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La Conquista de la Paz
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Libro electrónico617 páginas8 horas

La Conquista de la Paz

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Información de este libro electrónico

No dejarse abatir y ser fuerte. Pero ¿cuando la vida pierde el color, el brillo y perdemos la fuerza...? ¿Y cuando no existe más el deseo de vivir...?

Antonella y Enrico tienen cinco hijos bien criados, adultos e independientes. La familia es sólida en

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento27 jul 2023
ISBN9781088237144
La Conquista de la Paz

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    La Conquista de la Paz - Eliana Machado Coelho

    Romance Espírita

    La Conquista de la Paz

    Psicografía de

    Eliana Machado Coelho

    Romance del

    Espíritu Schellida

    Traducción al Español:      

    J.Thomas Saldias, MSc.      

    Trujillo, Perú, Enero 2020

    Título Original en Portugués:

    A Conquista da Paz

    © Eliana Machado Coelho, 2019

    Revisión:

    Zabelli Canchari Tello

    Mario Carrión Sánchez

    World Spiritist Institute      

    Houston, Texas, USA      
    E–mail: contact@worldspiritistinstitute.org
    De la Médium

    Eliana Machado Coelho nació en São Paulo, capital, un 9 de octubre. Desde pequeña, Eliana siempre estuvo en contacto con el Espiritismo, y la presencia constante del espíritu Schellida en su vida, que hasta hoy se presenta como una linda joven, delicada, sonrisa dulce y siempre amorosa, ya preanunciaba una sólida sociedad entre Eliana y la querida mentora para los trabajos que ambas realizarían juntas.

    El tiempo fue pasando. Amparada por padres amorosos, abuelos, más tarde por el esposo y la hija, Eliana, siempre con Schellida a su lado, fue trabajando. Después de años de estudio y entrenamientos en de psicografía en julio de 1997 surgió su primer libro: "Despertar para la Vida", obra que Schellida escribió en apenas veinte días. Más tarde, otros libros fueran surgiendo, entre ellos Corazones sin Destino.

    Trabajo aparte curiosidades naturales surgen sobre esta dupla (médium y espíritu) que impresiona por la belleza de los romances recibidos. Una de ellas es sobre el origen del nombre Schellida. ¿De dónde habría surgido y quién es Schellida? Eliana nos responde que ese nombre, Schellida, viene de una historia vivida entre ellas y, por ética, dejará la revelación por cuenta de la propia mentora, pues Schellida le avisó que escribirá un libro contando la principal parte de esa su trayectoria terrestre y la ligación amorosa con la médium. Por esa razón, Schellida afirmó cierta vez que, si tuviese que escribir libros utilizándose de otro médium, firmaría con nombre diferente, a fin de preservar la idoneidad del trabajador sin hacerlo pasar por cuestionamientos dudosos, situaciones embarazosas y dispensables, una vez que el nombre de un espíritu poco importa. Lo que prevalece es el contenido moral y las enseñanzas elevadas transmitidas a través de las obras confiables.

    Eliana y el espíritu Schellida cuentan con diversos libros publicados (entre ellos, los consagrados, El Derecho de Ser Feliz, Sin Reglas para Amar, Un Motivo para Vivir, Despertar para la Vida y Un Diario en el Tiempo). Otros inéditos entrarán en producción pronto, además de las obras antiguas a ser reeditadas. De esa manera, el espíritu Schellida garantiza que la tarea es extensa y hay un largo camino a ser trillado por las dos, que continuarán siempre juntas a traer enseñanzas sobre el amor en el plano espiritual, las consecuencias concretas de la Ley de la Armonización, la felicidad y las conquistas de cada uno de nosotros, pues el bien siempre vence cuando hay fe.

    Del Traductor

    Jesus Thomas Saldias, MSc., nació en Trujillo, Perú.

    Desde los años 80's conoció la doctrina espírita gracias a su estadía en Brasil donde tuvo oportunidad de interactuar a través de médiums con el Dr. Napoleón Rodriguez Laureano, quien se convirtió en su mentor y guía espiritual.

    Posteriormente se mudó al Estado de Texas, en los Estados Unidos y se graduó en la carrera de Zootecnia en la Universidad de Texas A&M. Obtuvo también su Maestría en Ciencias de Fauna Silvestre siguiendo sus estudios de Doctorado en la misma universidad.

    Terminada su carrera académica, estableció la empresa Global Specialized Consultants LLC a través de la cual promovió el Uso Sostenible de Recursos Naturales a través de Latino América y luego fue partícipe de la formación del World Spiritist Institute, registrada en el Estado de Texas como una ONG sin fines de lucro con la finalidad de promover la divulgación de la doctrina espírita.

    Actualmente se encuentra trabajando desde Peru en la traducción de libros de varios médiums y espíritus del portugués al español, así como conduciendo el programa La Hora de los Espíritus.

    Mensaje

    ¡LA VIDA ES ASÍ!

    La vida es aquello que hacemos de ella.

    Ella es hecha de emociones buenas o malas.

    ¿Ya imaginó si solo fuese llena de emociones buenas?

    Sería un tedio.

    ¿Y solo de emociones malas...?

    Sería una desesperación.

    Si nos aferramos al pasado, no vivimos el ahora, mientras las preocupaciones, como el mañana nos roban el presente. Cuando hacemos eso, dejamos de vivir lo que es más importante: el aquí y ahora.

    ¡La vida es hoy!

    Si el pasado dejó lecciones, para el futuro, cultiva esperanza.

    En la vida existen tanto momentos alegres como los que no.

    Necesitamos abrazar cada momento y vivirlo únicamente entendiendo que el dolor pasa, así como la alegría pasa y lo que quedará serán las lecciones, las mejoras que nos llevan a la evolución y a la conquista de la paz, pues... ¡la vida es así!

    Por el espíritu Erick Bernstein

    Mensaje psicografiado por Eliana Machado Coelho

    Invierno de 2019

    Oración de Paz

    Padre, te pido que me des fuerza y valor para seguir; paciencia y amor para comprender, aceptación para lo que no puedo cambiar, energía y voluntad para vivir...

    Padre, coloca luz en mi camino, vigor en mi alma e intensidad en mi amor, pues no puedo vacilar frente a los trastornos de la existencia.

