Conexión divina y amor eterno
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Yrma Delia Trobajo Cobo
Nacida en Cuba en 1953, se graduó en la Licenciatura de Control Económico en 1980 por la Universidad de Santiago de Cuba. Ejerció como profesora de la misma desde 1979 hasta 1981 en la Facultad de Economía y se diplomó en Auditoría en 1999 por el Centro de Estudios Contables y Financieros del Ministerio de Finanzas y Precios en La Habana. En el año 2000, emigró a España, donde reside actualmente. Su experiencia en la escritura son sus libros: Cuando el amor prevalece, Conexión divina y amor eterno y Amar en el ocaso de la vida. Jubilada desde 2020, dedicará sus últimos años a escribir, la cual es una de sus pasiones.
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Conexión divina y amor eterno - Yrma Delia Trobajo Cobo
Primera parte
Al lector
Desde muy temprana edad sentí curiosidad e inquietud por averiguar sobre aquellos aspectos desconocidos asociados con la muerte y leía todo lo que encontraba relacionado con el tema; diferentes teorías, opiniones, etc. Pero como las casualidades no existen, en un momento que no recuerdo con exactitud llegó a mis manos un libro titulado Muchos cuerpos, una misma alma, del eminente psiquiatra y escritor Brian Weiss, que, basado en hechos reales y como su título indica, me enseñó que somos cuerpo y alma. El cuerpo es la parte material, que podemos asociar a cada una de nuestras vidas, que a la vez son como viajes. Cuando el cuerpo se deteriora, finaliza ese viaje, pero luego podrá haber otros. Sin embargo, el alma es energía, no se deteriora y estará presente en cada una de nuestras vidas, existencias o viajes, como mejor nos guste llamarlos.
Así conocí el concepto de la reencarnación. Una vez terminado de leer el libro, fascinada con las novedades, empecé a buscar otras obras de este autor y he podido leer las siguientes: Muchas vidas, muchos maestros; A través del tiempo; Lazos de amor, y Los mensajes de los sabios. También he podido leer, de la eminente doctora y escritora Elisabeth Kübler-Ross, sus obras Sobre la muerte y los moribundos; Sobre el duelo y el dolor, y La rueda de la vida. Toda esta bibliografía la recomiendo a aquellas personas que estén interesadas en conocer o profundizar sobre estos temas.
Posteriormente, comencé el estudio y la práctica del budismo de Nichiren Daishonin que, en sus «goshos» o escritos, explica cómo los fenómenos de nacer y morir forman parte de los sufrimientos que experimentamos los seres humanos en la transitoriedad de todos los fenómenos y que podemos verlos como fases cíclicas de aparición y repliegue. De esta manera, la muerte (repliegue) puede ser concebida como una fase de descanso y recuperación antes de una nueva vida y que el propósito de la existencia del ciclo de vida y muerte es sentirnos felices y en paz, tanto en una como en la otra. Nichiren Daishonin describe el logro de esta condición como «la más grande de las alegrías» (Gosho Zenshu).
Todos estos conocimientos y experiencias en cuanto a la espiritualidad son los que me han inspirado para escribir un libro sobre esa parte nuestra, que no se ve, que no se puede palpar y que es nuestra esencia, nuestra alma. Espero que les sirva por lo menos para que puedan reconocer un alma gemela o su llama gemela, si es que logran encontrarla.
Gracias
Introducción
El alma es la parte inmaterial que, junto al cuerpo físico, conforma el ser humano. Dicho de otra manera, es la parte espiritual e inmortal, que se separa del cuerpo en el momento en que fallecemos y se trata sustancialmente de energía, es lo que nos conecta con lo celestial, lo prodigioso. El alma gemela es otra alma que está unida a ti espiritualmente, una persona única en cuya presencia te sientes como si la conocieras de toda la vida, porque en realidad ha existido alguna relación en vidas anteriores, relación que pudo haber sido familiar (madre, padre, hermanos, etc.), de amistad (amigo o amiga) o sentimental (novio/a, marido, mujer, amante, etc.) y que al encontrarse en esta vida, te hace sentir estable, placentero, querido, completo, dichoso, haciéndote la vida factible y agradable; alguien que te acepta tal como eres, incondicionalmente y te comprende a la perfección.
