía llorar. No podía simplemente rendirse y darte por vencida a la muerte, junto con los que habían perecido. Eso era triste, cruel, injusto, pero era la realidad. Su aldea había sido destruida, y la vida a partir de entonces sería un completo enigma. Lo que necesitaba era reunir fuerzas y partir en busca de un lugar donde pudiera sobrevivir.

    Cuando se dio la vuelta, se detuvo asustada, de pie frente a ella, un grupo de personas la miraban, asustada, Nnenia pensó en huir, temiendo que los guerreros enemigos hubieran regresado. La gente; sin embargo, no se movió, pero ella escuchó que la llamaban por su nombre mientras se giraba para correr:

    - ¡Nnenia!

    Reconoció la voz al instante. Era su hermano mayor, que estaba cazando en el momento del ataque.

    - ¡Mazi! - Gritó, corriendo en su dirección y arrojándose sobre él.-. ¡Ay, Mazi, fue horrible! Mataron a todos...

    - No a todo el mundo. Algunos lograron huir y esconderse.

    Mazi señaló al pequeño grupo que lo acompañaba, en su mayoría mujeres, ancianos y niños, además de algunos hombres adultos.

    - ¿Y nuestros padres?- Sacudió la cabeza indicando que habían muerto.- ¿Y nuestros hermanos?

    - No queda nadie de nuestra familia.

    - ¿Y ahora, hermano? ¿Qué será de nosotros?

    - Tenemos que irnos. No podemos quedarnos aquí más tiempo, o seremos blancos fáciles. Si se descubre algún sobreviviente, los invasores regresarán.

    - Tienes razón Mazi. Recojamos nuestras cosas -. Y, dirigiéndose a los demás, les habló con un tono cariñoso pero firme:

    - Tomen todo lo que puedan, pero solo lo necesario. No podemos llevar demasiado peso.

    Mazi se sorprendió por la determinación en la voz de Nnenia, pero no dijo nada. La hermana había encontrado su coraje y pronto tomó la iniciativa junto con él. Los demás los siguieron con confianza, contentos de tener a alguien que los guiara. Nnenia reunió sus pocas pertenencias en un bulto, donde metió la pequeña imagen de la diosa Oya, el único vestigio de la cultura de su pueblo.

    Acostumbrados a la vida nómada, no fue difícil para Nnenia y su gente cruzar territorio africano en busca de un lugar donde asentarse. Se enfrentaron a muchos peligros, esquivando animales salvajes y tribus salvajes, hasta que, finalmente, llegaron a Cartago, en el norte de África, atraídos por la reputación de prosperidad marfileña de la que gozaba la ciudad. Allí, Mazi encontró trabajo en el puerto y construyó una pequeña cabaña en las afueras de la ciudad, donde Nnenia cultivaba verduras que vendía en el mercado.

    En los primeros años, encontraron la paz. La vida era dura, el trabajo era arduo, pero el sentimiento de seguridad y libertad que disfrutaban recompensaba los esfuerzos y sacrificios. Todo iba bien, hasta que comenzaron los ataques de Numfdia, la vecina Cartago.

    - Tengo miedo, Mazi - le confesó Nnenia a su hermano.

    Ya sabemos cómo terminan las invasiones.

    - Cártago es una gran ciudad, no como nuestro pueblo.

    - ¡Pero no veo a nadie peleando en su defensa! ¿Por qué Mazi? ¿Por qué los cartagineses no reaccionan a estos ataques?

    - Escuché comentarios en el puerto. Se dice que Cártago tiene prohibido, por parte de Roma, involucrarse en conflictos bélicos.

    -¿Por qué? - Se sorprendió.

    - Algo relativo a guerras pasadas, que ganó Roma y al final de las cuales impuso un tratado de paz, prohibiendo a los cartagineses tomar las armas.

    - ¡Pero esto es absurdo!

    - Puede ser. Se dice que el senado cartaginés envió varias peticiones al senado romano pidiendo ayuda, pero todas fueron ignoradas.

    - ¿Por qué?

