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De Frente con la Verdad
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Libro electrónico452 páginas6 horas

De Frente con la Verdad

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Información de este libro electrónico

Cuando Luciana se fue, Marcela pensó que sería el final de su vida. El desequilibrio la llevó a tomar medidas extremas.

Después de un suicidio frustrado, encontró en el médico que la salvó una nueva razón para vivir.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento29 jul 2023
ISBN9781088235850
De Frente con la Verdad

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    De Frente con la Verdad - Mônica de Castro

    ROMANCE ESPÍRITA

    DE FRENTE CON LA VERDAD

    MÔNICA DE CASTRO

    POR EL ESPÍRITU

    LEONEL

    Traducción al Español:      

    J.Thomas Saldias, MSc.      

    Trujillo, Perú, Agosto 2020
    Título Original en Portugués:
    DE FRENTE COM A VERDADE
    © MÔNICA DE CASTRO
    Revisión:

    Zenobia Ponciano Agama

    World Spiritist Institute      

    Houston, Texas, USA      
    E–mail: contact@worldspiritistinstitute.org

    MÔNICA DE CASTRO

    MÔNICA DE CASTRO nació en Rio de Janeiro, donde siempre estuvo en contacto con el Espiritismo, viviendo desde temprano los más diversos fenómenos mediúmnicos. Años más tarde, después del nacimiento de su hijo, inicio na nueva fase de su mediumnidad, desarrollando la psicografía por medio de romances dedicados a la autorreflexión y al bienestar humano.

    Con el paso de los anos, se desvinculó de los títulos religiosos y doctrinarios, pasando a aceptar como fuente de sus obras las formas de conocimiento y sabiduría que tengan como meta el despertar del hombre como el ser espiritual que es.

    A la actualidad, ha escrito más de diecisiete romances, todos dictados por el mismo espíritu Leonel. Desde el año 2000, con más de un millón y medio de ejemplares vendidos, la autora se ha dedicado a llevar al público romances esclarecedores, que estimulan a las personas a usar la inteligencia en la modificación de los valores internos, para la superación de las culpas, de los sufrimientos y el descubrimiento de una vida más iluminada y feliz.

    LEONEL

    MÔNICA DE CASTRO y LEONEL siempre estuvieran juntos. Unidos hace muchas vidas, decidieran, en esta encarnación, desarrollar el trabajo de psicografía, uniendo los dones mediúmnicos a los literarios. Ambos ya fueron escritores, de allí la sintonía perfecta y la simbiosis con la que relatan las historias pasadas en otros tiempos.

    Apenas un trabajador del invisible, como gusta caracterizarse, Leonel decidió dar continuidad a la tarea de escribir, esta vez casos reales, sacados de los relatos de espíritus con quienes mantiene contacto en el mundo espiritual. Después de la autorización de los involucrados, inspira al médium, los libros que ella psicografía, siguiendo con fidelidad, puntos importantes para la aclaración de los lectores. Algunos pasajes, sin embargo, deja a la imaginación de la autora, a fin de hacer las historias más estimulantes, imprimiéndoles mayor emoción. No obstante, nada va al público sin su aprobación, y todo requiere el debido mejoramiento moral.

    Lo que Leonel más desea con los libros que psicografía es que las personas aprendan a lidiar con sus culpas y frustraciones, a fin de desarrollar en sí mismas la capacidad innata que todo ser humano posee de ser feliz.

    En su última y breve encarnación, Leonel vivió en Inglaterra a inicios del siglo XX. Vivió los horrores de la Primera Guerra Mundial y desencarnó a los veinte años de edad. Fue también escritor en los años idos del siglo XVIII, cuya vida esta reseñada en el libro "Secretos del Alma."

    Del Traductor

    Jesus Thomas Saldias, MSc., nació en Trujillo, Perú.

    Desde los años 80's conoció la doctrina espírita gracias a su estadía en Brasil donde tuvo oportunidad de interactuar a través de médiums con el Dr. Napoleón Rodriguez Laureano, quien se convirtió en su mentor y guía espiritual.

    Posteriormente se mudó al Estado de Texas, en los Estados Unidos y se graduó en la carrera de Zootecnia en la Universidad de Texas A&M. Obtuvo también su Maestría en Ciencias de Fauna Silvestre siguiendo sus estudios de Doctorado en la misma universidad.