Una persona puede tener muchas almas gemelas y la relación existente en esta vida puede también ser familiar, de amistad o sentimental, ahora bien, cualquiera que sea esa relación, «la médula» de la conexión será siempre la amistad. Son personas que nos hacen sentir especiales y viceversa. En la conexión amorosa entre dos almas gemelas, por encima del amor prima la amistad. Suele ser una relación tranquila, estable y duradera. La misión del alma gemela es incentivarnos, provocarnos, espabilarnos para que podamos mejorar y convertirnos en una versión superior de nosotros mismos, espiritualmente hablando.
Sin embargo, las llamas gemelas son dos mitades de una misma alma que en algún momento se dividió, es un vínculo de nivel superior, que tendrás de por vida. Cuando la conoces, es como saber todo sobre ella, es un espejo, lo más parecido a ti mismo. La conexión amorosa entre llamas gemelas suele ser intensa, potente, complicada y a veces puede llegar a ser tóxica. El hecho de que sean cada una el espejo de la otra hace que se reflejen defectos, discrepancias, incompetencias y problemas, esto es lo que hace difícil la relación y trae como consecuencia que se pueda romper en poco tiempo y que, aunque se reconcilien más tarde, volverán a separarse y volverán a unirse, una y otra vez. Mantener relación sentimental o amorosa con una llama gemela es como un desafío, no obstante, existe un amor incondicional y un vínculo indestructible que las mantendrá unidas, independientemente de la distancia y el tiempo que las separe.
Solo se puede tener una llama gemela y esta puede provocar una conexión tan intensa que nos haga sentir esclarecidos, algo que se traduce en señalar nuestros propios defectos, temores, indecisiones, incertidumbres y hacer que nos enfrentemos a ellos, contribuyendo de esta manera al desarrollo de nuestra alma. Ella no está dedicada a ser el amor de nuestras vidas, más bien suelen ser conexiones que nos ayudan a entender algunos de nuestros aspectos mentales más profundos y nos acompañan en experiencias intensas y pasionales de nuestra existencia.
Capítulo I
El nacimiento de Rafael tuvo lugar en un país de Europa en 1945, en el seno de una familia muy humilde. Era el tercero de cuatro hermanos, dos niñas y dos niños. Su padre, Manuel Ruiz, era un hombre que destacaba por sus valores, honesto, honrado, íntegro y leal, lo que hacía que en su entorno fuera respetado y considerado como una buena persona, decente y servicial. Se había casado cinco años antes con Martina Varela y hasta 1945, año en el que nace Rafael, habían tenido dos hijos, un niño y una niña, que llevaban, respectivamente, los nombres de los padres.
Manuel, desde muy joven, había estado trabajando como peón en las obras de construcción, el dinero que ganaba cubría todos sus gastos de soltero y hasta le quedaba algo para ahorrar, pero su situación había cambiado mucho. Ahora era padre de familia y el salario seguía siendo el mismo de antes. Su mujer se ocupaba de atender los quehaceres de la casa y a los hijos, por lo que la única fuente de ingresos con que contaba la familia era el trabajo de Manuel y lo que allí ganaba, que se lo daba íntegro a Martina para que ella lo administrara.
Él no gastaba nada, pero ese dinero solamente alcanzaba para cubrir las necesidades de primerísimo orden, como el alquiler de la casa donde vivían y la alimentación y, por si fuera poco, Martina se había vuelto a quedar embarazada. Ella no sabía qué podía hacer para evitarlo, así había nacido Rafael, su tercer hijo. Sus dos hermanos mayores tenían, uno, tres años y medio, y la otra, dos.
