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"Luna Llena" Versión Juvenil Editada: Lunas Vampíricas
"Luna Llena" Versión Juvenil Editada: Lunas Vampíricas
"Luna Llena" Versión Juvenil Editada: Lunas Vampíricas
Libro electrónico376 páginas5 horas

"Luna Llena" Versión Juvenil Editada: Lunas Vampíricas

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Esta versión JUVENIL editada va dedicada a todos los lectores menores de edad que gusten de las historias paranormales, y en sí, al público en general que disfrute de estas novelas en una edición que no sea erótica.

Mi nombre es Andreah Danielle Riviere. Siempre supe que mi vida sería diferente a la de mis padres y demás familia inmortal. Yo, siendo una híbrida de vampiro y humana, debía tener una historia un poco más extravagante; enamorada de un licántropo, pero encaprichada con un sempiterno cuyo propósito retorcido pondría en peligro mi vida y la de los seres que más adoraba. No imaginaba lo que una persona sería capaz de hacer por amor. Estaría a punto de averiguarlo y no de la mejor manera.

De la autora mexicana bestseller Mariela Villegas R.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento18 abr 2018
ISBN9781981464692
"Luna Llena" Versión Juvenil Editada: Lunas Vampíricas
Autor

Mariela Villegas R.

Mi nombre es Mariela Villegas Rivero. Soy escritora mexicana. Nací el 29 de enero de 1983. Estudié Licenciatura en Lenguas Modernas y ahora trabajo como maestra de una escuela secundaria en mi ciudad natal, Mérida, Yucatán. A diferencia de muchas autoras que he conocido, yo no empecé el trayecto a la palabra escrita devorando libros. Buscaba un lugar en el mundo, un propósito, y este apareció de súbito a mis veintisiete años con mi primera historia, Luna Llena. En estos años, me he dado a conocer alrededor de mundo a través de las redes sociales y diversos medios de comunicación. Soy coeditora y cocreadora de la Revista Literaria "Luz de Dos Lunas", junto con Andrea V. Luna, escritora argentina. He sido entrevistada en los programas de radio por internet, Café entre Libros y Conociendo a Autores, de la Universal Radio, La Hora Romántica de Divinas Lectoras con Cecilia Pérez y Revista Radio de las Artes, de Diana Ríos. Mi obra de poemas Mujer de Fuego fue homenajeada por la radio argentina Alma en Radio en febrero de 2015. Llevo hasta ahora 27 libros en mi haber de distintos subgéneros románticos, publicados de forma independiente en Amazon y de manera editorial en Nueva Editora Digital en Argentina y en Ediciones Coral, Group Edition World, en España para el mundo, y un premio literario por mi novela Noche de Brujas (Premio III Plumas de Pasión por la Novela Romántica, Paranormal y Romance Juvenil 2014, España). Soy autodidacta y siempre he pensado que la inmortalidad se puede alcanzar mediante la trascendencia de nuestras ideas.

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    "Luna Llena" Versión Juvenil Editada - Mariela Villegas R.

    Agradecimientos

    A Dios, por regalarme esta maravillosa energía llamada vida.

    Dedicado a todos aquellos seres de corazón inmortal como el mío que, sin importar la edad, el dolor, el sufrimiento o lo difícil que pudiera parecer la vida, seguimos adelante siempre. No están solos, ¡yo los amo!

    Cumplan sus sueños.

    ¡GRACIAS!

    Índice

    PREFACIO

    Capítulo 1: Un poco de mí

    Capítulo 2: Shawn

    Capítulo 3: Problemas

    Capítulo 4: La Pérdida

    Capítulo 5: La Decisión

    Capítulo 6: Corazón Roto

    Capítulo 7: La Isla

    Capítulo 8: Imprudente

    Capítulo 9: El Rencuentro

    Capítulo 10: Cara a Cara

    Capítulo 11: La Presentación

    Capítulo 12: La Pelea

    Capítulo 13: Luna Llena

    Capítulo 14: El Desequilibrio

    Capítulo 15: La Familia de Shawn

    Capítulo 16: El Engaño

    Capítulo 17: ¡Qué demonios!