    La vida me fue dada como gracia, pero con ella los desafíos a vencer, las mejoras a realizar...

    Derrama, sobre mí, Padre, toda bendición, gloria, abundancia, vigor y prosperidad...

    Dame seguridad para que yo pueda caminar y ser ejemplo vivo de la conquista de la paz.

    Por el espíritu Schellida

    Mensaje psicografiado por Eliana Machado Coelho.

    Invierno de 2019

    ÍNDICE

    Capítulo 1.– UN NUEVO AMIGO

    Capítulo 2.– DESAHOGO ENTRE HERMANAS

    Capítulo 3.– ENCONTRANDO UN VESTIDO

    Capítulo 4.– EL DIFÍCIL ADIÓS

    Capítulo 5.– CONFLICTOS DE MARCELLA

    Capítulo 6.– DIOS, FUNDAMENTO DE TODO

    Capítulo 7.– BAJO LA INFLUENCIA DE ESPÍRITUS

    Capítulo 8.– GRAN DECEPCIÓN

    Capítulo 9 .– SE QUEDA EN LA SUYA

    Capítulo 10.– LA INFLUENCIA DE PERCEVAL

    Capítulo 11.– UN ENCUENTRO CON MURILO

    Capítulo 12.– EN BÚSQUEDA DE UNA CASA

    Capítulo 13.– UNA NOCHE AGRADABLE

    Capítulo 14.– HEREDEROS DEL VALOR

    Capítulo 15.– DIOS ESTÁ VIENDO

    Capítulo 16.– EL AMOR VIENE ANTECEDIDO DE RESPETO

    Capítulo 17.– DOLOR SIN FIN

    Capítulo 18.– LA SALUD DEL ALMA

    Capítulo 19.– UN PEQUEÑO GRAN AMIGO

    Capítulo 20.– CORAZONES QUE CONVERSAN

    Capítulo 21.– VIVE EL AQUÍ Y AHORA

    Capítulo 22: MARÍA HACE DOS MIL AÑOS...

    Capítulo 23.– GRITOS INAUDIBLES

    Capítulo 24.– CENTROS DE EDUCACIÓN TERRESTRES

    Capítulo 25.– EL NACER DE LA ESPERANZA

    Capítulo 26.– CELADA CRUEL

    Capítulo 27.– HUESOS DE LA MENTE

    Capítulo 28.– ALTAR DEL ALMA

    Capítulo 29.– NUEVOS RUMBOS

    Capítulo 30.– EL PERDÓN SALVA

    Capítulo 31.– REALIZANDO SUEÑOS

    Capítulo 32.– UN SIMPLE CAFÉ

    Capítulo 1.–

    UN NUEVO AMIGO

    En uno de los pocos días soleados de aquel invierno, Marcella andaba, lentamente, por uno de los más bellos jardines de la ciudad de São Paulo.

    Pasos negligentes. Encontraba gracia en el crujir de las hojas secas conforme pisaba.

    Caminó a lo largo del sendero de la naciente del Córrego del Ipiranga y se recordó de las clases de Historia en que aprendió que, no lejos de allí, en las márgenes del Riacho, fue proclamada la independencia del Brasil el 7 de setiembre de 1822, por don Pedro I. El hecho histórico más importante para nuestra Nación.

    Se sacó los lentes de sol y apreció, aun más, la claridad diferente en aquella época del año.

    Había un tono lindo y especial de azul en el cielo.

    Agarró el celular de dentro del bolso, cuya alza cruzaba su pecho, lo apagó y lo colocó en el bolsillo de atrás del pantalón jeans que usaba. Enseguida, continuó la caminata.

    Se sentó en una banca y se quedó admirando la belleza del paisaje del jardín botánico de la ciudad de São Paulo.

    Respiró profundo. Sintió que podría relajarse como hacía mucho no hacía.

    Cerró los ojos y levantó el rostro para el cielo, sintiendo los rayos del sol tocar y calentar su cara.

    No sabía decir la razón, pero se recordó de cuando era pequeña, e intentaba aprender a andar en bicicleta, cayó y se rompió el brazo. En aquel día, su papá fue a ayudarla y, para no verla llorar, comenzó a contarle historias de cuando él era niño. Había caído de un árbol donde jugaba con su hermano. No se rompió nada, pero se quedó con muchos hematomas y muy adolorida.

    Marcella sonrió al recordar eso.

    Sus padres eran italianos. Enrico y Antonella vinieran al Brasil aun de niños y se conocieron durante el viaje, mientras jugaban en el navío. Algo curioso que gustaban de contar a los conocidos y, repetidamente, a los hijos.

    En tierras brasileñas, se hicieran vecinos. Fueron perdiendo el idioma italiano, aunque se pudiese percibir ligero acento y la manera alterada de hablar.

    Se enamoraron, se casaron y tuvieran cinco hijos: Sandro, el mayor, después Pietra, Graziella, Marcella y Bárbara.

    Nunca conocemos con exactitid a las personas más cercanas, mucho menos sus desafíos, amarguras y conflictos, aunque sean de la familia.

    Para Marcella, no era muy diferente. Creía que la vida de su familia era normal, perfecta. Tal vez, en algunos momentos, creía que solamente era la única que pasaba por turbulencias.

    Su hermano mayor, Sandro, era propietario de algunas tiendas de ropa de la misma franquicia, en algunos shoppings de São Paulo. Casado con Patricia tenían dos lindos hijos: Thaís, de cinco años y Enzo, de tres años.

    La pareja trabajaba duramente para encargarse de todo. Casi no tenían tiempo de participar de las reuniones de familia y eso no agradaba a Enrico. Patricia, a su vez, era más vinculada a las cuñadas. Siempre daba una manera de encontrarse y de mantener contacto con ellas.

    Sandro no se importaba con eso. Guardaba cierta contrariedad por el hecho de que su padre haya sido exigente con él. Al señor Enrico le hubiese gustado que su único hijo, el mayor, trabajase con él con en la fábrica de máquinas de coser, pero el joven no se adaptó, a pesar de que lo intentase. Prefirió cambiar de ramo. Trabajó duro en algunas empresas y decidió estudiar Administración de Empresas. Enrico insistía, con su manera enfática de hablar, para que el hijo estudiase Medicina o Derecho. Le gustaría verlo siendo llamado de doctor, pero el joven tenía otros ideales. Mientras estaba en la universidad, conoció a Patricia y comenzaron a salir. Hicieran planes, ahorraran el máximo posible y, juntos, incluso antes de casarse, abrieran su primera tienda.