En su tiempo de descanso, fundamentalmente los fines de semana, Manuel se dedicaba a hacer arreglos de cualquier tipo en las casas de sus vecinos y de esta manera conseguía algún dinero extra, que los ayudaba a aliviar la escasez o carencia de elementos necesarios para el sostenimiento que estaban pasando. En ese ambiente familiar fue creciendo Rafael, con muchas necesidades básicas que sus padres no podían satisfacer. Al cumplir sus dos añitos de vida, nació su hermana más pequeña, la última de los cuatro, a la que le pusieron el nombre de la abuela materna, Pilar.
Al llegar a la edad escolar lo matricularon en el colegio junto a sus dos hermanos mayores, porque, aunque fueran con la ropa remendada, sus padres querían que aprendieran. Así, el día de mañana no tendrían que pasar por lo que estaban pasando ellos en ese momento. Al año siguiente, su padre les había preparado, a él y a su hermano, un cajón con un cepillo, un paño y una pasta de limpiar zapatos para que, por las tardes, salieran a sitios como paradas de autobuses, peluquerías, etc., y entre los dos fueran limpiando zapatos a las personas allí reunidas y que así lo desearan. De esa manera ayudaban a la economía familiar. Dos años más tarde, el padre buscó otro cajón. Ya cada uno tenía el suyo y lo que hacían era repartirse el territorio.
A Rafael no le gustaba ir al colegio, se aburría, no estudiaba, suspendía los exámenes y lo que quería era salir con el cajón a limpiar zapatos. Cada día iba de mal en peor con las notas y cuando cumplió los once años les dijo a sus padres que ya no quería ir más al colegio, que él era grande y se iba a buscar un trabajo mejor para traer más dinero a casa.
Los padres, al principio, se negaron y le explicaron la importancia que tenía para él aprender, que debía continuar yendo al colegio, pero lo que hacía el niño era salir y desviarse a cualquier sitio hasta que llegara la hora de volver a casa. Cuando el maestro llamó a Manuel para analizar qué problema tenía Rafael, que no iba a las clases, comprendieron que era absurdo seguir obligándolo. Entonces le dijeron que se buscara ese trabajo mejor que estaba deseando.
Así fue como, con once años y medio, Rafael empezó a fregar coches en un garaje. Ahí ganaba más dinero que limpiando zapatos y se lo daba todo a su madre. Nunca volvió a ir un colegio. Así estuvo hasta que, antes de cumplir la mayoría de edad, voluntariamente, se presentó para pasar el Servicio Militar Obligatorio por dos años, aprendiendo allí a conducir todo tipo de vehículos y, al finalizar, con diecinueve años, pudo examinarse y obtener permiso de conducir en todas las categorías para las que se había preparado. Después empezó a trabajar como chofer en una empresa distribuidora de lejía, a media jornada.
Capítulo II
Akira nació en un país de Asia, en una familia humilde, muy trabajadora y muy austera, en el año 1955. Fue la primogénita del matrimonio entre Daiki Sato y Hinata Miyake. Él trabajaba en una fábrica de electrodomésticos y le pagaban bien, ella era costurera y trabajaba en su casa. Su hija era una niña muy simpática y risueña con todos, que aprendía muy rápido lo que le enseñaban; tuvo una infancia maravillosa, en su casa no faltaba nada y sus padres la complacían en todo.
Cuando la niña cumplió los cuatro añitos, empezaron a llevarla a clases de piano, a ella le encantaba y aprendía muy velozmente. Era una personita dulce y cariñosa, pero con un carácter fuerte y muy perseverante. Cuando quería algo no paraba hasta conseguirlo y ese rasgo de su personalidad lo mantuvo a lo largo de toda su vida.