    Capítulo 18: El Veredicto

    Capítulo 19: Una Esperanza

    Capítulo 20: La Propuesta

    Capítulo 21: Dudas Razonables

    Capítulo 22: Preparativos

    Capítulo 23: La verdad sobre mí

    Capítulo 24: Necesito ir a Idaho

    Capítulo 25: Realidad

    Capítulo 26: El terrible enfrentamiento

    Capítulo 27: Sorpresa

    Capítulo 28: La Ceremonia

    Capítulo 29: Luna de miel

    Capítulo 30: Despertar

    Capítulo 31: Prácticas y Acciones

    Capítulo 32: Labrie

    Capítulo 33: La Visita

    Capítulo 34: Preludio

    Capítulo 35: Infierno y Paraíso

    Capítulo 36: Los Clanes

    Capítulo 37: La Batalla Final Parte 1

    Capítulo 38: La Batalla Final Parte 2

    Capítulo 39: Despedidas

    Capítulo 40: Ilusiones

    Capítulo 41: Y vivieron felices... ¿para siempre?

    Epílogo

    Estaba totalmente segura de tres cosas. Primera, Edward era un vampiro. Segunda, una parte de él, y no sabía lo potente que podía ser esa parte, tenía sed de mi sangre. Y tercera, estaba incondicional e irrevocablemente enamorada de él.

    Crepúsculo, Stephenie Meyer.

    Prefacio

    MI NOMBRE ES ANDREAH Danielle Riviere. Siempre supe que mi vida sería diferente a la de mis padres y demás familia inmortal. Yo, siendo una híbrida de vampiro y humana, debía tener una historia un poco más extravagante; enamorada de un licántropo, pero encaprichada con un sempiterno cuyo propósito retorcido pondría en peligro mi vida y la de los seres que más adoraba. No imaginaba lo que una persona sería capaz de hacer por amor. Estaría a punto de averiguarlo y no de la mejor manera.

    Un Poco de Mí

    MI PRESENTE Y UN EXTRAÑO futuro se unían en un sueño en el que corría a sus brazos sin detenerme a ver lo que ocurría alrededor de mí. Era feliz. Me miraba con ternura porque sabía que nadie, mientras viviera, lo amaría como yo lo hacía, con tan plena entrega, con tan pura convicción. Entonces, una ráfaga de viento helado sopló y percibí el aroma de la muerte; ese signo característico de quien ha perecido y se ha levantado de la tumba para acechar a víctimas, destruir todo cuanto esté en su paso y consumir con su increíble ardor toda razón, toda paz. Un vampiro se había cruzado en mi camino y me traspasaba con sus ojos de sangre, causando que detuviera mi andar y que me paralizara. Tenía una media sonrisa maliciosa dibujada en un rostro irreconocible. Parecía que había sido sacado de una fotografía mal tomada. Pero su olor... ese aroma a libertad y engaño, jamás lo podría olvidar. No pasó mucho tiempo para que se diera la media vuelta y encarara a mi amado lobo. Solté un suspiro entrecortado. Levantó la mano y lo mató de un zarpazo. Estaba muerto. La pregunta era: ¿quién era el asesino y quién la víctima?