    - Porque, a pesar de los embargos impuestos por los romanos, la ciudad prosperó, y eso molestó al senado.

    - Es todo muy confuso, Mazi, no entiendo estas cosas.

    - Es la política, Nnenia, donde cada uno mira por sus propios intereses.

    - ¿Qué haremos? ¿Vamos a permanecer inertes, esperando que pase lo peor?

    - No sé.

    - Le pediré a Oya que nos proteja.

    - Sí, haz eso.

    A pesar de las oraciones de Nnenia, sucedió lo peor. Después de tres años de ataques númidas, ante el silencio del senado romano, los cartagineses decidieron contraatacar, lo que se consideró un incumplimiento de los términos del tratado de paz. Fue el pretexto que el senado romano esperaba atacar al rival, y se enviaron legiones con ese fin. Cártago fue sitiada y pasaron tres años más antes que las tropas romanas lograran atravesar las murallas e invadir la ciudad.

    Fue una lucha feroz, ya que el heroico pueblo de Cártago no estaba dispuesto a ceder y entregar sus dominios fácilmente. Poco a poco; sin embargo, los romanos se infiltraron en la ciudad y tomaron las casas, hasta que consiguieron derrotar al último reducto de la resistencia. Se lanzaron violentos ataques contra la ciudad, mientras los soldados atacaban sin piedad, matando a hombres, mujeres y niños con la misma ferocidad.

    Como era inevitable, en un momento los romanos llegaron a las inmediaciones del lugar donde vivía Nnenia. Abrumados por una furia desenfrenada, sedientos de violencia y sedientos de sangre, los soldados destruyeron todo a su paso. Fue con esta furia que irrumpieron en su casa, matando a Mazi casi instantáneamente, sin siquiera darle tiempo a darse cuenta de la fuente del ataque.

    El soldado que mató a Mazi encontró a Nnenia arrinconada, apuntándole con un cuchillo de carne. El hombre la estudió con cautela y sonrió. Dijo algunas palabras que ella no entendió, señalando el arma en sus manos. Con cuidado, se acercó. Pareció decir algo reconfortante, como si estuviera tratando de tranquilizarla, asegurándole que no la lastimaría. Ella no confiaba en él. Bastó mirar a su alrededor para darse cuenta que sus buenas intenciones eran falsas. Por un segundo; sin embargo, Nnenia vaciló. El instinto defensivo era grande, pero no estaba en su naturaleza matar. Bajó el cuchillo por un instante, lo suficiente para que el soldado experimentado se abalanzara sobre ella.

    Muy rápida y hábilmente, la desarmó. Incluso trató de clavarle el cuchillo; sin embargo, no pudo. El soldado arrojó el arma y le dio un puñetazo, lo que la hizo rodar y caer al suelo, con la mandíbula dislocada ante la violencia del golpe. Ajeno al dolor que ella sentía, el hombre se arrojó sobre ella, dispuesto a poseerla. Él la violó tan salvajemente que ella ni siquiera pudo provocar ningún tipo de reacción. El dolor la paralizó, minando todas sus fuerzas.

    Impotente, se sometió a la lujuria irascible, debilitada por su fuerza bruta.

    Con cada movimiento que hacía el soldado, su corazón se movía con él, bombeando un odio que parecía hervir, haciendo hervir su sangre y adormecer sus sentidos. El dolor que había sentido antes se fusionó con todo ese odio, haciéndolo mucho más poderoso que los músculos que la dominaban. Cuando el hombre terminó, tenía el cuerpo inerte de una mujer cuya belleza de ébano le había encantado. Casi la tomó en sus brazos, ansioso por besarla. Sin embargo, cuando la atrajo hacia él, los ojos de Nnenia cobraron vida y lo miró con más odio. Reuniendo sus fuerzas perdidas, sin decir una palabra, le clavó las uñas en la cara, sin importarle el destino.