    Las hermanas mayores de Marcella eran casadas.

    Pietra y su marido Hélio también tenían una pareja de hijos: Ullia, una joven de dieciséis años y Dáurio, un niño de catorce años.

    Pietra se casó joven. No quiso terminar los estudios. Su marido, diez años mayor que ella, era un economista exitoso y remunerado, director de una empresa multinacional, que prestaba servicios para el gobierno. Ella, la esposa perfecta, lo acompañaba a reuniones sociales y sabía cómo presentarse. Se enorgullecía por conocer personas famosas e importantes. Toda su concentración era en su familia. Tomaba cuenta de todo: horarios, compras, casa, ropas, alimentación y apariencia impecable de todos, inclusive y, principalmente, del marido. Los hijos siempre estudiaran en las mejores escuelas, en diversos cursos de los cuales Pietra se enorgullecía al comentar, en conversación sin importancia, en las reuniones sociales de las que participaba. Sentía placer al hablar del marido y de cuánto Hélio era competente en todo lo que hacía.

    Tenían empleadas, pero, aun así, Pietra verificaba todo lo que era hecho. Se empeñaba en agradar y suplir las necesidades de todos.

    Después de casada, percibiendo que el marido estaba bien colocado en la empresa, ella no se interesó por tener una vida profesional propia, promoverse o realizarse de alguna manera con algo que ella misma produjese.

    Eso generó críticas por parte de Marcella, quien vivía pensando en el futuro, estremeciendo, de alguna manera, el vínculo entre las dos hermanas.

    Siendo menor y con una visión diferente, a Marcella le gustaría que la hermana entendiese la necesidad de ser productiva y valorarse. Pero Pietra no entendía. Creyó ser envidiada, pues tuvo la suerte de hacer un buen matrimonio, en el cual no necesitaba preocuparse con cualquier inestabilidad.

    Mientras que Graziella, con quien Marcella se afinaba un poco más, tenía solamente una hija: Sarah, de quince años. Su marido Claudio era gerente de una red de tiendas. Mientras ella tenía su propia tienda de ropa que comenzó siendo pequeña, en el garaje de su casa. Después, necesitó alquilar un espacio más grande, más propicio para ese tipo de comercio, no muy lejos de donde vivía. Debido a los buenos resultados y crecimiento de los negocios, contrató dos empleadas.

    Graziella no tenía una vida social movida como Pietra. Poco se envolvía en las dramáticas y calurosas discusiones de las familias italianas, de ambos lados. Era muy reservada. Demasiado quieta.

    A su vez, Bárbara, la hermana menor de todas y con quien Marcella se llevaba muchísimo mejor, era diferente de las demás. Llevaba una vida completamente independiente. Opiniones y manera de pensar diferentes. Era sincera. A pesar de ponderada, hablaba de todo lo que le pasaba por la mente.

    Cuando salió de casa, fue contra la voluntad de los padres. El señor Enrico no se conformó, al principio. No admitía que la hija menor le hiciese una afrenta de aquel tamaño. El italiano hizo un verdadero escándalo. No sirvió de nada y terminó aceptando.

    Luego que terminó la universidad, Bárbara decidió vivir sola.

    Estudió Publicidad y estableció una empresa en sociedad con dos amigas. Los negocios iban bien y ella se enorgullecía de eso.

    Adoraba los desafíos, mezclado al encanto y a la elegancia del mundo donde trabajaba, buscando siempre ampliar sus conquistas.

    Bárbara no se daba vacaciones. Nunca dejaba el celular, o las tablets, pues siempre quería mantenerse conectada con todo lo que podía. Vivía el trabajo.

    Para Marcella, los hermanos estaban con sus vidas decididas, equilibradas. Aparentemente, vivían sin grandes problemas y cada uno feliz a su manera.

    Se consideraba diferente a todos.

    Era la única que aun vivía con los padres y, aun así, se sentía un poco invisible.

    Observaba cuánto su padre se preocupaba con Sandro y Bárbara, mientas su madre se inquietaba con los asuntos de Pietra y Graziella y también con los nietos.

    Pero con ella, que estaba tan presente, tan cerca, nadie parecía importarse.

    Se sentía tratada de diferente manera.

    A pesar de que no fuese exactamente la hija del medio, odiaba oír que se trataba del sentimiento del síndrome del hijo del medio, en que no se puede ser o comparar con el mayor y ser menos importante que el menor y, por todo eso, reclamaba atención.

    Creía que sus decisiones y realizaciones no importaban para su familia. A nadie le importaba.

    Cuando se decidió por la carrera de Periodismo, Marcella notó que su papá no opinó. Esperó que él cuestionase, pero no sucedió. No le fue fácil conseguir prácticas en una gran revista, mucho menos que conquistara una vacante que surgió al final del período.

    Se puso tan feliz con eso, pero al llegar a casa con la noticia, creyó que no había hecho ninguna diferencia para nadie. Y eso la hizo recordar de que su padre quiso celebrar con almuerzos, en un restaurante del barrio de la Mooca, cuando Bárbara, su hermana menor, pasó el examen de ingreso a la universidad para la facultad de Publicidad, cuando su hermano se graduó en Administración y cuando Graziella abrió la nueva tienda. Su papá vendió un carro para pagar la fiesta de bodas de Pietra, lo que ella consideró un absurdo. Pero Enrico no admitía ser criticado.

    No estaba defraudada. Esos eran algunos de los acontecimientos en que se vio sin importancia para su familia. Pero esos hechos no le impedían que los amase, a pesar de que desease ser querida o importante.

    El tiempo pasó y trabajar en la revista hizo que conociese a personas importantes. En una confraternización de final de año, Marcella fue presentada a Reginaldo, Regis, como era llamado.

    En aquel evento se quedaran conversando horas e intercambiaran teléfonos, pero solo fue dos semanas después de la celebración que él entró en contacto y coordinaran un almuerzo.