    Me desperté de golpe y solté un jadeo. Todo fue una pesadilla. Era extraño, casi nunca tenía pesadillas, pero cuando se me presentaban, las consideraba un mal presagio. Mi estómago rugió y sonreí; el hambre no perdonaba. Me sacudí los pensamientos negativos y me dispuse a comenzar el día con una mejor cara. Me dirigí al sanitario, bostezando, removiendo mi bata en el camino para darme una ducha. Usualmente dormía hasta tarde porque solía pasar las noches con mi mejor amigo y licántropo favorito en el universo: mi hermoso Brandon Stock. Me miré en el espejo y analicé cada centímetro de mi piel y cara. No noté ningún cambio sustancial, lo que solo podía producirme un enorme alivio. Tenía diez años ahora, aunque parecía de unos dieciocho debido a que, gracias a mi naturaleza inhumana de híbrida vampírica, había crecido con el doble de rapidez que el mortal promedio, adelantando mi anatomía a mi edad. Hacía aproximadamente un año que mi crecimiento acelerado se había detenido por tiempo indefinido, según las teorías de mi sabio abuelo. Mi padre, Gustave, y mi madre, Kore, estuvieron muy aliviados cuando aquello ocurrió, y debía confesar que yo también. En algún momento creí que, cuando cumpliera veinte años, me vería como una señora de cuarenta, lo cual podría resultar perturbador para cualquiera, sobre todo estando enamorada de un lycan —hombre lobo— capturado en el cuerpo divino de un adolescente de diecisiete años. ¿Quién querría envejecer bajo esas circunstancias? Nadie, me atrevía a asegurar. 

    Mi familia vivía en una pequeña ciudad llamada Linn del Oeste, en el condado de Clackamas, Oregón; un sitio lleno de magia, ríos, montañas y paisajes esplendorosos, pero con uno de los climas más fríos y lluviosos de Estados Unidos. Brandon —el amor de mi vida para propósitos prácticos—, residía en la aldea de Beavercreek, a unos kilómetros de donde nos encontrábamos, aunque pasaba la mayoría de su tiempo con nosotros, cosa que agradecía en lo profundo, porque me costaba mucho estar separada de él. Era un gran amigo de mi madre desde que estudiaron juntos la secundaria y seguían siendo muy unidos, a pesar de que a papá no le terminara de agradar. Tenían una vieja rivalidad de la que nunca quisieron hablarme y los respeté. Después de todo, no era algo que me correspondiera. Mi situación con él era muy diferente. Crecí a su lado en todos los aspectos, y con el tiempo y el trato, comencé a verlo de forma distinta. Al cumplir ocho años —con unos dieciséis mentalmente—, comprendí que mi vida sin él sería insoportable, por tanto, me propuse adorarlo en silencio, porque era demasiado tímida para gritarlo a los cuatro vientos. 

    Brand, como solía llamarlo, era un chico muy fuerte y en extremo atractivo, aunque ese no era el motivo principal para quererle; siempre consideré que el amor real no necesitaba motivos para ser amor, sin embargo, él tenía una forma muy especial de hacerme sentir confortable en mi propia piel, lo cual me proporcionaba una seguridad y estabilidad que, de otra forma, probablemente no tendría. Quería pasar cada minuto en su presencia, aprovechar el tiempo que tuviéramos porque era incierto para ambos, ya que él también reiniciaría su proceso de envejecimiento en algún punto, cuando tuviera control completo sobre sus transformaciones. Esto sucedía con su raza, los Hikary, una tribu de la antigüedad que poseía el poder de cambiar su forma humana por la lobuna a placer.

    Bajé a prepararme el desayuno, pero mamá ya me había cocinado unos huevos revueltos con tocino. Quería que tuviera una existencia tan normal como pudiera, así que casi siempre se encargaba de alimentarme con comida para mortales. En lo personal, prefería la carne cruda o la sangre humana, aunque solo la había bebido siendo muy pequeña porque era lo único que me ayudaba a fortalecer mi lado vampírico. Ahora me lo habían prohibido porque no era parte de las costumbres de nuestro clan. 

    A diferencia de los inmortales comunes, yo no tenía ponzoña, es decir, estaba incapacitada para convertir a otros en vampiros, y carecía de colmillos puntiagudos, lo cual, a los ojos del mundo entero, me hacía más humana que nada. Mis padres eran seres muy especiales que se amaban profundamente y me habían criado lo mejor que podían, aunque debía admitir que era bastante consentida y sobreprotegida, tanto que nunca había salido de Linn para conocer el mundo. Algunas veces me sentía sola, pero Brandon desaparecía ese sentimiento con unas cuantas palabras. Gustave y él charlaban, bromeaban y también se peleaban de vez en cuando. Mi madre y yo intentábamos no tomar bandos en sus encuentros, aunque ellos no nos facilitaban la tarea.