    Terminada su carrera académica, estableció la empresa Global Specialized Consultants LLC a través de la cual promovió el Uso Sostenible de Recursos Naturales a través de Latino América y luego fue partícipe de la formación del World Spiritist Institute, registrado en el Estado de Texas como una ONG sin fines de lucro con la finalidad de promover la divulgación de la doctrina espírita.

    Actualmente se encuentra trabajando desde Perú en la traducción de libros de varios médiums y espíritus del portugués al español, así como conduciendo el programa La Hora de los Espíritus.

    Psicografía de Mônica de Castro por el Espíritu Leonel

    Mi amor por la literatura ha existido desde mi infancia.

    Siempre me gustó leer y escribir, en verso y en prosa, y fue en los poemas de Manuel Bandeira donde afiné aun más la sensibilidad de mi alma.

    Me gustaba escribir poemas, cuentos, textos diversos, e incluso gané un concurso de poesía a los trece años, aquí en la ciudad de Río de Janeiro, donde nací en 1962. Al mismo tiempo, despertó mi mediumnidad y adopté el Espiritismo como bálsamo para mi corazón.

    Mi deseo siempre ha sido ser escritora. Pero la vida nos lleva por caminos diferentes, siempre para nuestro beneficio, y terminé licenciándome en Derecho y pasando un concurso para el Ministerio Público del Trabajo. Años más tarde, después del nacimiento de mi hijo, sentí la primera inspiración. Fue algo extraño.

    Una voz estaba en mi cabeza, repitiendo ese nombre: Rosali, y la idea de hacer un romance surgió de inmediato. Rechacé la idea y pensé:

    ¿Quién soy yo para escribir una novela?

    Por otro lado, la misma voz también me dijo: "No está de más intentarlo.

    Lo máximo que puede pasar es que no pase nada." Acepté la sugerencia de lo invisible, creyendo que era mi pensamiento, y fui a sentarme frente a la computadora.

    Al mismo tiempo, la inspiración para "Una historia de ayer" vino espontáneamente y comencé a escribir, un poco cada día.

    Hasta entonces, no sabía que estaba psicografiando.

    Recién cuando terminé la novela recibí la psicografía de Leonel, que abre mi primer libro y aparece en él, dando su nombre. Pero fue necesario un gran desprendimiento para escribir, sin cuestionar y aceptar la interferencia del espíritu. Hoy, puedo decir, Leonel es parte fundamental de mi vida.

    No escribo para vivir. Escribo porque me gusta y porque creo que estoy haciendo algo bueno por la gente.

    Y es este sentimiento el que me hace querer escribir cada vez más.

    Es para la gente que vale la pena escribir. Para lectores que buscan algo, más allá del aquí y ahora, y que creen en el poder de la fe, el autoconocimiento y el amor, como caminos seguros para la transformación del Ser.

    Creo que todos podemos trabajar por la mejora moral de la humanidad para construir un mundo mejor.

    RESUMEN:

    Cuando Luciana se fue, Marcela pensó que sería el final de su vida. El desequilibrio la llevó a tomar medidas extremas.

    Después de un suicidio frustrado, encontró en el médico que la salvó una nueva razón para vivir.

    Temiendo los prejuicios, Marcela oculta la abrumadora pasión del pasado de su joven novio.

    A partir de ahí, se entromete en una red de omisiones y subterfugios para intentar contener la verdad, viendo en Luciana el arma con la que el enemigo tramará su derrota.

    El pasado; sin embargo, no se puede borrar, y las experiencias vividas en él quedan en el repositorio indeleble del alma. Tarde o temprano, el universo revela secretos e ilusiones, porque la verdad es el estado natural de todas las cosas. Aun atrapada por las desilusiones del mundo, Marcela no comprende el trabajo de la naturaleza, que trabaja sin cesar para restablecer su curso.

    Por mucho que intentes huir o esconderte, los rumbos que toma la vida siempre llegan al mismo punto, donde inevitablemente se enfrentará a la verdad.

    DE FRENTE CON LA VERDAD

    El libro que Marcela acababa de leer yacía inerte en un rincón, la última página abierta y manchada por la humedad de sus lágrimas. Se trataba de un libro de poesía, de João Cabral de Mello Neto, en el que el personaje central cuestionaba si sería mejor saltar del puente y renunciar a la vida. Esa idea le pareció romántica y la pilló envidiando a la criatura que, con tanta valentía, decide abandonar las desilusiones de la vida. ¿Por qué no podría hacer lo mismo?