    Marcella confidenció a Nanda, su mejor amiga, que había gustado mucho del joven.

    No demoró para que Nanda, que conocía a mucha gente, se empeñase en descubrir diversas informaciones sobre Reginaldo.

    Desde que la relación entre Marcella y Regis comenzara, habían transcurrido tres años.

    Ahora estaban de novios, con apartamento amoblado y con fecha de bodas establecido.

    Los preparativos para la fiesta, la planificación del viaje de luna de miel, el alojamiento para los parientes que venían de lejos solamente para la boda. Todo estaba siendo muy desgastante para ella.

    A pesar de contratar una empresa de eventos, tener un maestro de ceremonias, de la ayuda de las hermanas, Marcella se sentía presionada, indecisa y demasiado cansada en varios momentos. Era ella quien tomaba las principales decisiones.

    Las madrinas, que querían combinar color y estilo de vestido, la dejaran loca, discutiendo a causa de colores y modelos. Las damitas y los pajes – noviecitos – necesitaban ser orientados. Algunos eran muy pequeños y no seguían lo que necesitaba ser hecho. Su futura cuñada, hermana de Regis, insistía en que los hijos gemelos de tres años participaran, a pesar de que no estaba saliendo bien y ella no sabía cómo decirle no a la madre de los niños.

    En el trabajo, también experimentaba un período agitado. Lo que contribuía para su estrés.

    Regis viajaba mucho por trabajo, lo que la sobrecargaba con los preparativos para el enlace.

    Por si fuera poco, no encontraba vestido de novia que le agradase plenamente.

    Junto con la cuñada Patricia y la hermana Graziella, Marcella visitó innumerables tiendas especializadas, pero no gustó de nada.

    No conseguía pasar a la idea de lo que quería. Cuando le presentaban un modelo conveniente para los detalles de la fiesta, no gustaba o era exageradamente caro.

    En aquella tarde, después del almuerzo, trató rápidamente de algunos asuntos del trabajo fuera de la empresa, pero no regresó. Decidió ir al jardín a relajarse.

    Allí estaba Marcella, sentada en una banca de madera tosca, bajo el sol y frente a aquel lindo paisaje.

    Sorprendentemente, consiguió abandonar las preocupaciones del presente y recordó de haberse roto el brazo cuando aprendía a andar en bicicleta.

    Sin percibirlo, sonrió por un momento. Cerró los ojos.

    Tal vez, se había recordado de aquel hecho por haber ocurrido en invierno, en un día exactamente como aquel.

    No sabía decir por cuánto tiempo se quedó allí, en reconfortante silencio que la tranquilizó, hasta que, aun con los ojos cerrados, sintió que una sombra se posó en su rostro y escuchó:

    – ¡Joven! ¿Ese celular es suyo? – un muchacho le preguntó.

    Sobresaltada, miró y cuestionó:

    – ¿Qué celular?

    – El que está allí, en el suelo. Detrás de ti.

    Se inclinó y agarró el aparato.

    – Gracias. Muchas gracias. Se me debe haber caído del bolso. Muchas gracias – sonrió.

    – No es por nada. Es necesario tener cuidado. Muchas veces cargamos nuestra vida en el celular.

    – ¿Cómo? – se quedó confundida.

    – Muchos datos – dijo él –. Mucha información sobre nosotros, banco, redes sociales, documentos... Cargamos mucha información en el aparato. Perderlo es complicado.

    – ¡Ah...! Sí. Es verdad – se remeció y se acomodó mejor, mientras guardaba el teléfono en el bolso.

    – Es una linda tarde, ¿no cree? – continuó el joven que se quedó entre ella y el sol.

    Marcella lo encaró y él se movió, dejando que los rayos golpeasen en su rostro.

    Ella levantó la mano derecha para hacer sombra en su rostro y no dijo nada. Pero él no se intimidó:

    – Es difícil no admirar un día como estos. Cuando estamos en el trabajo no es posible disfrutar el sol directo en la piel. Por eso es bueno aprovechar, ¿verdad?

    El joven tenía una buena apariencia. Usaba ropa deportiva. Camiseta clara, abrigo a rayas en el lateral y una chompa amarrada por las mangas a la cintura. Cabello castaño, cortado bien corto. Barba un poco crecida, bien cuidada y recortada con esmero.

    Ella lo miró y respondió.

    – Sí, es verdad.

    – Me gustan mucho los días como hoy. El problema es que, cuando el sol se pone, el viento frío llega y no aguantamos quedarnos sin abrigo – Sin demora, preguntó: – ¿A usted le gusta el frío?

    En pocos segundos, Marcella se quedó cuestionando sobre su articulación en tratar de entablar conversación. Por eso dudó un poco antes de responder:

    – Prefiero el calor.

    – Yo no tanto. Acostumbro levantarme temprano para hacer caminatas en el verano. En el invierno, me gusta más caminar por la tarde. ¿Prefiere hacer caminata o trekking?

    – Nunca hice trekking.

    – Ah... Es muy bueno. El contacto con la naturaleza, bellos lugares, silencio... Después que se comienza tomar el gusto en hacer trekking la gente se apasiona. ¿Usted vive aquí cerca?

    Era impresionante cómo él conseguía hacer una pregunta al final de cada frase, para verla conversar.

    – No – dijo a secas. Con el semblante serio, demostró insatisfacción e indisposición para la conversación. Respiró profundo y miró a un lado.

    – Mi nombre es Murilo.

    Ella ofreció una sonrisa forzada, se remeció y dijo:

    – Mucho gusto.

    – El gusto es mío. Bueno... Voy a dar una paseada. Aproveche el fin de la tarde. ¡Hasta luego! – salió caminando sin esperar que ella dijese algo.

    – Idiota... – Marcella murmuró sin que él escuchase. Si yo estuviera aquí con Regis, él no habría parado aquí, pensó e intentó cerrar los ojos.

    A lo largo de media hora, Marcella respiró profundo y sintió como si hubiese despertado de un sueño reconfortante.

    Por un instante, dudó sobre haber dormido o no.

    Se levantó y pasó la mano por la ropa. Jaló la blusa y arregló la larga alza del bolso que estaba cruzado al pecho. Enseguida, se arregló el cabello y comenzó el camino de regreso.