    Como mi padre poseía el poder de leer mentes, nos resultaba difícil mantener nuestra privacidad, así que, cuando estábamos juntos, procurábamos alejáramos de él como método de precaución. Gustave podía llegar a ser un verdadero entrometido cuando se lo proponía, pero no podía juzgarlo mal.

    Devoré mi desayuno mientras escuchaba una canción de Coldplay en la radio. The Scientist. Lavé mi plato y escuché unos pasos que se dirigían a la puerta. Los podría reconocer a cientos de millas. Dejé todo y, como colegiala desesperada, corrí a la entrada y abrí. Ahí estaba él, tan perfecto como siempre con esa deslumbrante sonrisa. Juraba que algún día eclipsaría el sol con ella.

    —¡Brand! —saludé con un gritito absurdo.

    —Hola, Danni —me abrazó tan fuerte que apenas pude respirar. Era enorme y yo parecía una muñequita de trapo entre sus manos. 

    —¡Hey! Recuerda que soy mitad humana. Con esos tremendos brazos vas a destrozarme algún día —sonreí.

    —Disculpa, Danni. ¿Te lastimé? —preguntó muy consternado, revisando que estuviera en una sola pieza.

    —No, no te preocupes. Estoy perfectamente bien. Soy mitad vampira, también —le guiñé un ojo, coqueta—. Algunas veces es bastante difícil acostumbrarme a tus cuidados y a los de papá. Estoy segura de que, si pudieran, me mantendrían el resto de mi vida encerrada en una burbuja de cristal extra reforzado con tal de que no me pasara nada.

    —Así es, no lo dudes ni un segundo. Eso si consiguiéramos meterte, porque dudo mucho que entraras voluntariamente —rio y sus dientes parecieron centellear a la luz, deslumbrándome un segundo—. Nunca dejaré de ser sobreprotector contigo. No puedes reprocharme querer evitarte sufrimientos innecesarios. —Me besó la frente y me sonrojé. ¿Cómo podría rebatirle tan encantador argumento? Tenerlo así de cerca me provocaba besarlo, pero no lo haría por nada del mundo. Tenía mucha pena y jamás habíamos cruzado esa línea. Después de todo, era el mejor amigo de mi madre y, hasta cierto nivel, estaba segura de que me amaba, pero no sabía si estaba enamorado de mí como yo de él. A veces parecía que sí, y otras, se asemejaba más a un hermano mayor o a un tío cuidadoso. La duda me mataba, causándome infinito dolor. Sin embargo, no me atrevía a preguntarle porque mi temor al rechazo superaba por mucho mi deseo de aclarar las cosas.

    —¿Vas a venir a casa de la abuela conmigo o tenías otros planes? —cuestioné jugando con la orilla de mi blusa.

    —Claro que voy, pero antes me gustaría darte una sorpresa.

    Fruncí el ceño con cautela.

    —¿De qué se trata?

    Extendió la mano y me dio una de mis rosas favoritas. El corazón me saltó de alegría involuntariamente.

    —¡Gracias! —Lo abracé. Podía sentir lo fuertes que eran sus músculos bajo mis palmas, y su piel pegada a la mía me producía calor hasta en las partes más frías del cuerpo. Debía detener el curso de mis pensamientos antes de que se diera cuenta de que no quería soltarlo. ¡Ups!, demasiado tarde...

    —¿Puedes devolverme mis manos o continuarás así todo el día? Solo quiero saberlo para planear alguna estrategia de movimiento —bromeó frunciendo los labios con ligereza y una nube de sangre se me subió a las mejillas. Me separé—. Voy a pensar que me quieres secuestrar. —Se mordió la parte inferior del labio. ¿Qué trataba de hacer, matarme de un infarto con ese gesto? Podría suceder si no me concentraba en mantener mi ritmo cardiaco a un compás natural.