    Con pasos lentos, se acercó al mueble del baño y abrió la puerta del espejo oxidado, mirando hacia adentro con angustia. Rebuscó en los estantes hasta que encontró lo que estaba buscando: un frasco de pastillas para dormir.

    Le dio la vuelta en la mano y cerró la puerta, presionando la botella contra su pecho. Dos lágrimas gruesas corrieron por su rostro y suspiró amargamente.

    ¿De qué serviría vivir? Su vida había perdido su significado esa noche, exactamente en el momento en el que Luciana dijo que todo se había acabado. Y ella simplemente no pensó que podría vivir sin Luciana.

    Todavía recordaba el día en que dejó a su familia y la ciudad de Campos para seguirla. Luciana siempre había sido una chica inteligente, traviesa y extrovertida, muy segura de sí misma y de sus elecciones. Cuando finalmente descubrió su verdadera orientación sexual, se entregó a ella sin mucho cuestionamiento, ni le dio importancia a los comentarios maliciosos sobre ella. En 1966, en un pequeño pueblo como Campos de Goytacazes, fue un escándalo sin precedentes.

    Cuando el hecho pasó al dominio público, la familia se rebeló, los amigos se fueron, los maestros le reprocharon, y acabaron pidiéndole que abandonara la escuela normal a la que asistía.

    Fue por esta época cuando se conocieron. Los padres de Luciana la castigaron a los casi diecisiete años, prohibiéndole salir de casa e inscribiéndola en otra escuela, al otro lado de la ciudad, donde aun no habían llegado los rumores. A pesar de la revuelta, Luciana estuvo de acuerdo con las demandas de sus padres.

    Era menor de edad y no tenía muchas opciones. Quería salir de Campos, pero no pretendía huir de casa para hacerse prostituta en una gran ciudad.

    Tenía mayores ambiciones. Tenía la intención de terminar su curso normal para ingresar a una universidad en Río de Janeiro, donde podría mezclarse con la multitud y hacer que su vida sexual pasara desapercibida.

    Cuando Luciana ingresó al aula a mediados de año, llamó la atención de muchas personas. Ella era el tipo de chica cuyo comportamiento estaba fuera de lugar.

    Sin embargo, entró sonriendo y se sentó a sentarse en el único lugar vacío de la sala, junto a Marcela. Como era nueva en la escuela y no conocía a nadie, pronto tuvo una conversación con Marcela, quien por su timidez no tenía muchos amigos.

    De la conversación pasaron a las reuniones y de ahí a una relación más íntima no pasó mucho tiempo.

    Pronto, las dos estaban saliendo, sin que la familia de Marcela lo sospechara, y la de Luciana prefirió no saberlo.

    Después del año escolar, ahora con dieciocho años y graduada como maestra, Luciana decidió partir.

    Llamó a sus padres y les comunicó su decisión. Los padres mostraron alivio y no objetaron. Era incluso mejor para ellos deshacerse de esa hija ingrata, la oveja negra de la familia, que solo los metió en problemas y empañó su reputación de personas honestas y correctas. Su padre incluso le dio dinero para los primeros gastos, con la condición de que se instalara en Río de Janeiro y nunca regresara a Campos, a menos que se enmendara y volviera a ser una niña decente.

    Luciana no cuestionó. Cogió el dinero, hizo la maleta y se marchó sin más complicaciones.

    Para Marcela, las cosas no fueron tan fáciles.

    Los padres no sabían nada de su romance con Luciana y no querían permitir que ella se fuera con su amiga a una gran ciudad llena de tentaciones como Rio. No le dieron ningún apoyo y hasta le prohibieron ir.

    Demasiado frágil para enfrentarlos, Marcela no insistió, sobre todo porque Luciana le había prometido escribirle siempre.

    Las cartas de Luciana llegaban con regularidad, hasta que un día la niña le escribió diciendo que había pasado un concurso público y ahora impartía clases en un colegio del municipio.

    Había alquilado un pequeño departamento de una habitación en el suburbio e invitó a Marcela a vivir con ella.