    Marcella no era muy alta. Tenía un cuerpo bonito y bien torneado que no admiraba. Un bello rostro delicado. Ojos castaños y llamativos, cabellos cortos, un poco debajo de los hombros.

    Creyó que era hora de salir. El jardín no demoraría mucho en cerrar.

    Sintió un poco de frío y se dio cuenta que el sol ya estaba más abajo, casi escondiéndose.

    Se frotó los brazos con las manos y siguió a pasos lentos.

    A pesar de la temperatura que caía, decidió parar en la cafetería del parque para comprar un helado, que fue degustando bien lentamente.

    Se recostó en el parapeto que rodeaba el Córrego del Ipiranga. En aquel lugar, observó el agua plateada correr en medio de la vegetación.

    Algún tiempo por allí, buscó un basurero para tirar el palito y el papel del helado, y así lo hizo.

    Haber huido del trabajo y hecho algo diferente para relajarse fue muy bueno. Sintió su alma ligera.

    Mientras caminaba en dirección a la puerta principal para salir, rebuscó en el bolso y agarró el celular, encendiéndolo. Escuchó decenas de notificaciones de mensajes que llegaran. No quiso mirar y colocó el aparato de regreso en el bolso, aprovechando para buscar la llave del carro, al mismo tiempo en que pasaba por la puerta principal.

    Luego comenzó a inquietarse por no encontrar la llave.

    Paró e intentó mirar mejor en el pequeño bolso.

    Nada.

    Volvió.

    Un guardia de seguridad la miraba con atención. Marcella fue hasta él y le dijo:

    – Joven, creo que perdí la llave de mi carro allí dentro del parque. Debe haberse caído cerca de la cafetería, cuando metí la mano en el bolso. Acabé de salir. ¿Puedo volver para ver si lo encuentro?

    El hombre miró para todos lados y no dijo nada, Fue para detrás de la boletería para hablar con el otro seguridad.

    A medida que aesperaba, vio que conversaban. No demoró y la dejaran entrar en el parque sin que necesitase pagar nuevamente.

    Marcella parecía tranquila, pero se sentía bastante irritada. Aquello no debería haber sucedido. Su desconcentración se tornó un tormento.

    Volvió por el camino que había hecho, mirando atentamente para el suelo.

    Caminó por el deck de madera ubicado en las márgenes del riachuelo y temió que la llave hubiese caído allí, entre los parantes.

    Pero no creyó mucho en eso, pues no metió la mano en el bolso mientras caminaba por allí.

    Volvió a la cafetería mirando atentamente al suelo.

    Conversó con los empleados y preguntó si alguien había encontrado la llave de un vehículo y entregado a ellos.

    Nada. Todos lo negaran.

    Se ponía nerviosa a cada momento que escuchaba una negativa, pero no lo demostraba.

    En la otra punta del mostrador de la cafetería, Murilo, quien compraba una botella de agua, no pudo dejar de oír la conversación.

    Acercándose a ella, le propuso:

    – Te voy a ayudar a buscar.

    – Ah... Sí... Muchas gracias – dijo de manera humilde.

    Mientras caminaban, él preguntó:

    – ¿Solo caminaste por aquí?

    – Sí. No fui más allá. Salí de aquí – señaló –, de donde estaba sentada. Fui hasta la cafetería. Compré un helado... Me detuve un tiempo allí, en el deck y después salí. Fue cuando sentí que faltaba de la llave.

    Murilo, con aire desconfiado, la miró firme y preguntó:

    – ¿Dónde dejó su carro?

    – En el estacionamiento, en la calle frente al Jardín. Aquel bien grande y de tierra.

    – ¿Su llave enciende las luces y toca la bocina cuando se acciona para abrir las puertas?

    – Sí, así mismo. ¿Por qué? – ella quiso saber.

    – ¿Cuál es su nombre? – preguntó tranquilo.

    – Marcella.

    – Marcella, ese es el estacionamiento más usado para venir al Jardín Botánico. Vamos deprisa para allá. Alguien puede haberlas encontrado, ido hasta allá, accionado el dispositivo de la llave, descubierto el carro y... puede intentar llevarlo.

    – ¡No!

    – ¡Sí!

    Marcella no pensó mucho. Aseguró firme el bolso y salió corriendo en dirección a la puerta principal. Murilo la siguió.

    Cruzaran la avenida, subieran la calle rápidamente y llegaran al estacionamiento.

    Nerviosa, entró a las prisas. Los jóvenes que cuidaban el lugar no se importaran al verla.

    Mirando el lugar, fue para dónde había dejado el carro y preguntó en voz alta:

    – ¡¿Dónde está mi carro que dejé aquí?! ¡¿Dónde está?!

    Uno de los jóvenes que trabajaba allí se aproximó y preguntó:

    – ¿Era un Renault rojo?

    – ¡Sí! ¡Ese era! – afirmó en desesperación.

    – Ay, señorita... – murmuró y se fue junto al otro, cerca de la entrada.

    Marcella lo siguió, exigiendo:

    – ¡¿Dónde está mi carro?! ¡Dejé mi carro aquí! – parecía muy nerviosa.

    – Llegaran dos tipos aquí, tomaran ese Renault y dijeran que perdió el papel del estacionamiento. Ellos tenían la llave y abrieran el carro de una vez... No entraran a la fuerza ni nada – respondió demostrando poca escolaridad al comunicarse.

    – Sí... Y ellos tenían la llave – reforzó el otro.

    – ¡El papel del estacionamiento está conmigo! – tornó ella.

    – ¿Cómo dejaran que alguien se lleve el carro sin el comprobante de estacionamiento? – Murilo preguntó firme y educado.

    – Ah... Las personas pierden ese papel con frecuencia. Eso sucede siempre y nunca tuvimos problemas. Si la persona tiene la llave y abre el carro sin problemas... Nosotros no podemos hacer nada. Si el carro prende con la llave, ¿cómo vamos a impedirlo?

    Marcella estaba incrédula y murmuró:

    – ¡Dios mío! ¿Qué voy a hacer?

    – Calma... ¿Su carro tiene seguro? – Murilo preguntó.