    —No, yo... —Subí la vista y caí en la cuenta de que papá se dirigía hacia nosotros—. ¡Hola, papá! —grité con demasiado entusiasmo, para mi perjuicio. —¿Dónde dejaste a mamá?

    —Hola, cielo. —Me regaló un beso casto en la frente—. Está cazando con tía Rachel en el bosque.

    —Es raro que la hayas dejado ir sin ti. Siempre cazan juntos —señalé. Sus facciones se tornaron preocupadas.

    —Prefirió que me quedara —respondió refunfuñando como niño regañado. Amaba ver a mi padre tan enamorado de mi madre, sobre todo en estos casos en los que se separaban momentáneamente. Se ponía insufrible, aunque sabía bien que tía Rachel lo calmaría cuando regresara.

    —¡Oh!, vamos, papá. Las mujeres también necesitamos un espacio para charlar de cosas femeninas, ¿no crees?

    —Si tú lo dices —se metió las manos a los bolsillos y agachó un poco la cabeza hasta que Brandon llamó su atención.

    —Hey, Gustave. Sé que no cuento para mucho, pero un hola no estaría nada mal. ¿Dónde quedaron esos modales de los que tanto presumes, engreído? —Mi amigo elevó la ceja con suficiencia. ¡Uff!, detestaba que se pusiera en ese plan. Ahora, papá reaccionaría con su distintivo saludo desdeñoso

    —Buenas tardes, perro. ¿Te están molestando las pulgas y por eso estás de tan mal humor? —preguntó sacudiéndole la mano.

    —No, en absoluto. Las dejé en el baño al ducharme, pero parece que tu andropausia de más de un siglo te está afectando hoy más que nunca, sanguijuela —rio con sarcasmo el lycan.

    —Por favor, ustedes dos. Saben que no me gusta que peleen. Parecen chiquillas de secundaria. —Negué con la cabeza en son de desaprobación.

    —Estamos bromeando, cielo —dijo Gustave con esa sonrisa torcida muy propia de él.

    —Está bien, está bien. No quiero que te molestes conmigo, así que: Hola, señor Riviere ¿cómo se encuentra? ¿Mejor? —interrogó mi amigo.

    —Mucho mejor —asentí.

    —No estoy de humor para esto, hija. Estoy algo inquieto. Tu madre ha actuado muy extrañamente y eso me pone los pelos de punta. Dijo que quería hablar contigo, Brandon. ¿Te habló al móvil? ¿Te dijo algo?

    —No, aunque te doy la razón. Se comportó bastante rara ayer que la vi en casa de Loraine. Me observaba atenta, como si fuera mi madre, y me hizo algunas preguntas sobre la manada.

    —¿A qué te refieres?

    —No sé, no tengo idea.

    —Papá, queremos irnos desde hace un rato. ¿Podríamos? —Ladeé la cabeza, interrumpiéndolos.

    —Esperen un momento, Danni. Debe haber algún problema. Escarba en ese cerebro tuyo, lobezno, y habla.

    —No lo hay ningún problema más que en tu mente, papá. Nos vamos. Quiero llegar antes que mamá a casa de la abuela, porque sin ella puedes ser un poquito insoportable. —Le acaricié la mejilla con ternura.

    —Loraine no está, cielo —aclaró Gustave—. Tuvo que acompañar a Elijah a un desayuno en beneficio de los veteranos de la guerra de Vietnam, en Seattle. Regresarán hasta tarde.

    Suspiré.

    —De acuerdo. Entonces cambiaremos nuestro curso, ¿si te parece? —Miré a Brandon y sentí el pulso acelerado.

    —Claro. No tengo mucho qué hacer hoy. ¿A dónde te gustaría ir?