    El soldado estaba molesto. Impulsado por la ira, juntó las manos alrededor del cuello de Nnenia y apretó. Ella luchó, él apretó más fuerte. Sus ojos, fijos en los de él, parecían rogar no misericordia, sino justicia. En vano Nnenia trató de liberarse. Gradualmente, los sentidos fallaron, hasta que llegó la bendita inconsciencia, que precedió a la muerte.

    Estaba segura que iba a morir cuando, de repente, el aire se precipitó a través de sus pulmones. Tosió varias veces y se apretó el cuello, lo que le dolía muchísimo. Trató de tragar la saliva, pero no pasó nada en su garganta, cerrada por la inflamación que le causaron las manos del soldado. En su confusión, Nnenia escuchó palabras en ese extraño idioma de los romanos, e incluso logró levantar la vista, justo a tiempo para ver al hombre que la había atacado siendo reprendido severamente por otro soldado, y ella parecía ser el motivo de la reprimenda..

    Dedujo que el recién llegado era un oficial superior y culpó al soldado de lo que le había hecho, aunque el soldado no aceptó la recriminación. El primero tiró del brazo del segundo, tratando de apartarlo, y una pequeña discusión se produjo, el superior estaba realmente enfadado, amenazando al otro, quien la señaló y dijo algo que ella no entendió, pero de donde podía deducir el desdén. El superior insistió, pero el soldado no pareció dispuesto a obedecer. Enfurecido, y tal vez para demostrar que Nnenia no merecía la reprimenda, el hombre empujó al otro hombre con fuerza y cargó contra ella, hundiendo su espada directamente en su corazón.

    Con un golpe rápido y certero, el soldado golpeó a Nnenia, que cayó al suelo como una pluma. Sus ojos buscaron el cuerpo de su hermano, que yacía inerte, ahogado en su propia sangre. Más allá, la estatuilla de la diosa Oya yacía inmóvil, destrozada, toda salpicada con la sangre de Mazi. Fue la última visión que tuvo Nnenia. Mientras sus ojos se nublaban, fijos en su protector, captó los sonidos distintos y cada vez más distantes de la ciudad. Voces masculinas pendencieras, gritos, estallidos de llamas, estruendos... el sonido de la destrucción. En poco tiempo, la vida se escurrió de su cuerpo, junto con la ciudad que, a partir de ese día, dejaría de existir.

    Capítulo 1

    Mientras Alana escalaba la montaña, estaba pensando en lo que diría o haría cuando encontrara a Marlon. Había soñado con él durante mucho tiempo, con sus ojos azules claros y dulces, su voz suave y al mismo tiempo seguro. Marlon le susurraba cosas lindas al oído, palabras de amor que entrelazaba con sus ideas revolucionarias de lucha y libertad.

    Alana entendió bien el significado de la rebelión, aunque su madre trató de desvirtuar su propósito. Le dijo que era una concepción divergente, resultado de personas insatisfechas con el poder establecido y que querían cambiar las tradiciones seculares para alimentar su propio ego a través de la guerra y la dominación impuesta por la envidia y la codicia. Pero ella no creyó una palabra de eso. Se dio cuenta de la enorme diferencia entre ella y el pueblo, que vivía oprimido, esclavizado, mirando las cosechas para pagar los altos tributos a Roma. Nada de eso estaba bien.

    Con la conquista de los romanos también llegó lo que llamaron progreso. La madre dijo que si no fuera por ellos, la gente seguiría viviendo en chozas. Solo la mayoría de los aldeanos todavía vivían en chozas, más grandes o más pequeñas, según la riqueza de quienes las poseían.

    El palacio en el que vivían no era exactamente como los edificios romanos, pero destacaba entre las sencillas chozas de un solo ambiente del pueblo. Alana ahora residía en un gran edificio de dos pisos hecho de piedra y madera, con varias habitaciones, salpicadas de ventanas y puertas. Comparado con el resto de los edificios del pueblo, era realmente algo grandioso, que destacaba y resaltaba la desigualdad entre la gente del pueblo.

    Finalmente, llegó a su destino. Ahí estaba Marlon, sentado en una roca, mirando al horizonte con su habitual mirada perdida. Ella lo vio de lado y estaba segura que él también había notado su presencia. Ella trató de acercarse lentamente, pero él saltó y la agarró, cayendo con ella sobre la hierba blanda.