    – Sí, pero...

    – Entonces no hay problema. Llame a la aseguradora o a su corredor. Alguien le va a orientar para tomar las medidas necesarias. Con seguridad, tendrá que ir a la estación de policía para presentar la denuncia.

    Por un instante, Marcella pareció paralizada y sin saber por dónde comenzar, a pesar de las orientaciones recibidas.

    – No tengo el teléfono de la aseguradora ni del corredor. Debería tenerlo, pero... – dijo mirando al celular.

    – Está nerviosa, por eso no lo está encontrando.

    – No es eso. Cambié de celular por estos días y ni todos mis contactos fueran pasados para acá. Tuve problemas y terminé dejándolo para después. Nadie sabe que estoy aquí y...

    – ¿Cómo así? – él no entendió.

    – Vine al Jardín Botánico para relajarme. ¡Desaparecer! – casi gritó –. ¡Quería estar lejos de todo y de todos! ¡Estoy cansada! ¡Estresada! ¡Nerviosa...! – Casi al borde de las lágrimas, mirándolo a los ojos, prosiguió: – ¿Quieres saber? Salí para resolver un asunto del trabajo, almorcé y no regresé. Vine para acá. Apagué el celular para tener un tiempo solo para mí. Quién no quiere huir un poco, ¿eh? ¿Y ahora? ¡¿Cómo voy a contar que mi carro fue robado, en plano viernes, en un estacionamiento cerca del Jardín Botánico, porque yo hui del trabajo y me vine para acá?!

    En su íntimo, Murilo encontró gracioso la forma como ella se expresaba, pero no lo demostró.

    – Bueno... Evita dar detalles sobre el asunto al personal de trabajo. ¿Quién necesita saberlo? – Ella no respondió y el joven sugirió: – La policía no vendrá hasta aquí, porque no hubo lesión física. En realidad, eso se caracteriza como hurto de vehículo y no robo. Llame al 190, teléfono de la policía, dé la placa y los datos del su vehículo para colocar la información en la red para que, si alguna patrulla ve su carro, lo intervenga. Ellos van a orientarla a fin de que vaya a una estación de policía más cercana a hacer la denuncia. Al principio es eso. Después, la aseguradora va a pedir esa denuncia o la copia, no lo sé con exactitud. Resuelva lo que necesita resolver ahora, después piensa en el resto –. Observándola aun trastornada, la invitó: – Marcella, puedo darle un aventón hasta la estación de policía. ¿Usted acepta? Llame a alguien y le pide para encontrarla allá. Allí usted hará la denuncia, avisa al seguro, solicita un carro extra para recoger mañana... De esa manera agiliza todo. Parada allí, no va a resolver nada.

    – Así es señorita. Haga eso que él dijo – opinó el joven que escuchaba la historia.

    – ¿Voy a subirme al carro de un desconocido? – dijo, mientras miraba para él que sonrió.

    – Murilo es gente fina, señorita. Él siempre viene aquí. No es un extraño – respondió el muchacho.

    – ¿Y yo debo confiar en ti que dejaste que mi carro fuese robado? – preguntó ella en tono de ironía.

    – Tiene razón, Marcella. Solo quise ayudar y ser sociable. Pero, usted tiene razón. Llame a alguien que conoce. Necesito irme. Disculpe si no pude ayudar. Buena suerte – dijo educado. Asintió ligeramente al levantar la mano y se volteó.

    La joven agarró el celular y se apartó. Llamó a Nanda, su mejor amiga. Le contó lo que había sucedido y escondió el rostro mientras lloraba de rabia.

    Murilo se acercó a su propio carro. Se sacó la chompa amarrada en la cintura y lo tiró en el asiento posterior.

    Se sentó en el asiento del conductor y se inclinó, removiendo en la guantera.

    Se enderezó y al cerrar la puerta para encender el carro, vio que Marcella caminaba en su dirección, al mismo tiempo en que hablaba en su celular.

    Ella le hizo una señal con la mano para que él la esperase y el joven obedeció.

    Enseguida, se extrañó cuando en una acción rápida, Marcella sacó una foto del vehículo y otra de la placa.

    – ¡Hey...! ¡¿Qué está haciendo?! – indagó intrigado, pareciendo no gustar.

    Mientras manipulaba el celular se demoró en contestar. Después fue para junto del automóvil y explicó:

    – Estoy enviando las fotos a mi amiga. Ella me pidió, porque voy a aceptar su aventón hasta la estación de policía. Si algo me sucede, Nanda sabrá qué hacer. Ella es astuta.

    Murilo dio una risa gustosa y sacudió la cabeza, diciendo:

    – Vamos... Entra...

    Marcella así lo hizo. Notó el lujoso carro, de color negro, muy limpio. Observó los libros, folders de elástico y papeles en el asiento posterior, pero no dijo nada.

    – Estoy tan nerviosa... – murmuró.

    – Es una situación realmente estresante. Quédese tranquila, todo va a salir bien – dijo para relajarla y sonrió.

    Al pasar con el carro por los jóvenes del estacionamiento, él los saludó y se fueran.

    Percibiéndola quieta conversando con alguien a través de mensajes por el celular, él preguntó:

    – ¿Está hablando con su novio? – había visto la alianza de noviazgo que tenía en la mano derecha.

    – No. Con mi amiga.

    –¿A ella por lo menos le gustó el carro? – intentó bromear para romper el hielo.

    Marcella sonrió y no respondió.

    Nanda sí había escrito algo sobre aquel carro bonito y bien caro. Había pedido para que ella preguntase la profesión de él. La amiga también intentaba bromear para relajarla.

    – Nunca entré en una estación.

    – ¿No? – él quiso confirmar.

    – No. No tengo idea de cómo es adentro.

    – Creo que no es un ambiente agradable. Me quedo allá con usted hasta que llegue su amiga o su novio o algún pariente para hacerle compañía.

    – Mi novio está fuera de São Paulo. Él viaja mucho por trabajo. Nanda, esta amiga, solo va a salir a las 20hrs –. Después de un instante de silencio, comentó: – Mira lo que yo fui a hacer... Hui del trabajo para tomarme un poco de aire libre y me robaran el carro. Cuando mi padre se entere...