    —Sería bueno dar una vuelta por la pradera. Se acerca el cumpleaños de tía Gena y nunca sé qué regalarle. Tiene de todo. Podría hacerle un arreglo floral especial.

    —¡Perfecto! El clima es excelente para recoger flores. Vamos, te ayudaré.

    Papá soltó una carcajada de súbito.

    —¿Qué ocurre, Gustave? —inquirí extrañada.

    —Nada. Es solo que me imaginaba a ustedes dos en el bosque con sus flores silvestres... ¡perfecta escena para una nueva versión de Caperucita Roja y el Lobo Dócil que carga la canastita!

    Brandon le lanzó un puñetazo a mi padre en el hombro.

    —Mejor que sea el Lobo Dócil y no el Lobo Roba Hijas, sanguijuela.

    —¡¿Quieres que vuelva a romperte las costillas como hace un año cuando te descubrí en su habitación con uno de sus sostenes en la mano?! —gritó furioso el vampiro.

    —¡Ya habíamos aclarado ese problema, Gustave! ¡Nunca haría algo así! Me pidió que la ayudara con la ropa que había lavado y el sostén se cayó. Yo lo recogí y entraste —se excusó el chico—. Sabes que jamás le faltaría al respeto a Danielle.

    —No. No lo sé —negó vehemente papá—. Al menos no estoy seguro.

    —¡Papá, ya basta! Nos vamos —repetí tomando a Brandon de la mano—. ¿Estarás aquí o irás a casa de Loraine a esperar a Rachel y a mamá?

    —Iré con Loraine. Lo que sea que esté haciendo tu madre, me tiene dando tumbos. Algunas veces no sé quién es la chiquilla, si tú o ella.

    —Suena usted como una persona bastante vieja, señor Riviere —bromeé para aligerar el ambiente.

    —Lo soy, hija. Tengo ciento veinte años.

    —Entonces, creo que podemos comenzar a cavar tu tumba y a tramitar los detalles del testamento. Estoy segura de que, como hija única, la suma que me dejarás será sustancial —bromeé.

    Él volteó los ojos y frunció los labios en una sonrisa contenida. Lo besé y le toqué la mano para mostrarle el rostro de mamá la noche anterior. Los vampiros e híbridos como yo, teníamos ciertos poderes; no todos, pero yo era una de las privilegiadas, y varios en mi familia también. Cuando posaba la palma en alguien, podía mostrarle lo que había visto en el pasado o trasmitía lo que pensaba al instante. Ahora que era mayor, controlaba más fácilmente lo que quería mostrar a las personas. Incluso tenía la habilidad de crear imágenes que no existían. No me gustaba hacerlo porque sabía bien que se trataba de mentir, pero servía mucho cuando necesitaba guardar ciertas cosas por prudencia.

    —Bueno papá, nos vemos luego. —Le di un beso en la barbilla.

    —Hasta luego, señor Riviere —dijo Brandon con una sonrisa burlona. Papá apretujó los labios, tomó una roca y se la lanzó, dándole en la espalda. Pensé que se la iba a perforar.

    —¡Auch! —gimoteó.

    —Lo mereces, por necio —reí—. Ustedes me van a volver loca.

    —Solo un poquito, Danni. Pero con todo y nuestras diferencias, nos quieres.

    —Eso no lo dudes ni por un segundo.

    Nos dirigimos hacia la pradera en la que mis padres solían pasar las tardes cuando se conocieron, yendo uno junto al otro, como yo amaba.

    Shawn

    CHARLAMOS DE COSAS sin relevancia al principio, hasta que me hizo una oferta que no pude rechazar.

    —¿Quieres que me transforme para llevarte? Avanzaríamos más rápido —me guiñó un ojo.

    —¡Claro! No necesitabas preguntar.