    - Te tengo - dijo, riendo, mientras intentaba besarla.

    - Hiciste trampa - se quejó ella, viéndose molesta - Viste cuando me acerqué y fingiste no ver.

    - En realidad, fuiste tú quien hizo trampa. Estoy seguro que sabías que te vi, pero te me acercaste de todos modos, tal vez esperando que hiciera exactamente lo que hice.

    - ¿Y entonces, si eso fuera todo? - Replicó ella, en tono de desafío ¿No puedo querer estar debajo de tu cuerpo?

    Él no respondió, la miró a la cara con pasión y la besó ardorosamente. Ella respondió sin dudarlo, entregándose a él por completo. En el calor del deseo, comenzó a acariciar su cuerpo, alentado por el asentimiento tácito que provenía de sus gemidos y contorsiones.

    - ¡Cómo te amo, Alana! - Susurró, demostrando una pasión desesperada y obsesiva -. Ojalá pudiéramos casarnos.

    El recuerdo del matrimonio devolvió a Alana a la realidad.

    Suavemente, empujó a Marlon a un lado, ajustando los bordes de su vestido para cubrir sus piernas.

    - Sabes que no podemos... - replicó ella con severidad, allí para agregar por ahora, pero no le dio la oportunidad.

    - Solo porque tu madre no quiere. ¿Y por qué tienes que obedecer todo lo que dice?

    - Si realmente obedeciera, me casaría con algún romano.

    - Eso es lo que ella quiere, ¿no? Casar a su hija con alguien importante de Roma para asegurarle el reinado de Brigancia. ¿Y te someterás a ello?

    - ¿Tal vez no escuchaste lo que dije? No me voy a casar con nadie, pero no puedo olvidar que mi madre es la reina...

    - Una reina que traicionó a su propio pueblo - interrumpió con la voz trémula de rabia -, se vendió a los romanos, entregó a mi tío para que fuera juzgado y condenado por el enemigo.

    - Mi madre se vio obligada a hacer esto, o de lo contrario, el ejército romano nos masacraría.

    - Eso es lo que ella dice, ¿no es serio?

    - Tu tío Caracatus no fue ejecutado - objetó ella, sintiendo un dejo de irritación -. Escuché que impresionó tanto a los senadores romanos que fue indultado y ahora vive muy bien en Roma. Pensándolo bien, ¿no sería eso también una forma de traición?

    - Estás siendo injusta. A mi tío se le impidió regresar a Britania y tuvo que usar su inteligencia para no ser ejecutado. Hizo lo que fue necesario para sobrevivir.

    - Igual que mi madre.

    - Eso no es excusa - replicó con frialdad -, tu madre lleva una vida de pompa y a cambio condenó al pueblo a la esclavitud. Incluso tu padre finalmente se volvió contra ella.

    - Mi padre acaba de abandonarnos.

    - ¿Y nunca te preguntaste por qué?

    - Mi madre dice que se acobardó ante los romanos.

    Prefirió huir antes que rendirse, por temor a las represalias.

    - Tu padre se convirtió en un gran líder de la resistencia contra los romanos.

    - Mira así, ¿por qué se escapó entonces? ¿No sería recomendable quedarse y luchar?

    - Tu madre lo traicionó y se casó con Velocatus.

    - Mi madre hizo lo que hizo para que no se destruyera Brigancia. Ella no tenía elección.

    - ¿Es eso lo que crees? - Se indignó -. ¿Crees que Cartimandua entregó Brigancia a Roma para que nos proteja?

    - Creo que hizo lo que pensó que era correcto, lo que no significa que esté de acuerdo con ella.

    - Cierto - repitió con desdén -. ¿Cómo puedes pensar que es correcto esclavizar a la gente?

    - Dije que ella piensa que es correcto, no yo. ¡Así como tú, odio a los romanos, pero no puedo evitar el hecho que la reina es mi madre!