    – ¿En qué trabaja? – preguntó para verla hablar de otro tema.

    – Soy periodista. Trabajo en la redacción de una revista. Mi novio también trabaja allá. Él hace reportajes y viaja bastante –. Sin demora, aprovechó su curiosidad y quiso saber: – ¿Y usted qué hace?

    – Trabajo en el Fórum – no detalló.

    – ¿Es abogado? ¿Defensor Público...?

    – Soy Fiscal – respondió con sencillez.

    – Ah... – pareció impresionada, pero no dijo nada.

    No demoró mucho y Murilo estacionó el carro. Bajó y Marcella hizo lo mismo.

    Creyó que se trataría solamente de un aventón. No prestó atención cuando Murilo dijo ¿Para cuándo está que se quedaría con ella hasta que alguien llegase.

    Notó que la acompañaba y no dijo nada.

    Entraran en una sala repleta de sillas y con mucha gente esperando. Él tomó un número y se lo dio a ella. Después fue hasta un mostrador, conversó con un hombre que se levantó y lo saludó después de las presentaciones. Enseguida, regresó diciendo:

    – Va a demorar un poco.

    – Diablos – murmuró. Encarándolo, agradeció: – Gracias por todo. Discúlpeme por darle tanto trabajo y... Discúlpeme también por mi comportamiento y desconfianza allá en el estacionamiento.

    – ¡Tranquila...! No se preocupe. Usted tiene razón. No se debe aceptar nada de extraños – él sonrió.

    – Ahora resuelvo el resto. Si gusta, puede retirarse. Muchas gracias – sonrió lindamente.

    – Antes, vamos a tomar un café. Va a necesitarlo.

    – ¡Me pueden llamar en cualquier momento! – exhibió el número y sonrió.

    – No creo. Están tomando las declaraciones de una flagrancia. La espera será larga. Créame. Vamos a tomar un café.

    Marcella aceptó. Ambos salieran y fueran a una cafetería que quedaba en la misma calzada de la estación.

    Murilo preguntó lo que ella gustaría de beber e hizo los pedidos.

    Se acomodaran en una mesa que quedaba en un rincón. En algunos momentos, ella manipulaba el celular enviando mensajes a alguien.

    – ¿Avisó a su familia?

    – No. Envié un mensaje a mi hermana, pero, extrañamente, Bárbara no lo haya visto. Estoy conversando también con mi amiga.

    – ¿Bárbara?

    – Sí, mi hermana.

    – Nombre bonito. Fuerte – comentó sin percibirlo.

    El mozo les sirvió dos cafés y una cestita de panes de queso.

    – Dijo que no comería nada, pero creo que sería bueno que se alimente. No sabe a qué hora va a salir de aquí.

    – Gracias – agradeció y sonrió.

    – Usted no es mucho de conversar, ¿verdad? Algo extraño para una periodista.

    Marcella sonrió nuevamente al dejar de mirar el celular.

    – La verdad es que... No soy así. Estoy estresada con muchas cosas. Ahora, después del robo de mi carro, estoy aun más nerviosa. Y también... – confesó – estoy encontrando extraña su cortesía. Ha de concordar conmigo que eso no es nada común.

    – Es verdad. A veces, aparecen razones para hacer cosas diferentes. No soy de jalar conversación, mucho menos de dar aventones a desconocidos – sonrió.

    – ¿Y hoy por qué hizo eso? –preguntó sin tregua.

    – Hoy, usted tuvo motivos para ir al Jardín Botánico. Estaba estresada y deseaba relajarse. Digamos que conmigo sucedió algo semejante.

    – ¿Entonces se estresó y decidió conversar, ayudar a personas extrañas a llegar a la estación...? – ella rio e iluminó el semblante.

    – ¡Así mismo! – tornó sonriente al enfatiza. Saboreó el café caliente y preguntó enseguida, queriendo huir de aquel asunto: – ¿Para cuándo está fijada la boda?

    – Diciembre de este año.

    – ¡Menos de cinco meses! Bien cerca. Pasa rápido.

    – Ni que lo diga. Eso me está dejando muy sobrecargada.

    Marcella comenzó a contarle sobre los planes para el matrimonio y su desesperación por no haber encontrado un vestido de novia que le gustase.

    Murilo la escuchó atentamente. Percibió, en algunos momentos, que ella se frotaba delicadamente los brazos por sentir frío.

    Se quedaran conversando hasta terminar el café.

    Capítulo 2.–

    DESAHOGO ENTRE HERMANAS

    Antes de regresar a la estación, el joven pasó por el estacionamiento, agarró dos chompas que había en el carro. Vistió una y ofreció la otra para Marcella.

    – ¿Acostumbra cargar más de un abrigo en el carro? – ella quiso saber por un toque de curiosidad cuando miró hacia dentro del vehículo.

    – Sí, lo acostumbro. En la maletera hay un terno, camisa, ropa de gimnasio... – rio –. Buena parte de mi guardarropa y oficina está en el carro.

    Marcella simplemente sonrió y no dijo nada.

    Nuevamente en la sala de espera de la estación, ella consultó el celular y comentó:

    – Mi hermana está viniendo para acá. ¡Ay qué bueno...! – se alegró. Se volteó hacia él y, dijo: – Si quiere retirarse...

    – Me quedo hasta que su hermana llegue.

    Pasaron algunos instantes y Marcella fue atendida. Hizo la denuncia registrando el hurto del vehículo y se vio más aliviada por estar liberada.

    Así que terminó, caminaban en dirección a la salida, cuando Bárbara, su hermana menor, entró mirando para todos lados al estirar el cuello.

    Las hermanas se encontraran, se abrazaran rápidamente y Bárbara fue presentada a Murilo.

    Marcella le contó lo ocurrido. Aun disimulaba el nerviosismo.

    La hermana entrelazó su brazo y agradeció:

    – Gracias por ayudarla – sonrió con simpatía.

    – No fue nada – dijo él y se prendió de su mirada. La impresión fue que sus ojos se imantaran y cada uno invadió el alma del otro.

    Experimentaran una sensación extraña, diferente y que nunca sintieran antes.

    Bárbara sonrió lindamente y se esforzó para huir de la mirada.