    Era increíble verlo en su forma de lycan, tan gigantesco y tierno a la vez. Montarlo me resultaba muy excitante. Brandon se convertía ante mí desde mi niñez y jamás me causó temor, aunque ponía muy nerviosos a mis padres. De alguna manera, sabía con certeza que nunca me haría daño. Me cuidó toda la vida y era la persona más divertida que había conocido, por tanto, me hacía feliz, aunque no lo quisiera. Tenía una personalidad burbujeante. Era luz a donde quisiera que fuera. Todos a su alrededor lo notaban, aunque desearan voltear a otro lado, no solo por su estatura de más de metro ochenta y cinco, sino por su esplendor bondadoso, por su habilidad de mejorarle el día de quienes lo rodearan, y por su sonrisa contagiosa y aspecto de modelo de revista. Gracias al cielo, nunca dejábamos los confines de Linn, porque me atrevería a jurar que las chicas lo devorarían con la mirada y yo no lo hubiera soportado. Tal vez era mejor así, que mi encierro se prolongara indefinidamente en este paraíso. A su lado, nada podía molestarme... tal vez.

    Llegamos a la pequeña pradera. Era un hermoso pedazo de tierra lleno de flores de todos colores y formas. Amaba el olor de las orquídeas, las lilas y las rosas llamadas Príncipe Negro, que se distinguían por su tonalidad escarlata; mis favoritas. Sin embargo, amaba mucho más el olor de mi lycan. Tenía una esencia muy parecida al aroma del pasto recién cortado y la madera mojada. Era la esencia del bosque. Me hacía sentir a salvo y en casa.

    —¿Qué quieres hacer?

    —Voy por las flores para el arreglo de Gena y, si gustas, después podríamos ir a tu casa. Es domingo, así que tenemos todo el día para estar juntos —pensar en ello me dejaba una sensación muy agradable. Él sonrió. Parecía tampoco querer alejarse de mí, lo cual me daba cierta esperanza. ¡Detente!, me ordené a mí misma. Este tipo de pensamientos podían durar por un buen rato, y yo tendía a quedarme mirándolo fijamente como estúpida. No tenía idea de lo que él sentía por mí y la incertidumbre me volvía loca. Tal vez le gustaba, pero no se atrevía a decir nada por respeto a mis padres. No, asumir eso me parecía algo soberbio. De seguro solo me quería como se quiere a alguien que se conoce desde la infancia; o tal vez, nada más le gradaba mi compañía. Esa especulación me ponía muy triste, así que me frené de golpe—. ¿Por qué no nos traes algún aperitivo? Hace mucho que no como cervatillo crudo —reí de oreja a oreja. Si me escuchara mi madre, pensé.

    —Danielle, sabes que no me gusta dejarte sola. Mejor te acompaño y de ahí nos vamos a la aldea. Mi padre tiene muchos deseos de verte. No has ido en casi una semana y sabes que ama tus visitas.

    —Prometo que pasaremos después. Yo también extraño a Thomas, pero últimamente me has mantenido muy ocupada —dije y le dediqué una sonrisa—. Esta es una sorpresa para Gena. ¿Podrías dejarme aquí, por favor? Serán unos minutos. Nada pasará. Soy una niña grande. No me moveré de este lugar. Ve a cazar algo. Se nota que no te has alimentado bien, estás muy pálido —bromeé. Le toqué la mano para mostrarle cómo lucía y se erizó. Me miró un instante, dubitativo, y luego asintió. Realmente odiaba irse, de eso no me cabía duda. Lo hizo a regañadientes, arrastrando los pies en lugar de convertirse de nuevo. Solté un soplido. Todos los que me rodeaban se portaban como si fuera de cristal y me cansaba. Lo único que eso significaba era que no tenía libertad, y dolía. Sabía que lo hacían por el amor que me profesaban, aunque no por ello resultaba menos molesto. Claro, con Brandon era a la inversa. Verlo partir era lo que me dolía, pero aprovecharía el tiempo que tuviera para mí.