    - Lo que te hace una princesa y que, como princesa, debes estar a su lado.

    - No entiendo por qué, a veces, eres tan sarcástico y me culpas por ser quien soy. Quiero que nuestra gente sea libre y quiero casarme contigo, pero no puedo fingir que no soy la hija de la reina.

    - ¿De verdad quieres casarte conmigo? - Replicó, suavizando la voz.

    - Tú sabes que sí.

    - Pero ¿cómo? Tú mismo dijiste que es imposible.

    - No dije que es imposible, sino que no podemos. Y si no me hubieras interrumpido tan apresuradamente, lo habría dicho, pero ahora…

    - Pero ahora... ¿hasta cuándo seria este por ahora?

    - Mañana tendremos una fiesta importante en casa, y mi madre quiere que esté presente.

    - Para conseguirle un marido romano.

    - Exactamente. Asistiré a esta cena y le demostraré que ningún romano me interesa. Entonces le hablaré de nosotros y le diré que me voy a casar contigo, lo quiera o no.

    - ¿Y crees que ella permitirá tranquilamente que su preciosa hija se case con el sobrino del rey Caracatus?

    - No voy a pedirte permiso, solo le participaré mi decisión. O acepta, o pierde a su hija. Recogeré mis cosas y saldré del palacio.

    - ¡No creo! ¿Estás hablando en serio?

    - Más serio que nunca.

    - ¿Para casarte conmigo? - Ella asintió -. Cartimandua nunca te permitirá cambiar el palacio por la choza de un revolucionario.

    - Si ella no acepta, saldremos huyendo.

    - ¿Escapar? ¿Para donde? ¿Y nuestra lucha?

    - Me gustaría buscar primero a mi padre, pero no tengo ni idea de dónde esté.

    - Después que atacó a Brigancia y fue derrotado por los romanos, después del arresto de mi tío, no se le volvió a ver. Hay rumores que se refugió entre los Trinovantes, pero tal vez sea solo un rumor, no lo sé. De todos modos, nunca llegamos allí.

    - Podría estar con los icenos. Mi padre y el rey Prasutagus solían ser amigos.

    - Eso fue antes que Prasutagus se vendiera a los romanos.

    - No te equivoques, querida, no tenemos adónde ir.

    - Luego huiremos hacia el norte, donde los romanos no pueden penetrar.

    - No lo entiendes, Alana. No puedo huir.

    Tengo un deber con los bandidos.

    - No será para siempre. El tiempo suficiente para que mi madre se calme y nos deje en paz, quién sabe, bueno, ¿no se convence que tenemos razón y se alíe con nosotros?

    - Ahora estás siendo ingenua. Eso nunca sucederá.

    - Si no sucede, regresaré a tu lado, como una guerrera, para retomar Brigancia y devolvérsela a nuestra gente.

    - Eres una princesa, Alana, no una guerrera. Ni siquiera sabes cómo tomar las armas.

    - Puedes enseñarme.

    Él la miró con admiración y respondió, todavía resistente:

    - No será fácil.

    - No digo que sea fácil, pero no imposible. Tengo muchas ganas de aprender a usar la espada y la lanza, para luchar a tu lado.

    - ¿Está segura?

    - Absolutamente. Puede que sea una princesa, pero siento que nací para luchar. Lo que más quiero es aprender y tú me puede enseñar.

    La besó apasionadamente, sabiendo que sería una excelente guerrera. Emocionado ante la perspectiva de enseñarle todo lo que sabía sobre la lucha y la guerra, la atrajo hacia sí y la depositó sobre la suave hierba. Alana respondía a sus besos, aceptaba sus caricias y pronto estaban haciendo el amor. Marlon la amaba; sin embargo, tenía una forma agresiva de demostrar lo que sentía y, de vez en cuando, la lastimaba sin querer. Era raro y algo a veces incluso la asustaba, con su mirada de loco y su ira incontenible. Aunque la amaba, parecía disfrutar haciéndole daño.

    - Es tarde, tienes que irte - anunció, levantándose rápidamente -. Espera a

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