    La felicidad era tan grande que Marcela pensó que le iba a estallar el pecho.

    Pero ¿qué podía hacer? Decirles a sus padres sería una locura porque nunca la dejarían ir.

    A los diecinueve años, decidió que era mejor huir. Como no podía contar con la ayuda económica de su padre, le escribió a Luciana, quien le envió suficiente dinero para el viaje. A escondidas, Marcela compró su boleto y, en el día y la hora señalados, se subió al autobús y se fue, encontrándose con Luciana, quizás para nunca regresar a su tierra natal.

    Así empezó su relación. Luciana iba bien en la profesión y aprobó el examen de ingreso a la escuela de Odontología, con su ayuda, Marcela ingresó a la Facultad de Artes y consiguió un trabajo como asistente en una escuela privada.

    Luego se mudaron a un departamento mejor, en un barrio de clase media, y vivieron sus vidas en paz y tranquilidad, sin nadie que interfiriera con sus vidas. Los vecinos no sabían nada sobre su relación y, para todos los efectos, eran solo estudiantes de otra ciudad que compartían un apartamento. Esos recuerdos hicieron temblar el corazón de Marcela. Habían sido felices durante casi ocho años, y ahora Luciana le decía que todo había terminado.

    ¿Qué haría con su vida a partir de entonces? De hecho, no tenía más vida.

    La vida de Marcela había terminado cuando Luciana cruzó la puerta del departamento diciendo que no tenía intención de regresar.

    Ella todavía no entendía qué había hecho mal. Nada, había dicho Luciana, pero Marcela no podía creerlo.

    Algo había sucedido. Incluso pensó que Luciana había conocido a otra persona, pero ella le aseguró que no. El amor que las había unido en el pasado simplemente había terminado, y Luciana pensó que era hora de que cada uno siguiera su propio camino.

    Pero los caminos de Marcela estaban entrelazados con los de Luciana, o eso creía ella. No podía y no quería vivir sin él. Cuando se fue, Marcela estaba desesperada y se lanzó a llorar profundamente, hasta que tomó un libro de poesía, que fue lo único que la calmó. Comenzó a leer Muerte y Vida Severina, hasta que ese pasaje le llamó la atención. Al igual que el personaje, ella también dudaba que todavía valiera la pena vivir. La miseria también había invadido su vida, por el desamor.

    Saltar del puente le parecía la única solución, y esas pastillas serían su puente al más allá, a la nada, a una existencia en la que el vacío no extrañaría la presencia de Luciana.

    Marcela se sentó en la cama y miró fijamente el frasco de la medicina, todavía dudando entre tomarlo o no.

    De vez en cuando miraba el libro en el suelo y el retrato de Luciana en la mesita de noche, y sus ojos volvían a derramar lágrimas.

    – ¡Ah Luciana, no puedo vivir sin ti! ¿Por qué me hiciste esto, por qué? Al pensar en la amada, Marcela sintió que no había otra salida a su dolor. Era muerte o vida vacía.

    Preferiría morir. Decidida, se levantó y fue a buscar agua a la cocina. Regresó al dormitorio y vertió el contenido del frasco de medicina en sus manos, metiéndose todas las pastillas en su boca y bebiendo el agua en grandes sorbos. Repitió este movimiento hasta que no quedaron más pastillas en el frasco.

    Llorando más y más, se acostó en la cama, acomodándose en las almohadas. Cogió el retrato de Luciana, se aferró a él y cerró los ojos.

    Ahora solo estaba esperando que llegara la muerte.

    * * *

    Al salir del departamento que compartía con Marcela, Luciana sintió que se le ahogaba la garganta. Después de todo, eran muchos años de convivencia, y aunque no quería seguir viviendo con Marcela, la situación no le era indiferente.

    Habían sido amigas, amantes y confidentes durante mucho tiempo. Compartieron alegrías, tristezas y dificultades.

    Ganaron en la vida solas, luchando contra todo y contra todos, estableciéndose en el mundo como mujeres y buenas personas. No fue nada.

    Al contrario, era algo para recordar y de lo que estar orgulloso durante toda la vida. El año pasado, las cosas entre las dos no iban bien. Luciana tenía ganas de conocer a otras personas, viajar, asistir a seminarios y congresos relacionados con su profesión. Pero Marcela, aunque no se opuso, no estaba segura de su ausencia, llamando a los hoteles donde se hospedaba todo el tiempo, recogiendo llamadas no devueltas, temiendo que se interesara por alguien más. Pero lo que Luciana quería era vivir en libertad.