    Murilo buscó disimular y se concentró en Marcella, que dijo:

    – Tu chompa... – fue sacándose el abrigo.

    – ¡No! ¡No...! ¡Quédate con él! Está haciendo frío.

    – Verdad – concordó Bárbara –. Allá afuera está congelando.

    – Páseme su número y se lo mando entregar – Marcella pidió.

    Intercambiaran números telefónicos.

    – No necesita mandarlo entregar, estoy siempre en el Jardín Botánico. Si quiere, nos podemos encontrar allá en otro momento. Lleve a su hermana para que conozca – durante la conversación en que Marcella relató a la hermana todo lo que sucedió, Bárbara reveló que no conocía el Jardín.

    – Entonces... Muchas gracias por todo, Murilo. No sé cómo agradecer.

    – No me agradezca – Volteándose para Bárbara, sugirió: – Lleve a su hermana a casa y déjela descansar. Va a ser bueno para ella.

    – Puede estar tranquilo. Cuidaré de ella. Y usted... vaya y descanse también. Muchas gracias por todo – dijo Bárbara con su bella voz firme y marcante.

    – ¡Vaya que sí...! ¡Chau! – La miró una vez más de manera diferente y Bárbara sintió eso. Fue como si sus almas se hubiesen tocado. Una emoción les recorrió la circulación. Era extraño. No sabían explicarlo, pero no dijeran nada.

    – Chau...

    Se despidieran y se fueran, pero aun miraran para atrás, experimentando el deseo de quedarse allí un poco más.

    * * *

    En el estacionamiento, Bárbara preguntó nuevamente:

    – ¿Estás bien?

    Sentada en el asiento del pasajero, la hermana cerró los ojos, se estiró y respondió bajito:

    – Estoy exhausta.

    – ¿Quieres ir a mi casa?

    – Sí, gracias...

    – ¿Le avisaste a mamá del robo de tu carro?

    – No. Solo mandé mensajes para ti, para Regis y para Sandro. Pero ellos ni lo miraran.

    – Entonces avisa a mamá que estarás en casa para que ella no se preocupe.

    * * *

    Luego que llegaran al apartamento de la hermana, Marcella se quitó los zapatos y se tiró en el sofá de la sala.

    Con el rostro entre los cojines, sofocando el grito, dijo:

    – ¡Me gustaría despertar dentro de un año!

    – Relájate... ¿Qué tal si tomas una ducha...? – propuso sonriendo, comprendiendo el nerviosismo de su hermana.

    Marcella se remeció y preguntó como si implorase:

    – ¿Puedo? ¿En verdad puedo?

    – ¡Claro! Siempre hiciste eso aquí – rio –. Está bien frío. Toma un baño caliente y te abrigas. Voy a traer un pijama mío bien calientito. Vamos a tomar un vino mientras hago una pasta. Cenamos, conversamos y después dormimos hasta la hora que sea... ¿Qué tal?

    – Hoy estoy de acuerdo con cualquier cosa. ¡Qué día...!

    – Voy a encender la calefacción para que el apartamento se ponga calientito. Ve al baño que ya te llevo el pijama...

    * * *

    Algún tiempo después, los platos y las copas con vinos estaban sobre la mesita de la sala de estar. Las hermanas con las pijama puestas y sentadas en el suelo, se servían el espagueti a la boloñesa que Bárbara preparó.

    – ¡Tú cocinas rico y rápido!

    – Guardo la carne molida preparada y la salsa también. Además, esta salsa fue mamá quién me la dio y yo la congelé – rio –. Ya el espagueti... lo compré en el mercado. No tengo espacio ni tiempo para hacerlo aquí en casa.

    – Me encanta la pasta – dijo Marcella.

    – ¿Quieres más vino?

    – Sí, por favor – extendió la copa y aceptó, a pesar de que ya se sintiese alterada por el efecto de la bebida.

    – Ahora cuéntame. ¿Qué locura fue esa hoy? – quiso saber con más detalles.

    – Yo me estaba sintiendo cansada, estresada y decidí tomarme una tarde libre. Hui del trabajo y me fui al Jardín Botánico... – contó todo.

    Después de oír atentamente, la hermana se manifestó:

    – Pues considérate feliz. Se llevaran solo el carro.

    – Voy a tener que inventar una buena historia en el trabajo.

    – ¡Pero no le contaste a Nanda! Ella sabe de todo y ya debe haber contado.

    – No. Nanda es mi amiga. Ella no habló nada.

    Terminaran de cenar y Bárbara retiró los platos, llevándolos para el lavadero. Tomó otra botella de vino y se sentó nuevamente en el suelo. Colocó la botella sobre la mesa, después de llenar las copas, se acomodó en la alfombra, apoyando un cojín en la espalda entre ella y el sofá.

    – Muchas cosas del matrimonio me están incomodando... – Marcella hablaba suave y tejió una serie de reclamos, desahogándose.

    – Graziella también me contó que las madrinas aun están discutiendo por causa del color y del modelo de los vestidos – Bárbara recordó.

    – ¡No solo eso! La idea era hacerlo en un salón de eventos, ahora vamos a tener que cambiar para otro un poco más pequeño. Tuvieran un problema con la fecha y se equivocaran en la agenda. Tengo ciento y cincuenta invitados. Creo que quedará demasiado pequeño. Además de eso... – demoró para hablar como si hubiese olvidado el asunto –. La hermana de Regis se obstina en que los gemelos van a hacer todo correctamente. No quiero pasar vergüenza, ¿entiendes? Las criaturas no están preparadas para eso. ¡No va a salir bien...!

    – ¿Por qué no eres sincera con ella y le dices que no quieres a los niños como noviecitos?

    – Yo ya se lo dije a Regis que eso no me está agradando... Ellos son demasiado pequeños y no son niños sociables. ¡Son berrinchudos! Van a llorar, correr, querer a su mamá... Pensé que él pudiese hablar con la hermana, pero no... Regis solo me escuchó y no dijo nada.

    – Tendrás que ser sincera, Marcella, le duela a quien le duela. Habla de tu miedo a la futura cuñada. Dile que no crees que los gemelos van a conseguir andar por la alfombra de la iglesia hasta el altar haciendo todo correctamente. Dile que eso te está dejando insegura

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