Dos años más tarde, cuando empezó a ir al colegio, nació su hermano Ayari para completar la felicidad de la familia y en especial la de su hermana, que tenía adoración por él. Con la llegada de Ayari se completaba la familia, ya que en su país dos era la cantidad de hijos que tenía la gran mayoría de los matrimonios en esa época. Simultáneamente la matricularon en la academia de idiomas, para que aprendiera Inglés. A los ocho empezó a ir al conservatorio y a los doce, al terminar la primaria, había adquirido el Grado Elemental en Piano y hablaba el idioma inglés perfectamente.
Durante los estudios primarios, los resultados en los exámenes eran insuperables, le gustaba mucho estudiar y, como era tan perfeccionista, nunca se conformaba con una nota media, siempre iba a sacar la máxima y todo ese esfuerzo había dado como resultado que fuera la mejor alumna de su clase.
Al terminar con esos resultados sobresalientes en un colegio privado, le otorgaron una beca para cursar los estudios secundarios en un Centro Público Especial Interno, para alumnos especiales como ella, con la dificultad de que esa escuela estaba muy distante de su casa y sus padres no podían ir a verla todas las semanas. En el cuatrimestre quizás pudieran ir un par de veces y luego ella vendría en agosto con un mes de vacaciones. Era un inconveniente, pero la calidad de la enseñanza allí era tan alta, que merecía la pena hacer el sacrificio, tanto por los padres como por la niña. Además, era un centro subvencionado por el Gobierno y a los padres les salía gratis.
Cuando empezó en esa escuela nueva no conocía a nadie y como el régimen era interno, tenía que convivir con sus compañeras. Era la primera vez que se separaba de sus padres, nunca antes había dormido en una casa que no fuera la suya; todo le parecía extraño y por momentos sentía una tristeza inmensa. Echaba mucho de menos a su familia, en especial a su hermanito, pero sabía que la ilusión de sus padres era que estudiara allí, que saliera bien preparada al terminar para que luego pudiera estudiar una carrera, la que ella quisiera, porque iba a poder elegir sin ningún problema.
La convivencia para ella era algo muy difícil, porque desde que nació y hasta que llegó su hermanito, había vivido sola con sus padres y después también con su hermano, pero allí, en el colegio interno, vivían en un apartamento de tres dormitorios doce niñas, las camas eran literas, una debajo de otra, así, en cada cuarto dormían cuatro. Para ella era horrible dormir con tantas personas distintas y desconocidas. Al principio le costó tanto adaptarse que apenas podía dormir por las noches y toda esa adaptación tan sumamente dura hizo que en sus primeros exámenes las notas no estuvieran a la altura de las que obtenía anteriormente.
Así se fue forjando el carácter de esta niña, enfrentando situaciones en las que tenía que tomar decisiones y no estaban papá y mamá para pedirles una opinión o un consejo. Tenía que hacerlo según le indicaran su corazón y sus sentimientos. Aprendió a escuchar siempre las opiniones de sus compañeros y a respetar el criterio de cada uno, a hablar menos y observar más y, sobre todo, a evitar los conflictos y las desavenencias. Todo ese aprendizaje hizo que poco a poco se fuera moldeando su forma de ser, lo que la convirtió en una persona sencilla, educada, sensible, respetuosa, discreta y buena compañera. Al finalizar el primer cuatrimestre ya tenía muy buenos amigos y compañeros. Todos se llevaban estupendamente bien con ella, que ya se sentía allí como en su casa. Las notas no fueron las máximas, pero todas estaban entre notable y sobresaliente. Cuando volvió a casa por vacaciones, sus compañeros de antes no la conocían, estaba mucho más alta y desarrollada, en su nueva escuela practicaban deportes todos los días y ella jugaba en el equipo de baloncesto.