    Aunque disfrutó de conocer gente interesante, no fue sexualmente que trató de involucrarse con ellos.

    Disfrutaba de las conversaciones intelectuales, especialmente las relacionadas con su profesión.

    Lástima que Marcela estuviera tan insegura y asustada. A un precio muy alto, también logró aprobar un concurso para impartir clases de portugués en una escuela científica.

    Ella, Luciana, había dejado la profesión docente para dedicarse a la odontología, para entregarse en exclusiva al pequeño consultorio que, con mucho sacrificio, logró establecer en Méier, junto a Maísa, una amiga de la universidad.

    Después de todo, por eso había ahorrado dinero durante tantos años para poder cumplir su sueño de tener su propia consulta.

    La inseguridad y los miedos de Marcela fueron quizás los principales responsables del fin de su relación.

    Luciana era muy decidida y segura, independiente y confiada, todo lo que Marcela no era. Esto la decepcionó, porque Marcela era su contrario y no le causaba admiración. Nunca hizo lo que Luciana esperaba, se acobardó frente a todo y a todos, siempre temiendo que descubrieran su relación.

    Esta actitud cansó cada vez más a Luciana, hasta que, saturada y sin ver la perspectiva de cambio en Marcela, decidió que lo mejor, a partir de entonces, sería separarse.

    Durante mucho tiempo, Luciana se sintió responsable de Marcela, por haberla convencido de dejar Campos y la seguridad de los padres. Fue Maísa quien le mostró que Marcela era dueña de su vida y capaz de decidir su propio camino.

    – Sé cómo te sientes, había dicho Maísa –. Marcela vino de Campos después de ti.

    – Pero mira lo que hiciste por ella.

    – Si no fuera por ti, ella no estaría capacitada ni tendría el trabajo que tiene.

    – Si es profesora de letras, es gracias a ti.

    – No es así – respondió Maísa a Luciana.

    – Marcela siempre fue muy inteligente.

    – Pero no está decidida en absoluto. Se asusta y es insegura. Fuiste tú quien le dio fuerzas, quien la animó a ser alguien.

    Ahora es el momento de que ella camine con sus propias piernas.

    No es justo que permanezcas atrapado con aquellos a quienes no amas solo por culpa o gratitud.

    Maísa habló tanto, que Luciana decidió tomar esa decisión. Le gustaba mucho Marcela, pero ya no podía vivir con ella.

    Quería libertad para disfrutar de la independencia recién obtenida.

    Y luego, no era justo renunciar a sus planes para satisfacer las necesidades de Marcela. Ahora era una mujer más madura y capaz de manejar su propia vida. Entonces tomó esa actitud. Fue difícil terminar una relación de más de siete años, pero se decidió.

    Intentó ser lo más amable posible, sin dejar de ser sincera.

    Expuso los sentimientos de Marcela, sus deseos y afirmó que la decisión era irrevocable. Ya no la amaba, aunque le tenía mucho cariño.

    Quería lo mejor para Marcela, pero también quería lo mejor para ella.

    Podrían seguir siendo amigas, pero sin vinculación emocional o sexual. Cuando Marcela se echó a llorar y se arrojó en sus brazos, rogándole que no se fuera, Luciana casi se rindió, pero algo dentro de ella le dijo que sería peor.

    Estaría alimentando una mentira y empezaría a estar insatisfecha para que Marcela no sufra. No fue justo para ella ni para Marcela. Lo mejor para ambas era la separación, por mucho que Marcela no pudiera verlo así.

    Luciana se separó con firmeza de su acompañante, recogió su maleta y se fue apresurada, olvidándose incluso de dejarle las llaves. Sabía que Marcela no la seguiría, temiendo que los vecinos se dieran cuenta de que estaba desesperada por haber sido abandonada por otra mujer.

    Luciana se fue, y Marcela lloraba detrás de la puerta, hasta que decidió tomar esa actitud extrema y desesperada.

    Aunque Luciana desconocía sus intenciones, una inquietud comenzó a expandirse por su pecho y un miedo indescriptible se apoderó de su corazón.