    Comencé a juntar unos cuantos ramos de margaritas, lilas y rosas. Me metí tanto en mí misma que no me percaté de que me estaba alejando de nuestro sitio. Mi vista se clavaba en el suelo, cuando de repente, sentí la mirada penetrante de alguien a mis espaldas. No era Brandon, se percibía diferente. No se sentía bien. Podía apreciar el aroma a lluvia y montañas, además de algo muy dulce. Ningún humano sería capaz de describir el olor exacto. Yo lo sentía porque había convivido con vampiros toda mi vida, y parte de mi olor tenía esa esencia. Sí, era un inmortal. Me petrifiqué. No podía tratarse de alguien de mi clan. Elevé la vista y mis ojos se entrelazaron con los suyos. Una punzada fría me recorrió la espina dorsal. ¡Por todos los santos! ¡Era un hermoso vampiro! No, hermoso no bastaba para describirlo. Era dolorosamente divino: de tez pálida como el marfil, cabello color castaño, corto, ligeramente despeinado, y las pupilas encendidas en un rojo sangre puro. Sabía por mis padres y sus amigos que esos ojos solo podían indicar una cosa, PELIGRO, incluso para mí que era híbrida. Me desconcerté y volteé hacia todas partes para buscar a Brandon. Fue ahí donde caí en la cuenta de lo lejos que me hallaba de mi punto de origen. Aquella hermosa y salvaje criatura, me miró fijamente, pero no percibí odio o rechazo en sus ojos que fulguraban con curiosidad. Me estudiaba, recorriendo mi cuerpo de arriba hacia abajo. Me quedé muy quieta. Dio dos pasos a los costados. Mis sentidos decían que gritara, que llamara a mi licántropo, pero no lo hice porque me negaba a exponerlo a ser herido. Los eternos, sobre todo los nómadas, podían ser muy letales ya que no le temían a nada.

    Apreté los dientes y di un respiro para armarme de valor. El vampiro ladeó la cabeza, desconcertado. No tenía idea de lo que pasaba por su mente, pero era probable que no se tratara de algo positivo. El ritmo de mi corazón delató mi preocupación y él entrecerró los ojos.

    —Hola —dijo sereno y contenido.

    —Ahhh —balbucí casi temblando.

    —No pretendía asustarte —se disculpó.

    —¿Quién dijo que me has asustado? —repliqué en un murmullo. Él agachó el rostro para esconder sus expresiones, aunque no tardó mucho en volver a su posición de vigilante.

    —Mi nombre es Shawn. ¿Cuál es el tuyo? —preguntó con cuidado. Sin embargo, notaba una clara seguridad en su voz. Tenía un acento distintivo que me llamó la atención. Era británico. Lo había escuchado en mis películas favoritas y me resultaba delicioso. Siempre creí que aquello le daba un toque de distinción hasta al más vulgar.

    —¿Qué? —le inquirí sin terminar de reaccionar.

    —Tu nombre. Yo soy Shawn. ¿Y tú?

    Sacudí la cabeza para alejar las nubes que no me dejaban pensar con claridad. Tenía que responder, y hacerlo con voz segura.

    —No tengo por qué decírtelo. Mátame si quieres. Vamos a acabar con esto ahora, antes de que empiece.

    —¿Perdón? —retrucó frunciendo el ceño.

    —¡Qué me mates, si es que puedes! —reté abiertamente.

    Un bufido se escapó de sus carnosos labios.

    —No quiero matarte —señaló sonriente—. ¿De qué me serviría? —Se notaba muy divertido ante mi insinuación.

    —¡Yo que sé! Ustedes son muy diferentes a nosotros —dije refiriéndome a los vampiros errantes y a mi familia.

    —¿Ustedes? No entiendo. Me queda más que claro que no eres humana, pero tampoco eres vampira. ¿Hablas de esa diferencia? No te puedo descifrar. Pareces una inmortal, aunque hay algo en tu piel que me resulta exquisito; un brillo de vida extraño y un aroma cautivador. Hueles a flores, una combinación de rosas y lirios —abrí la boca. Me impactó su tino. Brandon siempre me decía exactamente lo mismo—. Se siente, si me permites decirlo,

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