En poco tiempo, la niña se había transformado en una joven con todos sus atributos. Su cuerpo estaba armónicamente bien repartido, lo más bonito que tenía era su cara, su tez blanca cual muñeca de porcelana viviente, sin ninguna imperfección, con unos ojos color avellana, grandes, rasgados y protegidos por inmensas pestañas bajo unas cejas perfectas. Su diminuta nariz y unos labios carnosos completaban la obra de arte de su rostro. A esto se unía una larga cabellera negra brillante y un flequillo que acababa de dar el toque a aquel precioso conjunto.
En esos días estuvo disfrutando mucho de los amigos que había dejado al irse, de sus padres y del hermanito, que también había crecido mucho en ese tiempo, pero, ¡qué raro!, ahora echaba de menos la vida en la escuela y tenía ganas de volver a ver a sus compañeros. Eso le hizo comprender que ya estaba adaptada completamente.
Al volver de las vacaciones conoció a un chico que estudiaba en su mismo curso, pero en otra clase y que ella nunca había visto antes. Era muy alto, delgado, pelo negro, ojos rasgados, como era lógico, y muy simpático, se reía mucho y siempre hacía bromas, a ella le parecía muy interesante. Su nombre era Fudo, este nombre hacía referencia al Dios del Fuego y a la sabiduría. Todos los días, a la hora del recreo, Fudo venía a buscarla y se pasaban ese tiempo hablando, conociéndose mejor y contándose sus inquietudes. Poco a poco este chico se había convertido en el mejor amigo de Akira. Tenía un año más que ella, pero parecía muy maduro para su edad. Un fin de semana que podían salir unas horas por la tarde, Fudo invitó a Akira a dar un paseo y, sentados en un parque muy grande, con unos árboles preciosos, le pidió que fuera su novia. Ella había escuchado a algunas de sus compañeras hablar de novios, pero en realidad no tenía ni idea de lo que eso significaba. Iba a cumplir trece años y aún era muy niña.
Le dio mucha vergüenza preguntarle a su amigo de qué se trataba eso y decidió quedarse callada, como si no lo hubiese escuchado. El chico pensó eso, que no lo había escuchado, y se lo repitió un poco más despacio, pero ella no reaccionaba, algo que lo enfadó muchísimo, porque le dio la sensación de que se estaba burlando de él. Se levantaron del banco y la acompañó hasta su casa-albergue sin pronunciar ni una sola palabra. Ella, por su parte, tampoco lo hizo y, al llegar a la puerta, se despidieron con un «hasta mañana». Akira estaba desconcertada, no sabía cómo responder a la petición de su amigo y no quería decirle que no conocía nada de eso, además, pensaba que no era para que él se hubiera enfadado tanto con ella.
Tenía necesidad de contárselo a alguien, pero ¿cómo iba a contar eso, que era tan íntimo? Para que todos lo supieran y empezaran las burlas y las comidillas. Después de pensarlo mucho, decidió que no se lo contaría a nadie, aprendería sola lo que era un noviazgo o, quizás, cuando fuera más grande, de momento iba a esperar a ver cómo se comportaba Fudo con ella después de eso. Le tenía muchísimo cariño como amigo, casi como hermano, pero de ahí a hablar de novios era otra cosa. En momentos como aquellos era cuando más echaba en falta a su madre.
Fueron pasando días, semanas, meses, años y nunca más Fudo volvió a dirigirle la palabra. Esa actitud le sirvió para comprender que se había equivocado pensando que era su mejor amigo y que lo conocía muy bien, pero nada más lejos de la realidad. Ella tampoco volvió a hablarle.
Los resultados de Akira en los estudios eran extraordinarios, jamás suspendió un examen, por difícil que fuera, y en un alto porcentaje de ellos había obtenido la nota máxima. Aquel centro de estudios, además de la enseñanza Secundaria, que eran tres cursos, incluía también la posibilidad de cursar el Bachillerato, que eran otros tres. En el tercer curso de Secundaria procedían a seleccionar los alumnos que, por su trayectoria en el centro,