    ¿Y si Marcela hiciera algo estúpido? Luciana caminaba con esa horrible sensación, tomó un taxi y se dirigió al departamento de Maísa, con quien viviría a partir de entonces.

    Maísa no era homosexual, pero sí una persona de mente abierta y sin prejuicios, cuyos padres la enviaron temprano a estudiar a Río de Janeiro.

    Al llegar a la casa de Maísa, la amiga estaba terminando de lavar los platos de la cena, Luciana puso su maleta en el salón y fue a buscarla a la cocina.

    – Lamento no haberte esperado para la cena – dijo Maísa, pero te demoraste demasiado y me moría de hambre.

    Todavía hay arroz y frijoles en la olla. Solo fríe un bistec. ¡Ah! Y hay ensalada en la nevera.

    – No quiero nada, Maísa, gracias.

    Maísa se secó las manos con el paño de cocina y se acercó a Luciana, que estaba sentada a la mesa.

    – ¿Y entonces? ¿Cómo te fue? ¿Salió todo bien?

    – Peor de lo que imaginaba. Marcela no quiso aceptarlo y estaba desesperada. Tuve que dejarla llorando y salir del camino.

    – Qué cosa aburrida.

    – Sí, fue muy molesto. Y triste también.

    – Pero lo importante es que lo hiciste.

    – Lo hice... sí, lo hice. Pero estoy preocupada. Siento que Marcela es capaz de tonterías.

    – ¿Lo crees posible?

    – No lo sé, mi corazón es diminuto.

    – ¿Quieres que pase por allí y vea si está bien?

    – ¿Tú harías eso?

    – Por supuesto, no me cuesta nada. Y, además, tampoco quiero que Marcela haga ninguna estupidez.

    Con las llaves que Luciana se había olvidado de entregar, Maísa llegó al apartamento de Marcela.

    * * *

    Tocó el timbre una, dos, tres veces y nada abrió Marcela.

    Pegó la oreja a la puerta, pero no escuchó nada.

    O se había ido o no quería responder; o, peor aun, había sucedido algo. Maísa no podía esperar más. Sacó la llave de la bolsa y la puso en la cerradura, abriéndola con manos temblorosas.

    – ¡Marcela! – llamó –. ¡Hola! ¿Estás ahí?

    El apartamento estaba a oscuras y en total silencio, Maísa encendía las luces dondequiera que iba. Iluminó la habitación, el pasillo y se asomó a la cocina del otro lado. Parecía desierto y Maísa fue al dormitorio.

    La puerta estaba cerrada y llamó suavemente. Nadie respondió y volvió a llamar. Silencio.

    Probó la manija, que cedió de inmediato. Maísa empujó la puerta, que se abrió lentamente, y encendió la luz. Rápidamente escaneó la habitación y vio...

    En un instante, lo entendió todo. Marcela acostada en la cama, el retrato de Luciana en brazos, el frasco de medicina en el suelo. Maísa soltó un grito de pavor y corrió hacia el otro, tratando de escuchar su corazón. Los latidos parecían débiles, la respiración casi inexistente. Rápidamente, corrió hacia el teléfono y llamó a la sala de emergencias.

    Le dio la dirección al asistente, le explicó más o menos la situación, dejó caer el teléfono en el gancho y le arrebató el retrato de Luciana de las manos a Marcela, y se fue apresuradamente poco después.

    Con el corazón latiendo con fuerza, Maísa bajó corriendo las escaleras y se fue a esconder al otro lado de la calle, bajo la sombra de una farola cuya lámpara estaba apagada.

    Poco después, apareció una ambulancia y hombres vestidos de blanco entraron apresuradamente en el edificio. Más atrás, una patrulla estacionada y dos guardias salieron. Algunos vecinos aparecieron en las ventanas, pero nadie sabía nada, nadie la había visto. Maísa tenía miedo de todo lo relacionado con la policía, por su implicación con el movimiento estudiantil en la universidad. Ella había formado parte de la Unión Nacional Estudiantil (UNE) e incluso había sido registrada ante la policía, pero el padre de su novio, que era juez del Tribunal de Justicia, logró liberarla. Desde entonces, se había jurado a sí misma que ya no estaría involucrada en la política ni en la dictadura y evitó cualquier contacto con la policía.

    Momentos después, aparecieron los enfermeros cargando una camilla, con el cuerpo de Marcela extendido, y Maísa apretó los dientes en su mano apretada. ¿Estaba muerta?

    No podría decirlo. Esperó hasta que los guardias también se fueron y regresó a casa.

    – ¿Y entonces? – Preguntó Luciana, tan pronto como abrió la puerta –. ¿Cómo está? – Maísa estaba lívida como una hoja de papel. Tomó un vaso de agua y bebió con avidez, tirándose pesadamente en el sofá.

    – Ni siquiera quieres imaginarlo – empezó a decir –. Cuando llegué allí, encontré a Marcela acostada en la cama, aferrada a tu retrato, con un frasco de pastillas para dormir en el suelo.

    – ¡Dios mío! ¿Está muerta?

    – No sé. Cuando me fui, ella estaba respirando.

    – ¿La dejaste ahí?

    – Y claro que no. Llamé al 911 y me fui. ¡Ah! Y tomé la foto de sus manos.

    Maísa sacó el retrato de Luciana de su bolso y se lo extendió.

    – ¿Por qué hizo eso? – Luciana quiso saber.

    – Sabes que no puedo tener complicaciones con la policía. Pensé que tú tampoco querías. Imagínate lo que la policía no dirá cuando se enteren de que intentó suicidarse por tu culpa.

    – Pero ¿qué le pasó? ¿A dónde la llevaron?

    – Para el hospital, por supuesto.

    – ¿Qué hospital? ¿Cómo sabemos a dónde fue?

    – ¿Quieres un consejo, Luciana? Sé que es difícil, pero es mejor olvidar lo que pasó. No hay nada que puedas hacer.

    Marcela está siendo atendida, ya no es tu problema.

    – ¿Cómo puedes ser tan fría, Maísa? ¿Y si ella muere?

    – No quiero que muera, pero no podemos hacer nada más. Ahora les toca a los médicos.

    – Tienes miedo de que la policía toque aquí, ¿no?

    – Te dije que no puedo involucrarme...

    – ¡Yo sé, yo sé! Pero tampoco puedo sentarme aquí sin saber qué le pasó a Marcela.

    Tengo que hacer algo.

    – Creo que es mejor que no hagas nada. La policía querrá saber quién llamó.

    – Puedo decir que fui yo.

    – ¡Ah! ¿Si? ¿Y por qué te fuiste? Solo los culpables huyen. Por amor de Dios, Luciana, no me metas en problemas.

    Más tarde, puedo pedirle a Breno que pida a su padre que averigüe algo. Aunque molesta, Luciana consintió. Tenía miedo de comprometer a Maísa, que había hecho todo lo posible para ayudar.

    En consideración a ella, esperaría hasta el día siguiente, cuando Breno, su novio, pudiera obtener alguna información de su padre. Si no conseguía nada, ella misma buscaría a Marcela, aunque tuviera que llamar a todos los hospitales de la ciudad.

    Cuando Marcela abrió los ojos, lo primero que vio fue un chico rubio, ojos azules, todo vestido de blanco, sonriéndole.

    – ¿Morí? divagó, todavía un poco mareada.

    – Esto no es el cielo, ni yo soy tu ángel de la guarda – respondió el niño, dirigiéndose a ella con una sonrisa comprensiva.

    – Estás en el hospital de Andaraí y yo soy el médico de guardia.

    – ¿Médico? ¿Hospital? Pero ¿que...?

    Solo entonces Marcela recordó lo sucedido: de Luciana, de la desesperación, de la medicina. Estaba profundamente avergonzada por la situación.

    Temía que se enteraran de que había intentado suicidarse por culpa de otra mujer.

    – Todo está bien – dijo el médico –. Lo hicimos a tiempo.

    – Gracias – dijo tímidamente.

    Luego cerró los ojos y se durmió. Asegurándose de que volviera a dormirse, el médico la escuchó una vez más y fue a atender a otros pacientes.

    Sin embargo, no pudo desviar los pensamientos de la niña.

    Había algo en ella que le había llamado la atención. ¿Qué llevaría a una chica tan hermosa a ese acto extremo? Ciertamente, su novio la había abandonado y no había podido soportar la separación. ¿Y dónde estarían tus padres? ¿Por qué no había venido nadie a cuidarla?

    Más tarde, cuando regresó a la enfermería, Marcela ya estaba despierta, bebiendo la sopa que la enfermera le había dejado al lado de la cama.

    – ¡Hola! – la saludó amablemente –. ¡Me alegro de que esté mejor!

    – Gracias... – murmuró, metiéndose la cuchara sopera en la boca para no tener que decir nada más.

    – Te llamas Marcela, ¿verdad?

    – ¿Cómo supiste?

    – La policía me informó.

    – ¿Policía? ¡Pero no hice nada malo!

    – Bueno, trataste de suicidarte y este es un caso policial. Sabes, tienen que saber si fue un intento de suicidio

    – Eso fue una locura. Estaba loca.

    – No tienes que decir nada. Sé lo doloroso que debe ser para ti. Trata de no recordar las cosas tristes ahora.

    – Gracias doctor...

    – Flávio. Pero no tienes que llamarme doctor, no.

    Marcela encontró encantadora la sonrisa de Flávio y bajó la mirada, avergonzada. Nunca en su vida había pensado tanto en un hombre.

    – ¿Cuándo me darán el alta?

    – Mañana. Estás muy bien, y no veo motivo para tenerte aquí – notando su aire de tristeza, Flávio consideró.

    – ¿Qué es? ¿No estás feliz de poder irte?

    – Yo soy... pero es eso...

    La frase murió en sus labios. En lugar de palabras, lo que salió de su boca fue angustia y sintió sollozos, y enterró su rostro en la almohada, llorando copiosamente.

    Apenado, Flávio se alisó el cabello, sintiendo una extraña conmoción por dominarlo y respondió con ternura:

    – Llorar es bueno para el alma y el corazón. Deja que las lágrimas limpien tu pecho de todo dolor.

    Al escuchar palabras tan tiernas, Marcela redobló sus lágrimas, agarrando la mano que la acariciaba. Solo después de muchos minutos se detuvo y, durante todo ese tiempo, Flávio le permitió tomar su mano, apretando la de ella como para transmitirle fuerza. Cuando finalmente se calmó, se secó los ojos y evitó mirarlo, dijo en tono de disculpa:

    – Lo siento, Dr. Flávio... ¡Es tan difícil...!

    Yo sé, yo entiendo. Pasaste por tiempos realmente difíciles.

    Estabas entre la vida y la muerte y, aunque no sé ni quiero saber los motivos que la llevaron a tan desesperado acto, sé que debe haber sido algo muy difícil también.

    Pero estás viva y eso es lo que importa.

    – Estoy sola en el mundo No me queda nada...

    – No digas eso. Eres joven, tienes toda la vida por delante.

    – Siento que mi vida se acabó...

    Flávio estaba seguro de que Marcela había pasado por una seria decepción amorosa, pero no quería avergonzarla ni revivir recuerdos dolorosos.

    – Tu vida apenas ha comenzado – alentó –. Las personas y las cosas van y vienen de nuestras vidas, dejan huellas en nuestro corazón, pero no tienen el poder de llevarse nuestra alegría. Solo necesita recuperarse y descubrir cuántas cosas buenas puede hacer por ti.

    – No puedo hacer nada por mí misma.

    – No es verdad. Puedes hacer tu mejor esfuerzo. ¿Y tu contribución al mundo?

    – No tengo nada para dar al mundo.

    – No creo. ¿Qué haces?

    – Soy profesora de literatura.

    – ¿Es cierto? ¿Ves lo útil e importante que eres? ¿Cuántos estudiantes dependen de ti, ahora mismo, para educar y crecer?

    – Hay muchos profesores de literatura en el mundo.

    – Pero si desapareces, el mundo tendrá uno menos. ¿No es una pena?

    Marcela no pudo evitar sonreír. El Dr. Flávio hacía todo lo posible por animarla, y ella contradecía todo lo que decía, con un pesimismo que ya empezaba a resultar desagradable.

    – Tiene razón, doctor. Lo que hice fue una tontería, pero estaba desesperada.

    – La desesperación también va y viene. Si tenemos paciencia y confianza, desaparece como vino.

    – ¿Siempre eres tan optimista?

    – Mucho más cuando dejan de llamarme señor – ella se rio más fuerte y él sintió que estaba preso a aquella sonrisa ingenua y hasta infantil –. ¿Sabías

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